Aunque desde luego sabía desde hace años de su existencia, la verdad es que solo muy recientemente he podido conocer el arte de Bejun Mehta. Lo he hecho a través de un compacto llamado
Ombra Cara en el que el contratenor norteamericano canta arias de Haendel bajo la dirección de René Jacobs, y que me ha parecido un verdadero prodigio en todos los sentidos. Por eso mismo acudí con entusiasmo el pasado domingo 9 por la tarde al Auditorio Nacional de Madrid a escucharle, en versión de concierto, el
Orfeo y Eurídice de Gluck bajo la dirección de Marc Minkowski, aun sabiendo que en esta obra de increíble belleza –sobre todo en la sobria versión original de Viena, en italiano y sin añadidos– no hay coloratura en la que lucirse, y que por tanto una de las principales habilidades del sobrino de Zubin se iba a quedar sin hacer su aparición.
Pues bien, no me defraudó en absoluto: con el permiso de la excelsa Janet Baker –obviamente con un instrumento muy distinto–, Bejun Mehta es un Orfeo admirable: desnuda su línea de canto, insisto, de toda agilidad, queda al descubierto un fraseo concentrado, de enorme elegancia, limpio y elegante, muy delicado pero sin la menor afectación, en el que el control absoluto del vibrato –reducidísimo, aplicado siempre con fines expresivos- se convierte en un arma de primer orden, como lo es también su cómodo ascenso al agudo y la relativa holgura del grave. Personalmente me hubiera gustado una mayor dosis de desesperación y rebeldía en sus dolientes intervenciones del primer acto, como también un “Che farò senza Euridice” no tan neoclásico, aún más emotivo, pero en cualquier caso Mehta canta no solo con belleza canora, sino también con intención. Como actor –anda haciendo esta ópera junto al propio Minkowski en Grenoble– se le ve además muy desenvuelto.
Me pareció excelente la Eurídice de Chiara Skerath, expresiva a más no poder. Tampoco se puede desdeñar el Amor de Ana Quintans, con encanto pero sin caer en lo la cursilería. Y más que notable, finalmente, la muy decisiva intervención del Coro de Cámara del Palau de la Musica Catalana bajo la dirección de Josep Vila y Casanas.
Lo menos bueno vino por parte de Minkowski, para mi gusto uno de los dos más mediocres directores –directores famosos, se entiende– de la actualidad; el otro es Gergiev, con quien comparte en buena medida su modus operandi basado en la energía descontrolada, la tosquedad y el efectismo. Aun así, reconozco que este
Orfeo vienés (la versión francesa la tiene grabada en Archiv) no es ni mucho menos lo peor que le he escuchado: tras una obertura tan enérgica y teatral como vulgar, incluso brutal, creo que bastante por debajo de la del disco, el fundador de Les Musiciens du Louvre Grenoble –la orquesta funcionó muy bien– se limitó a ofrecer una lectura de trazo firme y cierta comunicatividad, aunque sin perder mucho tiempo en encontrar matices, potenciar el asombroso lirismo de la escritura de Gluck (¡qué música, cielo santo!) ni trabajar con el debido refinamiento. Mejor esto que la frivolidad y la cursilería que en él se podían esperar, desde luego, aunque eché mucho de menos a René Jacobs, quien bajo los mismos parámetros historicistas –que son quizá los que más le convienen a esta obra aún temprana en el clasicismo– tiene en Harmonia Mundi una lectura de extraordinario nivel.
En cualquier caso, un muy notable
Orfeo y Eurídice que recibió una muy buena acogida del público madrileño y de los visitantes que, como yo, tuvimos que meternos luego en carretera.
3 comentarios:
Adoro esta ópera, pero creo que soy una rara avis, porque mi versión favorita es la revisión de Berlioz.
No he estado en la representación, pero en principio, Minko no me parece un director dado a lo cursi. Precisamente es el Jacobs de los últimos años el que me parece amaneradísimo y caprichoso. El problema de Minkowski, para mí, está en su exceso de efectismo, en buscar impresionar más con la forma -que es bastante ruda- que con la emoción. La obertura en el cedé de Archiv, por ejemplo, es también muy seca. En realidad el lenguaje de Minkowski no me parece muy lejano al de Harnoncourt, que todavía es más ácido y rústico, aunque también más expresivo y hábil a la hora de comunicar.
De todas formas, el estilo de Minkowski funciona bien en Handel. Su "Ariodante" hay que tenerlo. En Rameau y el barroco francés (especialidad suya) tiene, cuando quiere, cosas buenas, pero Christie me parece una batuta más sólida en ese terreno.
Estupenda crónica, Fernando.
No conocía esta obra y gracias a este blog he descubierto esa música maravillosa.
Lo que desconozco son las referencias interpretativas de la misma.
La verdad es que soy alérgico a los instrumentos originales, con la excepción del Haydn de Kuijken.
Agustín, me alegra muchísimo haber servido para descubrir esta obra genial. Para acercarme a la obra yo me haría al menos con la interpretación de Leppard con Janet Baker, en CD en Erato y en DVD en Warner, esta última con una puesta en escena rancia y ridícula de Peter Hall. Si eres alérgico a los instrumentos originales no te puedo recomendar a Jacobs (Harmonia Mundi, versión original de Viena) o la de Gardiner en DVD (versión de Berlioz, con una puesta en escena de Bob Wilson que a mí me gusta bastante).
Pablo, muchas gracias. A Minkowski yo si le veo cosas cursis, sobre todo cuando aborda clasicismo. Pienso ahora en la Sexta de Schubert, ay. Completamente de acuerdo con lo que dices de que el probema "está en su exceso de efectismo, en buscar impresionar más con la forma -que es bastante ruda- que con la emoción". En la relación con Harnoncourt no había reparado, y creo que llevas razón.
También estoy de acuerdo en que su Ariodante hay que tenerlo, pero más por los cantantes que por él: a mí su Haendel también me parece un tanto primario. Y en los francés, por descontado, Christie le da mil vueltas: mucho más sensual, elegante y matizado.
Gracias por las aportaciones. Saludos.
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