viernes, 16 de diciembre de 2022

¿Cómo definir a Seiji Ozawa?

Lo he intentado en los primeros párrafos del segmento al maestro nipón dedicado en el libro –llevo más de190 páginas– que traigo entre manos. Aquí va ese adelanto para que ustedes lo valoren.

Los occidentales acostumbramos a encontrar un denominador común en el arte de Extremo Oriente. Elegancia, exquisitez refinamiento… Son términos resbaladizos, pero que nos permiten aproximarnos a eso tan difícil de definir. ¿Sensibilidad para lo curvilíneo? ¿Máxima expresividad a partir de mínimas inflexiones? ¿Menos es más? Tal vez nos estemos acercando. Lo cierto es que el japonés Seiji Ozawa no solo hace gala de una hermosísima gestualidad sobre el podio que parece responder a semejantes tópicos, sino que además evidencia en lo puramente sonoro buena parte de esas características.

Otra cosa es determinar de dónde hereda estas cualidades. Quizá le vengan de su aprendizaje con Hideo Saitô, maestro al que siempre ha reivindicado con enorme cariño: ahí está la orquesta Saito Kinen por él fundada y dirigida. Quizá también a su vinculación con Charles Munch, el Festival de Tanglewood y la Sinfónica de Boston, esto es, a la más francesa de las formaciones norteamericanas. Y tal vez no poco a su trabajo como asistente de Herbert von Karajan, verdadero mago en el tratamiento del sonido antes que de la expresión, virtud y reproche este que se puede extender a nuestro artista.

Efectivamente, pocos directores se recuerdan tan increíblemente dotados para tratar a una orquesta con semejante plasticidad, depuración sonora, refinamiento en las texturas y exquisitez tímbrica, siempre con un empaste redondo en el que el equilibrio de planos se encuentra perfectamente calculado. No es maestro que rechace la brillantez de los metales cuando esta es necesaria, pero rara vez cae en la búsqueda del espectáculo epidérmico.

Sí que lo hace en el hedonismo, o al menos en un preciosismo que no siempre es imprescindible, y que con frecuencia busca más agradar a los sentidos que la pertinencia de la expresión. Ahí la coincidencia con Karajan –no solo con él, también con su queridísimo Leonard Bernstein– es grande, si bien nuestro artista tiene un sentido bien diferenciado de la sonoridad orquestal: colorido nunca incisivo ni estridente, por un lado, tendencia a la levedad por otro. Así las cosas, se comprende una sintonía mucho mayor con unos repertorios –Impresionismo– que con otros, e incluso que sus elegantísimas maneras puedan devenir en blandura según que obra se le ponga por delante. Por otro lado, hay que destacar cómo Ozawa posee un muy estimable sentido del ritmo, el cual le ha permitido triunfar –por ejemplo– en un Gershwin o un Stravinski, aunque por lo general no son el vigor rítmico ni la incisividad de los ataques señas de identidad de su batuta, que sí se interesa mucho –muchísimo– por la delectación melódica. Y esta es baza fundamental para uno de sus compositores más queridos, un Piotr Ilich Tchaikovsky que nos ofrece desde una perspectiva marcadamente occidentalizada, justo desde el extremo opuesto al de la rusticidad y la aspereza bien entendida de un Mravinsky.

9 comentarios:

Elgatosierra dijo...

Muy buenas, don Fernando. Muy interesante. Creo que lo mejor de Ozawa lo escuchamos en su PROKOFIEV. Y muchísimas gracias... :)

Julio César Celedón dijo...

¿Qué álbum recomendará de él?

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Sin duda, querido amigo, aunque además de Prokofiev hay que señalar la sintonía que Ozawa alcanzó con un Poulenc o un Takemitsu. También con Tchaikovsky, entre otros. Saludos.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Los Gurrelieder, desde luego.

xabierarmendariz88 dijo...

Sí, es una grabación que siempre se ha valorado mucho. La verdad es que redescubrí a Ozawa el año pasado por estas fechas escuchando su Daphnis y Chloe de Ravel, una versión que me pareció especialmente destacable precisamente por el extremo cuidado de Ozawa en tantos y tantos detalles orquestales que muchas veces pasan desapercibidos, pero los Gurrelieder también son realmente muy buenos y además tienen otra ventaja: la competencia es mucho menor.

Gustavo F. Monastra dijo...

Recomiendo su increíble Eine Alpensinfonie, de Richard Strauss, con la Wieher Philharmoniker. Entre las grabaciones más impactantes que haya escuchado (y escuché muchas). Una belleza.

Gustavo F. Monastra dijo...

También hermoso su Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, con la Boston Symphony Orchestra.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

A mí la Alpina, dentro de su alto nivel, la encuentro desigual. El Lago, desde luego, es una cima discográfica.

Gustavo F. Monastra dijo...

Puede ser que resulte despareja, pero me conmueve su increible sonoridad: logra que me deje ir y, eso, no me sucede todos los días con otras lamentablemente. No sabía que su Lago era considerado tan importante, cosa que me alegra porque me encanta.

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