Georges Bizet escribió su Sinfonía cuando estudiaba en el Conservatorio de París allá por 1855. Contaba tan solo diecisiete años. Le salió una enorme obra maestra, como le ocurrirá mucho más adelante a Shostakovich –con dos años más de edad– al componer su Sinfonía nº 1. La diferencia es que mientras el ruso se mostrará iconoclasta y un punto gamberro, el francés se atiene a las más estrictas convenciones académicas. Da igual: la calidad de una obra artística no se mide tanto por su capacidad para avanzar en la forma (¿fue Bach acaso un rompedor?), sino por algo muchísimo menos cuantificable como es la inspiración. Y aquí el joven Bizet rebosa de ella.
1. Beecham/Orquesta Nacional de la Radiodifusión francesa (EMI, 1959). Aun británico por los cuatro costados, el baronet ofrece la interpretación francesa por excelencia, aquella que reúne todos los tópicos que asociamos con la música decimonónica del país vecino. Y lo hace con plena musicalidad, enorme convicción y perfecta sintonía con la partitura que tiene por delante. Hay aquí morbidez y suavidad tímbrica, en buena medida por la particular sonoridad de una orquesta con unas maderas y unas trompas herederas de una tradición hoy perdida, sin que eso suponga caer en excesivas ingravideces o perder a un músculo que a Beecham le gusta bien robusto. Igualmente encontramos elegancia, encanto y coquetería, más no cursilería ni trivialidad. Sentido del humor suave, un punto irónico. Y un fraseo fluido, elegante y pleno de cantabilidad, quizá sin particular jovialidad en los movimientos extremos por optar por una visión más bien madura, poética y concentrada. Cierto es que se echa de menos la increíble poesía que conseguirá Haitink en el Adagio, pero a cambio tenemos un trío del tercer movimiento de todo punto sublime. (10)
2. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1963). Como era de esperar en el Lenny de la primera mitad de los sesenta, se trata de una interpretación ante todo juvenil y extrovertida, llena de vida, de frescura, de inmediatez y de goce por hacer música. Esto no significa que falten claridad, atención al detalle y capacidad para hacer volar las melodías, pero sí que es cierto que se pueden echar de menos hondura y ese peculiar sentido de “lo francés”. El Finale, en cualquier caso, resulta tan bullicioso –un punto rossiniano– que terminamos recibiendo la contagiosa comunicatividad de Lenny como un auténtico soplo de vida. (9)
3. Martinon/Sinfónica de Chicago (RCA, 1968). Interpretación musculada antes que ligera –aunque la orquesta toca con enorme limpieza–, no especialmente bulliciosa ni chispeante, que destaca por la calidez y sensualidad que el maestro francés, haciendo gala de un evidente idiomatismo, sabe poner de relieve. En este sentido sobresale el Adagio, de un lirismo ensoñado y embriagador pero nada blando, dirigido con concentración y beneficiado de un oboe maravilloso. También es de destacar el Scherzo, robusto y con empuje, pero alternando con pasajes poéticos de elevada poesía. La sonoridad de la orquesta adquiere toques difuminados apropiados para lo francés, aunque en parte puede deberse a una toma algo borrosa –excesiva reverberación– realizada en el Medinah Temple. (9)
4. Marriner/Academy (Decca, 1973). Interpretación clásica en todos los sentidos, muy bien delineada y con esa distinción típicamente inglesa que aquí sienta muy bien, añadiendo unas gotas de humor también británico. Falta la sensualidad y el vuelo lírico de otros maestros, pero a cambio el segundo movimiento ofrece de manera muy convincente cierto resulto amargo y un clímax un tanto dramático. El cuarto movimiento es más bien ligero y trepidante, pero no alberga tanta poesía. La toma sonora, algo reverberante. (9)
5. Barenboim/Orquesta de París (EMI, 1976). Lejos de la morbidez tímbrica típicamente francesa y apostando por una sonoridad musculada, aunque en absoluto exenta de transparencia, y fraseando de una manera tan natural como amplia que le permite paladear con gran cantabilidad las melodías, el de Buenos Aires propone una recreación que, como en su Mozart, sabe aunar la elegancia, la concentración y el equilibrio clásicos con una buena dosis de energía y de fuerza expresiva. Pero no lo hace optando por la chispa y la extroversión juveniles de un Bernstein, sino por un enfoque maduro y reflexivo que aporta en el Andante no solo una gran elevación poética, sino también un punto de amargor –como había hecho ya Marriner– de lo más interesante. A destacar igualmente el toque rústico del Scherzo y la sensibilidad de su Trío. Lo menos logrado es el Finale, no del todo ágil y sin el carácter bullicioso que necesita. Estaría bien que EMI recuperase la cuadrafonía de la toma. (9)
7. Bychkov/Orquesta de París (Philips, 1990). El director ruso acierta por completo en los tempi de la página, como también en la sonoridad –en absoluto masiva, tampoco demasiado leve– y en el carácter, que debe alcanzar un peculiar equilibrio entre lo bullicioso, lo distendido, lo reflexivo y lo sensual sin quedarse en lo frívolo ni en lo epidérmico. El problema es que su batuta, al menos en aquellos años mozos, era mucho antes la de un artesano que la de un verdadero artista, y aquí se limita a concertar con mera solvencia –no hay especial refinamiento, antes al contrario– sin apenas levantar el vuelo poético. Todo resulta más que correcto, pero la sensación de rutina se termina imponiendo. Espléndida toma realizada en la Sala Pleyel. (7)
8. Plasson/Capitole de Toulouse (EMI, 1993). El director parisino apuesta por ofrecer una lectura dicha desde la más absoluta ortodoxia de "lo francés", concepto este que, como él mismo ha confesado en alguna ocasión, resulta de los más resbaladizo porque el difícil equilibrio entre densidad y levedad, tensión y laxitud, emoción e indolencia. A mí entender, aquí el maestro se escora un punto –solo un punto– más de la cuenta hacia la ligereza tanto sonora como expresiva, lo que se traduce en una interpretación elegante y muy bien trazada, pero también un tanto indolente, por no decir aséptica. Lo que mejor le funciona es el Allegro vivace conclusivo, muy ágil y magníficamente desmenuzado. (7)
9. Dutoit/Sinfónica de Montral (Decca, 1995?). El maestro suizo da buena cuenta tanto de su excelencia técnica como de su contrastada sintonía con este repertorio ofreciéndonos una interpretación perfectamente delineada, de irreprochable estilo y perfectamente equilibrada entre agilidad, frescura y lirismo. Solo falta –y esto, por desgracia es también habitual en Dutoit– ese último punto de inspiración que separa lo muy notable de lo verdaderamente grande. En este caso, una pizca más de picardía y, sobre todo, de efusividad poética. La orquesta realiza una labor sobresaliente y se encuentra recogida de manera formidable por los ingenieros de Decca. (8)
10. Prêtre/Sinfónica de la SWR de Stuttgart (Hänssler). El Allegro con brio inicial lo interpreta el veterano maestro con demasiado brío. El Allegro vivace conclusivo, pues lo mismo, demasiado vivace, aunque en el primer caso aportando un enorme entusiasmo y en el segundo desplegando una extraordinaria efervescencia, al tiempo que trabaja a la orquesta con limpieza admirable para la velocidad adoptada. En cualquier caso, lo grande de esta luminosa y sensual interpretación se encuentra en un Adagio paladeadísimo en el que el dominio de la agógica de Prêtre hace milagros y en un Scherzo cuyo trío destila una enorme poesía. La toma, en vivo, es de gran calidad. (8)
11. Paavo Järvi/Orquesta de París (Erato, 2009). Francamente despistado el maestro estonio en sonoridad y expresión, amén de un tanto primario a la hora de modelar a la orquesta, particularmente en un Allegro inicial rígido, amazacotado, demasiado nervioso y un tanto contundente, por no decir bastorro, ajeno a la mezcla de luminosidad, ligereza bien entendida y elegancia que la página necesita. Muchísimo mejor el segundo movimiento, dicho sin especial inspiración pero al menos fraseado con flexibilidad y sentido del canto. Los dos últimos están dichos con nervio e incuestionable entusiasmo, pero de nuevo la escasa sintonía con el estilo y el trazo en exceso agresivo y poco refinado de la batuta terminan lastrando el resultado. Por si fuera poco, los ingenieros de Erato estuvieron mucho menos afortunados que sus compañeros de Philips a la hora de lidiar con la acústica de la sala Pleyel. (6)
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