sábado, 23 de mayo de 2020

Excepcional Britten por Giulini y la Philharmonia

En ctubre de 1962 tuvieron lugar las sesiones en las que un Carlo Maria Giulini de cuarenta y ocho años de edad se ponía al frente de la Philharmonia para grabar un vinilo dedicado a Britten: los subyugantes Cuatro interludios marinos de Peter Grimes y ese prodigio que es la Guía de orquesta para jóvenes. Hoy el resultado se encuentra dentro de una imprescindible caja del sello EMI, The London Years, dedicada al maestro italiano, recuperada en remasterización no óptima pero muy preferible a la deficiente que ha lanzado en alta definición HDTT.


Altísimo nivel el de los Four Sea Interludes. Haciendo gala de una soberbia técnica de batuta, logrando que la naturalidad del fraseo disimule lo milimétrico de la planificación y permitiendo que la atención al detalle no haga olvidar el diseño global de las tensiones, Giulini ofrece una soberbia recreación que alcanza un perfecto punto de equilibrio entre impresionismo e impresionismo, sin recrearse en exceso en los aspectos contemplativos, pero tampoco sin necesidad de resultar especialmente anguloso y obsesivo. Simplemente hay sensualidad, delectación melódica, inquietud soterrada, desgarro trágico, congoja y tempestad en su punto justo y cuando conviene, expuestos todos los componentes con el más irreprochable gusto y la mayor convicción expresiva.

La Young Person's Guide recibe una interpretación verdaderamente portentosa que asombra por dos circunstancias. La primera, la increíble disección orquestal que, haciendo uso de tempi amplios y en perfecta complicidad con una orquesta de superlativa depuración sonora, realiza Giulini de todas y cada una de las secciones; lejos de centrarse en la familia o en el solista que adquiere protagonismo en cada momento, su batuta ilumina los geniales contracantos ideados por Britten hasta límites inalcanzados por otras recreaciones. La segunda, la maravillosa poesía que el de Barletta es capaz de extraer tanto del canto de las cuerdas (¡increíbles las variaciones de violas y violonchelos!) como de algunos instrumentos, muy particularmente del primer oboe, al que modela con asombroso manejo de la agógica. Que no se muestre muy interesado por los aspectos humorísticos de la pieza –que le suenan un pelín sarcásticos: cosa quizá de la orquesta de Klemperer– importa poco ante tan magistrales resultados. No se lo pierdan.

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