martes, 13 de agosto de 2013

Barenboim y la WEDO, 2013: estilo tardío (I)

Hace tiempo que vengo sosteniendo que Barenboim ha efectuado –y sigue efectuando– un importante giro expresivo tanto en su arte pianístico como en el directorial. La primera vez que lo noté con claridad fue en 2008, su primer año con sinfonías de Bruckner en el Festival de Granada, y así lo dejé explicado en este mismo blog, aunque a decir verdad luego pude rastrear huellas en esa misma dirección en su Clave bien temperado para Warner y sus Sonatas de Beethoven filmadas por EMI, además de en su Tristán de La Scala. La continuación del ciclo Bruckner me fue confirmando la primera impresión, como también lo hicieron las sinfonías de Beethoven que le escuché en Colonia, luego editadas por Decca, o su DVD de Chopin en Varsovia, o un Schubert que hizo en 2011 en Madrid. A propósito de este último, puse aquí por escrito las siguientes reflexiones:
“En las notas al programa Luis Gago se preguntaba si en estas sonatas D. 894 y D. 958, antepenúltima y penúltima de su autor respectivamente, podrían corresponder a ese ‘Late Style’ del que hablaba Edward Said en su libro póstumo (editado en castellano por la Fundación Barenboim-Said, dicho sea de paso). Y yo me permito preguntarme ahora si el de Buenos Aires, tras sesenta años de carrera, ha entrado ya en su particular estilo tardío. Un estilo que estaría caracterizado por una parcial -y solo parcial- renuncia a ese denso y profundo sentido trágico que tantas veces le ha llevado a no hacer concesiones, para enriquecer el concepto con aspectos tales como la delicadeza, la ternura y, por qué no, la espiritualidad trascendida. Tal vez triunfa finalmente en Barenboim el espíritu sobre una materia ‘desmaterializada’ en su divina imperfección formal, como en Miguel Ángel o en El Greco al final de sus vidas. O como en un Furtwaengler, un Celibidache o un Giulini, podríamos añadir.”
Los dos conciertos sinfónicos frente a la Orquesta del West-Eastern Divan en Andalucía en esta edición de 2013, adelanto ya que soberbios, a mi entender han abundado en esta misma dirección. El viernes 9 de agosto ofreció en el Teatro de la Maestranza un programa integrado por Verdi y Berlioz: oberturas de Las vísperas sicilianas, La Traviata –preludios de los actos primero y tercero– y La forza del destino, más la Sinfonía fantástica; de regalo, la Suite nº 1 de la Carmen de Bizet, supongo que no tanto de cara al público como para satisfacer la ilusión de los músicos por tocar esta obra en Sevilla. Al día siguiente hicieron en Granada los preludios de Parsifal y Los maestros cantores, más la Séptima sinfonía de Beethoven; al terminar, Preludio y Liebestod de Tristán e Isolda.

Barenboim WEDO Sevilla 2012

Barenboim el combativo, el dramático, el denso; el artista más preocupado por la fuerza expresiva que por la elegancia o el refinamiento; el músico que ha sabido unir el pathos y la reflexión desde una perfectiva profundamente germánica… ¿abriendo paso a la belleza más espiritual, abstracta y trascendida? Pues sí. Se evidenció claramente en los preludios de Traviata, pero también en los pasajes líricos de I vespri y La Forza, todos ellos fraseados una asombrosa mezcla de naturalidad y flexibilidad. Por no hablar del tercer movimiento del Berlioz, verdaderamente sublime en su concentración y elevación espiritual, o de uno de los más hermosos preludios de Parsifal que yo haya escuchado en vivo o en disco, o del metafísico Tristán… A cambio, Barenboim ha perdido parte de la visceralidad de otros tiempos, y habrá quien eche de menos enfoque más teatrales, inmediatos y brillantes. Pero vayamos por partes.

Su Verdi se encuentra en el extremo diametralmente opuesto al de un Toscanini o un Muti: sin la sana rusticidad, la luz mediterránea ni la electricidad irresistible de los citados, también sin su sentido del vigor rítmico, e incorporando en su lugar una buena dosis de brumas, de sentido de la atmósfera, de densidad sonora, pero sin caer en modo alguno –cosa que sí le pasaba a Karajan– en lo pesado, lo pretencioso o lo decadente. Un Verdi germánico, dirían algunos, aunque ¿acaso no es la manera que tiene Barenboim de cantar las melodías mucho más profundamente latina que la de los dos directores anteriormente citados?

Su obertura de I vespri  quizá fue aún mejor que la que comenté hace poco de un recital con la Staatskapelle de Berlín. En Traviata se ha perdido algo de la pasión anhelante del referido concierto berlinés, pero se ha ganado en espiritualidad y trascendencia. En cuanto a La forza, Barenboim sigue ofreciendo una interpretación gótica y ominosa como la que hizo en El Escorial en 1992 o la que ofreció con la misma WEDO hace una década, solo que ahora con una creatividad y una inspiración aún mayores. A mí todo este Verdi sevillano me pareció excepcional, de una genialidad fuera de lo común, aunque entiendo que algunas personas –no sé si las hubo– pudieran no compartir o no comprender el concepto y salir disgustadas. En cualquier caso, interpretaciones personales, arriesgadas y coherentes, sin duda novedosas y hasta reveladoras, por completo alejadas de lo rutinario o lo desganado desde la primera nota hasta la última.

La página de Berlioz siguió la senda de la interpretación que los mismos artistas ofrecieron en 2009 en idéntico escenario; no hacía falta repetir, pero seguramente querían vender el disco que se grabó en los Proms pocos días después, recién editado por Decca. Lo que escribí sobre aquel concierto sigue siendo válido para este:
“En lo que a la Sinfonía Fantástica se refiere, hasta ahora Barenboim había mostrado su tradicional rechazo a ‘lo francés’ (siempre ha sido un músico de corte germánico) ofreciendo lecturas fundamentalmente encendidas, ásperas, dramáticas y por momentos visionarias. Pues cambio radical: su nueva lectura de la obra maestra de Berlioz ha perdido un tanto de fuego, garra y robustez en el sonido, mientras que ha ganado (¡muchísimo!) en sensualidad -increíblemente mórbido el fraseo-, en elegancia, en cantabilidad y en belleza sonora, ofreciendo ahora además un colorido más rico, más difuminado y -por ende- más apropiado.”
Lo mejor, una Escena campestre llena de trascendencia. Atmosférico más que arrebatado el primer movimiento, adecuadamente sensual y muy hermoso el segundo. Los dos últimos, irreprochables y de gran claridad, aunque con unos metales que no son los de la Filarmónica de Berlín ni los de la Sinfónica de Chicago. En cualquier caso, esta vez no se dieron los desajustes de la otra ocasión en el Maestranza (y de los Proms), y sí una sensacional respuesta por parte de la cuerda de la West-Eastern Divan Orchestra, que en Verdi había estado sublime: empaste y tersura prodigiosas, maleabilidad admirable, legato para derretirse.

Como propina, el de Buenos Aires y sus chicos fueron desgranando uno a uno los cuatro números de la Suite nº 1 de Carmen, una ópera con cuyas partes más festivas (no así con las dramáticas, prodigiosas) Barenboim no siempre se ha entendido del todo bien. En esta ocasión ha sido cuando más me ha convencido, siempre en una línea en absoluto ligera o chispeante a la manera francesa, sino más bien dotada de una rusticidad, un salero y una garra que entroncan con la música española. La orquesta, nuevamente admirable a pesar de algún serio despiste puntual en las maderas.

Gran triunfo entre el público, que por cierto distaba de llenar el Maestranza. ¿Tantos acontecimientos sinfónicos de primera magnitud hay al año en esta ciudad, a mi entender ninguno, como para que los melómanos más habituales del Maestranza se quedaran en sus casas? No me creo que estuvieran todos veraneando a muchos kilómetros de distancia. Ay Sevilla, Sevilla.

En la próxima entrada hablaré del accidentado concierto en Granada.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Lo de las maderas en la suite de Carmen ocurrió sólo con el clarinete en el preludio al segundo acto. O al menos eso fue lo que yo noté. Me pareció anecdótico.

En cuanto a Verdi, tampoco veo que Barenboim sea el primero que, proveniendo en esencia de la ópera germánica, consiga darle un enfoque interesante a medio camino entre el formalismo italiano de un Toscanini o un Muti, como citas, y la densidad alemana. Ahí está Solti, por ejemplo. Lo que creo que pasa es que el Verdi de Barenboim es casi novedoso, y es natural que muchos no lo tengan como una opción bien asimilada

Yo me lo pasé de escándalo.

Un abrazo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Efectivamente, Pablo, fue la chica del clarinete en los Dragons d'Alcala. No quise citarla porque el asunto no tiene mayor importancia y tampoco es plan de apuntarla con el dedo. Ya fue bastante su cara de apuro al terminar la pieza, la pobre... El nivel de la orquesta me pareció globalmente formidable, sobre todo por la cuerda.

Y es muy cierto que Barenboim no es el primero en apartarse de la línea Muti. Además de Solti, están entre otros Karajan y Giulini, por citar a maestros de primerísima línea.

A mí lo que hizo Barenboim el viernes me recordó bastante a lo de Giulini en sus tres últimas grabaciones verdianas: Rigoletto, Trovatore y Falstaff. Algunos en su momento tampoco entendieron esas propuestas y las calificaron de escasamente italianas. Yo le pongo reparos a su Falstaff, pero Rigoletto y Trovatore (hablo de la batuta, no de los elencos) me parecen geniales. Barenboim, seguramente sin pretenderlo, camina ahora por esa vía. Por eso quizá es habitual leer por ahí que "Barenboim no entiende a Verdi". Creo que se equivocan.

Yo también me lo pasé estupendamente en el concierto, aunque más en la primera parte que en la segunda. ¿Cuánto se tardará en el Maestranza escuchar interpretaciones sinfónicas del cualquier complositor a este nivel, descontando las posibles comparecencias futuras de Barenboim? Porque otra Expo'92 no va a haber, y los invitados de la ROSS no le llegan ni a la suela de los zapatos.

Por cierto, hoy martes a las siete se podrá ver en directo el concierto de la WEDO en Marsella en la siguente web:

http://culturebox.francetvinfo.fr/barenboim-et-le-west-eastern-divan-orchestra-139831

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