jueves, 30 de enero de 2014

El Tristán e Isolda de Viola, en Helsinki

Pillé hace tiempo –ya no se encuentra disponible en la red, me parece– una filmación del Tristán e Isolda que se ofreció en Helsinki en agosto del pasado año con la Sinfónica de la Radio Local bajo la dirección de Esa-Pekka Salonen, una versión semi-escenificada de la célebre producción de Peter Sellars y Bill Viola, esto es, la que estos días se anda ofreciendo en el Teatro Real de Madrid y yo espero ver el 8 de febrero. ¿Semi-escenificada, he dicho, de una producción de la que todo el mundo dice que, representada “al completo”, es casi una versión de concierto? Pues sí, y me explico: la función se celebra en una enorme sala sinfónica, con la orquesta sobre el escenario y las proyecciones del videocreador norteamericano detrás de ella; los cantantes se mueven no solo en la parte delantera del escenario sino también por los pasillos siguiendo las instrucciones de Sellars, interactuando entre ellos con mayor soltura que en una versión de concierto propiamente dicha –no llevan partitura– pero sin llegar a teatralizar sus papeles por completo, salvando el monólogo de Marke al final del segundo acto.

Tristan Viola Sellars Salonen

Así las cosas, no puedo en absoluto juzgar el trabajo de Sellars, del que aquí solo podemos ver una parte (por eso mismo aparece como “colaborador artístico” y no como director de escena, aunque al final sale a recoger aplausos). Pero sí puedo juzgar las videocreaciones de Viola: no me terminan de convencer, al menos en los dos primeros actos. Es verdad que son plásticamente muy bellas, que su lentísimo desarrollo no interfiere con el discurrir de la música (sí lo harían imágenes atropelladas en plan videoclip), y que en su espiritualidad ritual y trascendida ofrecen paralelismos con el afán de elevación poética de algunos momentos de la música, pero en la partitura hay también una enorme cantidad de pasión, de carne y de sangre, de visceralidad, de desgarro, de odio, de deseo físico, de pasiones extremas en definitiva, que van mucho más allá del éxtasis neoplatónico –o budista, o lo que se quiera– que propone Viola. Lo diré de otra manera: el problema no es que las proyecciones no cuenten la historia del libreto –no tienen por qué hacerlo– , sino que no dialogan con la partitura. Van cada una por su lado.

En el tercer acto el asunto cambia. Aquí sí que las imágenes de sol y fuego riman a la perfección con las alucinaciones de Tristán, mientras que el sublime liebestod está (¡por una vez!) perfectamente sincronizado en su clímax con la bellísima imagen de “desintegración en la eternidad” diseñada por Viola. Eso sí, la principal idea dramática de este acto –la visión de Isolda como un espejismo– está directamente copiada de la célebre aparición del personaje de Omar Sharif en Lawrence de Arabia. En cualquier caso, insisto, hay que esperar a ver la propuesta escénica completa, con todo el trabajo de Sellars, para poder valorar la producción en su conjunto.

Viola Tristan 1

Salonen juega literalmente en casa (nación en Helsinki en 1958). No convence en absoluto en el preludio: lento y estático, ajeno a algo tan fundamental en Wagner como es el drama. Luego la cosa mejora de manera muy sustancial y nos ofrece una espléndida recreación que, siendo mejorable en estilo –sobre todo en lo que a la sonoridad orquestal se refiere–, ofrece intensidad bien controlada, excelente pulso y variedad expresiva. Al menos en los dos primeros actos, porque en el tercero, de nuevo tras un preludio lentísimo y extremadamente desolado, pierde el sentido teatral y el resultado, irreprochable desde el punto de vista meramente sinfónico, dista de sonar convencer desde el punto de vista operístico.

En el elenco hay dos cantantes que repiten ahora en Madrid: Violeta Urmana y Jukka Rasilainen. La cantante lituana, a despecho de algún roce sin importancia y de un agudo que ya no está en óptimas condiciones en sus alturas más comprometidas, es una Isolda vocalmente suntuosa, muy valiente en el canto, que en lo expresivo se centra, como no podía ser menos, en la faceta más vengativa del personaje –lo “amoroso” nunca ha sido lo suyo– sin caer en la truculencia ni en la ferocidad, sino manteniendo siempre una musicalísima línea de canto. Rasileinen, por su parte, es un Kurwenal del montón, tanto por una voz de tímbrica poco atractiva como por una expresividad más voluntariosa que inspirada.

Decepcionante la actuación de Ben Heppner como Tristán: la clase, el temperamento bien controlado y el saber decir siguen ahí, pero la voz ha perdido muchos enteros y ahora los gallos y las desafinaciones son abundantes. Sencillamente fantástica la Brangania de Michele de Young, que ya nos deslumbrara en el segundo acto bajo la dirección de Barenboim (y precisamente junto a Heppner) en Granada hace años. Claro que lo mejor de la filmación de Helsinki está en el más grande –en todos los sentidos– de los cantantes finlandeses que se conocen: Matti Salminen. La voz está ya algo tocada (normal, tiene 67 años en este vídeo), pero como recreador emocional de Marke es el número uno. ¡Y no digamos como actor! Por una vez Sellars establece contacto físico entre los personajes –está claro que para él Tristán y el rey son algo más que tío y sobrino– y Salminen, con gafas y ropa moderna, nos conmueve hasta lo más profundo de las entrañas

Total, un Tristán con sus más y sus menor pero con demasiadas cosas de interés como para pasarlo por alto. A ver si hay suerte y sale en DVD.

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