Lanzino propone una dramaturgia en torno a la pérdida violenta de un ser muy querido, a la impotencia de la fe para mitigar el dolor y a la tragedia tanto familiar com personal que se va desencadenando. Aquí Magdalena y Juan son un matrimonio que ha perdido a su niño durante un accidente en una fiesta de cumpleaños. Cleofás parece ser la hermana tradicional y religiosa del marido. El Ángel es una cantante de Eurovisión. Lucifer comienza siendo uno de los miembros de su coro para al rato transformarse en Conchita Wurst (!) y hacerle la competencia. Recitativos y arias da capo se mueven entre el presente y el pasado, también entre la realidad más cruda y lo onírico, de tal manera que el espectador va reconstruyendo poco a poco la historia y pasando del regocijo al dolor y viceversa. Hay momentos divertidos, cachondísimos, y los hay de enorme intensidad trágica, cuando no desgarradores. Pocas imágenes hay más terribles que ver a una madre recogiendo los juguetes de su hijo muerto.
¿Chocó la dramaturgia propuesta con la partitura? Sí, pero solo en muy contadas ocasione, porque la directora de escena estudió perfectamente el texto y resolvió los conflictos con inteligencia. Las provocaciones, que las hubo, no fueron gratuitas: tenían sentido dentro de la dramaturgia. Las soluciones escénicas demostraron mucho talento y, al contrario de lo que suele ocurrir en estos casos, no se mareó al personal durante los da capo por aquello de "vamos a mover cosas en el escenario en las repeticiones para que la gente no se aburra". La dirección de actores fue extremadamente minuciosa y sacó petróleo de todos y cada uno de los cantantes congregados, alcanzando en algún caso momentos trágicos de escalofrío. Lo más importante, en cualquier caso, es que las situaciones dramáticas no solo no molestaron, sino que potenciaron la intensidad de la música, concretamente la de las arias de carácter doliente, hasta ponernos al borde de la lágrima. En mi opinión, fue un trabajo formidable que recibió abucheos no por las originalidades, quizá tampoco por los momentos de sexo y violencia explícitas, sino por imágenes como la protagonista rompiendo una botella en un crucificado, dos chavales fumándose unos porritos al pie de este o un cura dando hostias y hostias en la cara –hostias de las de pan ácimo– de la desdichada Magdalena, que termina suicidándose con uno de los clavos de Cristo. Total, estamos en Roma, en la Roma del Vaticano y de Giorgia Meloni.
Vestido con una simple camiseta de manga corta para soportar el húmedo e insoportable calor de los foros, dirigía el apartado musical George Petrou. Sí, barroko radikal. Pero claro, lo que en su disco de Las criaturas de Prometeo puede resultar más que discutible, porque Beethoven es Beethoven, en el Händel romano –repito: el Händel romano, no todo el repertorio dieciochesco– resulta irreprochable. No llega en modo alguno a la mezcla de vigor, sensualidad y tensión dramática conseguida con la gran Emmanuele Haïm con los Berliner Philharmoniker (reseña), pero su lectura ofreció irreprochable estilo, buen pulso y adecuado sentido de los contrastes; solo encuentro reprochables algunos momentos de excesiva ligereza. Eso sí, la Orchestra Nazionale Barocca dei Conservatori es una formación bastante normalita, y sus maderas se las vieron y las desearon para satisfacer las no pequeñas exigencias del señor Händel. Muy bien tiorba y clave.
Altísimo nivel en las cinco voces solistas. La tarraconense Sara Blanch se encargó del Angelo: con una voz ligera por completo adecuada, resolver las agilidades con enorme limpieza pero de manera algo cuadriculada, circunstancia que supo compensar con un canto ligado de exquisito gusto, justo el mismo del que hizo gala la mezzo Teresa Iervolino en el rol de Cleofe. Giorgio Caoduro, además de triunfar resolviendo con enorme arte las tremendas exigencias escénicas que aquí se le planteaban a Lucifero/Conchita, lució una voz de barítono fresca, homogénea y sin problemas para la coloratura. A mí me impresionó especialmente Charles Workman, un señor al que le había perdido la pista desde hacía tiempo. Envejecido en lo físico pero en buena forma vocal –el timbre nunca fue atractivo–, dictó una lección de solidez técnica –le ayuda su experiencia belcantista–, hizo gala de especial inteligencia a la hora de ornamentar en los da capo y, sobre todo, cantó con emotividad a flor de piel. En cualquier caso, la triunfadora de la noche fue Ana Maria Labin como Maddalena, por todo: voz, estilo e intensidad emocional. Su Per me già di morire quedó para el recuerdo.
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