sábado, 13 de marzo de 2021

Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninov: discografía comparada

Como supongo le ha pasado a muchos melómanos, conocí esta obra a través de la acongojante Variación XVIII. Más concreamente, a partir de su utilización en la bonita película Somewhere in Time. Más tarde descubrí que su uso en la cinta había sido un error monumental: Rachmaninov escribió estas Variaciones sobre un tema de Paganini op. 43 nada menos que en 1934, mucho después del momento en que transcurre la acción. En cualquier caso, hoy se sigue contando entre mis obras favoritas del siglo XX, y desde luego en una de las más amadas por eso que conocemos como "gran público", por mucho que algunos músicos extraordinarios –Barenboim entre ellos– y mucho crítico pedantorro consideren que nos encontramos ante un compositor sobrevalorado. ¡Ellos se lo pierden!


1. Rachmaninov. Stokowski/Philadelphia (Naxos, 1934). El valor histórico de esta grabación es incalculable, pues corresponde al año y a los intérpretes del estreno. En ella el compositor se muestra al piano muy ágil y virtuosístico, así como encendido y brillante, pero su fraseo resulta excesivamente nervioso y no logra ahondar en la vertiente más lírica y emotiva de su propia obra. La batuta se muestra en la misma línea, sabiendo no dejar de lado la parte más rebelde y aristada de la página, todo ello al frente de una orquesta ya espléndida. (7)

 


2. Rubinstein. Susskind/Orquesta Philharmonia (RCA, 1947). Con ya sesenta años a sus espaldas, el mítico pianista polaco supera al propio Rachmaninov con un fraseo no menos viril, decidido y apasionado, tampoco menos ágil, pero sí más concentrado, lírico y atento a los diversos pliegues expresivos de la obra, independientemente de que aún se puedan encontrar mayores matices en determinados pasajes y que en alguna variación –la XV, por ejemplo– resulte en exceso virtuosística. Susskind dirige a la espléndida orquesta con intensidad, nervio, adecuado carácter teatral y apreciable sentido de los contrastes, pero también con irregularidades. A destacar, en cualquier caso, el carácter trepidante e implacable de la variación IX, o la turbulenta atmósfera gótica de la XVII, mientras que se desaprovechan otras no menos desasosegantes como la XVI. Emotiva a más no poder la celebérrima XVIII por parte de los dos artistas. (8)


3. Rubinstein. Reiner/Chicago (RCA, 1956). La conjunción entre Reiner y Chicago garantizan una ejecución tan depurada como brillante, así como una interpretación directa y con garra, pero lo cierto es que la inspiración conoce ciertos altibajos: demasiado rápido el Dies Irae de la variación VII frente a una número XII muy atmosférica y paladeada, por ejemplo. A sus sesenta y nueve años, Rubinstein vuelve a hacer gala de una admirable conjunción entre virilidad y poesía, pero de nuevo en la variación XV se deja llevar por el mecanicismo. La XVIII está admirablemente dicha por parte de los dos artistas. Buena calidad la de la toma, que probablemente ganaría con un nuevo reprocesado. (8)

 

4. Entremont. Ormandy/Orquesta de Filadelfia (Sony, 1958). La orquesta y el director más vinculados a Rachmaninov ofrecen una interpretación rápida, bulliciosa en el mejor de los sentidos, muy efervescente y de apreciable incisividad tímbrica, virtuosística a más no poder –increíble el tratamiento y la labor de las maderas–, pero solo a ratos atenta a la voluptuosidad, a la atmósfera y a la intensa melancolía del compositor, llegando a dejarnos a medio camino en la variación XVIII. El pianista francés, que aún no había cumplido los veinticuatro años, muestra entusiasmo pero se focaliza en correr lo más posible para hacer gala de agilidad digital, quedándose muy en la superficie. Un ocho para la batuta, seis para el piano. La toma de sonido es francamente buena para la época. (7)


5. Merzhanov. Rozhdestvensky/Sinfónica Estatal (Russian Revelation, 1959). A sus veintiocho años ya enorme recreador de este repertorio, el director moscovita obvia toda delectación sonora y se centra en los aspectos más sarcásticos, turbulentos y siniestro de la página, evidenciando siempre variedad e incisividad tímbrica, atendiendo a la claridad y ofreciendo unos cuantos hallazgos personales; desconcierta un poco la variación XVIII, ardorosa e hiriente mucho antes que melancólica. Admirable asimismo Victor Merzhanov, tan ágil como poderoso al teclado, aunque sin la elevada inspiración de su joven colega. (9)

 

6. Graffman. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1964). Lejos de la vehemencia un tanto primaria –más atención que a la globalidad que al detalle– que caracterizaban a Lenny en aquellos años, el norteamericano ofrece una dirección muy controlada y cuidadosa, bien paladeada, atenta a la significación de los colores y dotada de apreciable continuidad, aunque también algo distanciada en lo expresivo. Al menos en el primer tercio de la obra, en el que solo el humor negro de la variación V parece animarle; luego se va implicando y sabe ofrecer el apasionamiento y la brillantez que la obra necesita. A nivel muy inferior el solista, de toque pulcro y en absoluto rígido, pero sí bastante neutro. Francamente buena la toma. (7)

 

7. Ashkenazy. Previn/Sinfónica de Londres (Decca, 1971). Perfectos conocedores del lenguaje de Rachmaninov, Previn y Ashkenazy nos entregan una versión no solo maravillosamente dicha, rica en acentos expresivos y de extraordinaria comunicatividad, sino que además alcanza un idóneo equilibrio entre todos los aspectos de la partitura, desde lo jovial y chispeante –la efervescencia es irresistible, sin conocer el nerviosismo del propio Rachmaninov al teclado– hasta lo dramático y ominoso –evitando cargar las tintas–, pasando por un lirismo ensoñado, sensual y evocador, pero en absoluto blando, evanescente o meramente contemplativo, sino lleno de intensidad. Todas las posibles trampas interpretativas, pues, están sorteadas por completo en esta versión que sería de referencia absoluta de haberse dado una última vuelta de tuerca en alguna o varias de las direcciones apuntadas. Aun así, de las mejores. Sonido admirable en el reciente trasvase a HD. (10)

 

8. Orozco. De Waart/Royal Philharmonic (Philips, 1972). Dueño de un toque poderoso y de una apreciable agilidad digital, el joven artista cordobés evidenció pleno virtuosismo y apreciable entusiasmo a la hora de abordar la página, pero todavía se mostraba inmaduro a la hora de profundizar en las notas; incluso en alguna variación se dejó llevar por los fuegos artificiales sin vislumbrar sus posibilidades expresivas. Edo de Waart dirige con decisión y finura de trazo sin limitarse al espectáculo, aunque también se queda a medio camino en lo que a poesía se refiere. Muy buena la toma. (7)


9. Vásáry. Yuri Ahronovitch/Sinfónica de Londres (DG, 1977). Interpretación relativamente lenta, reposada pero no carente de tensión interna, que se aleja de la extroversión y del virtuosismo más brillante para decantarse por atender a los aspectos más melódicos y ensoñados de la partitura, algo que queda claro en una Variación XVIII en la que el pianista se muestra muy a gusto reteniendo el tiempo y la batuta deja cantar con delectación a la cuerda de la magnífica orquesta. De esta forma, y aunque todo está magníficamente expuesto y el enfoque resulte seductor, se echa de menos la incisividad y la chispa –a esta le falta una dosis de sal y pimienta– de otras interpretaciones más ricas en concepto, mientras que la atmósfera no resulta del todo siniestra y cargada de malos presagios. (7)


10. Cecile Licad. Abbado/Sinfónica de Chicago (Sony, 1983). El toque de la pianista filipina es bonito, ágil y sensible, pero en exceso aéreo, poco valiente y escasamente interesado por los aspectos más escarpados de la obra, como tampoco por su peculiar humor negro. Abbado no solo no evidencia afinidad al estilo, sino que además se muestra considerablemente soso y desganado, empezando a animarse solo en las variaciones más oníricas y alcanzando (¡por fin!) la intensidad adecuada en la variación XVIII. Tampoco su labor concertadora es la mejor posible. Ingeniería de sonido pobre para la época. (7)

 

 

11. Ousset. Rattle/Ciudad de Birmingham (EMI, 1984). A sus veintinueve años de edad, Rattle demuestra no solo oficio sino también musicalidad muy apreciable en una interpretación sensata y sólida, pero no del todo inspirada. Ni termina de cogerle el punto al humor negro de la obra, ni logra dotar de continuidad a sus secciones, ni alcanza toda la intensidad expresiva posible. Las variaciones XII y XVI –esta última marcada Allegretto– resultan demasiado lentas, aunque precisamente en la XVII el tempo le permite explorar mejor su atmósfera turbia y en la decisiva XVIII ofrecer el gran vuelo lírico que demanda. Esta es justo lo que mejor se le da a Cécile Ousset, por encajar de perlas con su pianismo sensible y refinado, femenino en el sentido más tópico del término, poco interesado por la vertiente más dramática y combativa de esta poliédrica página. (7)

 

12. Ashkenazy. Haitink/Philharmonia (Decca, 1986). Quince años después de su registro con Previn, un Ashkenazy de nuevo impresionante en lo técnico, pero sin que se note en absoluto la exhibición de virtuosismo –tal es la sinceridad que imprime a su interpretación–, da la vuelta de tuerca que entonces faltaba profundizando en los aspectos aspectos melancólicos, oníricos y ominosos de la partitura, hasta el punto de que algunos pasajes son verdaderos descubrimientos. En este sentido, muestra perfecta sintonía con la batuta de un Haitink igualmente atento a generar atmósferas, musical a más no poder, aun sin la chispa, la efervescencia ni el perfecto idioma de un Previn. Sea como fuere, se trata de la otra gran referencia discográfica, con lo que tiene no poco que ver el virtuosismo de una Philharmonia manejada con admirable claridad y sentido del color por el siempre riguroso maestro holandés. (10)

 

13. Gavrilov. Muti/Philadelphia (EMI). Gavrilov hereda parte del fraseo ágil y nervioso del propio Rachmaninov, siendo aún más virtuosístico y alcanzando mayores dosis de concentración y vuelo lírico. Muti dirige con tanto entusiasmo como claridad, sentido del color e imaginación al frente de una orquesta soberbia sin caer nunca en el efectismo. Eso sí, se echa de menos mayor profundización en la vertiente melancólica y siniestra de la partitura. (8)

 

14. Feltsman. Mehta/Filarmónica de Israel (CBS, 1988). Sin ser en modo alguno la más sensual, voluptuosa o poética posible, la dirección de Mehta resulta atractiva por la combinación entre carácter bullicioso, incisividad y humor sarcástico, subrayado este último por el timbre nasal de la formación israelí. Interesa bastante menos la labor de un Vladimir Feltsman tan correcto como aburrido, monocorde en el toque y plano en la expresión, que solo en las variaciones más tenebrosas parece implicarse un poco. La toma, realizada en vivo en Tel Aviv, deja bastante que desear pese a su amplia gama dinámica. (7)

 

15. Jablonski. Ashkenazy/Royal Philharmonic (Decca, 1991). Extrañamente, el pianista que mejor ha entendido esta partitura ofrece en su faceta de director una interpretación irregular, de amplio vuelo lírico en los pasajes intimistas y muy atenta a los aspectos más siniestros de la página, pero un tanto superficial, incluso precipitada en las variaciones extrovertidas; no obstante, hay que agradecer en estas últimas la claridad de la batuta y su tímbrica incisiva. El solista, sobrado de virtuosismo, siempre ágil y limpísimo en el toque, sigue los mismos parámetros del director. (8)


16. Alexeev. Temirkanov/San Petersburgo (RCA, 1992). En perfecta sintonía con un pianista de toque ágil, fluido y efervescente, ese gran intérprete de Rachmaninov que es Temirkanov ofrece una idiomática, hermosa e inspirada interpretación que, a todas luces, va de menos a más, comenzando un tanto triviual y centrándose a partir de la variación XI. A partir de las XIII y XIV, llenas de fuerza, el nivel medio es altísimo, destacando muy particularmente la atmósfera gótica de la XVII y el romanticismo de la XVIII. (9)

 

17. Rudy. Jansons/San Petersburgo (EMI, 1992). Como tantas veces ocurría con el maestro letón, la dirección es correcta pero no termina de profundizar en la obra: necesita mayor intensidad emocional. Hay además apreciables caídas de tensión. Bien el pianista, aunque por momentos tienda a lo mecánico y no matice lo suficiente, resultando algo aséptico. (7)

 


18. Thibaudet. Ashkenazy/Cleveland (Decca, 1993). Irregular y deslavazada interpretación caracterizada por sus tempi rápidos, por su agilidad y por su falta de concentración en pasajes clave, así como por su relativa falta de idioma y de vuelo poético. En cualquier caso hay que alabar a la batuta –una vez más– su claridad e incisividad, y al pianista su innegable virtuosismo. La decimocuarta variación está muy bien. Portentosa la orquesta, como también la grabación. (7)



19. Pletnev. Abbado/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 31 diciembre 1997). Pocos solistas tan mediocres en esta obra como Pletnev, ciertamente no nervioso ni efectista, pero sí incapaz de conectar con el espíritu de la pieza, levantar el vuelo poético u ofrecer el mínimo matiz expresivo. Por mucho que dé estupendamente las notas, aburre a más no poder. Algo mejor Abbado, ágil y preciso, rico en el color, atento a clarificar texturas, ya que no afín al estilo, ni generador de atmósferas. Tampoco del todo emotivo. (6)


20. Lugansky. Oramo/Ciudad de Birmingham (Warner, 2003). Solista y director coinciden en ofrecer una interpretación ante todo ágil y espiritosa, que no rehúye precisamente los aspectos más lúdicos de la página, aunque por fortuna los mejores momentos los consiguen, aunque parezca paradójico, con la introvertida lentitud que imprimen a la variación XII y lo admirablemente conseguida que está la atmósfera turbulenta e inquietante de las XVI y XVII. La XVIII podría ser más emotiva. (9)


21. Lang Lang. Gergiev/Mariinsky (DG, 2004). Un pianista rebosante de talento pero extremadamente irregular como es Lang Lang no podía dar lo mejor de sí junto a un director como Gergiev. Y efectivamente, pese a su variadísimo toque, a su capacidad para regular las dinámicas y a su asombrosa agilidad, en general no termina de comulgar con el espíritu de la obra, e incluso en algunas variaciones llega a resultar insustancial, cuando no mecánico y hasta precipitado. De la dirección solo se puede destacar la XVII variación, dicha con todo el sentido de la atmósfera que necesita. El resto resulta tan vistoso como rutinario, por no hablar de las languideces varias con que el maestro intenta recrear, sin éxito, el melancólico lirismo de la página. También la toma deja que desear. (8)

 

22. Matsuev. Gergiev/Mariinsky (Mariinsky, 2009). Aquí Gergiev se encuentra algo más sensato y musical que con Lang Lang, e incluso parece más centrado estilísticamente, aunque a la postre el resultado no es sino anodino y rutinario. Aseada corrección, pues, justo lo mismo que ofrece un Matsuev de enorme agilidad musical, pero indiferente en lo expresivo. Termina aburriendo. (7)


23. Yuja Wang. Abbado/Mahler Chamber Orchestra (DG, 2010). Pianista solvente, agilísima y ajena a devaneos sonoros, que sabe frasear con elegancia y sin precipitarse, pero de sonido algo pequeño y poco inspirada en lo expresivo. La batuta del milanés una vez más solo se preocupa de ofrecer sonoridades muy pulidas y ofrece una dirección superficial, plana y aburrida, incluso por momentos –variación XII– algo redicha. (6)

 

24. Simon Trpceski. Vasili Petrenko/Royal Liverpool Philharmonic (Avie, 2010). Grata sorpresa encontrarse con una dirección de tan alto nivel, llena nervio, rica en el color y brillante en el mejor de los sentidos, aunque también muy atenta a la disección de planos sonoros y capaz de encontrar la máxima concentración para generar esas atmósferas ominosas tan propias del compositor. Hay algún detalle personal discutible, pero en conjunto el resultado es muy satisfactorio. A nivel expresivo algo inferior, el pianista despliega sobrado virtuosismo y variedad en el toque. Lástima que los dos artistas se precipiten en la variación XXII. La toma dista de estar a la altura. (8)



25. Yuja Wang. Dutoit/NHK (YouTube, fecha indeterminada). El maestro suizo, siempre tan afín a Rachmaninov, ofrece la espléndida dirección que en él era de esperar, muy en estilo y potenciando los aspectos más líricos y sensuales de la música del autor –hay enormes hallazgos en algunas variaciones– aunque por eso mismo no se muestre especialmente escarpado o dramático. La Wang vuelve a ser todo agilidad, pero esta vez se muestra muy expresiva e incluso llena de convicción. Sonido discreto, imagen mediocre y con una grave falta de sincronización con el sonido todo el tiempo: solo para curiosos, pues. (9)


26. Trifonov. Nézet-Séguin/Orquesta de Filadelfia (DG, 2015). Era lógico que la orquesta que encargó la obra haya querido grabarla con su nuevo titular, un Nézet-Séguin que por un lado acentúa contrastes –subrayando los aspectos más atmosféricos y ominosos, dichos con tempi muy reposados, al mismo tiempo que los más trepidantes– y por otro intenta conferir la mayor unidad posible haciendo gala de una gran capacidad para las transiciones y buscando una idea para la arquitectura de tensiones y distensiones. No lo consigue del todo, y tampoco alcanza la mayor inspiración posible, pero los resultados son de alto nivel merced a la gran calidad de su batuta y al perfecto dominio de la portentosa orquesta. El problema está en Daniil Trifonov, que toca con cantabilidad y buen gusto, paladeando las melodías e interesándose por las atmósferas, pero sin mucha riqueza de colores y acentos en su toque, al que le falta no solo sal y pimienta, sino también una dosis mayor de emotividad. La toma sonora es espléndida. (8)



27. Alexei Volodin. Nott/Orchestre de la Suisse Romande (YouTube, 2017). El de San Petersburgo demuestra poseer una técnica colosal, no solo en lo que a agilidad digital se refiere –impresionante–, sino también en la maleabilidad del sonido, en la graduación de las dinámicas, en la riqueza de colores, en la imaginación para aportar acentos y matices, en la capacidad para alcanzar grandes picos de tensión… Pero su sintonía con la partitura no llega a ser completa: hay grandes dosis de efervescencia y de animación, también una buena atención a los aspectos más siniestros y dramáticos, pero a veces el nervio interno se transforma en nerviosismo, cuando no en virtuosismo más exterior que otra cosa, mientras que al lirismo con que hace cantar al piano, notable, resulta antes delicado que sensual, preciosista más que poético. Quizá lo hubiera hecho mejor con una batuta distinta a la de Jonathan Nott, soberbio a la hora de clarificar texturas y colorear intensamente la tímbrica pero un tanto apresurado, poco atento a la enorme variedad expresiva que esta música necesita; vistoso pero superficial, en definitiva. (7)

 

28. Abduraimov. Gaffigan/Sinfónica de Lucerna (Sony, 2019). El joven maestro neoyorkino James Gaffigan demuestra una técnica francamente solida a la hora de tratar a la orquesta, pero lo cierto es que la pone al servicio de un concepto discutible en el que no solo lo ágil, sino también lo aéreo, lo carente de densidad tanto sonora como conceptual, se pone por delante de otras consideraciones. La música fluye, elabora texturas de lo más sugerentes y resulta siempre vistosa, pero no emociona. El pianista, pleno de solvencia, sintoniza por completo con la propuesta y se queda igualmente a mitad de camino. (7)

1 comentario:

Ángel Carrascosa Almazán dijo...

Estoy muy de acuerdo con tus apreciaciones sobre las versiones que comentas (sobre las que conozco, que no son todas, por supuesto).
Solo quería hacer una precisión: Barenboim dirigió la Rapsodia sobre un tema de Paganini a Lang Lang, y hace poco más de un año, el Tercer Concierto a Lahav Shani. Tras esta última actuación, Barenboim admitió públicamente que había estado equivocado en cuanto a su escasa valoración de Rachmaninov.
Ángel Carrascosa.

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