Tan solo dos horas después del primer concierto de Welser-Möst con la Filarmónica de Viena comentado en la entrada anterior, me tocaba regresar a la Musikverein para escuchar a la English Chamber Orchestra, que venía liderada por el violinista Julian Rachlin para hacer un programa integrado por obras de Mozart y Mendelssohn. La pregunta estaba en el aire: ¿conserva esta mítica formación la calidad de aquellos dorados años sesenta y setenta? La respuesta es un rotundo sí. Sigue siendo un verdadero prodigio de virtuosismo y, sobre todo, de depuración sonora, aunque también es cierto que no se debe perder de vista el contexto histórico: la calidad de las formaciones orquestales a nivel global ha mejorado de manera considerable desde aquellos tiempos. Vamos, que hoy tiene más competencia que antaño.
Dicho esto, fue un placer escuchar a la ECO en este repertorio tan adecuado para ella. Al menos, en lo que al compositor salzburgués se refiere. ¿Y cómo fue su Mozart? Pues muy británico, pero no en la línea de pulcritud a veces un tanto insípida de un Sir Neville Marriner con sus colegas de la Academy, sino más bien en esa maravillosa mezcla de vitalidad, luminosidad y elegancia que con la English Chamber "antigua" hacía un Raymond Leppard –músico que cada vez me gusta menos en el Barroco, dicho sea de paso, pero que para el Clasicismo me sigue pareciendo enorme–. Ni que decir tiene, poco que ver con el músculo y la densidad que esa misma "Vieja English" ofrecía con Barenboim en este repertorio.
Por todo lo expuesto, pienso que no debió de haber ni un solo espectador en la Musikverein que no disfrutara muchísimo de lo que allí se escuchaba: ni los partidarios de la más conservadora tradición ni los radicales de las maneras HIP podían discutir el perfecto equilibrio entre agilidad en la articulación, naturalidad en el fraseo y sentido del canto que desplegaron los músicos bajo la dirección de un Rachlin que primero tocó el Concierto para violín nº 3 con enorme sensatez y musicalidad –quizá le quedó un poquito más distante de la cuenta–, para luego dirigir la Sinfonía Haffner con una convicción y una fuerza expresiva abrumadoras. Y sí, los tempi fueron rápidos, pero no hubo la menor caída en el nerviosismo, en la blandura ni en la frivolidad, cosa que sí le ha ocurrido (¿han escuchado lo de Abbado?) a otros maestros mucho más famosos. ¡Bravo por Rachlin!
Harina de otro costal fue la Sinfonía Italiana de Mendelssohn de la segunda parte. Una vez más hubo agilidad bien entendida, nitidez en la articulación y muchísima sensatez, amén de una ejecución de esas que quitan el hipo, pero ya se sabe que a este compositor es bien difícil cogerle el punto: al segundo movimiento le faltó esa sensualidad tan particular, al mismo tiempo acariciadora y amarga, que la convierte en una de las páginas más inspiradas del compositor. Vistosísimo, lleno de electricidad y de un virtuosismo insuperable el Saltarello conclusivo, pero a mi entender no es suficiente.
De propina, una obertura de Las bodas de Fígaro que más efervescente que propiamente teatral. No me convenció del todo, pero a esas alturas ya daba igual. El público vienés, que algo sabe de Mozart, aplaudió a rabiar, así que los británicos se fueron más contentos que unas pascuas. Y yo me largué a airearme un poco –y tomar un Aperol spritz– antes de que llegara el tercer y último concierto de la musicalmente agotadora jornada dominical: Segunda de Mahler.
4 comentarios:
¡Pues sí que fue completo el día! La verdad, si les llego a someter a mis padres a semejante reto, como mínimo se asegurarían de que se van alternando uno y otra. La única vez que he hecho algo semejante, (y aún más que lo que comentas aquí), fue en la serie de las Nueve Novenas Sinfonías que hizo Víctor Pablo Pérez en el Auditorio Nacional.
Claro, que aún se podría superar eso: aún recuerdo aquellos ciclos de El anillo del nibelungo que un teatro alemán importante, (no recuerdo cuál), programó para ser representados en un fin de semana. ¡Eso sí que está al alcance de muy pocos!
Que vida mas dura!
¡Menudo viaje Fernando! Yo estoy a ver si en algún año puedo visitar Viena y esa maravillosa sala… Ganas no me faltan. Por cierto, una pregunta que me hago cada vez que veo algún concierto de Bernstein dirigiendo en la Musikverein: ¿por qué las paredes están forradas de tela roja? ¿o pintura? ¿Por acústica? Viendo otros videos de Böhm no hay paredes rojas o solo la zona del escenario… Lo he buscado por internet y no encuentro respuesta. Un saludo!!!
Francisco Javier, creo que en la primera mitad de los ochenta se realizó un cambio importante en la decoración. Eso que a mí también me parece tela roja, desapareció. No sé si fue por acústica. Le diré que esta última hoy es muy variable: problemática en las primeras filas del patio de butacas (lógico), estupenda en la segunda mitad del propio patio de butacas y sensacional arriba. Eso sí, en todas las localidades la visibilidad del escenario deja mucho que desear, como iré explicando en las siguientes entradas... que no sé cuándo podré terminar. Estoy muy liado con cosas que nada tienen que ver con la música, sino con el medioevo. Sorry.
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