Hace un par de años Javier Perianes ofreció la integral de los conciertos para piano de Beethoven en el Festival de Úbeda. No quise ir, porque el Quinto que le había escuchado en enero de 2009 con Pedro Halffter y la Sinfónica de Sevilla (comentado en este blog) me había dejado muy mal sabor de boca y no quería tener ración quíntuple de blanduras, delicadezas fuera de tiesto y otros preciosismos sonoros. Tampoco quería que se repitieran las desagradables acusaciones que con anterioridad me habían realizado algunos amigos comunes por opinar lo que opiné en esa y en alguna otra ocasión: ya se sabe que hay algunos fans parecidos a algunos militantes de partidos políticos, que si no te entusiasma todo te acusan de “traidor a la causa” al mismo tiempo que te tachan de ignorante.
Pero hete aquí que el pianista onubense lanza un disco con sonatas Beethoven, grabado en diciembre de 2011, absolutamente magistral. La primera audición ya me dejó anonadado, pero quise realizar múltiples comparaciones para estar seguro de lo que decía. El resultado, que dejé escrito por aquí, no dejaba lugar a dudas: Javier no solo ha alcanzado una técnica descomunal, sino que ofrece una madurez artística asombrosa en un repertorio particularmente peliagudo, presentando unas ideas personales que sintonizan de maravilla con el universo del genio de Bonn: nada de hedonismo aquí, solo búsqueda de la esencia expresiva. Desde luego, del mejor Beethoven pianístico que se puede escuchar hoy a nivel mundial, y muy por encima de algunos grandes y sobrevalorados nombres del pasado. Por eso mismo me ilusioné cuando se anunció que volvería a la Sinfónica de Sevilla para, bajo la dirección del maestro jerezano Juan Luis Pérez, ofrecer la integral en julio de este año a lo largo de dos veladas: la de ayer miércoles 10 y la de mañana viernes 12. Allí estuve. ¡Y vaya chasco!
Nada más comenzar el concierto nº 2 –tras una introducción vacilante de las cuerdas, con un vibrato corto que no esperaba en Juan Luis–, retornó el Perianes que yo pensé definitivamente desterrado. ¿Agilidad digital? Irreprochable, con una gran transparencia en absoluto reñida con el uso del pedal. ¿Sonido? Increíblemente hermoso, de una asombrosa variedad de colores y muy maleable en el volumen. ¿Fraseo? Amplio, cantable a más no poder, lleno de oxígeno, ricamente acentuado sin perder de vista nunca la arquitectura global, y desde luego alejadísimo de la rigidez mecanográfica de algunos pianistas famosos (pienso ahora en el lamentable Rubinstein de 1947 haciendo el Cuarto del que hablé en mi discografía). Pero todo ello al servicio de un concepto que no dudo que en esta todavía dieciochesca op. 19 pueda ser válido, pero que a mí no me hace ninguna gracia: mirar atrás y optar por la delicadeza, la galantería y el preciosismo rococós, relajando las tensiones y limando las aristas que anuncian al Beethoven futuro, en lo que es una clara –aunque no sé si voluntaria– renuncia de Perianes a la influencia de Daniel Barenboim perceptible en el disco editado por Harmonia Mundi.
En realidad, la aproximación de Javier a este concierto nº 2 me recordó un tanto a lo que hizo hace años Alicia de Larrocha con esta obra (véase la discografía), solo que con una dosis mayor de narcisismo sonoro que la pianista catalana y, desde luego, con un acompañamiento mucho más pedestre que el de Riccardo Chailly: mi paisano Juan Luis Pérez apenas supo inyectar vida a una desganada Sinfónica de Sevilla y dirigió de manera lineal, sin apenas matices, aunque al menos dejando respirar a la música con amplio vuelo lírico y más atento a los aspectos dramáticos de la partitura que el pianista.
La sintonía de solista y director fue mucho mayor en el Concierto nº 3. No solo eso: Perianes quiso subrayar las diferencias que hay entre esta partitura y la que se acababa de escuchar y optó, sin renunciar a su enfoque clasicista ni a su voluntad de seducir al público desplegando todos sus increíbles recursos técnicos, por hacer justicia a los aspectos expresivos de la obra. Dicho de otra manera: aquí la sinceridad fue mucho mayor, no se cayó en la trampa de la ligereza mal entendida y la belleza sonora, ofrecida de nuevo en altísimo grado, no fue perseguida como fin en sí misma, sino que llegó como consecuencia del contenido de la obra. Los resultados fueron –en la parte pianística, en la orquestal hubo mera corrección– excepcionales, particularmente en el increíble Largo beethoveniano: la prodigiosa concentración del pianista andaluz obró aquí milagros. Los otros dos estuvieron llenos de vida y comunicatividad.
Tras el intermedio vino nada menos que el Cuarto concierto: Beethoven ya maduro, pues, con una componente de teatralidad digamos operística, de tensión interna y de densidad tanto sonora como expresiva que no se debe soslayar. Juan Luis Pérez le puso buena voluntad al asunto. Perianes también, pero se quedó un poco a medias: convenció por completo en el genial segundo movimiento, pero su aproximación resultó en exceso apolínea en el resto de la obra, no muy tensa y más interesada por el vuelo lírico que por los claroscuros. Todo ello, conviene insistir, armado de las enormes virtudes arriba señaladas: la interpretación estuvo fabulosamente ejecutaba y fue hermosísima desde el punto de vista formal, solo que –a mi entender, claro– se mantuvo parcialmente ajena al drama interno que recorre la música beethoveniana.
Cuando Barenboim le dirigió el Emperador en Marbella, Barenboim dijo en una entrevista que, al contrario que muchos jóvenes pianistas, Perianes tiene ya el equipaje: solo le faltaba la maleta. Yo me atrevería ahora a señalar que el artista onubense posee ahora la mejor maleta posible. El problema es que no sabe con qué equipaje quedarse.
4 comentarios:
"ya se sabe que hay algunos fans parecidos a algunos militantes de partidos políticos"
Hágaselo mirar.
Váyase usted a la porra.
Felicidades de verdad, que blog tan interesante, no sabes como lo disfrute! lo recorrió todo! Gracias y espero con ansias todos tus post!
¡Muchísimas gracias!
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