lunes, 18 de mayo de 2020

Los conciertos de Chopin por Zimerman y Giulini

Un repaso a la interpretación con que yo, probablemente junto con muchísimos otros melómanos, me inicié en los dos Conciertos para piano de Fredéric Chopin: la que registraron entre 1978 y 1979 Carlo Maria Giulini, la Filarmónica de Los Ángeles de la que por entonces el italiano era titular y un jovencísimo Krystian Zimerman ya rebosante de talento. La audición la he realizado ahora en la copia en HD que realza la excelente calidad de las tomas originales. ¿Se conserva bien desde el punto de vista interpretativo? Creo que sí, aunque sin tratarse de lecturas de primerísimo nivel.


En 1978 se registra el Concierto nº 1 –en realidad, compuesto en segundo lugar–, y ya en él Zimerman –veintidós añitos– se luce con un toque de extraordinaria limpieza y un fraseo concentrado, natural y musicalísimo que, dentro de una óptica apolínea y objetiva, logra ser muy hermosa y comunicativa. La batuta elegante y lírica, refinada y de amplio aliento humanístico, sobresale por la concentración con la que está recreado el segundo movimiento. Eso sí, a los dos artistas les falta un último punto de garra dramática, fuego e imaginación en un primer movimiento en el que, no obstante, Giulini sabe ofrecer clímax poderosos en lo sonoro. Más que notable pese a su excesiva ortodoxia el tercero.

Al año siguiente se graba una interpretación apolínea, elegantísima y de musicalidad exquisita del Concierto nº 2. En ella que sobresale un piano de digitación extremadamente limpia, rica pulsación, maravillosa cantabilidad y perfecta capacidad para emocionarse e incluso resultar lacerante cuando corresponde (¡qué Larghetto!) sin apartarse ni un pelo del equilibrio sonoro y expresivo por el que apuesta. Podrán preferirse interpretaciones más temperamentales y contrastadas, pero en su línea es de admirar. Giulini acompaña con enorme solidez y en perfecta sintonía expresiva con el solista, sin que la inspiración vuele por lo más alto.

¿La referencia, para mi gusto? Lo tengo clarísimo: Barenboim con Nelsons. ¡Y más por el director que por el pianista! Pero creo que este disco tan clásico de Deutsche Grammophon se merece todos nuestros respetos.

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