Sorprendió Gustavo Dudamel en su grabación al frente de la Filarmónica de los Ángeles de las sinfonías de Charles Ives: en lugar de interesarse por los aspectos más escarpados y modernos de la música del norteamericano, lo que hizo fue subrayar los lazos con la tradición europea y ofrecer recreaciones muy líricas, de abrumadora belleza y apreciable frescura, que se disfrutaban de principio a fin dejando a un lado los atrevimientos de la Cuarta, recreada desde una óptica eminentemente espiritual. Pues bien, llegan –también en Deutsche Grammophon– las tres últimas sinfonías de Antonín Leopold Dvořák y pasa más o menos lo mismo, solo que aquí las desigualdades son más apreciables.
En la Sinfonía nº 7 el venezolano decide obviar toda “rusticidad eslava” en la sonoridad e ignorar que se encuentra ante una de las páginas más amargas de su autor, ofreciendo así una interpretación eminentemente lírica y tornasolada, fraseada con enorme sensualidad –legato para derretirse– y delectación melódica, contemplativa en el mejor de los sentidos, por momentos embriagadora en su goce paisajístico, dotada de un punto muy adecuado de nostalgia y expuesta con tanta depuración sonora como sensibilidad para los matices, sobre todo en lo que a las gradaciones dinámicas se refiere. Venturosamente, no le resta pathos dramático al Poco adagio ni incurre en excesos de suavidad, cosa que sí ocurrirá en las siguientes sinfonías
En la Sinfonía nº 8 Dudamel insiste en una visión eminentemente lírica y distendida del universo de Dvorák, entendido desde una óptica mucho antes romántica que nacionalista, y ciertamente más luminosa que dramática, siempre demostrando un perfecto control de los medios y una enorme capacidad para extraer belleza sonora. Le sale estupendamente en el primer movimiento, y también en un Adagio cuyo clímax dramático adquiere una gravedad especialmente amarga. Desdichadamente, en el tercero se le va la mano en los portamentos, mientras que en el cuarto el retorno del tema de su introducción manifiesta con molesta claridad una tendencia a la blandura que hasta ahora había quedado un tanto solapada; en la coda aparece el Dudamel más ardiente.
El control de su temperamento lo consigue el maestro a la perfección en una Nuevo Mundo que logra ser cálida y hermosa como pocas, más resignada y tierna que amarga en el melancólico Largo pero, en cualquier caso, expuesta con mano maestra y muy apreciable sensibilidad. Pero aquí, lástima, Dudamel sí que llega a meter seriamente la pata: la exposición del celebérrimo tema lírico del primer movimiento resulta de un rebuscamiento y una cursilería insufribles. Si a esto sumamos que el Trío del Scherzo resulta algo más suave de la cuenta, comprenderemos que esta lectura no será del gusto de algunos melómanos. De mí mismo, sin ir más lejos.
Toma sonora impresionante escuchada en Dolby Atmos: aún no me arrepiento de sumar la suscripción a Tidal a la de Qobuz solo para poder disfrutar de este sistema de sonido.
5 comentarios:
Por recomendaciones de un amigo personal, conocí su blog. Ante todo, quiero disculparme por un insulto inicial hacia usted que emití alguna vez y que, en verdad, era una indirecta al referido amigo porque cansa con su admiración a comentaristas y críticos musicales y sellos musicales más que a la música y los músicos (siempre le digo que es de los que oye más la interferencia que la radio): en su caso, López Vargas-Machuca, debo dar la razón de que lo hace con interesante criterio general. Por eso, repito, le pido el debido perdón y le mando mis respetos
Gustavo F. Monastra
La Plata, Argentina.
Oyendo en este momento la VII de Dvorak en esta grabación. Nunca le había prestado demasiada atención: ¡qué brahmsiana que es!
No se preocupe, Gustavo.
Efectivamente, el Dvorák de Dudamel mira muchísimo hacia Brahms. Tenía que haberlo apuntado. En cualquier caso, no es precisamente el primer director en enfocar así este repertorio. Me ha recordado bastante a Giulini. Saludos.
Agradezco, estimado Flavio, la tolerancia y los innumerables discos que he descubierto gracias a su pluma.
Es que desde la propia orquestación, la VII, es claramente de herencia brahmsiana. Me sorprendo de mi mismo del poco interés que le habia prestado anteriormente. Es bellisima. Y la interpretación me gusta muchísimo.
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