Pues bien también en ese repertorio parece ser un maestro excepcional, a tenor de la Sinfonía nº 36 que le escuché el pasado viernes 13, a la misma hora de los terroríficos atentados de París, en el Auditorio Nacional frente a la Orquesta del Festival de Lucerna. Haciendo uso de una articulación ágil e incisiva, ligeramente influida por los movimientos historicistas –mucho menos que un Rattle o un Adam Fischer, por ejemplo, pero también a distancia considerable del fraseo más legato y las sonoridades densas y cálidas de un Barenboim–, el maestro letón ofreció una interpretación de tensiones perfectamente calculadas, llena de vida, de fuerza y de comunicatividad, en la que cada una de las líneas sonoras, perfectamente clarificadas, se decía con la expresión, la intensidad y la comunicatividad apropiadas, sin que hubiera espacio para la rutina, la indiferencia ni la sosería, pero respetando al máximo el equilibrio clásico tanto en la forma como en el fondo: hubo en esta Linz frescura, luminosidad y alegría, también chispa, elegancia viril y sentido galante, pero sin olvidar los claroscuros dramáticos ni la emotividad lírica. El segundo movimiento, quizá, podía haber estado más paladeado, pero el enfoque fue coherente con el resto y el conjunto funcionó a las mil maravillas. De diez.
Por lo demás, una interpretación increíblemente bien planificada, riquísima en el color, brillante a más no poder pero ajena a efectismos, clarísima pese al despliegue decibélico y muy comprometida tanto con los aspectos trágicos de la pieza –tremebundo, desgarrador el segundo movimiento– como con los festivos –irresistible el Finale–, ajena a creatividades innecesarias –esta tarde he escuchado a Gatti: ¿para qué tanto estiramiento?– y adecuadamente concentrada cuando debe, por ejemplo en el Adagietto. Este último me sigue pareciendo en exceso contemplativo en la visión de Nelsons, pero ahora me ha convencido más que en las dos ocasiones anteriores; tampoco resulta fácil resistirse ante el derroche de belleza sonora desplegado, eso desde luego.
La orquesta, absolutamente sensacional y plagada de nombres míticos: a cinco metros de mí tenía al mismísimo Wolfram Christ. Me daban ganas de tocarle a ver si era de verdad. Un motivo más para guardar en la memoria esta concierto que terminó de manera apoteósica. El público, arrebatado pese a ser ya cerca de la una de la madrugada. Y de allí nos fuimos todos a digerir las noticias que seguían llegando desde París.
2 comentarios:
¡Cómo me hubiera gustado poder asistir al concierto! Y más después de leer tu crítica. Una cosa más, la memoria te ha jugado una mala pasada. No era la primera vez que le escuchabas algo de Mozart...
http://flvargasmachuca.blogspot.com.es/2014/08/nelsons-dirige-mozart-wagner-y.html
Saludos.
¡Qué bochorno! Decididamente, estoy perdiendo la cabeza.
Saludos.
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