He quedado "tocado" por el concierto del cincuenta aniversario de Barenboim al frente de la Filarmónica de Berlín:
Sinfonía 95 de Haydn,
Cuarto de Beethoven con la Pires y
Sinfonía nº 4 de Schumann. Tanto, que ahora mismo me siento incapaz de escribir sobre el acontecimiento. Tengo que esperar, volver a escuchar algunas cosas y reflexionar. Mientras tanto, voy a intentar ordenar las líneas que tengo escritas sobre un disco que he repasado hace poco:
Sinfonía nº 8 de Dvorák y, precisamente, la
Sinfonía nº 4 de Schumann por
Herbert von Karajan y la
Filarmónica de Viena. Es decir, uno de los puntos más altos de la etapa digital del más famoso director de todos los tiempos, aunque más por la interpretación de la página del alemán que por la del bohemio.
A ver, tengo que reconocer que este
Dvorák registrado en 1985 es globalmente espléndido. Brillante, comunicativo, muy en la línea de ese gran Karajan de los últimos años que llegó a un perfecto equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco al frente de una Filarmónica de Viena rendida a sus pies. Una orquesta que puso toda su belleza sonora al servicio de una batuta que supo comprenderla y mimarla como pocas: difícil dejar de estremecerse ante la carnosidad de las maderas, el fulgor de los metales o la sensualidad de sus inconfundibles violonchelos. Lo que ocurre es que, independientemente de que se comparta o no este enfoque antes “aburgesado” que rústico, y mucho antes épico que dramático, de vez en cuando hacen su aparición algunos de los molestos tics que asociamos al de Salzburgo. Los metales a veces resultan en exceso prepotentes, por no decir insinceros –primer clímax del segundo movimiento, coda del tercero–, y hay alguna frase lírica –en el Adagio y en el Finale– más blanda de la cuenta, bordeando el amaneramiento. Y sorprende, por esperarse una visión evocadora ante todo, la rapidez y la vehemencia con que Karajan aborda el tercer movimiento.
El
Schumann corresponde a mayo de 1987, y desde entonces permanece como uno de los grandes logros del maestro. Para empezar, uno no sale uno de su asombro al comprobar cómo Karajan lograba hacer sonar a la Wiener Philharmoniker a la manera de su propia orquesta berlinesa, es decir, con densidad y enorme músculo, aunque sin perder ni un ápice del increíble terciopelo de la cuerda ni la plata del metal. Sea como fuere, lo importante es que nos encontramos ante una formidable interpretación, sin duda suntuosa y muy volcada en los efectos puramente sonoros –no podía ser de otra forma con el salzburgués–, no muy atenta a los aspectos digamos “góticos” de la página, pero llena de vida, de fuego bien controlado y de sinceridad.
Eso sí, todo ello lo hace Karajan adoptando un enfoque juvenil mucho antes que otoñal que funciona ante todo en un primer movimiento que logra el punto de equilibrio perfecto entre arrebato y vuelo lírico. El segundo ofrece belleza a raudales sin rastro de blandura, aunque se pueden preferir lecturas que subrayen mejor los aspectos amargos de la escritura. El tercero vuelve a ser arrollador y, tras una mágica transición, solo en el cuarto hay que lamentar ciertos amaneramientos que delatan la tendencia al preciosismo del gran maestro; amaneramientos que, por cierto, ya estaban en su grabación berlinesa de 1971 para DG, llena de empuje pero en exceso contundente, además de menos flexible, refinada y poética que esta de Viena, preferible para conocer lo mucho que podía dar de sí en esta partitura el mítico maestro.
3 comentarios:
Concuerdo en todo lo referente a este disco. Me gustaría saber su opinión de su novena de Dvorák igual, con la orquesta vienesa; la tengo en muy alta estima, aunque sé de que pie cojea. Saludos.
Sobre esa lectura de Karajan tengo unas notas que espero publicar en una comparativa:
"La evolución de la manera en que Karajan aborda esta partitura es grande desde la filmación de Cluzot veinte años anterior, pasando por la grabación para EMI de 1977. Se han perdido contundencia y electricidad, también la rabia del tercer movimiento, ganándose en flexibilidad, en refinamiento y en sensualidad; en este sentido, el cuarto movimiento –ahora mejor trazado y mucho menos escandaloso- ha mejorado muchísimo. Digamos que la visión global es ahora mucho menos temperamental y más “de anciano director”, menos tensa, paladeada con mayor delectación, más evocadora y ensoñada, más trascendida. El problema, en cualquier caso, es el de siempre: el maestro se interesa mucho antes por el espectáculo sonoro que por la sinceridad de las emociones, y si antes se volcaba más bien en los grandes contrastes sonoros, ahora lo hace en un ultrarrefinamiento que con frecuencia cae en lo blando y lo amanerado."
Sería MARAVILLOSO una comparativa sobre la NOVENA, OCTAVA y SÉPTIMA de Dvořák.
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