Vista con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, esta lectura puede considerarse, hasta cierto punto, como la negación de buena parte de lo que vendrá después. Nada de retórica, de decadentismo, de voluntarias vulgaridades ni de complacencia hedonista. Tampoco esquizofrenia o expresionismo. Ni dulzura, ni éxtasis místicos, ni contrastes extremos entre la muerte y la vida, entre el dolor y el júbilo. Aquí impera un dramatismo tan severo como lleno de fuerza interna (¡y eso que los tempi, con excepción del Adagietto, son bastante lentos!) que da como resultado una recreación tan discutible como necesaria.
En el primer tercio de la obra no hay lugar para aspavientos ni para el desgarro. Solo para el dolor concentrado. El Scherzo no tiene mucho de festivo ni de danzable, lo que no le impide al maestro –al que se escucha resoplar claramente al principio– desgranar las melodías con maravillosa naturalidad ni analizar el espectro sonoro con escalpelo de cirujano. El Adagietto resulta sobrio e intenso: ni sentimental, ni contemplativo. Se escucha desde la distancia y como adecuada introducción a un quinto movimiento que, sin renunciar a la brillantez, en lugar de épico y optimista resulta resulta implacable y se encuentra lleno de grandeza bien entendida.
La orquesta, un milagro. No hace falta añadir más. O sí: hay otras magníficas versiones discográficas de la partitura, pero esta es imprescindible.
1 comentario:
Pues yo también he ido a Rusia y me la he traído. La grabación en vinilo y también en CD sonaba muy ruda. Aquí han hecho milagros. Gracias.
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