martes, 25 de junio de 2024

La Filarmónica de Viena vuelve a Sevilla: audición uncompressed

Conozco a críticos veteranos que han decidido prescindir del directo, por aquello de que "en casa se escucha mucho mejor". En el concierto de ayer lunes 24 de junio de la Filarmónica de Viena dirigida por Lorenzo Viotti en el Teatro de la Maestranza hubo momentos en que estuve a punto de darles la razón. Por ejemplo, cuando al individuo sentado detrás de mí le sonó el móvil en un momento particularmente delicado y, durante los interminables segundos que tardó en silenciarlo –fueron bastantes–, su acompañante empezó a lamentarse en voz alta de la inoportunidad del aparato. ¡Haberlo apagado del todo, hombre! O cuando un simpático tosedor profesional se le ocurrió hacerse notar a los pocos segundos de arrancar La isla de los muertos y salieron los coríferos situados en diferentes puntos de la sala a darle la consabida réplica. Por no hablar, claro está, de las largas cremalleras de bolsos seguidas por el desenvolver de caramelitos.

Sin embargo, durante la mayor parte del concierto mi opinión fue justo la contraria: en directo, a pesar de todas las perturbaciones habidas y por haber, el asunto es otra cosa. Una cosa mucho mejor, porque ningún equipo de música es capaz de replicar la calidades tímbricas y las sutilezas dinámicas de una gran orquesta en directo. Lo que más se acerca a esa experiencia son los Blu-rays editados por Accentus de las sinfonías de Bruckner por Barenboim y de las de Mahler por Chailly: increíble sonido si se escucha en multicanal. Y ni aun así. Yo ya había escuchado atentamente este programa sevillano cuando los mismos intérpretes lo ofrecieron el domingo 16 a través de la toma de la ORF, y aquí dejé mis impresiones. Luego lo he vuelto a escuchar un par de veces –en el coche, a la ida y a la vuelta–, pero es la audición en directo la que me permite matizar.

Interesante fue valorar a la Wiener Phiharmoniker en el Maestranza, un teatro que ya había visitado en 1992 con Claudio Abbado. No se me ha olvidado: Haydn gélido, Mahler de altura pese a algunos amaneramientos. Pero esta orquesta ya es otra, por la sencilla razón de que gran parte de aquellos músicos ya están jubilados. La sonoridad tampoco es exactamente la de su época de gloria, aquella que empezó en los sesenta y alcanzo la cumbre en los setenta y ochenta cuando la modelaban con mano maestra unos tales Karajan, Böhm, Bernstein, Maazel o Giulini. ¿Lo recuerdan? Esos violonchelos de terciopelo puro eran para derretirse. Aquel peculiarísimo "sonido plateado" se ha perdido en no pequeña medida, pero eso no significa que la orquesta sea peor. ¡En modo alguno! Yo mismo lo pude comprobar en la Musikverein el domingo 27 de febrero del presente año cuando pude escuchar por la mañana a la Philharmoniker y por la tarde a la Symphoniker. Esta última es formidable, pero la de los conciertos del uno de enero se encuentra a un nivel muy superior. 

Primero, por la increíble potencia decibélica que es capaz de alcanzar. Lo hace en la Musikverein, como también –de ahí el interés de escucharla en Sevilla– en el Maestranza: no es solo la acústica de la celebérrima sala dorada. Ofrece decibelios en cantidad, como también en calidad. Muchas orquestas saben sonar fuerte, pero al hacerlo suenan regular. Esta no: redondez, empaste y opulencia están asegurados. ¡Y qué cuerda grave! No es la de Berlín, entre otras cosas porque la tímbrica de los Wiener es mucho menos oscura –que sí, que a pesar de lo dicho las personalidades siguen ahí–, pero su robustez es importante a nivel armónico y como soporte de todo el edificio. 

Segundo, la cuestión del virtuosismo. En una grabación ciertas insuficiencias se pueden disimular. En directo la cosa está más cruda, más aún cuando el melómano de turno se compra fila cuatro –es mi caso– y puede percibir el menor problema de empaste en la cuerda. Pues nada de nada con los vieneses: todos al unísono. Ídem en lo que se refiere a la seguridad de los metales. ¿Se acuerdan de aquel vídeo en el que Bernstein, presentando sus filmaciones de Mahler con esta misma orquesta, reconocía que se registraban varias actuaciones para corregir los defectos de ejecución, "que haberlos los hay"? Sí, aquella Wiener Phiharmoniker sería más inconfundible, pero en directo probablemente no poseía la infalibilidad de esta. 

Tercero, y esto es lo que más afecta a la cuestión de la batuta, tenemos el asunto del equilibrio de planos y, sobre todo, de la gama dinámica. Las grabaciones alteran la realidad de manera considerable, unas veces para bien y otras para mal. También un recinto problemático puede jugar una mala pasada: es el caso del Palacio de Carlos V de Granada en el que habían actuado la noche anterior. Pero el Maestranza posee una acústica excelente que, además, es la conocida y la confortable para quienes estamos acostumbrados a escuchar música allí. Pues bien, los vieneses y su batuta superaron la prueba con nota: las diferentes familias sonaron todas como tienen que sonar, muy equilibradas y con perfecto empaste entre ellas, sin que eso suponga domesticar el sonido: en Dvorák el maestro Viotti hizo justo lo contrario, lo que me pareció un acierto. Volveré luego sobre ello.

La gama dinámica iba a ser, como ya advertí en la entrada en que comenté la transmisión radiofónica, el asunto decisivo. La toma radiofónica venía con una compresión intolerable: pianísimos que no son tales, fortísimos sin pegada. En directo se pudieron apreciar dos cosas. Una, que Viotti realizó un soberbio trabajo en lo que a la gradación de volumen se refiere; trabajo matizado y sutil, nada de brocha gorda. Segunda, que la orquesta fue capaz de responder a semejantes sutilezas con una habilidad extrema. Técnica portentosa por ambas partes.

Luego está la cuestión interpretativa propiamente dicha. Ya la expliqué, pero no me resisto a repetir y a matizar. Capricho español de Rimsky-Rorsakov fue, ante todo, una excusa para lucimiento de los primeros atriles: fabulosos flauta y oboe, más aún el clarinete, maravillosa el arpa, apabullante la percusión... El primer violín ofreció un virtuosismo descomunal, aunque no se resistió a hacer un portamento que ya detesté en la toma de la radio. La orquesta añadió justo ahí como morcilla un "olé" que todos les perdonamos, porque quedó bien y porque sonó a broma del uno de enero. Viotti puso entusiasmo, vigor rítmico y brillantez. No descuidó –como hacen muchos– el Tema con variaciones, si bien cuando se sintió a gusto es cuando tuvo la oportunidad de desmelenarse. Cierto es que estuvo al borde del precipicio, léase descontrol, y no oculto que a mí me hubiera gustado una mejor "explicación" del entramado orquestal, pero virtuosismo y entrega fueron tales que todos disfrutamos muchísimo.

 

Rachmaninov siguió siendo lo que menos me convenció, con el matiz importantísimo de que el directo permitió percibir toda la gama dinámica que demandan los clímax. En su YouTube con la Filarmónica de los Países Bajos (aquí) se alargó hasta los dilatadísimos 23 minutos, en Sevilla conté unos 24 (la toma de Viena eran exactamente 23'25''). El atrevimiento le pasó factura a la hora de administrar las tensiones, que no funcionaron durante el primer cuarto de la obra –antes del primer clímax, que sí estuvo  sutilmente preparado– ni durante la sección conclusiva. El balanceo de la barca, las ondulaciones del agua y el colorido al mismo tiempo oscuro y difuminado estuvieron conseguidos de maravilla, pero no así ese pulso de carácter ominoso e implacable que la partitura demanda para que realmente se transmita la sensación de fatalidad. Y ese obsesivo juego polifónico con el Dies Irae tras el desgarrador clímax final –cuando el alma, ya en la isla, grita desesperada al ver que la barca va a emprender su retorno sin ella– pasó por completo desapercibido. También es verdad que hay una cuestión de gusto de por medio: Viotti aborda la partitura de manera altamente lírica, mirando más a la Filarmónica de Viena que a Rachmaninov, mientras que yo la prefiero mucho más negra, opresiva y rebelde.

El maestro suizo no "vienizó" la Séptima de Dvorák. La verdad es que para hacer eso hay que ser un genio –Nuevo Mundo por Böhm y Karajan, por citar dos casos memorables–, o mejor no hacerlo. El compositor bohemio se quedó en su tierra, lo que significa que fue la Filarmónica de Viena la que tuvo que ofrecer la sanísima rusticidad sonora bien entendida que esta música demanda. Lo hizo plenamente, porque Viotti tenía claro que había que hacerlo... y porque la orquesta sabía cómo materializarlo. Desde el podio desplegó, además, ese músculo, ese vigor rítmico y ese "descaro" (¡qué atrevidos y maravillosos timbales!) que tan bien le sientan al universo de Dvorák. En cualquier caso, lo importante es que la batuta no se olvidó de que estamos ante una sinfonía abiertamente trágica y alcanzó ese justo equilibrio entre lo lírico y lo dramático que pocos directores –Giulini en los años setenta el primero de ellos– han sabido concretar. En esta comparativa dije algo más del asunto. Añadir ahora que la recreación de Viotti estuvo más atenta al trazo global que al detalle sin por ello dejar de ofrecer acentos creativos de sumo interés; que supo clarificar planos sin que aquello diera la impresión de estar muy estudiado; y, sobre todo, que destiló enorme fogosidad hasta alcanzar las mayores cotas de desgarro emocional en una coda que captó perfectamente el carácter de la pieza.

Me llegaron rumores de que a la orquesta no le gustaba este director. Si es así, los habitualmente estirados vieneses lo disimulan muy, pero que muy bien: sonrisas de oreja a oreja y todos los arcos golpeando contra los atriles. Como propina, la Danza húngara nº 1 de Brahms: puro fuego, lo que significa que a la sección central se le podía haber sacado mayor partido. A esas alturas daba lo mismo. ¡Qué gozada escuchar esta música a una cuerda semejante! El público, como loco, pero los vieneses estaban cansados y se fueron enseguida. A ver si no tardamos otros treinta y dos años en tenerles otra vez por aquí.

PD. Muchísimas gracias a la persona que me ha facilitado la fotografía del concierto. La del cuadro de Böcklin que inspiró a Rachmaninov la hice yo mismo en Leipzig.

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