domingo, 11 de abril de 2021

Sobre Vértigo de Hitchcock y Tristán de Wagner

Ayer volví a ver Vertigo. Esta vez mejor que nunca: televisor de 50’’ y Blu-ray 4K. Por descontado, la copia parte de la restauración –discutible en más de un aspecto, aunque a la postre satisfactoria– realizada en 1996 por James C. Katz y Robert A. Harris. Lo que ocurre es que ahora se ve y suena mejor que nunca. ¡Con gran diferencia! He apreciado más, muchísimas más cosas en esta ocasión, aunque mi opinión sobre la cinta no ha cambiado: esta no solo es la obra maestra de Alfred Hitchcock y la mejor película jamás filmada –consideración esta ya ampliamente consensuada entre los especialistas–, sino también una de las cumbres de la creación artística de toda la cultura occidental. Mérito no solo del director británico, sino también del soberbio equipo que trabajó bajo sus órdenes, desde un James Stewart implicadísimo hasta el fascinante Saul Bass de los créditos, pasando por la diseñadora de vestuario Edith Head y, cómo no, el compositor Bernard Herrmann.

Se ha escrito muchísimo sobre esta creación y sus infinitas capas de significaciones. No voy a insistir sobre ello: el interesado puede acceder con relativa facilidad a la bibliografía. Pero sí me gustaría, a manera de homenaje, apuntar un posible paralelismo con Tristán e Isolda de Richard Wagner. No por aquello del amor y la muerte –eso es tan obvio que no merece la pena insistir–, ni por las lejanas resonancias tristanescas de la partitura de Herrmann –más bien habría que apuntar hacia el Schönberg de Noche transfigurada y Pelleas–, sino precisamente por aquello que da título a la película: el vértigo. La inestabilidad. La soledad ante el precipicio.

Ustedes ya saben lo que hace Wagner en la citada partitura. Arranca atentando directamente contra la estabilidad armónica y solo resuelve las tensiones al terminar la liebestod, después de cuatro horas sin permitirnos sujeción alguna. De un lado para otro sin saber dónde ponemos los pies, qué podemos esperar a continuación y a dónde nos dirigimos, aunque anhelando la resolución. Los manieristas italianos nunca pudieron imaginar que sus juegos con los cromatismos se llevarían hasta semejantes consecuencias.

Pues bien, hasta cierto punto Vértigo –castellanizo poniendo tilde, aunque en España la película se llamó De entre los muertos– se puede interpretar de semejante manera. El brevísimo prólogo de la persecución en los tejados de San Francisco es el "acorde de Tristán" –anhelo insatisfecho– que conduce a un policía al abismo y deja a nuestro protagonista Scottie colgando. Ni siquiera vemos su rescate: al igual que en la ópera nos quedamos ahí, sin resolver las tensiones. El protagonista va a deambular a lo largo de la narración afectado por la acrofobia. No solo por lo que se nos dice y lo que le pasa al personaje, claro está, sino también por cómo está narrada la historia visualmente. En este sentido –así lo afirman los profesionales del análisis cinematográfico–, Hitchcock es un perfecto manierista. Un creador que, dominando los códigos del lenguaje que maneja, va a subvertir esos mismos códigos con la intención de inquietar, sorprender y atrapar al receptor –espectador en este caso– que conoce esos mismos códigos y, por ende, mantiene una serie de expectativas iniciales contra las que se va a atentar.

¿Cuándo supera Scottie su acrofobia? En el terrible plano final de la película, asomándose ya sin miedo por el vano del campanario: como en Tristán, la muerte es ese acorde final que viene a devolvernos la estabilidad. Bien es verdad que entre las resoluciones de Wagner y Hitchcock hay una diferencia esencial, la feliz transfiguración del primero frente al profundo nihilismo del segundo, pero parece claro que los dos genios llegan a soluciones paralelas cuando se plantean cuestiones similares. 


Estaría bien hablar de otras cosas. De la fotografía difuminada, por ejemplo, que podría relacionarse con el tratamiento sensual y en cierto modo “protoimpresionista” de algunos pasajes tristanescos. O quizá del juego de espejos –hasta ayer inadvertido para mí, lo confieso– que nos llevaría hacia Velázquez y su Venus: el deseo atado a lo que no es más que el turbio reflejo de una ficción. Pero vale ya por hoy. Solo quería decir que esta película ha de verse una vez y otra. Leyendo, reflexionando y analizando desde todos los puntos de vista posibles. Hay quien afirma que Vértigo nos dice cosas diferentes según el momento de la vida en que nos encontremos. Les animo a comprobarlo.

4 comentarios:

Pere torrens dijo...

Magnífica pieza de ensayo,usted es un articulista formidable. Y pensar que nulidades como Lebrecht ocupan secciones enteras de grandes publicaciones!

Pablo Daffari dijo...

¡Mi querido colega Fernando! (permítame que le hable así). Comparto su entusiasmo por esta obra maestra y de hecho la uso todos los cursos tanto en la asignatura de Historia del Cine como en la Historia del Arte. Podría estar días hablando sobre ella. Un saludo.

Agamenón dijo...


Después de leer este sucinto artículo sobre "Vértigo", casi me pongo de pie y aplaudo. Gracias por darnos motivos para vivir.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Hacen ustedes que me avergüence. José Luis Téllez hubiera hecho esto muchísimo mejor. Pero bueno, confieso estar satisfecho del ensayito. Ojalá tuviera tiempo para escribir más sobre cine y arte, que e smi verdadero terreno. La música es puro diletantismo.

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