martes, 14 de marzo de 2017

Dos filmaciones de Carlos Kleiber: Beethoven, Mozart, Brahms

Vamos con dos DVDs editados por los sellos Philips y Decca respectivamente que recogen sendos programas dirigidos por el singular Carlos Kleiber. El primero de ellos corresponde a los días 19 y 20 de octubre de 1983, y en ellos el maestro se pone al frente de la Orquesta del Concertgebouw para interpretar dos sinfonías de Beethoven, Cuarta y Séptima. El otro se filmó el 6 y el 7 de octubre de 1991, con la Filarmónica de Viena como instrumento ideal para enfrentarse a la Sinfonía 36, Linz, de Mozart, y la Sinfonía nº 2 de Brahms.  En los dos casos lo más atractivo es ver el gesto de Kleiber hijo: resulta imposible no dejarse fascinar por la manera en que controla todos y cada uno de los detalles en el fraseo, en cómo mueve los brazos y en lo mucho que parece disfrutar sobre el podio, aunque la leyenda urbana asegure que dirigía única y exclusivamente por dinero. En cuanto a los resultados musicales propiamente dichos, el nivel es francamente alto, pero no se encuentra exento de desigualdades.


En la Cuarta de Beethoven el maestro hace gala de su habitual fraseo felino, de su portentosa plasticidad en el tratamiento del color y de su capacidad para clarificar texturas –a pesar de unos tempi considerablemente rápidos– y ofrece, con la plena complicidad de una orquesta de técnica suprema y sensualísimo sonido, una versión luminosa y efervescente, contagiosa en su vitalidad, ajena a “brumas germánicas” y a contemplaciones más o menos otoñales, pero sin estar exenta de misterio ni de poesía. Ahora bien, como era de prever tratándose de quien se trata, pierde un tanto por un exceso de nervio en los movimientos extremos, que suenan un punto precipitados y más virtuosísticos que naturales en su desarrollo; lo mejor, el rutilante scherzo

La Séptima beethoveniana, siempre en la línea ágil, trepidante y poco interesada por densidades filosóficas propia del maestro, no alcanza la increíble incandescencia de la interpretación muniquesa del año anterior –SACD en el sello Orfeo–, y desde luego carece de la portentosa toma sonora con que los ingenieros de DG habían recogido su realización de estudio de los años setenta con la Filarmónica de Viena. Independientemente de todo ello, gran interpretación.


Pasamos al concierto de 1991 en Viena. En la Linz Kleiber nos ofrece un Mozart ágil, efervescente y luminoso, de fraseo curvilíneo y elegante, trazo finísimo y enorme belleza sonora, que funciona francamente bien en unos movimientos extremos en los que la batuta despliega toda su electricidad, pero no tanto en un Andante que, siendo muy hermoso, no resulta del todo sensual ni poético. El Minueto se encuentra muy contrastado tanto en lo sonoro como en lo expresivo, hasta el punto de que algunas frases de la cuerda resultan un punto más refinadas e incluso ingrávidas de la cuenta; impagables las maderas en el Trío.

Queda la Segunda de Brahms. Aunque la belleza sonora que extrae de la formación vienesa resulta literalmente insuperable –ni Bernstein llegó tan lejos– y la técnica de su batuta da una lección a la hora de planificar tensiones, de regular el volumen sonoro y, sobre todo, de jugar con la agógica –verdadera marca de la casa–, lo cierto es que el maestro no consigue con el mismo milagro que con la Cuarta del mismo autor. Quizá sea por las prisas con las que se plantea la obra, tal vez por su propia personalidad musical, pero lo cierto es que hay pasajes poco paladeados –la introducción, sin ir más lejos–, la extroversión se impone sobre la meditación y se echa de menos esa sensualidad cálida, tierna y efusiva que caracteriza la música del compositor hamburgués. A cambio, ofrece Kleiber una plena atención a los aspectos dramáticos de la página, alcanzando clímax muy encendidos en el primer movimiento y marcando con firmeza los momentos dolientes del segundo, si bien en ambos es precisamente donde se hacen más patentes las insuficiencias antedichas. El tercero ofrece una irreprochable muestra de agilidad y virtuosismo, marcado en todo momento por ese nervio y esa electricidad que caracterizan al maestro, mientras que cuarto, lleno de impulso jubiloso al tiempo que ricamente acentuado y muy bien clarificado en todas sus líneas, es un prodigio. Toma sonora de amplia gama dinámica, pero con distorsión.

1 comentario:

Carlos Alberto dijo...

Creo que comparto los análisis que haces de estos vídeos que yo recomendaría efusivamente a quien quisiera introducirse en la música clásica, tal es el entusiasmo y la comunicabilidad que desprenden las interpretaciones. La verdad es que a mi se me escapan las pequeñas reticencias que apuntas, tanto en Beethoven -cómo suena la orquesta, que sensualidad y que goce-como en Mozart, quizás un punto preciosista. Pero en Brahms... No siendo quizás ese Brahms otoñal y algo melancólico y doliente que asociamos al compositor,( en la línea de Giulini-Los Ángeles, mi primera escucha, o más aún con Viena), esta versión logra, al menos a mi me ocurre, emocionarme hasta las lágrimas. Ya desde el comienzo uno percibe que está ante un acontecimiento unico e impagable, mágico, un auténtico milagro. Es la fluidez y la alegría a borbotones que emanan de la versión. No sé. Brahms describía la sinfonía como algo campestre y ligero tras la fuerza y la pasión de su primera y creo que es la lectura de Kleiber, un poco como Bernstein, tanbien gran version. Por suerte, el concierto ha quedado grabado para la posteridad. Si Dios existe, esa noche sin duda estuvo allí.

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