lunes, 13 de enero de 2020

Wozzeck desde el Met: cuando la corrección no es suficiente

Estuve en los cines Yelmo de Jerez –escasísimo público– el pasado sábado 11 de enero asistiendo a la trasmisión en directo de la última de las representaciones que ofrece esta temporada el Metropolitan de Nueva York de Wozzeck de Alban Berg, un título que, por cierto, aún espera su estreno en Sevilla: parece que a algunos les preocupa más la presencia de la zarzuela en el Maestranza o la recuperación de la lírica española (¡horror!) que inquietarse con esta enorme obra maestra. Pues vale.


Creo que se trató, globalmente, de una correcta y estimable función operística, pero a mí apenas me conmovió. Ya se sabe que en este título no valen medias tintas: si lo que oyes y lo que ves no te parte el alma, hay poco que hacer. Por eso mismo me dejó frío la producción escénica de William Kentridge, a todas luces sensata, coherente, atractiva en lo visual en sus indisimuladas referencias al universo plástico expresionista, solvente en la dirección de actores, pero de escasa garra. Ojo, no es que un servidor echase de menos violencia o vísceras. No se trata de eso, en absoluto. Lo que eché de menos fue fuerza expresiva. Con unos medios técnicos mucho más sobrios, Patrice Chéreau dio en su momento una gran lección sobre cómo resolver este título. Por otra parte, el a priori atractivo uso de las proyecciones termina resultando un tanto cansino, mientras que la transformación del hijo de Marie en una marioneta está directamente copiada de la exitosa producción de Madama Butterfly de Anthony Minghella en el propio Met.

Tampoco me acabó de convencer la dirección de Yannick Nézet-Séguin, maestro de enorme técnica que clarificó de manera admirable las texturas, tratadas con refinamiento y atención al detalle, y supo paladear la música sin prisas haciéndola respirar, dejando que aflorase el lirismo albergado en los pentagramas. Pero también Yannick permaneció un tanto ajeno a la tensión dramática, a la visceralidad y a la rabia sin las cuales esta música no es lo que necesita ser. En cualquier caso, la compresión dinámica de la transmisión pudo afectar seriamente a lo que se percibía desde la butaca del cine. Es posible que una edición comercial en Blu-ray "liberase" a la orquesta y la hiciese sonar, ya que no con más tensión interna, sí con los decibelios que necesita en determinados momentos clave.

Peter Mattei ofrecía, como apuntaba Nézet-Séguin en la presentación, su "role debut". Y lo hizo de manera absolutamente irreprochable en lo vocal, quizá no tanto en lo expresivo: el barítono sueco hizo bien en no caer en excesos ni truculencias, pero a mi entender necesitaba una vuelta de tuerca adicional a la hora de sacar a la luz la enajenación, los celos y el patetismo del desdichado personaje, bastante más complicado en lo psicológico de lo que en esta función parecía serlo.

Algo parecido le ocurrió a Elza van den Heever, soprano dramática que cantó maravillosamente –sin problemas en los agudos– y con un gusto exquisito, pero ofreciendo una Marie que no fue "ni chicha ni limoná", no del todo ardiente en lo sexual, ni torturada por sus demonios interiores, ni aterrorizada en el final de la obra. Sí que estuvieron muy bien Christopher Ventris y Gerhard Siegel como el Tambor Mayor y el Capitán, respectivamente, y mejor aún Christian Van Horn como el Doctor, este último haciendo gala de un adecuado histrionismo escénico.

Se aplaudió sin especial entusiasmo. Lo comprendo y lo comparto: todo fue correcto e incluso más que eso, pero aquí la corrección no es suficiente.

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