Ya les he hablado de las críticas que anda desde hace mucho tiempo escribiendo un señor llamado Nicolás Montoya en Diario de Jerez sobre –mejor dicho, para– el Villamarta de Jerez de la Frontera: es difícil superar la indigesta mezcla de ignorancia supina, pedantería extrema y rastrero servilismo que del que este señor hace gala sin pudor alguno. Alguien podría decir que eso es cosa suya y de su medio, que el teatro es por completo ajeno a lo que sobre él se escribe. Falso. Buena muestra de ello es lo que ha ocurrido con el Barbero de Sevilla que se ha ofrecido esta semana: la crítica de Montoya (leer aquí) está en su línea habitual, pero lo que se sale de madre, lo que convierte al centro lírico jerezano en una vergüenza nacional, es que el firmante de la crítica ha sido también… ¡el notario de Don Bartolo!
Conozco la historia desde dentro, porque he sido uno de los afectados. Desde el primerísimo momento, la dirección del Teatro Villamarta, primero Francisco López y luego su ayudante Isamay Benavente, han concebido la crítica musical y escénica no como una actividad paralela que sirva de apoyo, de contraste y de ayuda para formar opinión desde una posición de independencia, sino como un medio a su servicio mediante el cual hacer promoción de sus logros y disimular sus errores e insuficiencias. Yo estuve allí cuando se reprendió al crítico serio –léase, conocedor y de criterio independiente– que hubo en Diario de Jerez en aquellos primeros años, cuando este se atrevió a escribir algunas cosas negativas sobre el Barbero de la ya lejana temporada 96/97; el pobre se atrevió a poner mal al fígaro de José Julián Frontal, quien reconocería años más tarde en la revista Ritmo que no se sabía el papel. “Si fuerais listos”, nos dijo aquel día Francisco López, “lo pondríais todo bien”.
El desaparecido José Luis de la Rosa tomó buena nota del “consejo” y estuvo durante años haciendo críticas exclusivamente laudatorias en Ritmo, con frecuencia poniendo por las nubes a cantantes, a batutas y a producciones escénicas discretos, mediocres o incluso deplorables; por supuesto que también hubo cosas excelentes, pero quien leyera no tenía manera de saber quién se merecía realmente los elogios y quién no, lo que resultaba una completa falta de respeto tanto hacia el lector como hacia los artistas realmente valiosos.
Lo grave, lo gravísimo, es que De la Rosa cantaba en el coro en todas estas realizaciones operísticas y se marchaba a cenar con el equipo artístico correspondiente. Todos sabíamos que Ritmo miraba hacia otro lado porque necesitaba los ingresos por publicidad que en sus páginas ponía el teatro. ¿Fue casualidad que López Gutiérrez nombrara regidora a la entonces pareja del crítico, a pesar de que el único currículo de esta en las artes escénicas estuviera en haber cantado en el susodicho coro? A día de hoy, Carmen Guerra sigue siendo regidora del teatro. En cuanto a De la Rosa, años más tarde consiguió su largamente deseado deseo de sustituir al citado crítico del Diario de Jerez –pasando así a ocupar dos medios, porque repetía la crítica para Ritmo–, responsabilidad que mantuvo hasta su sustitución por Nicolás Montoya.
Este señor ha resultado ideal para los planes de Isamay Benavente: sus deseos de moverse entre bambalinas solo resultan comparables a su incapacidad para distinguir lo bueno de lo mediocre. Se le permite codearse con los cantantes para obtener alguna información técnica que le pueda servir de ayuda en sus textos –así sale lo que sale: como si yo ahora me pongo a escribir de química a partir de una conversación al azar entre dos especialistas– y de vez en cuando se le encarga alguna cosita para tenerle contento. A cambio, críticas perennemente laudatorias para disimular las mediocridades que se están llevando a escena.
Lo que ocurre es que esta vez se han rebasado todos los límites: el teatro recompensa a su perrito faldero dándole el rol del Notaro. ¡Y este ni siquiera disimula absteniéndose de escribir, aunque sea por una vez! ¿Qué será lo próximo? ¿Leeremos críticas firmadas por Don Giovanni, por Macbeth o por Madama Butterfly en persona? Lo que está ocurriendo es de auténtica rechifla, pero nadie parece mover un dedo. Tampoco los críticos que tanto presumen de independencia y exigencia cuando escriben en otras latitudes: cuando vienen por aquí el listón baja muy considerablemente y nadie pone a la dirección del teatro donde hay que ponerla. Se perderían invitaciones, confidencias y prerrogativas.
Ustedes leerán por ahí lo del “buenrrollismo” del Teatro Villamarta. Lo que hay por aquí es mucho amiguismo, mucha manipulación y mucha desvergüenza.
Ah, estuve ayer en el Barbiere: gran Figaro de Manuel Esteve, sensual Berta de Nuria García-Arrés y nada más.
1 comentario:
Bravo por sus palabras. Se debería hacer más difusión de todo lo que ocurre dentro de ese Teatro, para que saliera a la luz toda la podredumbre que subyace. Lo del señor López y sus perritos falderos debería ser denunciable incluso... Siga por favor con su línea de pensamiento independiente, tan necesaria en estos tiempos.
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