lunes, 31 de agosto de 2020

Las tres últimas sonatas de Beethoven por Pollini

Un clásico del disco que, lo confieso, yo no había escuchado hasta ahora: las tres últimas sonatas para piano de Ludwig van Beethoven por Maurizio Pollini, la dos primeras registradas en 1975 en la Herkulessaal de Múnich y la tercera ya en 1977, en la Musikverein de Viena. Los ingenieros de Deutsche Grammophon hicieron un buen trabajo, pero hay que puntualizar que las tomas bávaras resultan un tanto secas; mejor la austríaca, más rica en armónicos. Las interpretaciones me han parecido bastante variables.


En la Sonata nº 30 op. 109 el italiano despliega un sonido de amplísima dinámica y de gran fuerza en los acordes –ya que no la densidad propiamente beethoveniana–, así como un toque de extraordinaria limpieza, para una interpretación desigual en la que pincha en un primer movimiento no ya en exceso rápido, sino nervioso y carente de hondura. En el segundo la extroversión resulta adecuada: lectura ardiente y combativa. El tema del tercero está correctamente expuesto, desarrollándose las variaciones con muy buena gama expresiva, a veces con un admirable distanciamiento “clasicista”, pero en otras ocasiones de nuevo con excesiva premura

Impresionante la lección de técnica por parte del italiano en la Sonata nº 31 op. 119, no solo por su asombrosa limpieza digital –su sonido, eso sí, resulta algo percutivo y escaso de armónicos–, sino también por la capacidad para construir y clarificar el discurso con tanta atención al trazo global como al detalle, con tanta claridad en la polifonía y con tan certero manejo de las tensiones hasta alcanzar picos de fuerza abrumadora, incluso –segundo movimiento– de excesiva violencia en algunos acordes. Pero a Pollini, como tantas veces, se le escapa lo más importante: la sensualidad, el humanismo, la poesía, la capacidad para trascender más allá de las notas… A la postre, una interpretación eminentemente intelectual, lo que aquí termina equivaliendo a poco sentida.

Pollini acierta de lleno en la Sonata nº 32, op. 111. Y lo hace ya desde los primeros acordes, valientes y poderosos a más no poder, sabiendo combinar a lo largo de todo el primer movimiento ese dramatismo que la partitura necesita con un perfecto control de los medios, sin precipitarse y dejando respirar la música. La Arieta la expone con mágica concentración, y a partir de ahí desgrana cada una de las variaciones (“transformaciones”, dice Barenboim) con perfecta lógica y absoluta continuidad, además de evidenciando un asombroso control de la gama dinámica; se pueden preferir lecturas más sensuales y menos distanciadas, pero la cantabilidad y la espiritualidad de esta increíble música se encuentran garantizadas.

De la grabación realizada por el maestro hace pocos años de estas mismas obras prefiero no decir nada, la verdad. Y ahora me van a permitir ustedes unas vacaciones de quince días. Vacaciones del blog, quiero decir: mañana nos reincorporamos los profesionales de la enseñanza y el comienzo de este curso va a requerir dedicación absoluta.

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