domingo, 31 de mayo de 2020

Oberturas de Suppé por Mehta

La Filarmónica de Viena fue el soberbio, en este repertorio inigualable instrumento, que tuvo la fortuna de utilizar Zubin Mehta en uno de los mejores trabajos de toda su dilatada carrera discográfica: el de oberturas de Franz von Suppé (1819-1995) que registraron los micrófonos de CBS en enero de 1989 en la Musikverein de la capital austriaca. Ocho páginas en total, entre ellas las justamente célebres de La bella Galatea y Caballería ligera, que conforman un ramillete de música brillante y deliciosa que probablemente no son parte fundamental la historia de la música, pero que se escucha con placer y hasta entusiasmo si las interpretaciones son de primera, como es el caso.



En ocasiones posteriores el maestro indio abordaría con resultados desiguales las obras de los Strauss. ¿Por qué con Suppé si acertó de lleno y con las de esta dinastía tardaría bastante en hacerlo? La única explicación que se me ocurre es que las páginas de Suppé, por su propia naturaleza ligada a lo escénico y no al baile, posee un carácter más claramente sinfónico, más opulento en la orquestación y de carácter muchísimo más teatral, que enlaza mucho mejor con el temperamento interpretativo de un Zubin Mehta que nunca ha sido amigo de la ligereza de texturas, y sí de la robustez bien entendida, el músculo y la vistosidad.

¿Significa esto que sus recreaciones carecen de refinamiento o depuración sonora? En absoluto. Simplemente, su batuta no se entretiene en preciosismos, en levedades ni en perfumes embriagadores, aunque cuando coresponde hace cantar a la música con delectación y elevación poética sublimes. Resultados, difícilmente superables. Volver a este disco ha sido para mí un gratísimo redescubrimiento, y por eso dedico este tiempo a recomendárselo a todos ustedes.

sábado, 30 de mayo de 2020

Conciertos de Mozart por Gulda y Abbado

Parece que Deutsche Grammphon grabó unas cuantas cosas en formato cuadrafónico durante los años setenta, pero de eso solo nos hemos enterado cuando el sello Pentatone empezó a recuperar algunas de esas grabaciones en SACD: la Carmen de Bernstein, la Fanciulla de Mehta, las sinfonías de Beethoven –con excepción de la Heroica, que siempre se registró en estéreo– por Kubelik, un recital de Wolf por Dieskau y Richter... Tras algunas tentativas en SACD como fueron las del Beethoven o la Traviata de Carlos Kleiber que se quedaron aisladas, por fin el sello amarillo se ha animado a sacar él mismo alguno de esos tesoros en Blu-ray Pure Audio. Lo está haciendo con cuentagotas: Planetas por Steinberg, Murciélago por el citado Kleiber y Conciertos para piano nº 20, 21, 25 y 25 de Wolfgang Amadeus Mozart por Friedrich Gulda, Claudio Abbado y la Filarmónica de Viena en septiembre de 1974 y mayo de 1975. Me he comprado este último, que yo ya conocía en su previa encarnación en CD, no tanto por su interés artístico como por comprobar cómo había quedado técnicamente y cómo presenta DG estos productos.



La respuesta a esta última pregunta me temo que no es muy positiva. Frente a la preciosa caja de cartón duro del Tannhäuser de Solti en Decca, aquí tenemos una funda de cartón bastante pobre y escuetas notas –interesantísimas, eso sí– sobre el Mozart de Gulda, con escasísima información de las cuestiones referentes a la cuadrafonía. Luego vienen dos CDs y el Blu-ray que nos interesa, que incluye tres pistas: una estereofónica a 192 kHz, la cuadrafónica original también a 192 –sin crear canal de manera artificial- y una en Dolby Atmos –siete canales– a 48 kHz, que no he probado porque requiere altavoces en el techo o dos delanteros que los imiten. En mi equipo de música, que es de gama media, la diferencia entre los antiguos CDs y esta recuperación en absoluto es grande, pero sí apreciable. Ahora la toma suena a más limpia y luminosa, sin que eso signifique que se escore hacia lo metálico. Más bien al contrario: la tímbrica ha ganado en naturalidad, como también gran riqueza de armónicos, si bien se echa de menos un grave con mayor peso y relieve. No hay instrumentos "por detrás": solo sonido ambiente que hace la audición de lo más confortable.

En cuanto a las interpretaciones, interesan bastante más por la labor de Abbado que por la de Gulda. El italiano nos ofrece del KV 466 la recreación apolínea por excelencia, en el mejor de los sentidos, gracias a una dirección amplia, lenta pero no pesante, bellísima en lo sonoro, inmejorable en el equilibrio de planos, cantada de manera admirable y en el perfecto punto de equilibrio entre densidad y ligereza. Todo ello dentro de un enfoque elegante y un tanto distanciado, un poco a la manera de Karl Böhm, pero menos marmóreo y más sensual, con su toque de picardía sin perder en modo alguno la atención a los muchos aspectos sombríos de la partitura: admirable en este sentido todo el tercer movimiento, que sabe ofrecer chispa pero también fuerza dramática. A menos nivel se mueve el piano, de sonido sólido y un punto metálico, sintonizando con el podio a la hora de abordar la obra con cierta elegancia distanciada, pero con grado menos de inspiración, lo que no le impide ofrecer algunos pasajes mágicos –cadenza del primer movimiento, de Beethoven–, una asombrosa gradación de las dinámicas y apreciable tensión en los clímax

Abbado plantea de manera admirable el primer movimiento del Concierto nº 21: luminoso, animado y con mucha vida, pero dicho sin prisas y sonado no con equivocadas ingravideces, sino sabiendo aunar agilidad con músculo. Aunque menos interesado por los contrastes sonoros y expresivos, Gulda toca con sensatez y tan sobria como irreprochable musicalidad. El Andante es hermosísimo, aunque solo eso: la poesía es ensoñada antes que doliente, el drama queda algo lejos y solo en algunos acentos tanto del director como del pianista se intuyen las posibilidades expresivas de esta sublime música. El tercero está dirigido con una chispa y una animación verdaderamente portentosas, por no hablar de la extraordinaria planificación y de la inigualable depuración sonora con que el milanés modela a la orquesta, si bien el enfoque ante todo efervescente y risueño resulta un punto unilateral; Gulda aquí se muestra más bien desinteresado y por la música y se limita a cumplir.

El Concierto nº 25 recibe una muy desequilibrada lectura. Abbado abre la página de manera rotunda y poderosa, sabiendo mostrarse teatral sin perder elegancia, y luego sigue en una línea clásica paladeando con tempo amplio las melodías y sacando el mejor provecho de la orquesta. El Andante lo lleva como Adagio, respirando la partitura con enorme elevación poética y beneficiándose de unas maderas sublimes. A menor nivel el tercer movimiento, irreprochablemente expuesto pero sin toda la picardía posible. El problema, en cualquier caso, está en el señor Gulda, que aparenta moverse en un clasicismo distanciado cuando en realidad resulta monocorde, poco comprometido en la expresión: pulcro a más no poder y sin blanduras en el sonido, pero con poca sustancia.

La interpretación del Concierto para piano nº 27 la comenté en la discografía comparada que hice de esta partitura. Vuelta a escuchar, me parece válido lo entonces escrito 
En comparación con lo que la misma Wiener Philharmoniker –que vuelve a estar divina– hizo solo dos años antes con Böhm, esta lectura parece mucho más jovial y chispeante. No es exactamente así, pues la del joven y por entonces muy talentoso Abbado se caracteriza ante todo por su carácter lírico y efusivo, amén de por su naturalidad, su perfecta delineación de todos los planos sonoros y el espíritu camerístico con que hace sonar a las familias de la orquesta, faltándole en todo caso una pizca de sal y pimienta. La visión de Gulda responde a la tradición de la suavidad y la elegancia; su toque es fluido, bello y flexible –nada que ver con lo cuadriculado de un Backhaus, por ejemplo–, y ofrece muchas frases llenas de musicalidad, pero con frecuencia se acerca al tópico del “Mozart cajita de música”.
¿Saben ustedes que es, a la postre, lo mejor de este producto? Escuchar con espléndida toma a una Filarmónica de Viena en su mejor momento y en su repertorio más significativo, todo ello bajo una batuta que la trata con extraordinario refinamiento y que, por esas fechas, aborda a Mozart con muchísimo mayor acierto con el que lo hará años más tarde, cuando blanduras y amaneramientos se conviertan en su signo de identidad.

jueves, 28 de mayo de 2020

Algunos autógrafos

La reorganización de mi colección de discos la he empezado –los clasifico por sellos discográficos– por Deutsche Grammophon. Y ello me ha llevado a reencontrarme con algunos autógrafos que me han emocionado. Porque sí, he tenido suerte y a lo largo de los últimos treinta años he podido escuchar a muchos grandes músicos. He aquí algunos de ellos.



Veran ustedes que hay algunos discos importantísimos ahí. También verán que hay una firma en un disco en el que aparecen tanto Carlo Maria Giulini como Michael Tilson Thomas. Desdichadamente jamás pude ver al maestro italiano. Al americano sí, al menos en un par de ocasiones. Esta firma viene de Valencia: no tenía nada representativo de su arte a mano, pero encontré ese disco en una tienda y se lo llevé. La firma de Gardiner es bien antigua, de 1992. Y a la de Rostropovich en Shostakovich es a la que más cariño le tengo, aunque tampoco es ninguna tontería tener el Quinteto de Schubert firmado por el Melos.

miércoles, 27 de mayo de 2020

El disco ha muerto, ¡viva el streaming!

El día de hoy, miércoles 27 de mayo de 2020, ha marcado un antes y un después en la pequeña historia de mi vida de melómano y coleccionista de música grabada: he decidido guardar en cajones y de manera permanente una buena parte de mis discos compactos. La razón es obvia: una apremiante falta de espacio tras muchos, muchos años poniendo un CD junto a otro, o sobre otro, o donde se pudiese. Pero no me hubiera puesto manos a la obra –ya he empezado a reubicar– si no fuera porque una circunstancia decisiva me ha animado a ello: el cambio de Tidal a Qobuz como plataforma de streaming a la que estoy suscrito –buscaré tiempo para escribir sobre las diferentes opciones que ustedes pueden encontrar– me ha dejado bien claro que, salvando determinadas rarezas discográficas, para escuchar un disco determinado lo más rápido y sencillo es ponerlo a través de la red, puesto que a estas alturas el sonido puede llegar con tanta e incluso más calidad que con los consabidos compactos. Por ende, ya no tiene mucho sentido tener la colección accesible y bien ordenadita, más allá del morbo de la posesión física del objeto preciado y de la acumulación de tesoros cual Fafner dispuesto a custodiar todo lo que tenga forma circular, color plateado y un agujero en el centro, y luzca una bonita carátula.



Y es que el streaming se impone de manera inevitable, por muchas razones. El disco ya estaba agónico, pero ahora ha recibido la puntilla en forma de coronavirus, de encierro en casa y de todo lo que ello implica para el mercado. La piratería, asimismo herida de muerte por el streaming, retrocede de manera muy considerable. Muchas cosas van a ser diferentes en el mundo de la audición de música en ámbitos domésticos. Para lo bueno y para lo menos bueno, a mi entender más para lo primero que para lo segundo. Tendremos nostalgia de algunas cosas mientras que nos acostumbramos a las nuevas. Algunos se aferrarán con tozudez a lo que están acostumbrados hasta que la evidencia les haga ver que la mera acumulación de discos físicos ya hace tiempo dejó de tener sentido. Vamos a cambiar mucho, muchísimo nuestra manera de escuchar música, porque “lo siguiente que tenemos que escuchar” ya no va a ser el último disco comprado. Será lo que decidamos entre lo mucho que cada semana las plataformas nos sirven el mismito día que el disco sale a la venta.

No solo eso: tendremos que escoger entre casi todo el catálogo de DG, Philips, Decca, EMI, Sony, RCA, Naxos y multitud de sellos menores. No está todo ahí, en absoluto, pero sí que hay muchísimo. Cada día más. Y con frecuencia en nuevos reprocesados que mejoran las previas encarnaciones en CD. Ahora mismo yo no tengo por qué escuchar lo último que compré –lo digo como curiosidad: Mozart por Gulda y Abbado–, sino lo que me apetezca de una inmensa lista de grabaciones en la que hay repertorios que he frecuentado poco, discos de los que había oído hablar estupendamente pero a los que nunca había podido acceder, o viejos conocidos que ahora suenan mejor y con los que uno está deseando reencontrarse en mejores condiciones que nunca.

De todo ello me gustaría ir escribiendo poquito a poco a lo largo de las próximas semanas. De momento, el disco ha muerto. Ahora sí, y definitivamente. ¡Viva el streaming!

sábado, 23 de mayo de 2020

Excepcional Britten por Giulini y la Philharmonia

En ctubre de 1962 tuvieron lugar las sesiones en las que un Carlo Maria Giulini de cuarenta y ocho años de edad se ponía al frente de la Philharmonia para grabar un vinilo dedicado a Britten: los subyugantes Cuatro interludios marinos de Peter Grimes y ese prodigio que es la Guía de orquesta para jóvenes. Hoy el resultado se encuentra dentro de una imprescindible caja del sello EMI, The London Years, dedicada al maestro italiano, recuperada en remasterización no óptima pero muy preferible a la deficiente que ha lanzado en alta definición HDTT.


Altísimo nivel el de los Four Sea Interludes. Haciendo gala de una soberbia técnica de batuta, logrando que la naturalidad del fraseo disimule lo milimétrico de la planificación y permitiendo que la atención al detalle no haga olvidar el diseño global de las tensiones, Giulini ofrece una soberbia recreación que alcanza un perfecto punto de equilibrio entre impresionismo e impresionismo, sin recrearse en exceso en los aspectos contemplativos, pero tampoco sin necesidad de resultar especialmente anguloso y obsesivo. Simplemente hay sensualidad, delectación melódica, inquietud soterrada, desgarro trágico, congoja y tempestad en su punto justo y cuando conviene, expuestos todos los componentes con el más irreprochable gusto y la mayor convicción expresiva.

La Young Person's Guide recibe una interpretación verdaderamente portentosa que asombra por dos circunstancias. La primera, la increíble disección orquestal que, haciendo uso de tempi amplios y en perfecta complicidad con una orquesta de superlativa depuración sonora, realiza Giulini de todas y cada una de las secciones; lejos de centrarse en la familia o en el solista que adquiere protagonismo en cada momento, su batuta ilumina los geniales contracantos ideados por Britten hasta límites inalcanzados por otras recreaciones. La segunda, la maravillosa poesía que el de Barletta es capaz de extraer tanto del canto de las cuerdas (¡increíbles las variaciones de violas y violonchelos!) como de algunos instrumentos, muy particularmente del primer oboe, al que modela con asombroso manejo de la agógica. Que no se muestre muy interesado por los aspectos humorísticos de la pieza –que le suenan un pelín sarcásticos: cosa quizá de la orquesta de Klemperer– importa poco ante tan magistrales resultados. No se lo pierdan.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Sinfonía de Bizet: discografía comparada

Georges Bizet escribió su Sinfonía cuando estudiaba en el Conservatorio de París allá por 1855. Contaba tan solo diecisiete años. Le salió una enorme obra maestra, como le ocurrirá mucho más adelante a Shostakovich –con dos años más de edad– al componer su Sinfonía nº 1. La diferencia es que mientras el ruso se mostrará iconoclasta y un punto gamberro, el francés se atiene a las más estrictas convenciones académicas. Da igual: la calidad de una obra artística no se mide tanto por su capacidad para avanzar en la forma (¿fue Bach acaso un rompedor?), sino por algo muchísimo menos cuantificable como es la inspiración. Y aquí el joven Bizet rebosa de ella.



1. Beecham/Orquesta Nacional de la Radiodifusión francesa (EMI, 1959). Aun británico por los cuatro costados, el baronet ofrece la interpretación francesa por excelencia, aquella que reúne todos los tópicos que asociamos con la música decimonónica del país vecino. Y lo hace con plena musicalidad, enorme convicción y perfecta sintonía con la partitura que tiene por delante. Hay aquí morbidez y suavidad tímbrica, en buena medida por la particular sonoridad de una orquesta con unas maderas y unas trompas herederas de una tradición hoy perdida, sin que eso suponga caer en excesivas ingravideces o perder a un músculo que a Beecham le gusta bien robusto. Igualmente encontramos elegancia, encanto y coquetería, más no cursilería ni trivialidad. Sentido del humor suave, un punto irónico. Y un fraseo fluido, elegante y pleno de cantabilidad, quizá sin particular jovialidad en los movimientos extremos por optar por una visión más bien madura, poética y concentrada. Cierto es que se echa de menos la increíble poesía que conseguirá Haitink en el Adagio, pero a cambio tenemos un trío del tercer movimiento de todo punto sublime. (10)



2. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1963). Como era de esperar en el Lenny de la primera mitad de los sesenta, se trata de una interpretación ante todo juvenil y extrovertida, llena de vida, de frescura, de inmediatez y de goce por hacer música. Esto no significa que falten claridad, atención al detalle y capacidad para hacer volar las melodías, pero sí que es cierto que se pueden echar de menos hondura y ese peculiar sentido de “lo francés”. El Finale, en cualquier caso, resulta tan bullicioso –un punto rossiniano– que terminamos recibiendo la contagiosa comunicatividad de Lenny como un auténtico soplo de vida. (9)



3. Martinon/Sinfónica de Chicago (RCA, 1968). Interpretación musculada antes que ligera –aunque la orquesta toca con enorme limpieza–, no especialmente bulliciosa ni chispeante, que destaca por la calidez y sensualidad que el maestro francés, haciendo gala de un evidente idiomatismo, sabe poner de relieve. En este sentido sobresale el Adagio, de un lirismo ensoñado y embriagador pero nada blando, dirigido con concentración y beneficiado de un oboe maravilloso. También es de destacar el Scherzo, robusto y con empuje, pero alternando con pasajes poéticos de elevada poesía. La sonoridad de la orquesta adquiere toques difuminados apropiados para lo francés, aunque en parte puede deberse a una toma algo borrosa –excesiva reverberación– realizada en el Medinah Temple. (9)



4. Marriner/Academy (Decca, 1973). Interpretación clásica en todos los sentidos, muy bien delineada y con esa distinción típicamente inglesa que aquí sienta muy bien, añadiendo unas gotas de humor también británico. Falta la sensualidad y el vuelo lírico de otros maestros, pero a cambio el segundo movimiento ofrece de manera muy convincente cierto resulto amargo y un clímax un tanto dramático. El cuarto movimiento es más bien ligero y trepidante, pero no alberga tanta poesía. La toma sonora, algo reverberante. (9)



5. Barenboim/Orquesta de París (EMI, 1976). Lejos de la morbidez tímbrica típicamente francesa y apostando por una sonoridad musculada, aunque en absoluto exenta de transparencia, y fraseando de una manera tan natural como amplia que le permite paladear con gran cantabilidad las melodías, el de Buenos Aires propone una recreación que, como en su Mozart, sabe aunar la elegancia, la concentración y el equilibrio clásicos con una buena dosis de energía y de fuerza expresiva. Pero no lo hace optando por la chispa y la extroversión juveniles de un Bernstein, sino por un enfoque maduro y reflexivo que aporta en el Andante no solo una gran elevación poética, sino también un punto de amargor –como había hecho ya Marriner– de lo más interesante. A destacar igualmente el toque rústico del Scherzo y la sensibilidad de su Trío. Lo menos logrado es el Finale, no del todo ágil y sin el carácter bullicioso que necesita. Estaría bien que EMI recuperase la cuadrafonía de la toma. (9)



6. Haitink/Concertgebouw (Philips, 1977). He aquí la interpretación de referencia, un prodigio del clasicismo más depurado, elegante a más no poder y refinadísimo sin el menor asomo de amaneramiento o trivialidad, sino administrando perfectamente las tensiones y ofreciendo toda la agilidad y transparencia necesarias sin caer en lo virtuosístico: todo respira convicción expresiva. El primer movimiento sabe aportar las gotas inquietantes que están en la partitura, aunque puede que le falta un punto de chispa. El segundo, lento y muy concentrado, es increíblemente hermoso y se beneficia de un oboe musicalísimo. El tercero sabe aportar un punto rusticidad sin perder elegancia y sobriedad. El cuarto está admirablemente desmenuzado y sin prisa alguna, aportando un enorme vuelo lírico cuando corresponde y sabiendo ofrecer músculo sin resultar masivo; quizá se podría pedir un punto más de sentido del humor, nunca el fuerte de Haitink. En cualquier caso, la maravillosa formación holandesa redondea al alza los resultados. Toma sonora de calidad, aunque un punto distorsionada y más reverberante de la cuenta. (10)



7. Bychkov/Orquesta de París (Philips, 1990). El director ruso acierta por completo en los tempi de la página, como también en la sonoridad –en absoluto masiva, tampoco demasiado leve– y en el carácter, que debe alcanzar un peculiar equilibrio entre lo bullicioso, lo distendido, lo reflexivo y lo sensual sin quedarse en lo frívolo ni en lo epidérmico. El problema es que su batuta, al menos en aquellos años mozos, era mucho antes la de un artesano que la de un verdadero artista, y aquí se limita a concertar con mera solvencia –no hay especial refinamiento, antes al contrario– sin apenas levantar el vuelo poético. Todo resulta más que correcto, pero la sensación de rutina se termina imponiendo. Espléndida toma realizada en la Sala Pleyel. (7)



8. Plasson/Capitole de Toulouse (EMI, 1993). El director parisino apuesta por ofrecer una lectura dicha desde la más absoluta ortodoxia de "lo francés", concepto este que, como él mismo ha confesado en alguna ocasión, resulta de los más resbaladizo porque el difícil equilibrio entre densidad y levedad, tensión y laxitud, emoción e indolencia. A mí entender, aquí el maestro se escora un punto –solo un punto– más de la cuenta hacia la ligereza tanto sonora como expresiva, lo que se traduce en una interpretación elegante y muy bien trazada, pero también un tanto indolente, por no decir aséptica. Lo que mejor le funciona es el Allegro vivace conclusivo, muy ágil y magníficamente desmenuzado. (7)



9. Dutoit/Sinfónica de Montral (Decca, 1995?). El maestro suizo da buena cuenta tanto de su excelencia técnica como de su contrastada sintonía con este repertorio ofreciéndonos una interpretación perfectamente delineada, de irreprochable estilo y perfectamente equilibrada entre agilidad, frescura y lirismo. Solo falta –y esto, por desgracia es también habitual en Dutoit– ese último punto de inspiración que separa lo muy notable de lo verdaderamente grande. En este caso, una pizca más de picardía y, sobre todo, de efusividad poética. La orquesta realiza una labor sobresaliente y se encuentra recogida de manera formidable por los ingenieros de Decca. (8)



10. Prêtre/Sinfónica de la SWR de Stuttgart (Hänssler). El Allegro con brio inicial lo interpreta el veterano maestro con demasiado brío. El Allegro vivace conclusivo, pues lo mismo, demasiado vivace, aunque en el primer caso aportando un enorme entusiasmo y en el segundo desplegando una extraordinaria efervescencia, al tiempo que trabaja a la orquesta con limpieza admirable para la velocidad adoptada. En cualquier caso, lo grande de esta luminosa y sensual interpretación se encuentra en un Adagio paladeadísimo en el que el dominio de la agógica de Prêtre hace milagros y en un Scherzo cuyo trío destila una enorme poesía. La toma, en vivo, es de gran calidad. (8)



11. Paavo Järvi/Orquesta de París (Erato, 2009). Francamente despistado el maestro estonio en sonoridad y expresión, amén de un tanto primario a la hora de modelar a la orquesta, particularmente en un Allegro inicial rígido, amazacotado, demasiado nervioso y un tanto contundente, por no decir bastorro, ajeno a la mezcla de luminosidad, ligereza bien entendida y elegancia que la página necesita. Muchísimo mejor el segundo movimiento, dicho sin especial inspiración pero al menos fraseado con flexibilidad y sentido del canto. Los dos últimos están dichos con nervio e incuestionable entusiasmo, pero de nuevo la escasa sintonía con el estilo y el trazo en exceso agresivo y poco refinado de la batuta terminan lastrando el resultado. Por si fuera poco, los ingenieros de Erato estuvieron mucho menos afortunados que sus compañeros de Philips a la hora de lidiar con la acústica de la sala Pleyel. (6)


lunes, 18 de mayo de 2020

Los conciertos de Chopin por Zimerman y Giulini

Un repaso a la interpretación con que yo, probablemente junto con muchísimos otros melómanos, me inicié en los dos Conciertos para piano de Fredéric Chopin: la que registraron entre 1978 y 1979 Carlo Maria Giulini, la Filarmónica de Los Ángeles de la que por entonces el italiano era titular y un jovencísimo Krystian Zimerman ya rebosante de talento. La audición la he realizado ahora en la copia en HD que realza la excelente calidad de las tomas originales. ¿Se conserva bien desde el punto de vista interpretativo? Creo que sí, aunque sin tratarse de lecturas de primerísimo nivel.


En 1978 se registra el Concierto nº 1 –en realidad, compuesto en segundo lugar–, y ya en él Zimerman –veintidós añitos– se luce con un toque de extraordinaria limpieza y un fraseo concentrado, natural y musicalísimo que, dentro de una óptica apolínea y objetiva, logra ser muy hermosa y comunicativa. La batuta elegante y lírica, refinada y de amplio aliento humanístico, sobresale por la concentración con la que está recreado el segundo movimiento. Eso sí, a los dos artistas les falta un último punto de garra dramática, fuego e imaginación en un primer movimiento en el que, no obstante, Giulini sabe ofrecer clímax poderosos en lo sonoro. Más que notable pese a su excesiva ortodoxia el tercero.

Al año siguiente se graba una interpretación apolínea, elegantísima y de musicalidad exquisita del Concierto nº 2. En ella que sobresale un piano de digitación extremadamente limpia, rica pulsación, maravillosa cantabilidad y perfecta capacidad para emocionarse e incluso resultar lacerante cuando corresponde (¡qué Larghetto!) sin apartarse ni un pelo del equilibrio sonoro y expresivo por el que apuesta. Podrán preferirse interpretaciones más temperamentales y contrastadas, pero en su línea es de admirar. Giulini acompaña con enorme solidez y en perfecta sintonía expresiva con el solista, sin que la inspiración vuele por lo más alto.

¿La referencia, para mi gusto? Lo tengo clarísimo: Barenboim con Nelsons. ¡Y más por el director que por el pianista! Pero creo que este disco tan clásico de Deutsche Grammophon se merece todos nuestros respetos.

sábado, 16 de mayo de 2020

Mussorgsky por Abbado, cosecha del 80

Uno de los últimos grandes discos que firmó Claudio Abbado justo antes de empezar a convertirse en un director blando, efectista e insincero fue este que el siempre inquieto productor –y director de orquesta ocasional– Charles Gerhardt le planteó en 1980 para RCA con un ramillete de piezas sinfónicas y sinfónico-corales de Modest Mussorgky a interpretar frente a la Sinfónica de Londres, con la ayuda de Richard Hickox para dirigir al London Symphony Chorus.


Los resultados fueron interesantísimos, por dos motivos. Uno, el descubrimiento de un repertorio poco frecuentado –sobre todo por entonces– y de una alta calidad. Todavía hoy la mayoría de las piezas se escuchan poco, excepción hecha del preludio de Khovanshchina, y ni siquiera se ha terminado de imponer la versión original de Noche en el Monte Pelado, que conocía aquí –si no me equivoco– su primera grabación. El segundo, la soberbia labor del maestro italiano, todo fuerza y rusticidad bien entendida sin menoscabo de esa atención al detalle y esa depuración sonora que sabía conseguir con su prodigiosa técnica de batuta. Cuando vuelva a grabar alguna de estas piezas, no lo hará tan bien: La destrucción de Sennacherib le sonará más "romántica", menos propiamente mussorgskiana, mientras que en Joshua se dejará llevar por cierto efectismo.

Como única pega, una toma sonora que no está a la altura de las mejores de la época. En cualquier caso, disco imprescindible.

viernes, 15 de mayo de 2020

"Triple Concerto" con Mutter, Ma y Barenboim: un producto híbrido

Cuando hace meses empezó a anunciarse este Blu-ray, junto con el correspondiente CD y el hoy inevitable vinilo, en seguida unos amigos y yo empezamos a preguntarnos de qué formato nos estaba hablando Deutsche Grammophon: ¿BR-Vídeo o BR-Audio? “Triple Concerto” en letras muy grandes. Arriba, “Ludwig van Beethoven – Symphony No. 7”, y abajo el nombre de los intérpretes: Anne-Sophie Mutter, Yo-Yo Ma, Daniel Barenboim y la West-Eastern Divan Orchestra. Hace unos días me llegó, y resulta que estamos ante un producto híbrido: el Triple viene tanto con imágenes como sin ellas, mientras que la op. 92 solo aparece en audio.
Permítanme que les informe con más detalle, porque la carátula no lo hace correctamente, y menos aún la ficha de Amazon. La filmación, que como -eso sí- es bien sabido se realizó en la Philharmonie de Berlín en octubre de 2019 para celebrar los 20 años de la orquesta multicultural, viene en tres formatos de audio: DTS-HD Master Audio 2.0 a 96kHz, DTS-HD Master Audio 5.1 a 96kHz, y Dolby TrueHD 7.1 a 48 kHz. La parte de “solo audio”, es decir, tanto el Triple sin imágenes como la Sinfonía, registrada esta última en Buenos Aires tres meses antes, viene con pistas en similar resolución, pero aquí se nos aclara que la tercera de ellas, el Dolby TrueHD 7.1, es en realidad “Dolby Atmos”, lo que quiere decir que está pensada para equipos con altavoces en el techo, o bien para aquellos que tienen encima de las dos columnas principales unos altavoces mirando hacia arriba que -según dicen- imitan a los que están colocados de verdad sobre la cabeza del melómano.

Lo importante: ¿cómo suena? Pues de escándalo, a pesar de dos circunstancias: lo poco convencido que quedé de la toma en estéreo que circulaba desde hace semanas (¡solo a 48 kHz!) y el volumen anormalmente alto de la misma. Esto último no se ha corregido, pero lo cierto es que no se produce esa molesta compresión dinámica que suele afectar a las grabaciones que se hacen de esa forma. Y en cuanto al relativo “apelmazamiento” que un servidor notaba en el estéreo, ahora queda solucionado con el multicanal: ahora se aprecia una maravillosa espacialidad tanto en una obra como en la otra. Lo importante es poner el volumen bajo y hacer uso del multicanal: el disfrute audiófilo está asegurado. En cuanto a la calidad de imagen, baste con decir que es la mejor filmación realizada en la Philharmonie que jamás he visto, de un colorido, una luminosidad y una sutileza en los contrastes muy superiores, sin ir más lejos, a las que nos ofrece la Digital Concert Hall.

Dicho esto, a mí me parece que lo más apropiado hubiera sido incorporar la filmación de la segunda parte del concierto, a saber, la Novena sinfonía de Anton Bruckner, aunque ni la batuta estuvo especialmente inspirada ni la orquesta demostró estar a la altura de las circunstancias; la Séptima de Beethoven podía haber quedado como propina de audio. Tampoco hubiera estado nada mal incluir algún extra, como la conversación entre los tres artistas que circula por Facebook.

En lo que a las interpretaciones se refiere, aquí comenté el Triple y aquí la Sinfonía. Vueltas a escuchar, podría aportar algún matiz pero mi opinión sigue siendo sustancialmente la misma. Mi consejo es que se olviden tanto del CD como del audio estéreo que anda circulando y se compren este Blu-ray extraño y discutible como concepto, pero excepcional desde el punto de vista artístico.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Trece de Mayo

Trece de mayo es el día en que muchísimos católicos ingenuos siguen celebrando una festividad que parte de lo que no fue sino una monumental, desternillante y –al mismo tiempo– gravísima tomadura de pelo en la ciudad portuguesa de Fátima. Es también el día en que murió mi abuela materna Enriqueta, a la que quería muchísimo porque fue en gran medida la que me crió. Y fue asimismo el día en que nací yo ("¿qué planeta reinaría?") allá en 1971. Cuarenta y nueve años con más dudas que nunca sobre si llegaré a los cincuenta.



Me quedan muchas cosas que me hubiera gustado hacer. En música, conocer la Concertgebouw de Ámsterdam y visitar los festivales de Salzburgo y Lucerna. Meterme a fondo en la música de cámara del clasicismo y primer romanticismo: Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert. Conocer mejor el repertorio de la Baja Edad Media, un periodo que cada vez me interesa más por mis propias ocupaciones profesionales (¡el Trecento, qué mundo tan fascinante!). Hablar en público sobre música: he dado bastantes conferencias sobre arte, pero ninguna sobre temas musicales. Y escribir un par de libros que seguro ya nunca escribiré, uno sobre John Barry y otro sobre Daniel Barenboim. De momento me conformo con que mi familia y yo lleguemos con salud al 13 de mayo de 2021.

PD. Lola Flores era paisana de un servidor, mientras que el letrista Rafael de León estudió en el instituto donde yo hice la secundaria y ahora soy profesor con plaza definitiva. Trece, trece de mayo...

lunes, 11 de mayo de 2020

Dos Pierrot Lunaire del 97: Craft con Silja y Boulez con Schäfer

Apasionante comparación que la he realizado hoy entre dos versiones del Pierrot Lunaire de Arnold Schoenberg registradas en 1997: la de Robert Craft, Anja Silja y el Twentieth Century Classic Ensemble (antes en Koch, ahora en Naxos) y la de Christine Schäfer, Pierre Boulez y el Ensemble InterContemporain (Deutsche Grammophon).



La primera de ellas me ha encantado. Robert Craft se pone al frente de un formidable grupo de solistas de Nueva York para ofrecer una recreación interesantísima, porque en lugar de buscar una intensidad expresiva de corte más o menos expresionista, y desde luego alejándose por completo de cualquier clase de frialdad o intelectualismo, nos descubren la faceta más sensual, misteriosa e incluso acariciadora de esta partitura, que recrea con un desarrolladísimo sentido de la ambigüedad y del misterio. A sus cincuenta y siete años, Anja Silja no ofrece brillo ni atractivo en la voz –reconozcámoslo: ni siquiera en los sesenta su instrumento era hermoso–, pero debe considerarse entre las más grandes intérpretes de esta parte por su pleno dominio de la declamación, sabiendo decir con una enorme variedad expresiva y con todas esas sutiles inflexiones (¡qué inmensa cantante-actriz ha sido esta señora!) que Craft propone desde el podio. Todo ello sin acercarse a ese peligro enorme de este papel que es caer en la exageración o el ridículo: ¿han visto y escuchado el horror de la Kopatchinskaja? Pues eso.


Boulez ofrece una dirección más claramente expresionista que la de Craft, con más ángulos y picos de mayor intensidad, pero al mismo tiempo, y aunque resulte paradójico, más distante que la de su colega musicólogo. Aunque resulte un tópico, aquí sí se puede hablar de frialdad bouleziana, o al menos de un excesivo distanciamiento. La poesía no termina de surgir, como tampoco se perciben esa sensualidad y ese sentido del misterio de la otra interpretación. Ahora bien, el Ensemble InterContemporain es el colmo del virtuosismo y la precisión, y Boulez lo controla con una depuración sonora diríase que insuperable. En cuanto a Christine Schäfer, su instrumento es bien distinto al de la Silja, a quien supera –con mucho– en belleza vocal y refinamiento canoro, pero de nuevo se queda algo corta ante la variedad expresiva y la riqueza de acentos de su colega: por momentos resulta un pelín lánguida.

Globalmente encuentro preferible la antigua grabación de Boulez, con Yvonne Minton y un  soberbio ensemble "all stars" formado por Daniel Barenboim, Michel Debost, Antony Pay, Pinchas Zukerman y Lynn Harrel. Notabilísima lectura esta de DG, en cualquier caso. Y soberbiamente grabada. Ah, existe en YouTube un videoclip de esta recreación.

domingo, 10 de mayo de 2020

Goyescas y Alicia

A veces ocurre que una música que conoces desde hace mucho, e incluso que siempre te ha gustado, la escuchas por enésima vez y se te revela un mundo completamente nuevo: no solo ves ahí muchas más cosas de las que veías antes, sino que llegas a "establecer conexión" con ella de manera íntima y te deja hecho polvo. Es lo que me acaba de ocurrir ahora mismo con Goyescas de Granados –la suite pianística, no la ópera–, que acabo de repasar en la primera versión que tuve, la de Alicia de Larrocha para Decca.


¿Por qué me ha "tocado" ahora, y no antes? Puede ser simple coincidencia. También el estado anímico después de tantos días de confinamiento por el coronavirus. Influye asimismo la propia madurez personal: uno va aprendiendo cosas y sensibilizando el oído. Pero creo que, sobre todo, son las propias experiencias vitales las que te permiten ver eso que estaba ahí y en lo que antes no reparaste. Algo que no necesariamente ha sido puesto por el compositor con plena consciencia, pero que en las grandes obras maestras –y hablamos de una de ellas, de eso no cabe duda– están implícitas y se encuentran a la espera de un "chispazo" con el espectador para desarrollar su potencial. En mi caso particular, he visto por fin un programa más o menos claro, que no es necesariamente pictórico, menos aún "goyesco", pero que evidencia que nos encontramos ante una obra de marcada unidad que hay que entender como ciclo y que posee un claro desarrollo expresivo. Sí, ya lo sé, no hay más que leer eso de "coloquio en la reja", "quejas" o "el amor y la muerte" para darse cuenta. Pero esta vez a mí me ha dicho cosas muy personales que antes no me decía. Y que me han estremecido.

La interpretación. Pues qué quienes que les diga. Doña Alicia consigue la perfecta fusión entre el garbo, la garra y el temperamento digamos que masculino, de maravilloso sabor español, con el más concentrado y emotivo vuelo poético. Y lo hace con un toque variadísimo en densidad y en colorido, con un grado extremo de depuración sonora y con una asombrosa gama de acentos colocados en su punto justo. Tengo sus otras dos grabaciones. La de Hispavox, hoy en EMI, es más rápida y ardiente, también tiene más garbo y más sana "masculinidad", pero no posee el refinamiento ni la riqueza de matices de esta de los años setenta. La de RCA no sabría decirles si es más o menos excelsa. Lo que sí sé es que nadie –repito: nadie– puede hacer esta música mejor de como la hacía esta señora. Compruébenlo si no me creen.

sábado, 9 de mayo de 2020

Clásico y maravilloso Beethoven de Charlier y Engerer

Le debo a Ángel Carrascosa tanto la recomendación de este disco como el acceso a su contenido, puesto que ni tenía conocimiento de su existencia ni se encuentra en las plataformas de streaming que yo manejo. Lo editó Harmonia Mundi en 1996, y contiene las Sonatas para violín y piano nº 7, 8 y 9, “a Kreutzer”, de Ludwig van Beethoven, en interpretaciones de Olivier Charlier y Brigitte Engerer recogidas por una toma de sonido excepcional.


Las dos sonatas op. 30 me han gustado todavía más que a quien me hizo la recomendación. En ellas nos encontramos a un violinista de sonido delicado en el mejor de los sentidos, sin duda hermosísimo, junto con un piano no especialmente robusto pero sí muy cálido, ofreciendo lecturas de apropiado corte “clásico” –las obras fueron publicadas en 1803, cuando el autor andaba escribiendo la Heroica– , expuestas con tanta elegancia como naturalidad, enorme belleza melódica y perfecto equilibrio tanto sonoro como expresivo, lo que no impide que las tensiones afloren en los movimientos iniciales de ambas páginas, o en el Finale de la nº 7, ni tampoco que el Allegro vivace conclusivo de la nº 8 esté lleno de maravilloso desenfado y se encuentre salpimentada con una mezcla de rusticidad y picardía muy conveniente.

En cualquier caso, coincido con Ángel en que lo mejor del disco es una Kreutzer antológica, quizá la mejor que he escuchado: si las de Zukerman con Barenboim y Vengerov con Markovich, admirables ambas, ponían de relieve los aspectos más dramáticos de la página, esta otra llegan a una perfecta síntesis entre aquellos y lo que la música tiene de elegancia, de delicadeza, de ternura, de humanismo… ¡y de belleza sonora! Porque desde el punto de vista meramente formal, parece bien difícil ir más lejos en lo que a hermosura se refiere. Y no, tensiones y claroscuros no quedan en segundo plano. Simplemente, se exponen sin nerviosismo alguno, manteniendo el más perfecto equilibrio clásico y sin necesidad de desplegar tormentas “protorrománticas”. Una maravilla.

viernes, 8 de mayo de 2020

El ángel de fuego en Múnich: el (terrorífico) sueño de una noche del Orgullo

En julio de 2016 estuve por primera –y de momento única: dudo que vuelva– en la ciudad de Múnich. Allí escuché en un buen concierto de Valery Gergiev, un magnífico Rosenkavalier en la producción de Otto Schenk dirigido por Kirill Petrenko, un Holandés errante que me molestó profundamente y, sobre todo, una función de El ángel de fuego que permanece en mi mente como una de las más tremendas funciones de ópera de mi vida. Por varias razones no escribí nada sobre todo aquello, pero ahora he podido refrescar la experiencia de Prokofiev gracias a que la Bayerische Staatsoper está difundiendo –hasta mañana día 9 de mayo– la filmación de esta producción cuando se estrenó en 2015.


Los cantantes no repiten todos de una ocasión para la otra, pero en ambos casos se trata de una interpretación de altura. Al frente de la orquesta estuvo en ambas ocasiones Vladimir Jurowski, quien ofrece la formidable recreación propia de quien ha sabido ofrecer en discos una soberbia lectura de la Sinfonía nº 3 del mismo autor, cuya música sale directamente de esta ópera. Siendo la suya una recreación mucho antes explosiva que atmosférica –las dos vertientes son importantes–, el maestro supera con mucho a un Neeme Järvi que dirigió con gran sensibilidad pero poca garra y a un Valery Gergiev teatral a más no poder pero bastante basto. Jurowski coge lo mejor de uno y otro director para ofrecer una recreación que quizá podría ir a más (¡ojalá Muti se animase!), pero que así ya da la talla de la que es la mejor ópera de Prokofiev, y quizá una de sus obras más injustamente valoradas. ¡Si la primera grabación en ruso fue precisamente la del citado Järvi!

Evgeny Nikitin ha protaginizado esta producción tanto en su estreno como en sus diferentes reposiciones. Luce tatuajes por todo el cuerpo, aunque no se le ve la tristemente célebre cruz gamada por la que le echaron de Bayretuh. Como cantante no es precisamente fino, pero posee una voz por completo adecuada y le pone bastantes ganas al asunto. Está bien, esa es la verdad. La soprano moscovita Svetlana Sozdateleva se encargó en 2015 y 2016 del difícil papel de Renata, y lo hizo de manera formidable tanto en lo musical como en lo escénico. Los demás cantantes componen un irregular pero digno equipo, sobresaliendo la presencia de Vladimir Galouzine como Agrippa.


En cualquier caso, lo que convierte esta producción en algo muy especial es la propuesta escénica. Una propuesta de esas que yo en tantísimas ocasiones detesto: adiós a la dramaturgia original, bienvenida una completamente nueva. Lo que ocurre es que el señor Barry Kosky no solo despliega una inmensa sabiduría teatral –Warlikowski también lo suele hacer, pero con resultados muchas veces detestables–, sino que además sabe romper el texto respetando el subtexto.


La idea del regista es encerrar a una pareja en una habitación de hotel y ver cómo su relación se va degradando por culpa de las obsesiones del uno y del otro, de los celos, de las exigencias, de la presión de los valores morales y religiosos, de la imposibilidad de contener las pulsiones más básicas… Nada que no hayamos visto ya mil veces, pero también algo que no está lejos de la idea original que plasmó Prokofiev en libreto y música. Porque por mucho que cambie la acción, que lo hace, las ideas originales se encuentran ahí, y además sin que se produzcan choques graves entre lo que se ve y lo que se escucha –otra diferencia con Warlikowski–, porque Kosky se las ingenia para que las situaciones expuestas se integren con lo que plantea la partitura.


Otra cosa es que el espíritu expresionista de la música sea aquí complementado con una buena dosis de surrealismo. Efectivamente, a medida que la relación entre Rupercht y Renata se degrada, se va perdiendo el sentido de la realidad y van desfilando ante nuestros atónitos ojos un conjunto de personajes y de situaciones a cual más delirante, encajando de maravilla tanto con ese humor a medio camino entre lo sarcástico y lo grotesco propio de Prokofiev como de las fantasmagóricas turbulencias con olor a azufre que emanan de estos pentagramas.


Todo esto se encuentra materializado con formidable sentido del ritmo escénico, dirigiendo fabulosamente a los cantantes y sacando un enorme dramático a la luminotecnia. En cuanto a al punto de vista estético, vestuario y coreografías no parecen salir sino de la más aterradora pesadilla de un participante en el Orgullo Gay completamente harto de alcohol y drogas: todo se mueve al borde del ridículo (¡escalofriante la escena de Agrippa, una pasada lo de Mefistófeles!), pero a la postre el conjunto no solo funciona, sino que engancha, inquieta y fascina. También aterroriza, sobre todo en una escena de las monjas –aquí “Cristos dolientes”– que impide que veamos esta producción en esta España del siglo XXI en que la Iglesia católica afirma ser perseguida cuando en realidad conserva enorme poder e influencia. Cuando pienso lo que se montaría en Sevilla, por ejemplo… Pero bueno, para eso está la filmación, aunque también sea cierto que desde la primera fila del patio de butacas da mucho más miedo que en la pantalla del televisor.


PD. Al vídeo le quedan pocas horas en la web, pero con un programilla de pago llamado TubeDigger se puede descargar.

jueves, 7 de mayo de 2020

Amarillismo musical y orejas de burro

Una brevísima reflexión. ¿Qué clase de periodismo musical es ése que se dedica fundamentalmente al cotilleo? A pregonar a los cuatro vientos información recibida bien de modo confidencial, bien de manera interesada por parte del que la proporciona con fines no siempre claros –a veces más bien oscuros–. A airear trapos sucios de tal o cual figura famosa, que eso de que los divos también caen en vicios es algo que siempre vende. O a vanagloriarse de ser amigo de fulanito o menganito, cuando ese fulanito y ese menganito probablemente solo buscan utilizar al periodista para hacerse promoción a cambio, eso sí, de suministrar indiscreciones suculentas. Y no digamos si encima se utiliza el poder que otorga el tener la posibilidad de sacar a la luz determinadas informaciones a la hora de moverse entre bambalinas, entretejer relaciones personales o incluso realizar el intento de influir en las programaciones.


Muchos términos se pueden utilizar para describir ese periodismo. Quizá el de amarillismo sea el más exacto, aunque se me ocurren otros bastante más a la altura de las circunstancias. En cualquier caso, no se debe confundir esto con la crítica musical. Porque cuando esas personas emiten una opinión no lo hacen con los oídos de Hans Sachs, sino con las orejas de burro de todo un Beckmesser. Lo peor de todo es que después se creen por encima de los demás. Igualito que el personaje wagneriano.

martes, 5 de mayo de 2020

La Pastoral de Klemperer: filosófica y acongojante

La única Pastoral estereofónica que Klemperer grabó en estudio fue la de 1957 con la Philharmonia Orchestra. Sonaba regular. He comprado la descarga en HD y no ha merecido la pena: los problemas de la cinta original siguen ahí. En cualquir caso, ha sido un placer volver a este disco viejo conocido de cualquier admirador de la música de Beethoven, pero que un servidor no escuchaba desde hace ya muchos años.


Esta es, a todas luces, una enorme recreación. Y quizá lo fue todavía más en su momento, porque el de Breslau demostró que la obra más abiertamente romántica de Beethoven puede y debe hacerse evitando conceptos trasnochados que, aunque haya quienes hablen por ahí de “polución wagneriana”, no son sino una herencia tardía de la estética rococó. Pero los paisajes beethovenianos no son una contemplación bucólica, dulce y ensoñada, como tampoco la tormenta es un teatro epatante a la manera de las tempestades barrocas. Lo que aquí tenemos no es sino un autorretrato del alma en toda regla. Klemperer lo sabe y lo expone paladeando la música hasta el límite sin dejarse llevar por el menor sentimentalismo, delineando la arquitectura con una claridad insuperable y alcanzando el punto justo de equilibrio entre tensión y reflexión.


Lo que ocurre es que él mismo, trece años más tarde, llegará aún más lejos en poesía y hondura en la inenarrable filmación en el Royal Festival Hall con una lectura grandiosa y olímpica, de dimensiones absolutamente filosóficas, en la que a pesar del extremo rigor de la arquitectura, el absoluto control de los medios y el rechazo de todo lo temperamental, se ponen de relieve los aspectos más atormentados de la música beethoveniana. Más que contemplación panteísta de la naturaleza, lo que hay aquí es un conflicto entre el ser humano y su existencia en el que la belleza y el dolor se funden como dos caras de la misma moneda. La escena junto al arroyo, paladeadísima y beneficiadas de unas maderas tan sublimes en su canto como alejadas de la dulzura superficial, alcanza en este sentido dimensiones acongojantes: del mejor Beethoven jamás escuchado. Y la danza campesina, por descontado, puro sarcasmo marca de la casa.

La toma sonora –monofónica– presenta aquí todavía más deficiencias que el registro en estudio, a pesar de lo mucho que ha mejorado en Blu-ray frente a lo que todavía circula en YouTube. Pero poder ver a Klemperer, con medio cuerpo paralizado, legándonos un testamento de semejante calibre, supone un verdadero impacto para cualquier melómano con sensibilidad. No se lo pierdan.

lunes, 4 de mayo de 2020

El último Mozart de Kark Böhm

Me dejó el otro día tan mal sabor de boca la KV 550 por Riccardo Minasi que he tenido que volver al extremo opuesto. Al último Mozart que, al frente de una Filarmónica de Viena que estaba en el mejor momento de su historia, grabó en junio de 1980 el inolvidable Karl Böhm: sinfonías nº 29 y 35, “Halffner” del salzburgués, en registro editado por Deutsche Grammophon y hoy asombrosamente olvidado por el sello alemán.



Nada más arranca la KV 201 queda claro que estamos en las antípodas del señor Minasi y de buena parte de los intérpretes “históricamente informados”. Tempi lentos pero en absoluto pesados. Fraseo elegantísimo, natural. Exquisita depuración sonora. Belleza formal extrema. Riguroso equilibrio formal y expresivo. Concentración absoluta.  Atención plena a las maderas, tan importantes en Mozart. Y lo más importante: elevación poética extraordinaria, con un punto de amargura muy adecuado en el Andante. En definitiva, sobriedad y expresión en perfecta síntesis. ¿Se parece en algo esto a lo que se escuchó en la época del compositor? Probablemente no, pero a mí me parece Mozart en estado puro.

En la Haffner hay que destacar el poderosísimo arranque. El Menuetto resultará pesadote para algunos paladares, y hay que reconocer que carece de incisividad y que el carácter de danza se encuentra ausente, pero el trío está cantado con una calidez y una elegancia deliciosas; sorprendente la manera de prolongar el último acorde del movimiento. El Finale parece arrancar con lentitud, pero luego demuestra estar dicho con admirables agilidad y entusiasmo, eso sí, bajo un absoluto control.
El CD se completa con la Música fúnebre masónica grabada por los mismos intérpretes en 1979. Una interpretación lenta, densa en lo conceptual, bellísima en lo puramente sonoro, que mezcla a la perfección un dolor tan intenso como contenido con una extraordinaria elevación espiritual. Asombrosa la elegancia de un fraseo en el que, no obstante, se va mascando una con una poderosísima acumulación de tensiones. ¡Y qué decir de la cuerda grave! En fin, toda una experiencia.

Una cosa más: lo que hicieron los micrófonos de Günter Hermanns en la Musikverein vienesa roza el milagro. ¿Hace falta escribir que estamos ante uno de los mejores discos Mozart que existen?

sábado, 2 de mayo de 2020

El Tannhäuser de Solti recupera la cuadrafonía

Hasta ayer Día del Trabajo –me tomé un parcial respiro en la muy exigente docencia telemática en que estas fechas de encierro estamos impartiendo– no pude escuchar completo este Blu-ray Audio que me compré hace un par de años cuando salió al mercado: restauración en alta definición y con su sonido cuadrafónico original del justa y unánimemente aclamado Tannhäuser de Richard Wagner que Sir Georg Solti y la Filarmónica de Viena grabaron en la Sofiensaal en octubre de 1970 para el sello Decca. Yo conocía el primer trasvase a CD de los dos que se realizaron. ¿Merece la pena? Depende del equipo que ustedes posean. Si tienen un sistema tradicional estéreo, creo que no: como es habitual en las recuperaciones en HD, el sonido gana cuerpo, relieve y carnosidad, sobre todo por el refuerzo de las frecuencias graves y sus correspondientes armónicos, pero sigue ahí el gran problema de este registro que es el su distorsión tímbrica, particularmente en esos tutti saturados responsabilidad de un ingeniero que grabó a un volumen demasiado alto. Pero si usted tiene un equipo multicanal de calidad digna, no de esos del pim-pam-pum de las películas, apreciará asimismo una muy considerable mejora de la espacialidad, así como algunos efectos especiales –las fanfarrias del primer acto, el coro de peregrinos– que  no solo no resultan en exceso llamativos, sino que ayudan a comprender la acción. La doble mejora, resolución más multicanal, sí que puede compensar rascarse el bolsillo.

 
En cuando a la calidad artística del producto, nada puedo decir yo que no hayan dicho ya voces verdaderamente doctas. Sensacional la batuta, brillante y teatral a más no poder, ardiente hasta grados insospechados, viril y con mucho empuje, pero no por ello escasa de claridad, de refinamiento, de flexibilidad ni de vuelo lírico: ¡qué hermosa la introducción del tercer acto, qué mezcla de concentración y poesía en la romanza de Wolfram! En este sentido, el maestro atiende tanto a la inflamación de Venusberg, trabajada con electricidad y apreciable sentido de las texturas pero con un idioma propiamente wagneriano, sin necesidad de ver brumas protoimpresionistas –le falta un punto de sensualidad, aunque la concentración de todo el tramo final de la orgía es impresionante–, como a la vertiente religiosa, expuesta sin la menor ñoñería. Alguien podría preferir enfoques más nobles, más líricos, pero es difícil resistirse al gancho de Sir Georg.

Soberbio el joven René Kollo, viril y con mucho squillo, de ardor maravillosamente controlado, capaz de afrontar todas las difíciles partes de su personaje; quizá no termine de indagar en sus pliegues psicológicos, pero desde luego ofrece uno de sus mejores trabajos fonográficos. Magnífica Helga Dernesch, en el punto justo entre las facetas de joven enamorada, de mujer ardiente, de devota piadosa y de fémina atrevida frente al "heteropatriarcado"; al mismo tiempo, la soprano hace gala de una voz con cuerpo también en su punto justo, no en exceso robusto.

Grande Christa Ludwig, Venus sensual, seductora y también con temperamento. Notable pero un punto impersonal Hans Sotin como el Landgrave. Victor Braun se muestra más que solvente como Wolfram, tiene una voz muy bella y canta con sensibilidad, aunque también le falte un punto de personalidad y de arrebato. El Coro de la Ópera de Viena no es el mejor de los posibles, pero le dirige nada menos que Wilhelm Pitz. Y un lujo la presencia de los Niños Cantores de Viena.

¿Otras grabaciones? En este blog he recomendado la de Sinopoli y el Blu-ray de Barenboim, pero esta de Solti sigue siendo la referencia.

La Bella Susona: el Maestranza estrena su primera ópera

El Teatro de la Maestranza ha dado dos pasos decisivos a lo largo de su historia lírica –que se remonta a 1991, cuando se hicieron Rigoletto...