Arranca el programa con la obertura de Egmont. Ya en una introducción sin gravedad, sin pathos, como en la mayoría de su Beethoven con esta orquesta, el milanés se limita a deslumbrar mediante un juego sonoro entre ingravideces y músculo, entre suavidad y contundencia, pero sin acertar en el estilo ni en el mensaje. Solo en la coda aparecen el fuego y la sinceridad que deberían haber presidido toda la interpretación.
Viene a continuación el Concierto para violín de Brahms. La verdad es que el maestro se muestra aquí más motivado, pero aun así no termina de dar en la diana. La sonoridad que extrae de la Filarmónica de Berlín, en principio la orquesta ideal para Brahms, es refinada y opulenta al mismo tiempo, muy en la línea de Karajan, pero ofrece aquí la densidad y la calidez propia del autor. Tampoco la batuta parece muy dada a explorar los aspectos más tensos y dolientes de la partitura. Pletórico de virtuosismo, Gil Shaham sintoniza por completo con el concepto apolíneo del maestro ofreciendo una recreación de belleza extraordinaria, antes que poética, desgarrada o conmovedora. El nivel sube por parte de los dos artistas en un tercer movimiento intenso y comprometido.
Sinfonía del Nuevo Mundo para terminar el programa oficial. La levedad y los portamenti de la introducción nos hacen presagiar una interpretación con todos los narcicismos propios del Abbado de la última etapa de su carrera, pero venturosamente no es así, porque la batuta nos termina ofreciendo una interpretación sensata, ortodoxa y musical, sin amaneramientos ni efectos de cara a la galería, además de muy fluida en su discurso y –eso por descontado– maravillosamente tocada. Ahora bien, globalmente el resultado es superficial, cuando no frío, porque no existe una idea expresiva clara detrás de esta técnicamente portentosa realización: el primer movimiento es notable sin más, el segundo emociona poco, el tercero resulta vistoso antes que electrizante y tiende a lo lúdico –más que a lo poético– en el trío, mientras que en el cuarto, venturosamente, Abbado se anima y ofrece una interpretación entregada –ya que no particularmente dramática– que se desarrolla de modo convincente hasta culminar en una coda muy bien planteada en lo expresivo.
La propina estaba cantada: obertura de Las vísperas sicilianas, pues no en vano la acción de esta ópera se desarrolla precisamente en la capital napolitana. Como escribí en mi discografía comparada de esta página, "no hubo sorpresas, pues se trató de una brillante interpretación, pletórica de virtuosismo, que se resiente un tanto en comparación por lo conseguido por él mismo en sus registros anteriores: falta la electricidad de sus años londinenses, mientras que su empeño en ser más refinado que nadie (...) empaña un poco la enorme belleza sonora de su fraseo".
Imagen espléndida en el Blu-ray editado por Euroarts. Sonido algo extraño, debido seguramente a la acústica de la sala, pero de considerable calidad y con surround auténtico. El concierto se encuentra disponible en la Digital Concert Hall, pero con calidad audiovisual menor.
1 comentario:
Como siempre, muy duro con Abbado.....y éso que ya está muerto.
Personalmente, nunca entendí que lo nombraran al frente de la mejor orquesta del mundo, como tampoco entiendo el nombramiento de Rattle, a no ser que primen los aspectos comerciales, con directores extrovertidos, conocidos por el gran público, orientados a la venta de discos o grabaciones a través de la red, puesto que la orquesta ningún director la va a mejorar, pues ya raya en la perfección.
Cuando veo un concierto de la Filarmónica de Berlín, disfruto y observo detenidamente y con placer a los músicos de la orquesta. El director en sí, me importa muy poco ahora.
Cuestión diferente es cuando la dirigen directores invitados, como Baremboim y otros pocos, que añaden más arte al ya incomparable arte de esa orquesta.
Saludos.
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