lunes, 31 de mayo de 2010

Mehta y Perianes resbalan con Schumann

No seré precisamente el primero en señalar la extraordinaria dificultad interpretativa de la creación de Robert Schumann. Su música posee una elegancia, una naturalidad y una delicadeza muy especiales, de tal modo que los aspectos expresivos, aun siendo ineludibles, nunca deben alterar la justa proporción de cada uno de estos ingredientes. Un pequeño descuido en el control de la forma o un exceso de pathos pueden arruinar el equilibrio, al mismo tiempo que la actitud contraria, esto es, la atención exclusiva a los aspectos formales, conduce inevitablemente a la inexpresividad, cuando no a la trivialidad. Por descontado que esto mismo se puede aplicar a muchos otros compositores, pero insisto en que con el autor de Genoveva el referido equilibrio resulta mucho más complicado de conseguir. De ahí que sea frecuente que grandes intérpretes de otros repertorios resbalen cuando se enfrentan al peculiar mundo schumanniano.

Es lo que les pasó a Zubin Mehta y Javier Perianes el pasado sábado 29 de mayo en el Palau de Les Arts. El director hindú ofreció un perfecto ejemplo de eso que Ángel Carrascosa denomina “rutina de altura”: el fraseo fue de una maravillosa naturalidad, la espléndida Orquesta de la Comunitat Valenciana sonó con un irreprochable equilibrio de planos, no hubo la menor caída en la blandura o en la brocha gorda y la atención al solista fue en absoluta (incluso en varios momentos le ofreció claras indicaciones expresivas), pero la inspiración no apareció por ningún lado. Particularmente grave fue su manera de desaprovechar la acongojante melodía de los chelos del segundo movimiento o el dejar a su aire a unos primeros atriles que intervinieron con frialdad glaciar.

Perianes tocó maravillosamente. Le escuché hace bastante años este mismo concierto junto a la Sinfónica de Sevilla y el cambio a mejor ha sido considerable. Su sonido se ha mostrado rico y flexible, y la claridad digital ha estado garantizada. El hecho de “poder” técnicamente con este concierto es ya un indiscutible mérito que hace que el aún joven pianista onubense sea merecedor de grandes elogios. Aún recuerdo lo mal que lo pasó el gran Radu Lupu con esta página cuando la ofreció hace años en Madrid junto a Barenboim. Pero a mi modo de ver Perianes cayó, como el maestro Mehta, en una de las dos trampas schumannianas arriba referidas: prestó tanta atención a la perfección formal y a la belleza sonora que el contenido expresivo se le escapó en buena medida. Se le escuchó con mucho placer, pero no emocionó más que con algunos hallazgos de magia sonora que nos descubrió en el desarrollo del primer movimiento.

¿Significa esto que Perianes aún no es un pianista maduro? Me parece a mí que no, porque de propina ofreció una Mazurka nº 13 de Chopin de una genialidad extrema. Y no exagero: ralentizó los tempi al límite, paladeó las melodías con una concentración pasmosa, descubrió nuevos colores y nos hizo ver hasta qué punto mira esta música hacia al futuro, más concretamente hacia Debussy. En fin, no pasa nada. Simplemente Perianes pasa a engrosar, al menos de momento, la larga lista de grandes pianistas (Richter, Argerich, Kovacevich, Pollini, Serkin, Ashkenazy, Perahia, Pires, Kissin) que no logran conciliar forma y expresión en esta tan resbaladiza como memorable partitura schumanniana.

En la segunda parte del concierto Mehta y su orquesta ofrecieron un estreno mundial de Sánchez Verdú. De ello espero hablar en la siguiente entrada.

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