En los próximos días, primero en Sevilla y luego en Almería, Michael Barenboim ofrecerá la excelsa Op. 60 de Felix Mendelssohn en colaboración con la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said y la directora ucraniana Oksana Lyniv. Momento de hacer una comparativa, pues. Como siempre, mezclo textos ya publicados con otros que son nuevos. La falta de tiempo me ha impedido incluir registros como los de Zukerman/Bernstein, Milstein/Abbado, Shaham/Sinopoli o Perlman/Barenboim, pero entiendo que los veintiséis comentados puedan dar una idea en torno a las maravillas que encierra la partitura.
1. Stern. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1950). Las comprensibles insuficiencias de la toma no deberían desanimar al buen melómano a la hora de acercarse a este registro: encontrará a un Isaac Stern en su mejor momento técnico ofreciendo una interpretación valiente, contrastada y encendida, aun siendo cierto es que no del todo atenta a lo que en esta música hay de sensualidad y ternura. También se muestra algo irregular, pues va de menos a más hasta culminar en un Allegro molto vivace que sabe aunar lo jovial y lo vibrante sin caer en la menor trivialidad. Una lástima que Ormandy no sea precisamente el colmo de la elegancia, el refinamiento ni la levedad mendelssohniana; al menos le pone ganas al asunto y dirige con una muy atractiva energía. (7)
2. Menuhin. Furtwängler/Filarmónica de Berlín (EMI, 1952). Batuta y solista –tan incandescente como controlado Menuhin– unen sus fuerzas para ofrecer una interpretación paladeada sin prisas y con naturalidad, apreciable carácter sensual y un intenso humanismo, sin dejar de aportar –faltaría más, tratándose de quiénes se trata– vigor dramático, claroscuros y cierto regusto amargo, particularmente en el final del primer movimiento y en buena parte del segundo. El robusto sonido de la orquesta no es el ideal para Mendelssohn, pero resulta perfecto para que materialice su concepto un Furtwängler que, aun en su etapa digamos que “serena”, sigue siendo él mismo. La toma ha quedado francamente bien tras el reprocesado en alta resolución de 2021. (9)
3. Oistrakh. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1955). Escuchar esta interpretación justo después de las de Stern y Menuhin sirve para darse cuenta de hasta qué punto fue inmensa la técnica de David Oistrakh, muy superior a la de sus dos citados colegas y por aquellos años solo comparable a la de Heifetz, muy inferior a todos ellos desde el punto de vista expresivo. Hay que descubrirse ante la homogeneidad, solidez y afinación de su sonido, ante su agilidad sin mácula, ante la tensión armónica de su fraseo, ante su manera de mantener la belleza tímbrica sin renunciar al carácter afilado que es propio del instrumento… Otra cosa es la visión que el gigante ruso ofrece de la partitura: intensísima y altamente dramática, por completo ajena a frivolidades y amaneramientos, pero un tanto unilateral: la poesía se le escapa un tanto de las manos. Ormandy, como con Stern, ofrece eficiencia antes que otra cosa, y sigue quedando un tanto relegado por la toma. (7)
4. Heifetz. Munch/Sinfónica de Boston (RCA, 1959). Independientemente de la seguridad de su mano izquierda y de la extrema pulcritud en la ejecución, poco bueno puede decirse hoy del mítico Heifetz desde el punto de vista expresivo. Este Mendelssohn no hace sino confirmar su palmaria mediocridad: empieza mecánico e insensible a más no poder, alcanza cierta intensidad en el clímax del Allegro molto, hace un Andante tan “bonito” como carente de poesía y ofrece un movimiento conclusivo saltarín y trivial a más no poder, virtuosístico en el peor de los sentidos, en parte por culpa de un Munch que apuesta por tempi rápidos y no deja a la música respirar. Cierto es que el maestro francés sabe ser tempestuoso cuando toca, que matiza dinámicas y que saca un excelente provecho de su espléndida orquesta, pero en general permanece ajeno al espíritu poético de la pieza y llega a caer en el tópico del Mendelssohn alado y juguetón. Soberbio sonido para la época en SACD, de asombrosa gama dinámica. (4)
5. Laredo. Munch/Sinfónica de Boston (RCA, 1960). Solo unos meses separan esta grabación de la anteriormente realizada por la misma orquesta y director, todo con vistas a promocionar a un chaval de 19 años. ¡Menuda apuesta artística y económica la de RCA! Lo cierto es que la diferencia es brutal a favor del nuevo registro. El boliviano le da mil vueltas al mítico Heifetz en la expresión: su hermoso sonido y su admirable limpieza de ejecución están al servicio de una lectura de enorme fluidez en el discurso, serena más no autocomplaciente, sutilmente matizada; lírica en el mejor de los sentidos, se encuentra bañada por una luz dorada y sensual que difumina la música sin renunciar a los claroscuros. Lo más asombroso es que Munch es ahora otro: con independencia de que el trabajo técnico con la orquesta sea igual de admirable, los tempi son muchísimo menos rápidos, la música respira como es debido y no se confunde la agilidad con lo pimpante. Teniendo en cuenta de que el joven Jaime Laredo no era nadie para dictarle a Munch cómo tenía que hacer las cosas, parece claro que el maestro alsaciano se plegó en la anterior ocasión a los muy antiestéticos designios del divo Heifetz. (8)
6. Francescatti. Szell/Orquesta de Cleveland (CBS, 1961). Decepcionante y –al mismo tiempo– curioso desencuentro entre un violín delicado y de amplio aliento lírico –no por ello incapaz de mantener las tensiones– y una batuta de fraseo enjuto y un tanto mecánico, incapaz de hacer volar a la música, pero muy interesada por los aspectos dramáticos de la página, amén de portentosa a la hora de clarificar las refinadísimas texturas mendelssohnianas y de construir tan severos como poderosos clímax. La toma es de buena calidad. (7)
7. Milstein. Hendl/Sinfónica de Chicago (DVD Vai, 1962). La batuta prosaica, cuadriculada y rutinaria de Walter Hendl podría ser uno de los motivos por el que Nathan Milstein, que hace gala de un sonido increíble, no termine de levantar el vuelo poético. O quizá no, y el problema se encuentre esencialmente en el gran violinista ruso. Sea como fuere, mejor los dos últimos movimientos que el primero. (6)
8. Perlman. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1972). A sus cuarenta y tres años y con Hollywood todavía no demasiado lejos –aún le quedaba por hacer Jesus Christ Superstar–, André Previn ofrece una dirección que a día de hoy aún permanece como una referencia: sin prisas, muy bien paladeada, de perfecto equilibrio entre agilidad y vuelo lírico, ajena a cualquier trivialidad y, eso por descontado, soberanamente expuesta: no muchas veces el maestro alcanzó la genialidad, pero casi todo lo que hizo con la London Symphony permanece como un modelo en lo que a la hora de planificar se refiere. Tampoco se queda precisamente corto de técnica el joven Itzhak Perlman –difícil es hacerlo mejor–, pero aquí hay un problema: su sonido afilado y un punto ácido no es el más adecuado para Mendelssohn. Eso sí, la tensión interna de su fraseo y la incandescencia emocional de que hace gala, manteniéndose alejadísimo de toda frivolidad, le convierten en un nombre inexcusable para un melómano que quiera profundizar en esta música. Gran versión, en definitiva, a la que solo le falta una dosis superior de belleza sonora y magia poética. (9)
9. Szeryng. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 1976). Gratísima sorpresa ver al siempre adusto y objetivo –aquí también lo es– maestro de Ámsterdam acertar en un compositor tan difícil alcanzando el punto justo entre ligereza y densidad, entre extroversión y vuelo lírico, entre delicadeza y frescura juvenil: demasiados equilibrios como para que salga bien. Pero lo consigue, aunque ciertamente en una línea ante todo sensual, ensoñada, poética en grado extremo, en la que se pueden echar de menos los acentos dramáticos de un Furtwängler, y en la que los partidarios de un Mendelssohn saltarín, bullicioso y chispeante no encontrarán lo que buscan. Todo ello lo hace, en cualquier caso, obteniendo una claridad, una precisión y un equilibrio polifónico admirable de la sensacional Orquesta del Concertgebouw, y sintonizando plenamente con un Szeryng –octava grabación del violinista polaco– a la que le sienta muy bien la lentitud de los tempi para desplegar humanismo, delicadeza y cantabilidad. En lo que a virtuosismo se refiere, a decir verdad, aún se han escuchado cosas mejores. La toma es magnífica para la época. (9)
10. Chung. Solti/Sinfónica de Chicago (DVD Decca, 1979). Tomándose las cosas sin prisa, y dentro de una línea introvertida y poética –quizá un poco más objetiva de la cuenta–, Sir Georg ofrece una dirección francamente inspirada en la que la robustez sonora desmiente todos los tópicos sobre el autor. Lo mismo hace Kyung Wha Chung: violín poderoso y con cuerpo al servicio de un lirismo de altos vuelos, lo que no le impide en el tercer movimiento adelgazar el sonido hasta el límite y mostrarse adecuadamente grácil en la expresión. Un poco más de chispa, de garra y de personalidad convertirían a esta interpretación, ejecutada con increíble pulcritud, en verdaderamente extraordinaria. (9)
11. Mutter. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1980). Haciendo sonar a la Filarmónica de Berlín con su músculo habitual y la opulencia que a él le gusta –la recuperación en Blu-ray audio hace sonar a la cuerda grave con una robustez quizá excesiva para esta obra–, el salzburgués ofrece una recreación lenta –mágico el arranque–, de desarrolladísima cantabilidad, poderosa cuando debe, sensual a más no poder y muy atenta a la hondura reflexiva, dejando por ello a un lado los aspectos más luminosos de la escritura y apartándose todo lo posible de esa faceta saltarina que muchos asocian a Mendelssohn. Lo cierto es que la apuesta resulta particularmente atractiva en un Andante impregnado de poesía agridulce, antes doliente que ensoñado, en la que una adolescente Mutter –diecisiete años– despliega intensidad y concentración exhibiendo un sonido robusto, carnoso, muy cálido en el grave y de asombrosa brillantez en el agudo, capaz de enfrentarse a las tempestades sonoras desplegadas desde el podio. En lo que a la expresión se refiere, lo que esta chica hace es para derretirse: manteniéndose apolínea en todo momento, lo que significa que belleza sonora y equilibrio se ponen en primer plano, destila una intensidad poética como pocos violinistas han logrado. (10)
12. Mintz. Abbado/Sinfónica de Chicago (DG-Pentatone, 1980). El violinista ruso-israelí despliega un sonido maravilloso y una poesía infinita, además de un virtuosismo aplastante, mostrándose capaz de ofrecer mil matices sin menoscabo de la línea global y sin caer en el menor amaneramiento. Aporta además un apreciable regusto dramático en el Andante, sin que por ello se resientan la delicadeza y la elegancia propia del autor. En este sentido, Abbado sabe hacer sonar a la fabulosa orquesta al mismo tiempo ágil y con cuerpo, sin esas sonoridades ingrávidas y relamidas que caracterizarán a sus acercamientos posteriores a este compositor; memorable su manera de hacer cantar a la cuerda en el tercer movimiento, delicioso y sin el menor atisbo de frivolidad. Pentatone recupera en SACD la toma cuadrafónica con excelentes resultados, siempre con la orquesta al fondo y sin uso efectista de los canales traseros. (10)
13. Lin. Tilson Thomas/Orquesta Philharmonia (CBS, 1982). Un auténtico placer para los sentidos escuchar a Cho-Liang Lin –veintidós años cuando se realizó el registro–, de sonido increíblemente bello (¡qué registro grave!), enorme limpieza en la digitación y fraseo de musicalidad excelsa. Otra cosa es que podamos preferir enfoques más centrados en los conflictos, como también habrá quienes se decanten por acercamientos más efervescentes, porque el del violinista chino es eminentemente lírico, en buena medida tierno y amoroso, para decantarse en el Allegretto conclusivo por el encanto feérico. Le sigue ahí muy bien Tilson Thomas ofreciendo frases de enorme sensualidad, si bien en los dos movimientos anteriores hace sonar a la orquesta londinense de manera excesivamente musculada y no del todo clara. (8)
14. Mintz. Mehta/Filarmónica de Israel (DVD Huberman, 1983). Una vez más es increíble la labor de Shlomo Mintz, esta vez junto a un Mehta que dirige de manera pausada y atenta, pero sin resultar especialmente poético. (9)
15. Perlman. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (EMI, 1983). El maestro holandés vuelve a ofrecer una interpretación admirablemente expuesta, sensata en lo expresivo y muy bien enfocada en lo estilístico. Deja a un lado, eso sí, los aspectos más vivaces de la música mendelssohniana, con la intención de centrarse en lo que esta tiene de sensualidad, melancolía y vuelo poético, sin descuidar acentos dramáticos. En cuanto a Perlman, no solo su sonido ácido de Perlman sigue sin casar bien con esta música, sino que esta vez su personalidad parece un tanto ajena a los pentagramas en gran parte del primer movimiento. Por fortuna, en el último tercio del mismo ofrece algunas frases introvertidas de enorme belleza, para seguidamente destilar en el Andante ese lirismo tan intenso como contenido y un punto amargo que caracteriza a su arte. En el tercero está irreprochable, solo eso. Lástima que la toma sonora, extraña y ciertamente inferior a la anterior del propio Haitink en la misma sala, deje bastante que desear. (8)
16. Vengerov. Masur/Gewandhaus de Leipzig (Teldec, 1993). Maxim Vengerov deslumbra no solo por la solidez de su sonido –brillante y afilado en el agudo, prieto en el centro– y la infalibilidad de su mano izquierda, sino también por la enorme carga de intensidad emocional que despliega en cada una de sus frases sin perder dos aspectos fundamentales en estas obras maestras: el sentido melódico y la elegancia formal. Pocos, muy pocos violinistas han volado aquí tan alto como él. La dirección de Kurt Masur es notable: todo en su sitio y dejando que la música vuele en el Andante, echándose de menos agilidad y frescura en los movimientos extremos. La toma se realizó en septiembre de 1993 y suena divinamente en el Dolby Atmos que ofrece Tidal. (8)
17. Kyoko Takezawa. Flor/Sinfónica de Bamberg (RCA, 1994). Pueden preferirse enfoques más vibrantes, incisivos y contrastados para la partitura, pero interpretada desde un prisma lírico es imposible imaginar una recreación más hermosa e inspirada que esta. Y lo es, sobre todo, por una Kyoko Takezawa de timbre bellísimo y depuración sonora extrema –increíble su mano izquierda– que frasea con un legato para derretirse, una ternura y una delicadeza que saben no confundir morbidez con amaneramiento, una infinita capacidad para ofrecer sutilezas sin merma de la lógica en el discurso y, sobre todo, una comunicatividad tan directa como sincera gracias a la cual la música nos llega con una frescura y una naturalidad admirables. Claus Peter Flor le concede todo el protagonismo poniendo a sus pies una dirección amplia, cálida y sensualísima, con toda esa particular ligereza mendelssohniana y buscando el mayor equilibro posible con el delicado sonido de la solista, pero sabiendo atender a las tensiones internas y a la necesidad de cierto músculo. Por si fuera poco, la toma es sensacional. (10)
18. Hahn. Wolff/Filarmónica de Oslo (Sony, 2002). Violín de sonido y afinación maravillosas, excepcional agilidad y musicalidad probada, aunque quizá no especialmente intenso, en compañía de una batuta sensata pero en exceso nerviosa y apremiante en el primer movimiento, carente de la poesía requerida aunque, eso sí, atenta a los aspectos dramáticos de la música. En el segundo solista y director sí que se muestran en perfecta sintonía y ofrecen una recreación tan hermosa como emotiva, para en el tercero optar por lo bullicioso, lo chispeante y extrovertido sin perder el más exquisito gusto. (8)
19. Mullova. Gardiner/Orquesta Revolucionaria y Romántica (Philips, 2002). No se puede decir, como ocurrirá en acercamientos posteriores de Sir John a Mendelssohn, que el fraseo sea cuadriculado y machacón, que la precipitación haga acto de presencia y que música no respire. Aquí, simplemente, Gardiner se limita a poner el piloto automático y a dejar que la música fluya de manera insulsa y anodina, no desdeñando los acentos dramáticos pero ignorando casi por completo el lirismo, la cantabilidad y la efusividad que esta música necesita. Es justo lo que también hace una Mullova fría y distanciada a más no poder, a ratos tímida y por momentos más frágil de la cuenta. Correcta sin más en los dos primeros movimientos, la interpretación termina de naufragar en un Allegretto non troppo al que le faltan chispa, nervio y luminosidad, y que no se anima hasta que llega la coda. En SACD la pureza tímbrica es extraordinaria, pero a la orquesta le faltan cuerpo y presencia. (6)
20. Midori. Jansons/Filarmónica de Berlín (Sony, 2003). La violinista de origen japonés hace gala de un sonido tan firme como luminoso y apabulla con la agilidad de su mano izquierda en una recreación que, además de virtuosística, sabe cantar las melodías con efusividad, ofrecer delicadeza y alcanzar el punto justo de equilibrio entre efervescencia, ternura y desgarro dramático sin perder la belleza de la forma. En contraste con su violín femenino en el mejor de los sentidos, Jansons despliega carácter y hace rugir a la maravillosa orquesta aprovechando bien su poderosísimo registro grave, aunque sin destilar mucha poesía ni atender lo suficiente a los detalles, ofreciendo a la postre una recreación vistosa pero un tanto expeditiva. Nueve para ella y los berlineses, ocho para él. Magnífica la toma en vivo. (8)
21. Alina Ibragimova. Jurowski/Orchestra of the Age of the Enlightenment (Hyperion, 2011). No debemos confundir el uso de los instrumentos originales con el enfoque expresivo adoptado. El de Gardiner era distanciado, el de Vladimir Jurowski muy tempestuoso. La consecuencia es la esperable: junto a momentos muy vibrantes, con mucho empuje y entusiasmo y una gran atención a los conflictos, hay también un exceso de nervio, escasez de sensualidad, de vuelo lírico y de cantabilidad. Por lo demás, el tratamiento sonoro resulta bastante tosco y primario: el maestro no se lo ha currado lo suficiente. Alina Ibragimova evidencia enorme agilidad y apreciable sensatez dentro de su enfoque historicista, pero sin aportar inspiración especial. Toma a volumen altísimo y, por ello, con saturaciones. (6)
22. Tetzlaff. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2013). Temperamento a tope el de un Christian Tetzlaff rebosante de virtuosismo y dispuesto a dejarse la piel en una recreación dionisíaca a más no poder, muy alejada de cualquier suerte de ligereza o clasicismo mal entendido, pero en la que el arrebato emocional logra llevarse por delante –ya desde sus primeros compases, altamente prosaicos– buena parte de la poesía, la delicadeza, la sensualidad, la ternura que también alberga la sublime partitura mendelssohniana. Le sigue plegándose a sus maneras un Rattle que logra compatibilizar el músculo de Berlín con la ligereza mendelssohniana, pero que entre tanto fuego no logra encontrar la magia de la obra. En cualquier caso, el espectáculo que los dos artistas montan en el tercer movimiento en conjunción con los berlineses es para no perdérselo. La toma, siendo muy buena, se ve algo perjudicada por la acústica de la Waldbuhne. (8)
23. Znaider. Chailly/Gewandhaus de Leipzig (Blu-ray Accentus, 2014). Como en las dos grabaciones radiofónicas que le conozco junto a Barenboim, Znaider ofrece un verdadero derroche de belleza en el sonido violinístico –carnoso, homogéneo, de refulgente agudo–, de agilidad y de cantabilidad en el fraseo, así como una musicalidad que le permite atender tanto a la faceta luminosa de la página como a los acentos dolientes que alberga. Sin embargo, aparece aquí algo menos centrado en lo expresivo, no tan inspirado, posiblemente por culpa de la dirección de un Chailly que, en todo momento gran concertador y sin sacar los pies del plato –nada de insufribles ligerezas ni de preciosismos– se muestra cuadriculado y en más de un momento llega a precipitarse; sacrificar efervescencia para dejar volar la música hubiera sido interesante. Sonido e imagen excepcionales. (8)
24. Frang. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2016). Evidencia clara de hasta qué punto puede un director cambiar su concepto en función del solista es esta recreación –primero de mayo en Noruega– tan solo tres años posterior a la que Sir Simon y sus chicos hicieron junto a Christian Tetzlaff: aquí no hay derroche de estamina, sino un perfecto equilibrio entre vuelo lírico y pasión para adaptarse a la recreación mucho más ortodoxa, sensata y musical, aunque también menos arrebatadora, de una Vilde Frang que toca como los ángeles y logra emocionarnos en los movimientos extremos; el Andante está dicho con intensidad pero no con toda la poesía posible. La orquesta es un prodigio, y de nuevo el que por entonces era su titular extrae de ella el sonido adecuado para Mendelssohn evitando los dos peligrosísimos extremos de la ligereza mal entendida y la pesadez. Excelente la toma, quizá por la madera de la iglesia en que está realizada la filmación. (8)
25. Faust. Heras-Casado/Orquesta Barroca de Friburgo (Harmonia Mundi, 2017). El maestro granadino ofrece aquí exactamente lo que se espera de él cuando se pone el disfraz de Mister Hyde “históricamente informado”: ataques muy secos, fraseo rígido, contrastes dinámicos exagerados, buenas dosis de rusticidad sonora y una expresión vibrante que se centra en los aspectos más tempestuosos de la música mendelssohniana dejando un tanto de lado lo que tiene de sensualidad y de magia embriagadora, todo ello cayendo con frecuencia en el exceso de nervio, por no decir en la precipitación. En cuanto a la solista, el sonido que obtiene de su Stradivarius me parece terriblemente ratonero y su acumulación de portamentos me resulta estomagante. O tal vez la culpa no sea de mis oídos, porque lo que hicieron Mullova e Ibragimova, aun distando ambas de convencerme, me parece mucho menos malo que lo de la señora Faust. No, no es cuestión de que haya mayor o menor cantidad de sonidos fijos o de ataques bruscos, ni de que se acentúen hasta el límite los contrastes sonoros. Es cuestión de sensibilidad. O más bien de honestidad, porque yo aquí lo que veo es una mezcla de cursilería, pedantería y excentricidad camuflada como intento de vanagloriarse de recuperar “recursos expresivos sin explotar previamente” –eso reza la carátula– que presuntamente fueron arrinconados por una tradición. (3)
26. Dueñas. Franck/Filarmónica de la Radio de Francia (Stage +, 2023). No convence la violinista granadina en el arranque: sonido en exceso duro, vibrato excesivo para Mendelssohn y algún portamento que sobra. Poco a poco uno va entrando en el juego propuesto por María Dueñas, no otro que ofrecer una interpretación abiertamente romántica de la partitura y no poco cercana a Tchaikovsky haciendo gala de imaginación en los matices, valentía en los contrastes y mucha personalidad. A mí me interesa el resultado, pero también es verdad que para mi gusto no termina de sintonizar con la sutilísima poesía de esta delicada música. A los amantes de las prácticas HIP posiblemente les irritará, como también la dirección masiva y algo pesadota de un Mikko Franck que parece coincidir en el enfoque de la solista, pero sin hacer gala de la frescura de ella. (7)
2 comentarios:
Enhorabuena.
¡Gracias por este regalo de Navidad! Voy a buscar la grabación de Flor y Takezawa, que me ha dejado muy intrigado.
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