miércoles, 4 de noviembre de 2020

Apuntes sobre Daniel Barenboim y las sonatas de Beethoven


Integral de 1966-1969 (EMI).

Sonido pianístico oscuro y prieto. Toque algo monolítico. Tempi muy lentos. Fraseo extraordinariamente concentrado. Expresividad honda y severa. Tensión soterrada entre fondo y forma, sin que esta última se vea comprometida. El cerebro no realiza concesiones al corazón. Tampoco a los sentidos: la belleza es un medio, no un fin en sí mismo. La interpretación musical como desafío al instrumento, al oyente y a las convenciones. Riguroso clasicismo: el de los mármoles del Partenón.

(¿Klemperer al piano?)

 

Integrales de 1981-1984 (audios en DG y filmaciones paralelas en el tiempo de Metropolitan München)

Sonido igualmente prieto, más rico en armónicos en las filmaciones vienesas que en las tomas de estudio parisinas. Tempi de menor lentitud. La expresión sigue siendo muy severa, pero ahora con el fondo rompiendo la forma: las tensiones ya no están en potencia, sino en acto. Conflicto. El toque es muy valiente. Los claroscuros se acentúan. Los aspectos más escarpados de la música se ponen en primer plano. Romanticismo visionario. Se nota la experiencia de dirigir Tristán.

(¿Furtwängler al piano?)

 

Integral de 2005 (DVD EMI y CD Decca)

Sonido menos oscuro, no tan denso y quizá más cálido. Toque pianístico de mayor variedad. Tempi moderados. Fraseo más rico y flexible, aun con menor agilidad digital. Sensibilidad no tan austera: el disfrute hedonista de sonidos y melodías puede convivir con la profunda reflexión humanística. Las tensiones entre forma y expresión se van resolviendo en busca de un nuevo equilibrio. El encanto, la gracia y la trivialidad bien entendida son también parte de la experiencia humana, y por tanto de la música. La cantabilidad adquiere protagonismo. Lo inquietante se transforma en espiritualidad. La música se hace inmaterial.

(¿Giulini al piano?)

 

Integral de 2020 (DG)

Nuevo piano: sonido sensualísimo, extraordinariamente rico en armónicos, embriagador en el grave y dulce en el agudo, pero con mucho cuerpo y redondez. Se sigue perdiendo agilidad digital: a veces los dedos no logran materializar la idea. Toque más variado que nunca, más rico en colores, gradaciones dinámicas y acentos. Expresión ajena a toda severidad: cercana, acariciadora, de humanismo extremo. Los claroscuros se ven sustituidos por el sfumato. La teatralidad por la naturalidad. Las tensiones se han resuelto por completo. Vuelva al Clasicismo, pero no al de la reflexión intelectual y combativa de la Era de las Luces, ni al de los rigurosos mármoles griegos: al de la intemporalidad. La reconciliación con el mundo y con uno mismo solo puede alcanzarse tras toda una vida, después de haber experimentado el desafío, el conflicto y su resolución. Ya no solo hay espiritualidad, sino también trascendencia. Muerte y Transfiguración.

(¡Barenboim al piano! El de sus últimas grabaciones de Mozart y Schubert)

1 comentario:

Observador dijo...

Otro excelente post. Gracias, Fernando.

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