viernes, 8 de octubre de 2010

La Orquesta Teresa Carreño, de Berlín a Madrid

Mañana sábado 9 de octubre el Auditorio Nacional de Música de Madrid acoge un concierto de la Orquesta Juvenil Teresa Carreño de Venezuela, que es algo así como la hermana menor (mejor dicho, la más adulta de las hermanas menores) de la Simón Bolívar de Dudamel que encabeza “el Sistema”. Dirigirá su titular Christian Vásquez (Caracas, 1984) un programa integrado por la Quinta de Beethoven en la primera parte y otra Quinta, la de Tchaikovsky, en la segunda. No asistiré al evento, entre otras cosas porque los precios con que se han colado los señores de Juventudes Musicales no son asequibles, pero sí que he podido ver a través de la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín el concierto ofrecido el pasado lunes 4 en la Philharmonie de la capital alemana, con la misma partitura de Beethoven abriendo la velada y con otra Quinta –van tres- en la segunda parte, la de Prokofiev. La gracia está en que esta última no la dirigió Vásquez, sino Sir Simon Rattle en persona. Para valorar bien los resultados hay que diferenciar muy nítidamente entre interpretación y ejecución. La primera se lleva una valoración bastante positiva. La segunda no tanto.

Por lo pronto sorprenden las dimensiones elefantiásicas de la Teresa Carreño: igualito que la Simón Bolívar. Lo bueno, lo buenísimo, es que no solo no suena peor que su hermana, sino que por momentos parece ser incluso mejor. Puede que se trate de una errónea percepción mía, claro está, pero hay otros dos factores que contribuyen a explicarlo. Uno, la excelente acústica de la Philharmonie berlinesa. Dos, una técnica de batuta realmente soberbia, lo que no debe sorprender en un Rattle que a estas alturas se las sabe todas pero sí en el caso de Christian Vásquez, que debe de tener un talento inmenso para hacer que semejante mamut suene empastado y al mismo tiempo con notable claridad. Hay, lógicamente, algún gazapo puntual, pero el nivel que parecen exhibir estos chicos venezolanos es francamente alto para su edad. ¡Bravo!

¿Interpretaciones? No me ha convencido la Quinta de Beethoven por el venezolano: demasiado blanda. El primer movimiento arranca de manera satisfactoria pero luego sufre caídas de tensión sin saber muy bien a dónde va, rematando la coda con una enfática y bastante discutible manera de frasear el celebérrimo tema del destino. El segundo movimiento intenta resultar poético y delicado pero termina resultando más bien moroso -que no lento- e indiferente en lo expresivo. Tanta blandura -parece que estuviéramos ante el Abbado de los últimos tiempos- termina aburriendo. El tercero pasa sin pena ni gloria, y solo en el cuarto, dicho con sinceridad sin efectismos, el nivel sube de manera considerable y nos animamos a conceder el aprobado. Christian Vásquez tiene aún mucho camino por delante, y es posible que a algún día le veamos como el gran director que puede llegar a ser.

Rattle, por su parte, parece haber madurado su concepto de la Quinta de Prokofiev desde aquella ya lejana grabación con la Ciudad de Birmingham de 1992 en la que solo parecía preocuparse de la vistosidad sonora, pero aun así no termina de ofrecer una versión a su altura de enorme recreador del repertorio del siglo XX. Los movimientos impares están bien planteados en cuanto a estilo, trazo y expresión, pero no capta el carácter atmosférico, ominoso y opresivo que los caracterizan. En el Allegro marcato… pues eso, muy alegre y muy marcado, una locomotora a toda velocidad que no llega a descarrilarse, pero con tanta obsesión por el maquinismo al británico se le escapan otros dos componentes esenciales en este segundo movimiento: un fraseo efusivo en determinadas frases y, sobre todo, una mala leche de las que hacen historia. Vistoso pero superficial, pues. El cuarto resulta irreprochable y en él Rattle, con técnica más que sobrada, extrae lo mejor de la orquesta para ofrecer el más asombroso despliegue de ritmos y colores con una brillantez apabullante que, por fortuna, no se acerca a la aparatosidad ni al efectismo; aun así le falta comprender la mala baba que esconde la página para terminar de convencer. Buena versión, pues, pero lejos de situarse en primera fila. En la propia Digital Concert Hall hay una interpretación bastante mejor: la Filarmónica de Berlín, claro, dirigida por… ¡Gustavo Dudamel!

Para las propinas, cómo no, se hizo el numerito de las camisetas con la bandera venezolana y del bailoteo de los chavales sobre el escenario. Primero Vásquez ofreció el celebérrimo Tico-Tico en la misma orquestación que se recoge, por ejemplo, en el DVD de Barenboim con la Filarmónica Berlinesa. Y lo dirige bastante mejor que el de Buenos Aires, con un estilo y un salero incomparables. Luego Rattle ofrece una rutilante versión (colorido infinito, ritmo en los huesos) de la danza final de Malambó de Ginastera. De postre (¿adivinan?) se tocó el Mambo el West Side Story de Bernstein: Vásquez a la batuta (ofreciendo menos ruido que Dudamel en esta página, gracias a Dios) y Sir Simon Rattle en la percusión… ¡con la camiseta de Venezuela puesta! Merecidísimas ovaciones para José Antonio Abreu pusieron fin a un concierto alejado de la perfección, pero muy emocionante.

2 comentarios:

Bar Las Vacas, Àvila dijo...

ADELANTE MUCHACHOS ESTO ES LA VENEZUELA QUE NOS GUSTA, DIGNOS JOVENES QUE MUESTRAN LO GRANDE DE ESTA PATRIA

Anónimo dijo...

sobran banderitas,chandals bolivarianos y demas parafernalia.
toquen musica y dejense de politiqueo bananero.

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