He pasado este fin de semana en Madrid. Mi objetivo era el Parsifal con instrumentos originales, aunque aproveché para ver El americano perfecto. De esos espectáculos escribiré otro día. Ahora quiero decir algo sobre el que he visto esta mañana, un programa de la Orquesta y Coro Nacionales de España bajo la dirección de Oleg Caetani (Lausana, 1956). No sabía cómo era este señor físicamente, por lo que al verle me he llevado toda una sorpresa: es clavadito a su padre, que como probablemente ustedes saben no es otro que el gran Igor Markevitch.
Se abrió el programa con una obra de Víctor Ibarra (Guadalajara, México, 1978) que bajo el título Silensis, homenaje a Antoni Tàpies, toma como punto de partida la obra del desigual pintor catalán para ofrecer todo un catálogo de texturas orquestales. Efectivamente, esto está más visto que el tebeo, pero lo cierto es que a mí me gustó, en parte porque el joven compositor parece albergar talento, en parte porque la dirección de Caetani tuvo toda la fuerza rústica y ardiente de papá Igor. La obra está grabada por la misma orquesta bajo la dirección de José Luis Temes, como galardón de su triunfo en el Segundo Concurso Internacional de Composición Auditorio Nacional de Música-Fundación BBVA.
Vino a continuación el bellísimo Concierto para violonchelo nº 1 de Camille Saint-Saëns. Caetani atemperó aquí su ardor para ofrecer una visión de perfecto sabor francés, desgranada con elegancia y sensualidad, bien paladeada e irreprochablemente expuesta. El jovencísimo Pablo Ferrández (Madrid, 1991) tocó de maravilla y ofreció una recreación muy íntima, lírica y delicada de la obra en la que sobresalió la cantabilidad con la que abordó las frases más amplias. Quien esto firma prefiere enfoques mucho más temperamentales (o sea, Du Pré/Barenboim), pero el resultado fue indiscutiblemente hermoso y comunicativo. Este chico tendrá muchas cosas que decir en el futuro si logra evitar la tentación de recrearse en exceso en la belleza sonora, que justamente fue lo que ocurrió en el Cisne (obviamente de El carnaval de los animales) que ofreció de propina. Estaremos atentos.
Decimotercera sinfonía de Shostakovich en la segunda parte. No es de lo mejor de su autor, pero alberga interés (incluso Barenboim, poco atraído por este universo, tiene la página en repertorio). Lo que le conozco a Caetani de su integral con la Sinfónica de Milán me parece desigual, pero en esta partitura da la de cal. Lectura rápida la suya, y por eso mismo no todo lo atmosférica que debería haber sido, pero muy idiomática, perfectamente trazada y en incuestionable sintonía con el contenido expresivo. El único reparo serio que le pongo es su tendencia a acumular efes sin atender a las dinámicas más intermedias. En cualquier caso hubo sinceridad, rigor y comunicatividad en su notabilísima Babi Yar. La orquesta sonó muy por encima de su nivel medio habitual, mientras que la sección masculina del coro funcionó con gran solidez bajo la dirección de Joan Cabero. El bajo Askar Abdrazakov cantó estupendamente su larga parte, aunque no terminó de matizar con la debida riqueza expresiva los poemas de Yevgeni Yevtushendo.
Y aquí llega al gran borrón de este espléndido concierto: ni rastro de los textos cantados en el díptico que se entregaba en la sala. Eliminando el cartel de la portada y los “próximos conciertos” de la contraportada hubieran cabido, si no con los originales, sí al menos la traducción, pero ya se sabe que a los responsables del asunto les importa más llenar butacas que atender debidamente al espectador. ¿Y el programa de mano por dos euros con las traducciones? Pues agotado. En los ratos que pasé en la tienda, al principio y en el intermedio, pude comprobar como bastantes aficionados se acercaban a comprarlo para encontrarse con una disculpa por parte de la chica del mostrador. Yo tuve que recurrir a la alternativa de descargarme el programa “largo” de la web de la orquesta en mi smartphone y seguir en la pantalla los textos. Antes, como es natural, pedí permiso a quienes se encontraban a mi alrededor por si la luz les molestaba; no solo no hubo problema en ese sentido, sino que me llevé la sorpresa de que la pareja a mi izquierda había tenido exactamente la misma idea. El resto del público, me temo, no se enteró de lo que coro y solista estaban diciendo, lo que en este caso concreto significa no comprender en absoluto la obra.
3 comentarios:
No será la mejor, pero no es manca. Ni mucho menos. Me extraña su baja apreciación.
Parece que la mejor costumbre va a ser el lanzar una ojeada a los textos antes de ir al concierto. No sé si será por los derechos de autor, porque si es por el papel...
Evidentemente esa 13 sin los textos es incomprensible.
Al robot
La baja apreciación se debe, al menos en parte, a que la gente no la conoce porque se hace poco: hay que tener un coro y un bajo, y encima que canten en ruso.
La 4ª también se hace poco. Y alguna más. Por no sacar a relucir la tira de obras de variados autores que no oiremos en directo. Aunque tengamos el auditorio debajo de casa. No digamos para otros pobladores más alejados. Es una ventaja de los discos. Alguna han de tener.
Todo esto me trae a la memoria una anécdota de Stravinsky que, años después de su única audición en directo, y no había aún discos, ni había repasado la partitura, recordaba perfectamente detalles de una ópera de Mozart. ¡Lo que hace escuchar una obra presumiendo que igual es la última vez!
¡La 13ª al poder!
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