martes, 17 de agosto de 2010

Que se metan a taquilleros

Todos los seres humanos vivimos desigualdades en la realización de nuestro trabajo diario. Unos días las cosas las hacemos bien o muy bien, otros días regular y otros días mal o muy mal. Eso nos pasa absolutamente a todos. Incluso les pasa a los grandes artistas del pasado y el presente. Hasta Beethoven, por acercarnos al campo de la música culta, tiene obras mediocres. Pero hay por ahí una serie de personajes (trátese de batutas, directores de escena, cantantes, pianistas o cualquier otro tipo de intérprete musical, incluyendo a los miembros de las orquestas y de los coros) que parecen creerse por encima de semejante circunstancia. No es ya que no soporten leer una crítica negativa, sino que entran en cólera en el momento en que detectan un mínimo reparo dentro de una valoración globalmente positiva e incluso muy positiva. Unos porque se tienen por poco menos que dioses infalibles. Otros porque piensan que el respeto que se debe a su trabajo implica necesariamente el derecho a recibir elogios de manera exclusiva. Otros porque creen que la labor del crítico no es la de valorar objetivamente, sino la de apoyar una trayectoria o un proyecto determinado ofreciendo aplausos en todo momento, algo a lo que –por descontado- se prestan encantados algunos plumíferos a cambio de determinadas compensaciones. Y otros, finalmente, porque consideran que su trabajo solo puede ser valorado por personas a su misma o superior altura, como si la labor creativa fuera más un examen a ser puntuado por “superiores” dentro del gremio que un trabajo pensado para ser apreciado por un público amplísimo de la más diversa condición.

Alguien argüirá, con toda la razón, que a nadie le gusta que otros valoren su trabajo, sobre todo cuando lo hacen para ponerle los reparos que se consideren necesarios. Pero se olvidan de que la clave del asunto es que, precisamente, en la esencia de la creación e interpretación musical de los últimos dos siglos (es decir, en la época de la sociedad de clases, cuando el patronazgo artístico se desliga de la nobleza y el artista tiene que vender sus méritos ante la nueva y amplísima clientela que se le pone por delante), se encuentra el hecho de que la labor diaria de los artistas solo encuentra sentido si se realiza constantemente una labor de valoración cualitativa de los resultados. Los demás trabajadores, desde los profesores hasta los políticos pasando por los bomberos o los pilotos de aviación, tenemos que estar sometidos, cómo no, a una serie de medidas de control de la calidad, pero la vida del artista implica ser enjuiciados día a día –por los aplausos, pero también por los comentarios boca a boca y por la crítica especializada-, toda vez que el desarrollo –exitoso o no- de la trayectoria artística depende de esos juicios de valor sin los cuales, sencillamente, no podrían sobrevivir en un panorama donde todo el mundo con un poquito de talento tiene derecho, si le apetece, a buscarse la vida en el mundo de las artes.

Por eso mismo me gustaría recomendar a esos músicos que cuando se encuentran con una valoración no del todo positiva empiezan a argumentar que el crítico de turno es poco menos que idiota o “le tiene manía”, que se paren a pensar un poquito y vayan desinflando su hinchadísimo ego. Porque ser artista significa, al margen del talento que uno tenga, ser valorado un día sí y otro también. A veces de manera positiva y otras veces de manera negativa. Y todo ello independientemente de la solidez y justicia de los argumentos que manejen las personas que realizan esa valoración, o de la idoneidad del tono por ellos utilizado. Su trabajo, el trabajo de artista, implica eso. Y si quieren estar en el mundo del show business pero no les gusta ser valorados, que hagan lo que dice un amigo mío: que se metan a taquilleros.

6 comentarios:

Andrés Moreno dijo...

Totalmente de acuerdo contigo Fernando. Por mi experiencia en estas lides sé que quienes se ofenden e indignan por las valoraciones de la crítica suelen ser, casi siempre, los menos "artistas" de los músicos, los menos profesionales y los más rutinarios, que se creen dioses intocables porque se sitúan en un escenario. Los auténticos profesionales de la música, desde los más famosos a los más humildes, saben que en el oficio va de suyo el estar expuesto a opiniones contrarias. Pero, claro, hay tanto mediocre suelto por esas orquestas de Dios, tanto rutinario aburrido. Y luego están los jóvenes, los que empiezan y se creen genios y que, como (por culpa de la peste pedagógica que nos invade) se han criado sin educarse en la frustración y en la superación del fracaso, se toman a la tremenda cualquier crítica que se les haga con el argumento falaza de "encima que no nos vamos de botellón y que nos dedicamos a la música..." Con éstos he tenido yo también algunas experiencias significativas. Un abrazo,
Andrés

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Curiosamente con el alumnado suele pasar los mismo. Es raro que un alumno habitualemnte brillante proteste cuando elprofesor le pone una nota bastante más baja de lo habitual; resulta frecuente, por el contrario, que los mediocres protesten de manera continua por las bajas calificaciones.

En cualquier caso he de manifiestar que me sé de más de uno (y más de dos, y más de tres) artistas con bastante o mucho talento que se ponen farrucos cada vez que se les realiza un reproche, por mínimo que este sea. Y no digo nombres...

Pablo J. Vayón dijo...

De estos últimos yo también conozco a más de uno... y seguro, Fernando, que coincidimos en algún nombre.

Por lo demás, el recordatorio es importante, y conviene hacerlo de vez en cuando. Cualquier persona que ofrece un trabajo ante el público tiene la servidumbre de estar expuesta a la crítica pública; los mismos críticos también, of course.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Seguro que coincidomos, Pablo. Ay...

Y por descontado que los criticos tambien estamos expuestos, faltaria mas. Saludos londinenses.

Ana-Spain dijo...

Acabo de tropezar de nuevo con éste comentario. Y me gustaría aclarar algo al respecto: Soy empresaria del sector informático.. no Representante artística, pero, en los tiempos que corren y al igual que si trabajara para una ONG, represento y trato de dar visibilidad a éstos jóvenes intérpretes para que su talento no se pierda.. PERO SIEMPRE "AD HONOREM".. yo no cobro por ello... NO HAY NEGOCIO.. Está usted muy equivocado con sus apreciaciones y siento mucho que tenga esa imagen tan "distorsionada". Simplemente quería aclarar esto. Y, para terminar, comentarle que, el día del concierto de Francisco (hace ya más de un año), el piano estaba mal, después de su afinamiento (por la mañana estaba bien), habían dejado algo suelto.. y eso se nota mucho a la hora de tocar un programa tan "ambicioso" como el de Francisco. Este mismo programa ha sido interpretado por él en Santander en este año 2013 y el éxito ha hecho que la Fundación Botín le haya propuesto para el Príncipe de Girona de las Artes 2013. Por muchas razones que serían largas de explicar. Entre otras, la sencillez de éste jóven pianista.. proveniente de una familia muy humilde, que ha realizado los estudios de piano, los 14 años en solo 7 y sin tener piano propio.. quedándose en los conservatorios hasta que le echaban. Estos comentarios EN BLOGS, haciendo presunciones de algo que no se sabe a ciencia cierta (si hay alguien humilde en este mundo, ese es él).. hacen mucho daño.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Ahora mismo no sé de qué me habla. Me parece que se ha equivocado de entrada.

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