Como la producción que espero presenciar en la capital bávara es "de las raras", he querido repasarme los diálogos volviendo a ver un vídeo que conozco, por retrasmisión televisiva, desde hace bastante tiempo: la filmación realizada en 1993 en el Teatro Kirov por Valery Gergiev y sus huestes, en una coproducción con el Covent Garden que dirigió escénicamente David Freeman. La edición comercial la realizó Arthaus en DVD y cuenta, dato importantísimo, con subtítulos en castellano.
Saben quienes leen de vez en cuando mi blog que me gusta bien poco Valery Gergiev, pero debo reconocer que aquí el maestro moscovita ofrece una realización notable, porque no solo domina a la perfección el idioma sonoro de Prokofiev, sino que además se mueve muy a gusto en el mundo de explosiones sonoras propuesto por el compositor. Su dirección resulta además encendida, altamente teatral y muy vistosa, enganchando al oyente desde el primer momento. Ahora bien, y como era de esperar en un director de semejante pelaje, hay muy evidentes caídas en el efectismo y en la brutalidad gratuita (¡qué diferencia con los picos de tensión magistralmente planificados por Muti en su grabación de la sinfonía!). Tampoco consigue la riqueza tímbrica que pide la partitura –es necesaria aún mayor incisividad-, ni llega a profundizar –aunque tampoco descuida este aspecto– en el vuelo lírico de la página. Resulta interesente comparar su lectura con la de Neeme Järvi en DG: el maestro estonio carece de su garra y de su teatralidad, pero a cambio ofrece una planificación mucho más cuidadosa, un más desarrollado sentido de lo atmosférico y una clara renuncia a la vulgaridad.
El elenco está encabezado, en el rol de la alucinada y sexualmente histérica Renata, por una Galina Gorchakova absolutamente sensacional tanto en el plano vocal como en el expresivo, por no hablar de su buena planta escénica. Junto a ella, Sergei Leiferkus realiza una labor francamente irreprochable, aunque el personaje tampoco dé mucho de sí. El larguísimo elenco de secundarios es de alto nivel y resulta homogéneo, sobresaliendo la adivina de Larissa Diadkova.
Espléndida la propuesta escénica de David Freeman, imaginativa y personal, pero muy respetuosa tanto con el argumento como con el espíritu de la obra, sacando muy buen partido a la idea de que una serie de bailarines encarnen a los demonios que atormentan a la protagonista. Cojea un poco, todo hay que decirlo, por una escenografía poco atractiva y por un vestuario (¡menuda Alemania del siglo XVI!) que huele a naftalina; tampoco el maquillaje está conseguido. La toma sonora, realizada en estéreo convencional y a un volumen muy bajo por los ingenieros de Philips –hay doble CD–, es muy buena y ofrece la suficiente gama dinámica. La imagen, sin embargo, se mueve en el estándar de la época, un 4:3 muy lejos de lo que hoy consigue la alta definición. Por descontado, la filmación de Brian Large es espléndida.
En resumidas cuentas, un DVD no solo altamente recomendable, sino obligatorio. La citada versión de Järvi es globalmente superior, eso es cierto, pero se pierden la escena y los subtítulos. Lo dicho, no se lo pierdan.
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