La batuta ha sido la del madrileño Guillermo García Calvo,
del que ahora me explico –creo que nunca le había escuchado– sus éxitos operísticos internacionales: qué manera de potenciar las numerosas bellezas de la
tan heterogénea como desigual partitura
haciendo gala de vehemencia controlada, efusividad lírica y fuerza
dramática, al tiempo que se disimulan con chispa, brillantez y desparpajo los
números más convencionales. Lástima que la Orquesta de la Comunidad de Madrid,
en cualquier caso mejor que otras veces, siga adoleciendo de un sonido
algo pobre en todas sus secciones; tampoco el coro es comparable al que hoy
tiene el Teatro Real.
El director de escena ha sido nada menos que Graham Vick,
una apuesta de riesgo cuyos resultados sin duda han molestado a los
aficionados más tradicionales al tiempo que a mí, aun poniéndole numerosos
reparos –no comprendo, por ejemplo, qué necesidad tenía el aspecto
visual de ser tan voluntariamente chillón y hortera en sus colores– me ha
gustado bastante. ¿Acaso en 2014, año al que se traslada la acción, no
tenemos la desgracia de que muchos varones sigan matando a las mujeres que
aman, suicidándose ellos después, porque consideran que “si no son suyas, no pueden
ser de otros"? ¿Y no siguen los pequeños pueblos andaluces en manos de unos cuantos caciques bien
relacionados con el alcalde, el cura y los militares de turno? Y así podríamos
seguir… En cualquier caso, la realización de Vick define bien a los personajes, por descontado que poniéndolos a parir: ella es una pija que se casa por dinero, su marido es un
señorito posesivo y cruel (terrorífico el momento final en el que obliga a su hijo a mirar los cadáveres) y Curro Vargas un descerebrado, un obseso y un hijo de puta. Además, el regista británico cuenta la larga
historia con muchísima agilidad teatral, dirige de manera soberbia a los
actores y establece una complejísima y admirable dirección de masas:
¡fantástica labor en este sentido la del coro!
Lo que falló en esta velada, primera en la que se presentaba
el segundo reparto (el día anterior cantaron Saioa Hernández y Andeka
Gorrotxategi) fueron las voces. O algunas de las voces, porque la Soledad de
Cristina Faus fue, a despecho de los desafortunados agudos (ojo: la valenciana
es mezzo) en la escena de su asesinato, formidable por la calidez de su timbre,
la sensualidad de su línea de canto y su emotividad a flor de piel; en su
hermosísima romanza del primer acto me emocionó hondamente.
Muy triste me ha dejado por el contrario la actuación en
el rol titular de Alejandro Roy, un tenor al que tengo aprecio por algunas
cosas muy notables que le escuché hace años. Esta vez no me ha gustado: la voz ha sonado muy atrás, con una emisión estrangulada y claras insuficiencias para
cumplir con su dificilísima parte, mientras que como actor ha estado más bien rígido. Tampoco me ha convencido en lo vocal el Don Mariano de Marco
Moncloa, aunque al menos su voz suena potente y es un estupendo actor. Claro
que el que se ha llevado el gato al agua en este sentido ha sido mi admirado Luis Álvarez
en el rol del Padre Antonio, que canta poco pero tiene los más largos y
decisivos diálogos de la obra: los ripios de Joaquín Dicenta y Manuel Paso, que
podían haberse quedado muy pasados de moda en otras circunstancias, han sonado con
una sorprendente convicción en boca de este inmenso actor. Entre el resto del
elenco destacaría el Timoneo de Israel Lozano y, sobre todo, la Doña Angustias
de Milagros Martín, además de la Tía Emplastos de una saladísima Aurora Frías.
En fin, que pese a sus más y sus menos, incluyendo el serio
borrón en el rol titular, ha sido este un espectáculo de calidad que recomiendo sin lugar a dudas, sobre todo por la posibilidad de conocer en buenas condiciones (¡y sin folclorismos, qué alivio!) una partitura que, sin poder equipararse a las
grandes creaciones italianas de los mismos años, se encuentra muy por encima –pienso ahora en la mediocre Pepita Jiménez de Albéniz– de otras recuperaciones líricas con que de vez en
cuando nos castigan. Ha merecido la pena.
5 comentarios:
Es interesante la representación de Zarzuelas porque puede ser una cantera para que surjan cantantes de Ópera.
Saludos, Fernando; no olvides el inmenso valor melódico de la partitura, de gran fuerza y expresividad, digna (en sus momentos dramáticos) de codearse con grandes óperas veristas e incluso wagnerianas precisamente por esa fuerza y sugerencia. En desacuerdo con la puesta (era muy fea, además y chillona)y Vick sabe actualizar de manera más adecuada (ese sacerdote llevando una Cruz de Mayo, aunque lo que me explicaste tenía su sentido, aquí lo vemos como algo erróneo, por confusión); sinceramente, no comparto la historia como hecho real y me desagrada, pero desde el hecho artístico (convencional, por tanto) parte de una época y de su reflejo y, es evidente, de una situación puntual con la realidad. Soledad, escindida entre el amor errante (que no sabe si volverá o no, lo desea a pesar de su muerte) y su (valga sea la repetición) soledad física (la mujer no podía mantenerse a si misma, en la actualidad sí), decide entregarse al único hombre que ha tenido el valor de acercarse a cortejarla (la amenaza de Curro pende en el pueblo) y además, es coherente y se enfrenta a su destino trágico; así, los personajes crecen y son más universales, son trágicos. Por otra parte, maravillosa recuperación de una inmensa y hermosa zarzuela. Un saludo. Leonor.
Te quedamos todos muy agradecidos por tus aportaciones, Leonor. Eso sí, conviene advertir al lector que en tus comentarios haces referencias a unos apuntes que he realizado en un foro a partir de una pregunta tuya. Por eso mismo corto y pego lño que escribí allí
"En la primera parte de la obra la cruz sale con los travesaños pelados, pero cuando Curro Vargas vuelve a su tierra le salen claveles rojos por todas partes. Creo entender que la cosa es simbólica: la cruz de la Pasión, la de los protagonistas más que la de Cristo, reverdece cuando el joven vuelve a su aldea.
El hecho de que el cura cargue con la cruz durante la procesión es una metáfora de las circunstancias que sufre el Padre Antonio, condenado a sufrir el calvario de la pasión, decididamente abocada a la tragedia, entre su digamos que "ahijado" Curro Vargas y Soledad."
Para el que esté más interesado aún, le dejo el enlace:
http://www.unanocheenlaopera.com/viewtopic.php?f=14&t=17266&start=15
Solo me queda insistir al lector en que no pierda la oportunidad: la partitura presenta obvias desigualdades, en las voces hay insuficiencias importantes y la puesta en escena no es para todos los paladares, pero el conjunto funciona bastante bien. Hay que ir.
Saludos, Fernando. Un placer.
No era yo quien debía transcribir algo escrito por ti (o eso me pareció a mí, al menos).Insisto en que quien pueda, la vea, si ayer no la escuchó.
Saludos a tod@s l@s lector@s del blog.
Leonor.
El desprecio de muchos sedicentes "intelectuales" (no me refiero, como es natural, a ti, Fernando) hacia el mal llamado "género chico" sólo es una muestra de su soberbia y su ignorancia. Mientras en Francia reverencian a Offenbach, en Italia a Rossini, en Austria a los Strauss y en Rusia a Glinka, aquí sólo encontramos una mueca de desprecio hacia genios como Barbieri, Bretón, Chueca o Chapí. De vergüenza (propia).
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