ACTUALIZACIONES
7.1.2024
Añado las grabaciones de Maazel/Berlín, Ozawa/Chicago y Barenboim/WEDO, y realizo un comentario renovado de la de Karajan/Viena.
_______________________
11.8.1019
Esta entrada se publicó originalmente el 8 de enero de 2015.
He añadido ahora las grabaciones de Kubelik 1960, Klemperer 1963, Karajan 1973, Maazel 1979, Solti 1984, Rozhdestvensky 1987, Gergiev 2002 y Noseda 2015. Asimismo, he vuelto a escuchar la de Gergiev de 2010 y he modificado sus comentarios, aunque sin variar la puntuación.
________________________________________________
Aprovecho para recordar que lo más importante de la obra es el primer movimiento, tan dilatado que solo él ocupa –se acerca a los veinte minutos– poco menos de la mitad de la partitura; construir su complicada arquitectura de tensiones para descargar la fuerza en unos clímax que deben sonar muy escarpados y dramáticos es el mayor reto para la batuta. Se articula en Andante sostenuto — Moderato con anima — Moderato assai, quasi Andante — Allegro vivo.
El segundo es un Andantino muy bello en el que no es difícil para un intérprete dejarse llevar por la tentación de la dulzura excesiva. El peculiarísimo Scherzo se basa exclusivamente en los pizzicati de la cuerda, reservándose el metal la exclusiva de un trío que debe tener su apropiado sentido del humor. El Finale es un Allegro con fuoco de enorme brillantez donde el interprete tiene otro reto monumental: no subrayar el efectismo inherente en la partitura –otra tentación para conseguir el aplauso fácil– hacer gala de fuego y sinceridad a partes iguales.
1. Maazel/Filarmónica de Berlín (DG, 1960). Treinta años contaba Maazel cuando le ponen por delante una de las orquestas más suntuosas del orbe para grabar la Cuarta de Tchaikovsky. ¿Y qué hace? Pues lo mismo que un niñato con un coche de lujo: ponerlo a toda pastilla. La suya es una interpretación brillantísima, llena nervio, tremenda en sus contrastes dinámicos y en sus descargas de electricidad, clara e incisiva en la tímbrica, espectacular a más no poder… Pero superficial, muy superficial: ni rastro de la sensualidad, el humanismo y la poesía, como tampoco de la atmósfera cargada y del desgarro sincero, que esta música necesita. A la postre, uno tiene la sensación de haber escuchado una versión alargada de la Obertura 1812. (7)
2. Mravinsky/Filarmónica de Leningrado (DG, 1960). Aunque la grabación se realizó en Londres durante una gira, esta es la interpretación rusa por excelencia. Queda claro desde el principio, con esos metales incisivos, punzantes, cargados de denuncia, y esa cuerda tan voluptuosa como cálida de la Filarmónica de Leningrado. Y no queda menos claro con la batuta de un Mravinsky volcado en la aspereza y en el drama, rústico en la sonoridad, desinteresado por la belleza sonora en sí misma, en gran medida severo, pero no por ello falto de sentido de lo cantable ni de esa ternura tan típicamente tchaikovskiana. Solo pierde un tanto en relación por lo que ha venido después de la mano de otros directores: el primer movimiento podría estar mejor aquilatado en sus tensiones y alcanzar mayor fuerza visionaria, el segundo ser aún más emotivo, el tercero desarrollar mayor sentido del humor y el cuarto, poderosísimo pero quizá algo más enérgico de la cuenta, estar dicho con más atención a todos sus pliegues expresivos. La toma sonora no es mala para la época, pero sí en exceso estridente. (8)
3. Kubelik/Filarmónica de Viena (EMI-Testament, 1960). Lógica en la construcción, fluidez, claridad y un exquisito gusto son virtudes propias del arte del maestro checo que aquí no dejan de hacerse evidentes, pero lo cierto es que la inspiración no alcanza siempre la mayor altura. Lo mejor es un primer movimiento admirablemente planificado y dicho con apreciable convicción, a falta de un último punto de fuego visionario. Extrañamente flojea el segundo, dicho un tanto de pasada pese a la naturalidad del fraseo y al hermosísimo sonido de cuerdas y maderas vienesas. El tercero es clarísimo –los micrófonos quizá pongan en demasiado primer plano algunos instrumentos– pero necesita una mayor dosis de chispa y desparpajo. Y solvente sin más el Finale, necesitado de mayor fuego y visceralidad para terminar de convencer. Las trompas, curiosamente, no están en su mejor momento. Notable la toma, realizada no en la Sofiensaal sino en la Musikverein. (7)
4. Markevitch/Sinfónica de Londres (Philips, 1963). Director ucraniano y orquesta británica para una interpretación no menos rusa que la de Mravinsky y los de Leningrado: aquí hay rusticidad bien entendida, elevado sentido de la teatralidad y una electricidad incesante de principio a fin, dando como resultado una lectura encendida a más no poder pero controlada a la perfección por una técnica de batuta portentosa que planifica las tensiones con solidez increíble –primer movimiento mucho más logrado que el de la interpretación antes citada–, sin precipitarse y dejando que la música respire con naturalidad. Cierto es que los aspectos melódicos y atmosféricos no están tan logrados como los dramáticos, aunque no podemos ignorar el regusto nostálgico y amargo al mismo tiempo que con la batuta del de Kiev adquiere el final del segundo movimiento. El Scherzo está lleno de animación, con un trío admirablemente perfilado. Festivo a tope el Finale, no precisamente exento de creatividad. (9)
5. Klemperer/Philharmonia (EMI, 1963). Sensualidad y emotividad a flor de piel son dos de las características más habitualmente asociadas al mundo de Tchaikovsky. También una cierta dosis de flexibilidad a la hora de plantear la arquitectura. Ninguno de estos conceptos es precisamente afín a las personalísimas maneras de hacer del Klemperer tardío, lo que significa que nos vamos a encontrar, cuanto menos, ante una recreación altamente heterodoxa y discutible. Efectivamente, aunque a veces para bien y a veces para mal. El primer movimiento resulta severo en exceso y carece de garra, amén de resultar poco emotivo, lo que no le impide resultar impresionante en lo que a construcción arquitectónica se refiere. El segundo, increíblemente bien analizado (¡sensacionales las maderas de la Philharmonia!) da gusto escucharlo tan despojado de sentimentalismo y al mismo tiempo tan bien cantado. El tercero, por desgracia, resulta más bien aburrido, y ni siquiera el peculiar sentido del humor del maestro hace su aparición en su sección central para decir algo nuevo. El cuarto decididamente Klemperer no se lo cree, planteándolo sin carácter festivo y alejado de toda comunicatividad. (7)
6. Ozawa/Orquesta de París (EMI, 1970). Solo dos años después de su epidérmica y extrovertida Quinta con la Sinfónica de Chicago, un Ozawa de treinta y cinco años parece madurar y dejar claras las señas de identidad con que en su madurez se iba a acercar a este repertorio: amplitud y delectación melódica en grado superlativo, extremo cuidado de la belleza sonora y una atención muy especial a la delicadeza, la ternura y la melancolía, lo que no le impide recrearse en las grandes explosiones sonoras. Obviamente, unos movimientos van a funcionar mejor que otros. Aquí lo hacen particularmente bien el primero –pese a algún narcisismo en el arranque– y el segundo, bastante menos un tercero desinflado y con más epidermis que sinceridad expresiva en el Finale. La toma, realizada en la cavernosa acústica de la Salle Wagram, se ha conservado bien. (8)
7. Barenboim/Filarmónica Nueva York (Sony, 1971). En su primera aproximación discográfica a Tchaikovsky, el joven Barenboim realiza una lectura y intensa, de sonoridades rústicas y escarpadas, por momentos algo broncas, quizá porque la orquesta –que tampoco era una maravilla– no suena del todo pulida. Ofrece así un primer movimiento muy apasionado y rebelde, que va poco a poco acumulando tensiones, revelando de paso algún detalle magistral, aunque sin concluir con un clímax del todo visionario. En el Andantino Barenboim deja su impronta con un clímax intensísimo, abrasador, nada contemplativo. En el Scherzo los pizzicatti no suenan con la limpieza, agilidad y elegancia debidas, pero el trío resulta interesantísimo, con un sentido del humor sarcástico que recuerda a Klemperer. En el Finale se combinan la majestuosidad y el frenesí, conduciendo, quizá sin conseguir toda la unidad debida en la arquitectura, hacia una coda llena de fuerza y pasión. (9)
8. Karajan/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 1973). Ya desde la fanfarria del arranque –trompetas estridentes, con probabilidad de maneta voluntaria– se aprecia que Karajan a a volcarse en la espectacularidad todo lo que era previsible, pero también que va a comprometerse en lo expresivo mucho más de lo habitual. Y efectivamente, el movimiento inicial es de lo más visceral, escarpado, volcánico e implacable que se le haya escuchado al maestro salzburgués en toda su carrera fonográfica. El Andantino, aunque fraseado con cantabilidad, no es todo lo emotivo y sincero que podía haber sido, aunque es difícil resistirse a la carnosidad de las maderas y el empaste de la cuerda, tratadas por el maestro con una plasticidad y un refinamiento inigualables. Los otros dos movimientos están llenos de vida y entusiasmo, aunque perfectamente controlados desde una batuta que trata a la perfección la arquitectura global sin dejar de atender al detalle. (10)
9. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (DVD DG, 1975). Interpretación fresca y espontánea pero sin pérdidas de control, extrovertida, dionisíaca, muy brillante aunque no retórica ni superficial, no muy reflexiva ni ensoñada, tampoco particularmente poética o paladeada, pero en cualquier caso comunicativa y con una garra extraordinaria. Es decir, un Bernstein ya maduro sin llegar a la genialidad de sus últimos años. A destacar cómo el primer movimiento alcanza una tensión increíble en sus clímax con la mayor naturalidad del mundo, así como la vitalidad contagiosa, se diría que un punto jazzística, que Lenny consigue en el Scherzo, recreado con más frescura y menos retranca de otros directores. El cuarto es fogosísimo y entusiasta a más no poder, volcándose Bernstein en sus decibelios y carácter vertiginoso sin rubor alguno, pero sin perder el control ni caer en lo trivial. (9)
10. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1975). Esta grabación realizada en el Manhattan Center es algo así como el paralelo “en estudio” de la filmación en vivo del Avery Fischer Hall. De nuevo hay que admirar un primer movimiento bien paladeado, que comienza lento y ominoso, más que abiertamente trágico, para ir acumulando tensiones hasta alcanzar unos clímax de enorme fuerza: ¡qué dominio tenía Bernstein de los grandes arcos de tensiones! Segundo lento, muy cantable, emotivo y sensual. Tercero de pizzicati otra vez muy frescos, entusiastas y dionisíacos. Cuarto lleno de ardor sincero, nada retórico, siempre con su punto dramático, planteado sin precipitaciones, con inmenso control pero toda la brillantez en él esperable. (9)
11. Abbado/Filarmónica de Viena (DG, 1975). Sin perder nunca el equilibrio, la elegancia y el sentido de la belleza, sin dejarse nunca desbordar ni dejarse llevar por el frenesí, el Abbado de los mejores tiempos consigue una lectura de enorme intensidad emocional y rebeldía, increíblemente bien planificada y soberbiamente tocada por una orquesta de la que el milanés consigue una tímbrica aristada, pero al mismo tiempo muy bella, que sin ser rusa resulta de enorme atractivo. Técnicamente la perfección de la orquesta y el virtuosismo de la batuta hacen auténticas virguerías, particularmente en el Scherzo, por no hablar de un final brillantísimo pero sin el menor asomo de retórica vacua. Sencillamente sensacional. (10)
12. Rostropovich/Filarmónica de Londres (EMI, 1976). Aunque Rostropovich marca el metal del arranque de manera particularmente incisiva y desgarrada (¡brillante la London Philharmonic!), no va a ser la suya, en absoluto, una versión muy dramática, ni arrebatada, ni marcada por los contrastes; nada que ver con el carácter escarpado de un Barenboim, la fuerza dionisíaca de un Bernstein o la comunicatividad incandescente de un Abbado. La del genio de Baku es ante todo una visión lírica, efusiva, incluso melancólica –sin ser otoñal ni sombría–, que destaca por la cálida y muy emotiva cantabilidad –de apreciable sabor ruso, por otra parte– con que están recreadas las melodías tchaikovskianas. Todo ello sin menoscabo de una irreprochable construcción de las tensiones, aportando la adecuada rebeldía en los clímax y atendiendo a una meticulosa, diríase que perfecta planificación del entramado orquestal: lo del Scherzo es asombroso. Ni que decir tiene que el Finale es todo un ejercicio de control, sinceridad y exquisito gusto. (9)
13. Böhm/Sinfónica de Londres (DG, 1977). Una visión particularmente sombría, sobria pero con una enorme fuerza, donde no hay lugar para languideces ni para excesos. El primer movimiento, mucho antes trágico que épico, juega con enormes contrastes de tempi, pero ni se precipita en los momentos rápidos ni cae el pulso en los extremadamente lentos. El juego de las dinámicas, extremo, tampoco da pie la espectacularidad. Hay una sensación general tristeza y mala leche que continúa en el Andantino, dulcísimo –sin empalago– y al mismo tiempo amargo, con una melancolía mucho antes ominosa y trágica que evocadora o complaciente. El tercer movimiento tiene mucha mala leche. El cuarto es de una fuerza enorme, pero sin retórica ni triunfalismo, sino con mala uva. Enfoque discutible en genera, pues, pero revelador y fabulosamente realizado. Asombroso, inigualable el trabajo de disección orquestal. (10)
14. Markevitch/Gewandhaus de Leipzig (Tahra, 1978). Además de ofrecer su habitual Tchaikovsky rústico, encendido y extrovertido, lleno de electricidad pero siempre controlado, amén de paladeado con enorme cantabilidad por completo alejada de la blandura, Markevitch hace gala aquí de un fraseo particularmente imaginativo y flexible con el que, arriesgando mucho y de paso demostrando un colosal sentido de la agógica y una intuición asombrosa, ofrece una visión novedosa de multitud de pasajes de la partitura sin que se resientan ni la arquitectura ni el estilo. Lástima que la orquesta no esté muy allá. Sonido discreto para la época. (9)
15. Maazel/Orquesta de Cleveland (Telarc, 1979). Parece mentira que
un director de tan extraordinaria técnica y, en numerosas ocasiones, tan
fino olfato para el repertorio sinfónico tradicional, se quede en una
versión más bien irregular y deslavazada que, siempre dentro de una
incuestionable solvencia, no termina de despegar. El primer movimiento,
impecable, resulta más decibélico que rebelde en sus clímax, no del todo
encrespados por culpa de una planificación algo escasa de fuelle. El
Andantino se encuentra increíblemente bien diseccionado, pero no solo no
resulta emotivo, sino que se ve lastrado por cierta dulzonería en el
tratamiento de la cuerda. El Scherzo interesa por el cuidadoso
tratamiento de las maderas, mas carece de esa vivacidad, esa
efervescencia y ese peculiar sentido del humor de las grandes versiones.
El Finale, sin caer en el desmadre de cara a la galería, tampoco posee
el nervio y el fuelle que necesita, e incluso incurre en alguna
blandura. La toma sonora, un tempranísimo digital de mayo del 79, posee
mucha “carne” en su trasvase a SACD. (7)
16. Karajan/Filarmónica de Viena (DVD Sony y CD DG, 1984). El de Salzburgo insiste en la obra, esta vez cambiando el sonido oscuro y musculoso de Berlín por la plata de Viena. ¡Y bien que se recrea en ella! El hedonismo sonoro y gusto por el espectáculo resultan bien evidentes en esta interpretación en la que priman la brillantez, la opulencia y el refinamiento por encima del desgarro, y en la que la belleza roza en más de un momento –en el Andantino, sobre todo– la blandura narcisista, pero está tan increíblemente bien realizada y desprende tanto entusiasmo que es imposible no rendirse ante el resultado. El SACD de Esoteric resulta algo cavernoso cuando suena la percusión, muchísimo más presente, por lo que he catado, que en el CD oficial. También parece que es más redondo, más carnoso. (9)
17. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1984). Adoptando un enfoque antes épico que trágico –lo que resulta por completo válido, claro está–, Sir Georg hace gala de toda esa electricidad perfectamente controlada, de esa brillantez y de ese sentido teatral que le caracterizan sin caer en rigideces –el fraseo es flexible y natural a más no poder– y sin descuidar precisamente la claridad y el equilibrio de planos sonoros –la depuración sonora del tercer movimiento es de oírla para creerla–, todo ello sin dejar de descubrirnos –pasaje agitado del Finale justo antes de la reaparición del tema del primer movimiento, que tras semejante desesperación vuelve con perfecta lógica– el verdadero sentido de alguna de las frases. Eso sí, se echa de menos esa particular sensualidad humanística, tierna y doliente, en la manera en que la cuerda canta las bellísimas melodías tchaikovskianas, aunque la orquesta compensa semejante carencia de la batuta con una actuación de esas que hacen historia. (9)
18. Rozhdestvensky/Sinfónica de Londres (Pickwick, 1987). Aun sin renunciar a esos clímax de ásperos metales que tanto le gustaban, no apuesta el maestro moscovita por una recreación particularmente visceral ni expresionista. Ni siquiera en el Scherzo, bienhumorado antes que sarcástico, hace gala de su poderosa personalidad. Lo que ofrece es más bien una interpretación de corte reflexivo, de tempi deliberados y melodías paladeadas con delectación, atenta a la atmósfera, a lo contemplativo y a lo melancólico, diríase que un punto otoñal, pero sin blanduras ni amaneramientos. Ahora bien, lo cierto es que el conjunto no termina de funcionar hasta llegar a un magnifico cuarto movimiento: en el resto falta un último grado de inspiración, de compromiso expresivo. La toma deja que desear desde el punto de vista tímbrico, pero al menos ofrece una muy amplia gama dinámica. (8)
19. Abbado/Sinfónica de Chicago (Sony, 1988). Trece años después, han desaparecido la rebeldía y la tensión de la versión con Viena y hace su aparición cierto carácter contemplativo acompañado de una tendencia a la blandura y al narcisismo sonoro propios del Abbado maduro, aunque por fortuna sigue sin haber la menor caída en la retórica o el efectismo. La orquesta está formidable y la elegancia se encuentra garantizada. (8)
20. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (DG, 1989). Con Lenny en la cima de su talento y creatividad, esta podía haber sido la interpretación de referencia. pero no: si cojea un Andantino un tanto narcisista y amanerado. Si no fuera por él, la interpretación sería genial por su fuego, su visceralidad sin pérdida de control, su brillantez y opulencia sonoras, su sentido del color y, también, su sentido del humor y frescura en el tercer movimiento. (9)
21. Celibidache/Munich (Artist, 1990). En esta piratada radiofónica de discreto sonido queda ya de manifiesto el modus operandi del Celibidache tardío, que hace gala de la extraordinaria cantabilidad, la admirable elegancia, el desarrolladísimo sentido del color y la honda serenidad poética que en él son habituales. Asimismo encontramos ese particular sentido “deconstructivista” tan suyo que le lleva a tratar la arquitectura con flexibilidad y lentitud extremas, dando como resultado un alucinante análisis del entramado vertical y horizontal de la partitura capaz de revelar mil y un detalles nuevos, pero derivando al mismo tiempo en una gran excentricidad en el discurso y en un alejamiento de la expresividad rústica, visceral y encendida que es propia del autor. (9)
22. Sanderling/Filarmónica de Berlín (DVD Euroarts, 1992). Lectura de trazo amplio, lenta pero de pulso muy sostenido, de asombrosa cantabilidad, gran hondura espiritual y un intenso sentido humanista, sin que falten el sentido del humor (sutil, nada sarcástico), la brillantez ni, menos aún, la elegancia. Las tensiones está muy calculadas, no habiendo lugar para el arrebato espontáneo, aunque eso tampoco merma la naturalidad, en todo momento muy grande. Resulta ideal para este enfoque el sonido denso y oscuro –pero no precisamente escaso de claridad– de la orquesta, cuajada de espléndidos solistas. A destacar los movimientos extremos: denso e implacable en su tensión interna el primero hasta alcanzar unos clímax de fuerza abrumadora, grandioso pero no grandilocuente el Finale, tan intenso como ajeno al frenesí o el descontrol. (10)
23. Celibidache/Filarmónica de Munich (EMI, 1993). Amplitud de trazo, sentido del color, efusividad lírica, refinamiento sin blanduras y brillantez sin ampulosidad se encuentran aquí tal y como se podía esperar, siempre en una línea más apolínea que dionisíaca, pero en esta ocasión los tempi son tan lentos –más aun que en su registro corsario tres años anterior, excepto en el último movimiento– que en el segundo movimiento llegan a irritar, perdiéndose un tanto la continuidad del discurso. El sentido del humor del tercer movimiento es muy sutil, quizá demasiado. El cuarto movimiento, por el contrario, es todo un triunfo. (8)
24. Barenboim/Sinfónica de Chicago (Teldec, 1997). El maestro argentino parece comenzar algo apagado, pero pronto las tensiones se van acumulando de manera implacable: escarpadísimo el clímax central y tremendo el final, con unas “ráfagas” de los metales (¡increíble la orquesta!) verdaderamente estremecedoras. La cantinela del oboe que abre el Andantino está dicha con la naturalidad que pedía Tchaikovsky, aunque el resto del movimiento, por descontado que anejo a la blandura, no es el más emotivo posible. Más sutil que animado el Scherzo, en el que sobresalen los detalles ligeramente mordaces del Trío. El cuarto es el gran triunfo de Barenboim: fogoso e intenso sin ápice de grandilocuencia ni triunfalismo. La orquesta le suena menos bella que a Abbado, pero más rústica y corpulenta, y desde luego con un color más adecuado para este repertorio. (9)
25. Barenboim/Sinfónica de Chicago (YouTube, 1997). Unos meses después de su grabación para Teldec, Barenboim se supera a sí mismo junto a los de Chicago en Nueva York con una poderosísima, incandescente y arrebatadora interpretación, tremenda en los movimientos extremos, de una rabia y una visceralidad sobrecogedoras, pero también dichos con enorme control y una admirable flexibilidad. Muy bien el segundo, hermoso pero nada dulce ni ensoñado, y con buen sentido del humor el tercero. La orquesta vuelve a sonarle adecuadamente rocosa y escarpada. ¿Veremos alguna vez una difusión comercial, con imagen y sonido decentes, de este prodigio? (10)
26. Gergiev/Filarmónica de Viena (Philips, 2002). Aun siendo un director generalmente tosco, zafio y hasta hortera, el moscovita aquí demuestra no solo una absoluta convicción hacia los valores de la obra, sino también un trabajo más cuidadoso con la orquesta de lo que en él es habitual y una renuncia, cosa sorprendente en una obra que se presta a que el maestro se suelte la melena, a montar el numerito decibélico, aunque no deja de haber ciertas irregularidades. Así, el primer movimiento convence por un planteamiento adecuadamente elástico y por sus clímax escarpados y llenos de rabia, si bien la planificación no es óptima y da la impresión de que la dilatada página está construida sin la continuidad suficiente. Muy bien paladeado el segundo movimiento, sobresaliendo una sección central muy encendida, aunque alguna frase resulta algo relamida. Magnífico el tercero, no solo lleno de nervio en los pizzicati sino también con su bienvenida pizca de retranca en el tratamiento de las maderas. Y muy notable, sin ser el más electrizante de los posibles, un Finale bien planteado y resuelto. La toma no es la mejor de las posibles para un recinto de tan notable acústica como la Musikverein vienesa. (8)
27. Gatti/Royal Philharmonic (Harmonia Mundi, 2004). Lectura no ya superficial sino abiertamente equivocada, escasa en dramatismo y de un lirismo cursi que apuesta por las sonoridades ingrávidas y almibaradas, echándose de menos densidad sonora y esa cantabilidad honda y sentida propia del autor. Primer movimiento nervioso, sin garra dramática alguna, con momentos excesivamente leves. Segundo insoportable: trivial, cursi, repipi. Scherzo ligero y virtuosístico, más bien trivial. Bien a secas el Finale, adecuadamente festivo pero sin vulgaridad. A olvidar. (5)
28. Tilson Thomas/Sinfónica de San Francisco (DVD San Francisco Symphony, 2004). Tras una fanfarria no del todo sincera, incluso un punto más retórica de la cuenta, el director norteamericano se pierde en el laberinto de las tensiones y distensiones del primer movimiento sin llegar a darle unidad al mismo, y por ende sin alcanzar la rabia y desesperación que requieren sus clímax. En el Andantino hace frasear al oboe con amaneramiento para decantarse luego por un lirismo de sensibilidad refinada y mucha cantabilidad, pero algo blando y tristón, carente de verdadera congoja y de la tensión interna que necesita. El tercero movimiento está irreprochablemente delineado sin que termine de funcionar, mientras que por fin en el cuarto Tilson Thomas demuestra su enorme talento ofreciendo brillantez, fuerza y entusiasmo bajo un perfecto control de los medios a su disposición. Espléndido el documental sobre la obra, aunque en gran medida sea promoción de la propia orquesta californiana. (7)
29. Van Immerseel/Anima Eterna (Zig-Zag, 2004). Llegaron los instrumentos originales a Tchaikovsky, pero a la postre aportaron nada en especial. Lo hubieran hecho, quizá, con un director más afín a este repertorio y menos aburrido que el señor Van Immerseel. También con más técnica: su primer movimiento resulta deslavazado, alternando momentos logrados con otros sin pulso, con tensiones no del todo bien planificadas y sin la suficiente rebeldía por mucho todo esté en su sitio. El Andantino resulta bajo su dirección tan correcto como soso. Al tercero le falta sentido del humor. El cuarto está bien, no cae en efectismos, y de ahí no pasa. En suma, una interpretación que no saca los pies del plato pero termina aburriendo. Habrá pedantes que la aplaudan creyendo que es el colmo del atrevimiento con su postura presuntamente renovadora, contraria a la tradición e inconformista, cuando en realidad es más de lo mismo, pero mal hecho. (5)
30. Gergiev/Orquesta del Mariinski (Blu-ray Mariinsky, 2010). En una línea parecida a la de su grabación en Viena ocho años anterior, pero con una orquesta mucho menos buena, lo más interesante de esta filmación, además de su soberbia calidad de imagen y sonido, es un primer movimiento que no solo ardiente y escarpado a más no poder, sino también mucho más controlado de lo que en Gergiev se pudiera esperar, aunque también es cierto que en los momentos más introvertidos la tensión se le viene abajo, y que alguna frase algo meliflua se le escapa. El lirismo del segundo movimiento –muy bien delineado el juego entre cuerda y maderas– resulta un tanto blandengue y sentimentaloide, incluso un punto gangoso: no se lo acaba uno de creer. Solvente pero algo soso el tercero, y muy notable el cuarto. La filmación, realizada en la Salle Pleyel de París, está realizada por un Andy Sommer que intenta ser moderadamente original sin convencer en sus detalles creativos, optando por algunas decisiones tan discutibles como los planos congelados del director. (7)
31. Krystian Järvi/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2012). El más joven de la dinastía de los Järvi nos desconcierta por completo en un primer movimiento que arranca admirablemente –viriles, decididos los soberbios metales de berlineses– y a partir de ahí alterna momentos con todo el carácter escarpado y dramático que deben con otros en los que los tirones de tempo, ciertos detalles amanerados en el fraseo e incluso inesperadas sonoridades blandengues en la cuerda terminan resquebrajando una arquitectura que no se sabe muy bien a dónde va. Funciona mucho mejor el Andantino, vehemente más que ensoñado, beneficiándose de manera considerable de la soberbia cuerda de la Berliner Philharmoniker. Magnífico el Scherzo, lleno de vida y entusiasmo, además de dicho con todo el virtuosismo esperable en la formación alemana. Decidido y de una pieza el Finale, antes que matizado, culminando en una coda particularmente fogosa y un tanto efectista en la que los prodigiosos metales de la orquesta alemana tienen mucho que decir. Lo dicho: una interpretación desconcertante. (7)
32. Noseda/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2015). El maestro italiano ofrece una interpretación muy bien construida –nada que ver con la de Krystian Järvi con la misma orquesta–, cuidadosa y de irreprochable gusto, sin languideces ni excesos, a la que por desgracia le falta ese punto de cantabilidad, sensualidad y emotividad netamente tchaikovskianas que ejerzan de contrapunto a la brillantez desplegada y profundicen en las significaciones de la partitura. Tampoco su voltaje dramático llega a los niveles que Karajan alcanzó décadas atrás precisamente. En cualquier caso, la Filarmónica de Berlín vuelve a ser un lujo en una partitura como esta, particularmente escuchar a un Albrecht Mayer en la cantinela del oboe del segundo movimiento, por no hablar de los metales en un Finale encendido pero sin efectismos. El vídeo se encuentra disponible en este enlace. (8)
33. Barenboim/WEDO (Medici TV, 2015). Ninguna novedad conceptual ofrece aquí el maestro frente a sus testimonios anteriores, aunque quizá sea en esta ocasión cuando sus aportaciones ofrezcan una síntesis más redonda y equilibrada hasta redondear una interpretación quizá no genial, pero a todas luces modélica. En este sentido, el primer movimiento es toda una lección de desarrollo orgánico en la arquitectura y de cómo planificar tensiones para alcanzar clímax de gran fuerza sin recurrir a efectismos. El segundo, una vez más con Barenboim mucho antes incandescente que ensoñado, está dicho con enorme sensualidad y una plasticidad enorme en el tratamiento de la cuerda. Un prodigio la regulación dinámica de los pizzicatos en el tercero, irónico más que distendido, por no hablar de la claridad de las maderas en un trío que suena mordaz y bastante ruso. Y qué decir del Finale, de nuevo especialidad de la casa: imposible ofrecer una más portentosa convergencia entre arrebato y control. La orquesta funciona estupendamente poniendo lo mejor de sí mismo, aunque Barenboim hace un poco de trampa y se trae de refuerzo al mismísimo Mathieu Dufour, por entonces flautista de Chicago y ahora en la Filarmónica de Berlín. (10)
11 comentarios:
Buenas tardes y, ante todo, Feliz Año 2015. Magnífico, como siempre, el análisis de la cuarta de Tchaikovsky, mi favorita junto con las séptimas de Bruckner y de Mahler. Entre las versiones analizadas, he echado en falta Sanderling/Leningrad (DG, 1956), en mi opinión a la altura de las mejores, por su sentido de la tensión y la disciplina, su recreación del drama contenido y la liberación redentora, y su fuerza vital basada en texturas primarias y elementales. Desconozco si ha podido escucharla y, si es así, si tiene una opinión al respecto. Muchas gracias.
Muchas gracias, aunque no creo que mi texto sea ninguna maravilla. Entre otras cosas, por las muchas interpretaciones que faltan.
Entre ellas no solo está la del joven Sanderling, que confieso no sabía que existiera, sino muchas otras. Tengo particular interés por escuchar las de Solti y Dohnanyi, de las que me llegan excelentes referencias. Asimismo me gustaría repasar una que tengo por ahí de Rozhdestvensky, de la que no he dicho nada porque hace mucho que no la escucho. Obviamente también tendría que indagar en los maestros más antiguos. ¡Muchas gracias por la recomendación!
Estimado Fernando. Hay una interpretación a la que le tengo gran aprecio. Es la realizada por Szell con los músicos de la Sinfónica de Londres que resulta realmente maravillosa. Procuraré actualizarla en mi blog por si es del interés tuyo y de tus estimados seguidores. Un abrazo.
Hola, Fernando.
Me encantó tu descripción de la sinfonía. Todavía recuerdo cuando la escuché por primera vez en la grabación de Bernstein-CBS/Sony- en un vinilo de una sala de escucha . No es nada nuevo para todos me imagino que la primera llegada es obnubilante, con las llamadas de bronce, con el terrible climax del primer movimiento, el segundo tiempo tan directamente melancólico, el juego genial del Scherzo y el abrasador Final. ¡Y todo en una sola obra!
Después que me imagino que también nos pasa, llegan los comentarios de obra trivial, vulgar, "hay otras mejores",etc.
Con el tiempo, nos queda claro que siempre ha sido una gran obra "incomparable".
El caso de Karajan es manifiesto que la admiraba y grabó varias veces (Emi dos veces, DG tres veces y videos dos veces) con la Philarmonia, Flarm. Berlín y de Viena. La que versión de Viena en DVD que citas es particularmente conmovedora, ya viejo que se explaya con sus músicos como no acostumbraba para sacar el máximo fuego de la interpretación.
Me has dejado una tarea grande porque si bien he escuchado varias versiones, de las que citas, sólo conozco de ellas todas las de Bernstein, la de Karajan ya mencionada, y todas las otras no las conozco. Espero tener la oportunidad.
Las de Barenboim no me parecía a priori cercano a este tipo de obras, así que me picó la curiosidad.
Muchos saludos,
Jorge Pinilla S.
¡Argenta!
Hay una de Stokowski con la American Symphony que está llena de arbitrariedades, pero también de color, tensión y romanticismo desatado.
Cito:"Con Lenny en la cima de su talento y creatividad, esta podía haber sido la interpretación de referencia. pero no: si cojea un Andantino un tanto narcisista y amanerado."
Claro, pero ese es mi Bernstein, al que adoro precisamente por eso;)
Normal, la línea que separa la genialidad del narcisismo es delgadísima. Lo mismo otro día vuelvo a escuchar esa última Cuarta de Lenny y las excentricidades me parecen grandes descubrimientos. Con Celibidache suele pasar algo parecido. Saludos.
Hola Fernando
quisiera saber qué opinión te merecen las tres últimas de Tchaikovsky grabadas por Mariss Jansons para Chandos , que tengo entendido tienen cierto prestigio aunque no he podido escuchar aún ,
Cordialísimo Saludo !
Julián
Hola Fernando:
Disculpa que no es el tema, pero me gustaría saber, ¿cuál es tu grabación favorita de ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA de Richard Strauss?
Hace dos semanas descubrí tu página de música. Y verdaderamente estoy fascinado por tus certeros análisis sobre las grabaciones. Por tanto, también aprovecho para animarte a que sigas haciendo posts de DISCOGRAFÍAS COMPARADAS. Sé que tienes poco tiempo, pero bien lo vale.
¡Muchas gracias!
Saludos desde Argentina,
Mario
¿Zaratustra? La de Maazel con la Filarmónica de Viena. ¡Saludos!
Publicar un comentario