sábado, 11 de enero de 2025

La Patética de Bernstein, una vez más

Recuerdo muy bien la primera vez que escuché el Adagio lamentoso con que Tchaikovsky concluye su Sinfonía nº 6 en la versión que Leonard Bernstein dirigió en agosto de 1986 al frente de la Filarmónica de Nueva York en el Avery Fischer Hall, inmortalizada para la posteridad por los ingenieros de Deutsche Grammophon. Fue estando yo en Chipiona allá a finales de los ochenta, en programa de la entonces llamada Radio 2 dedicado al maestro norteamericano bajo la dirección de Pedro González Mira. Me impactó. Esta tarde he vuelto a escucharlo toda la versión, en realidad, por enésima vez. Y me reafirmo que, a pesar de su en principio disparatada lentitud (¡17' exactos frente a los 9'48'' de Mravinsky o los 9'52'' de Karajan!), es una de las mayores genialidades que he escuchado en lo que a dirección orquestal se refiere.

Dice la leyenda urbana que semejantes lentitudes le fueron inspiradas a Bernstein por una interpretación que le escuchó a Sergiu Celibidache (a quien el asunto le dura 13'10'' en su grabación editada por EMI, dicho sea de paso). Podría ser, pero mi impresión es que Lenny no hace sigo seguir hasta las últimas consecuencias el propio trayecto que había venido recorriendo en los años anteriores durante su experiencia europea, vienesa para concretar y mahleriana para puntualizar aún más: encontrar el más imposible equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco, extremando todos los componentes de la música si hay que cantar se hace paladeando al máximo las melodías, si hay que desplegar pathos se busca por la máxima congoja, si hay que plantear contrastes estos han de ser máximos bajo un control tan absoluto de los medios que no solo no se pierdan la naturalidad, la lógica ni la belleza de la arquitectura, sino que además el oyente piense que esto tiene que ser así, y no de otra forma. Ni que decir tiene que para lograr eso hay que poseer una técnica de batuta descomunal, además de una sensibilidad musical de primer orden que permita evitar los grandísimos peligros que semejante apuesta encierra, no otros que la insinceridad, la cursilería, la vulgaridad o lo abiertamente hortera. Añadamos uno más: la discontinuidad de las tensiones. Y al maestro no le pasa, por mucho que los silencios sean dilatadísimos y pesen como losas.

Lo dicho anteriormente se puede aplicar a los movimientos extremos. ¿Y los dos centrales? Pues sendas maravillas dentro de la más estricta ortodoxia tchaikovskiana. Nada de reinterpretaciones a la manera de Klemperer: simplemente una perfecta mezcla de emoción y belleza. Con esto último tiene que ver, mucha atención, la participación de una New York Philharmonic en muchísimo mejor forma que en los tiempos en los que Bernstein era titular: solo con Boulez empezó a mejorar, y no fue hasta Zubin Mehta cuando realmente se consolidó como una gran orquesta.

4 comentarios:

xabierarmendariz88 dijo...

Eso que comentas de la mejoría de la Filarmónica de Nueva York en los tiempos de Boulez es muy exacto, y creo que es razón suficiente para considerar a Pierre Boulez como un director, como mínimo, importante. La única razón por la que Pierre Boulez no está entre los realmente grandes del siglo XX es la especialización de su repertorio. Por ejemplo, si Michael Gielen hubiese podido salir del circuito de los teatros de ópera y las orquestas de radio alemanas, habría podido demostrar más claramente para un público amplio que era mejor director que Boulez, pues dominaba mejor el repertorio orquestal del XIX y no cedía ante el francés en cualquiera de sus repertorios preferidos, (muy especialmente en Mahler, donde creo que era realmente superior).

vicentin dijo...

Ha habido muchos directores outsider como Rosbaud, Horenstein, Scherchen, Gari Bertini....En Gielen no hubo mercadotecnia detras, no hay que olvidar que la carrera del frances se cimenta en el Anillo escandaloso que fue retransmitido en television en varios paises, eso unido a su lengua afilada y su doble labor de director, compositor y enfant terrible le llevó a firmar contratos con casas de discos de larga duracion, CBS y DGG y grabar regularmente hasta el final de sus dias.
De Gielen destacaria su misa Solemnis en edicion superbarata en los 90 del sello Pilz. Aun hoy dia sigo oyendola y me entusiama.

Karolus dijo...

GRACIAS!!! Y de paso gracias a las plataformas que hacen esto más fácil. NO conocía la versión de versión de Bernstein. Al leer tu reseña me quedé muerto con la duración del adagio. Llevo varios días escuchando primero el adagio y después el resto. Mis patéticas previas eran Mvravinsky, Klemperer, Karajan y una en directo a Sinopoli... Y ahora suscribo tus palabras, "tiene que ser así, y no de otra forma". Supongo que para el melómano habitual, no conocer esta versión es casi sacrilegio, es posible, pero mi ignorancia me ha llevado de vuelta a la maravillosa sensación de descubrir música donde ya creía conocer, y es una gozada. Y el resto? Todo muy bien diseccionado, todo encaminado al final, un primer movimiento sin arrebatamientos románticos pero premonitorio, un vals muy de salón, y un tercero que no me estresa como Klemperer y quizá más marcial de lo que me esperaba. Y volvemos al finale. Y a disfrutar

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias por compartir sus impresiones sobre el disco, Karolus. La verdad es que estoy de acuerdo en todo lo que apunta, incluyendo lo del aspecto "salonesco" del segundo movimiento por Bernstein, lo que tampoco me parece un defecto: tras las tensiones extremas del movimiento inicial es necesario un claro alivio. No valen reinterpretaciones a lo Klemperer, como ocurre con la Marcha: Bernstein la hace particularmente festiva porque luego viene lo que viene...

Xabier, muy de acuerdo con lo que dice de Boulez. Y su Mahler, ciertamente, a veces deja muchísimo que desear (Séptima), aunque también tenga aciertos enormes (Sexta).

Vicentín, a Gielen le tengo que escuchar más. Lo que le conozco me parece muy bueno, pero también es cierto eso de que no tuvo detrás a una gran discográfica.

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