sábado, 23 de octubre de 2010

Ravel con Aimard y Boulez: increíble grabación, fría interpretación

El mayor interés de este disco, registrado en vivo en febrero de 2010 en el Severance Hall de Cleveland por el ingeniero Tobias Lehmann, es puramente técnico: nos encontramos ante una grabación de una claridad, nitidez, naturalidad, equilibrio y gama dinámica verdaderamente asombrosas, de lo mejor que he escuchado en el repertorio orquestal impresionista. Si a esto sumamos que la dirección de Pierre Boulez es más analítica y transparente que nunca, se hace evidente que este compacto resulta imprescindible tanto para los amantes de la alta fidelidad como para los que quieran escuchar todo-todo-todo lo que hay escrito en los dos conciertos para piano de Maurice Ravel. Ahora bien, habida cuenta de que el director francés ya había registrado estas dos geniales páginas con la misma orquesta, la de Cleveland, y para el mismo sello, Deutsche Grammophon, con el concurso de un portentoso Krystian Zimerman, tiene uno que preguntarse si este registro junto a su viejo amigo y colega Pierrre-Laurent Aimard ofrece alguna novedad interesante desde el punto de vista artístico. La respuesta, me temo, es negativa.

Por descontado que la dirección de Boulez vuelve a ser espléndida, sobre todo en el Concierto para la mano izquierda: sobria, de un solo trazo, tensa, dramática sin perder la compostura, aparte de analizada en timbres y texturas de una manera inigualable. Solo a Rozhdestvensky le he escuchado (en toma radiofónica muy deficiente) algo superior en esta página. El Concierto en Sol también resulta muy atractivo, sobre todo por lo incisivo de su tímbrica, aunque aquí la proverbial objetividad bouleziana se pone por encima del sabor jazzístico -que debería estar más acentuado en el primer movimiento- y de la calidez que desprende la partitura -en el segundo-. En cualquier caso es la suya una labor admirable, como lo es también la de la orquesta norteamericana.

El problema es Aimard. Su visión de esta música es la misma que la de Boulez, es decir, sobria, analítica, objetiva y distanciada, lo que en sí mismo no es ni bueno ni malo. Pero donde el veterano maestro logra una arquitectura de enorme solidez en tensiones horizontales y verticales, su colega se deja llevar al teclado por un exceso de nervio; y donde el primero ofrece una atractiva gama de texturas y colores (aplicados, eso sí, con el pincel de Cezánne mucho antes que con el de Monet), el segundo -siempre gran pianista en lo que a técnica se refiere- no logra ofrecer un trazo sugerente. Zimerman lo hacía muchísimo mejor, con mayor riqueza sonora, superior creatividad y mayor potencia expresiva. En cualquier caso Aimard también parece sentirse, como el polaco, más a gusto en el Mano Izquierda, adecuadamente oscuro y dramático, que en el Concierto en Sol. En este último el francés flojea sobre todo en el primer movimiento, donde se muestra desconcentrado y pasa por encima de toda poesía. Convence más en el segundo, aunque quienes hayan escuchado el milagro de Ciccolini con Martinon (EMI, 1974) saben que le queda bastante para rozar el cielo. Y espléndido el Presto conclusivo: a Aimard lo que parece motivarle es el virtuosismo.

El disco se completa con Miroirs, obra que precisamente Aimard ofrece esta misma noche en el Teatro de la Maestranza y el próximo martes en Madrid. Buena versión, por cierto registrada también en el Severance Hall pero sin público, que se disfrutará mucho en directo. En disco no tiene especial interés, porque aquí el pianista se muestra más glaciar que nunca. Alguien dirá que con semejante frialdad lo que pretende es hacer esta música más moderna y enigmática. Pues no: una cosa es no “romantizarla” y otra muy distinta que quitarle toda la carga poética a los pentagramas y frasear alternando momentos de excesivo distanciamiento con otros de evidente falta de concentración. Las Polillas se dejan llevar por el nervio, lo mismo que los Pájaros tristes. Mucho más concentrada su lectura de Una barca sobre el océano, dicha con lentitud y -como en el resto del disco- admirable claridad, aunque escasa capacidad sugestiva. Muy floja la Alborada del gracioso: no se trata ya de que no tenga “gracia”, ni luminosidad, ni sensualidad, sino de que carece de la tensión y la garra necesarias para no aburrir, interesando tan solo algún acento dramático de la sección central. El valle de las campanas nos deja -espléndido manejo de la dinámica- un buen sabor de boca, pero no nos quita la sensación de que este disco resultaba prescindible.

2 comentarios:

julio dijo...

que te parece una grabacion en video que pulula por ahi de Celibidache y Michelangeli

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Hace tiempo que no la veo, pero en su momento me pareció sensacional. Saludos.

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