El programa de la cita anual que desde 1991 ofrece para toda Europa en directo la Filarmónica de Berlín proponía para 2014 un programa de singular atractivo: en la primera parte dos obras destinadas al gordo más célebre de la literatura shakesperiana, concretamente la obertura de Las alegres comadres de Windsor, de Nicolai, y el Falstaff de Edward Elgar, y en la segunda la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky. Dirigía Daniel Barenboim, y el evento se celebraba en la Philharmonie de Berlín conmemorando el 50 aniversario del edificio levantado por iniciativa de Herbert von Karajan.
Intenté seguir la transmisión desde la Digital Concert Hall, pero no hubo manera: quizá por haber muchísima gente conectada, los saltos eran tan brutales que no se podía disfrutar de ninguna manera. Al final, y como los responsables de la referida plataforma todavía no han tenido la bondad de subir a la misma la copia que suelen colocar unos días después para quienes deseen ver cada uno de los eventos a posteriori, he tenido que escuchar la primera parte en la toma radiofónica –subiendo y bajando el volumen porque la compresión dinámica es brutal– y la segunda en un trasvase televisivo con imagen soberbia pero sonido muy distorsionado. ¿Resultados artísticos? Excepcionales, quizá uno de los mejores primeros de mayo de la Berliner Philharmoniker.
¡Cómo ha cambiado el arte directorial del maestro de Buenos Aires a lo largo de las últimas décadas! O mejor dicho, cómo se ha enriquecido frente la adustez, la seriedad y el marcado sentido dramático que lo singularizaban años atrás, añadiendo ahora aspectos tales como la sensualidad, el sentido de lo “amoroso”, la chispa y, por qué no, el cachondeo. Su grabación con la Sinfónica de Chicago de la deliciosa (y mucho más que eso: genial) obertura de Nicolai, realizada por DG en la segunda mitad de los setenta y aún sin pasar a compacto, era ya una interpretación de notable nivel por su concentración, su equilibro y su admirable análisis del entramado orquestal, así como por los adecuados toques de humor grotesco con que retrataba al gordinflón en la sección central, pero resultaba también algo seria, un tanto escasa de gracia, de picardía, de descaro.
Pues bueno, justo todo eso es lo que ahora Barenboim, con la colaboración de una orquesta opulenta que sabe regodearse en los aspectos más jocosos de la página, ofrece a las mil maravillas haciendo gala, además, de un fraseo carnal, cantable a más no poder y de una belleza abrumadora, así como de un empuje dionisíaco de los que emborrachan. Con el permiso de Hans Knappertsbusch y Carlos Kleiber, más elegantes y distinguidos en su sentido del humor en sus respectivas grabaciones, geniales ambas, ¡qué maravilla esta interpretación del primero de mayo! Aquí les dejo la que hizo con la Staatskapelle de Berlín de hace unos años, que con diversos detalles distintos a la de antes y a la de ahora –Barenboim siempre cambia de una ocasión para otra, olvidando aquí e inventando allá–, anunciaba a la que comentamos en su carácter vivaz, pícaro y bullicioso, que no tanto en su sensualidad y sentido cantable.
Tres cuartos de lo mismo se puede decir del Estudio sinfónico elgariano, con el importante matiz de que aquella recreación con la Filarmónica de Londres registrada para CBS en los setenta era ya admirable. Pero lo era, sobre todo, por dotar a la obra de un elevado pathos dramático y, sobre todo, de un humor sarcástico y amargo, ofreciendo para ello un tratamiento soberbio de las maderas y sus tonalidades ocre. Contrastaba así su lectura con las sin duda soberbias de un Barbirolli o la de un Solti, este último con la misma orquesta que el argentino pero obteniendo de ella un sonido menos robusto, denso y germánico de nuestro artista, que frente a los dos citados perdía en frescura, en chispa y en picardía, pero ganaba en carácter sombrío. ¿Y ahora? Pues el amargor sigue ahí, qué duda cabe, pero atemperado por una luz maravillosa que baña toda la partitura con jovialidad, alegría, ganas de vivir y, sobre todo, una jocosidad rústica (Falstaff es un noble, sí, pero muy de pueblo) a la que no son precisamente ajenas las certerísimas intervenciones de las maderas de la Filarmónica berlinesa, llenas de recochineo; todo ello, además, con un empuje teatral, una capacidad para narrar y una solidez en la planificación encomiables. Otro portento, vaya.
La interpretación de la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, superior a la algo decepcionante que tenía grabada con la Sinfónica de Chicago y también más redonda que la notabilísima con la West-Eastern Divan, se caracterizaba por aunar una conmovedora cantabilidad y una enorme plasticidad en el tratamiento orquestal, sobre todo de la cuerda, con una incandescencia perfectamente controlada gracias a un dominio de la agógica incuestionable; todo ello sin renunciar a la sensualidad, a lo evocador y hasta a lo decadente bien entendido, pero alcanzando entre todos estos ingredientes un equilibrio óptimo. No se trata pues de una lectura muy personal, como pueden ser las sin duda geniales y diametralmente opuestas entre sí de Böhm y Bernstein (las de DG en ambos casos), sino de una realización de las más admirable ortodoxia en la que todos los aspectos expresivos de la obra se sintetizan con singular armonía y su desarrollo alcanza una naturalidad, una lógica y una sinceridad pasmosas. Obviamente la orquesta también tiene mucho que decir: de primerísimo orden todas las intervenciones de los solistas.
En fin, tres maravillosas muestras de cómo el arte de Barenboim, lejos de los planteamientos un tanto unidireccionales –arriesgados y discutibles, pero casi siempre reveladores– de sus primeros tiempos empuñando la batuta, se ha hecho mucho más completo hasta convertirle, merced a una técnica que obviamente también se ha ido enriqueciendo a lo largo de las últimas décadas, en uno de los más grandes directores de los últimos cien años. Esperamos impaciente sus próximas comparecencias en el podio.
Ah, quien quiera ver el concierto en su ordenador, puede hacer clic aquí y verlo en Medici TV.
1 comentario:
Todo lo que le he escuchado a Baremboim con la Filarmónica de Berlín es extraordinario.
Yo compraria y he comprado grabaciones suyas con esa orquesta, pero no he comprado ni compraré grabaciones de Rattle con la misma.
Soy un humilde aficionado pero me pregunto si los gestores de la gran, primerísima Filarmónica de Berlín se han planteado ésto.
Saludos.
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