sábado, 30 de mayo de 2020

Conciertos de Mozart por Gulda y Abbado

Parece que Deutsche Grammphon grabó unas cuantas cosas en formato cuadrafónico durante los años setenta, pero de eso solo nos hemos enterado cuando el sello Pentatone empezó a recuperar algunas de esas grabaciones en SACD: la Carmen de Bernstein, la Fanciulla de Mehta, las sinfonías de Beethoven –con excepción de la Heroica, que siempre se registró en estéreo– por Kubelik, un recital de Wolf por Dieskau y Richter... Tras algunas tentativas en SACD como fueron las del Beethoven o la Traviata de Carlos Kleiber que se quedaron aisladas, por fin el sello amarillo se ha animado a sacar él mismo alguno de esos tesoros en Blu-ray Pure Audio. Lo está haciendo con cuentagotas: Planetas por Steinberg, Murciélago por el citado Kleiber y Conciertos para piano nº 20, 21, 25 y 25 de Wolfgang Amadeus Mozart por Friedrich Gulda, Claudio Abbado y la Filarmónica de Viena en septiembre de 1974 y mayo de 1975. Me he comprado este último, que yo ya conocía en su previa encarnación en CD, no tanto por su interés artístico como por comprobar cómo había quedado técnicamente y cómo presenta DG estos productos.



La respuesta a esta última pregunta me temo que no es muy positiva. Frente a la preciosa caja de cartón duro del Tannhäuser de Solti en Decca, aquí tenemos una funda de cartón bastante pobre y escuetas notas –interesantísimas, eso sí– sobre el Mozart de Gulda, con escasísima información de las cuestiones referentes a la cuadrafonía. Luego vienen dos CDs y el Blu-ray que nos interesa, que incluye tres pistas: una estereofónica a 192 kHz, la cuadrafónica original también a 192 –sin crear canal de manera artificial- y una en Dolby Atmos –siete canales– a 48 kHz, que no he probado porque requiere altavoces en el techo o dos delanteros que los imiten. En mi equipo de música, que es de gama media, la diferencia entre los antiguos CDs y esta recuperación en absoluto es grande, pero sí apreciable. Ahora la toma suena a más limpia y luminosa, sin que eso signifique que se escore hacia lo metálico. Más bien al contrario: la tímbrica ha ganado en naturalidad, como también gran riqueza de armónicos, si bien se echa de menos un grave con mayor peso y relieve. No hay instrumentos "por detrás": solo sonido ambiente que hace la audición de lo más confortable.

En cuanto a las interpretaciones, interesan bastante más por la labor de Abbado que por la de Gulda. El italiano nos ofrece del KV 466 la recreación apolínea por excelencia, en el mejor de los sentidos, gracias a una dirección amplia, lenta pero no pesante, bellísima en lo sonoro, inmejorable en el equilibrio de planos, cantada de manera admirable y en el perfecto punto de equilibrio entre densidad y ligereza. Todo ello dentro de un enfoque elegante y un tanto distanciado, un poco a la manera de Karl Böhm, pero menos marmóreo y más sensual, con su toque de picardía sin perder en modo alguno la atención a los muchos aspectos sombríos de la partitura: admirable en este sentido todo el tercer movimiento, que sabe ofrecer chispa pero también fuerza dramática. A menos nivel se mueve el piano, de sonido sólido y un punto metálico, sintonizando con el podio a la hora de abordar la obra con cierta elegancia distanciada, pero con grado menos de inspiración, lo que no le impide ofrecer algunos pasajes mágicos –cadenza del primer movimiento, de Beethoven–, una asombrosa gradación de las dinámicas y apreciable tensión en los clímax

Abbado plantea de manera admirable el primer movimiento del Concierto nº 21: luminoso, animado y con mucha vida, pero dicho sin prisas y sonado no con equivocadas ingravideces, sino sabiendo aunar agilidad con músculo. Aunque menos interesado por los contrastes sonoros y expresivos, Gulda toca con sensatez y tan sobria como irreprochable musicalidad. El Andante es hermosísimo, aunque solo eso: la poesía es ensoñada antes que doliente, el drama queda algo lejos y solo en algunos acentos tanto del director como del pianista se intuyen las posibilidades expresivas de esta sublime música. El tercero está dirigido con una chispa y una animación verdaderamente portentosas, por no hablar de la extraordinaria planificación y de la inigualable depuración sonora con que el milanés modela a la orquesta, si bien el enfoque ante todo efervescente y risueño resulta un punto unilateral; Gulda aquí se muestra más bien desinteresado y por la música y se limita a cumplir.

El Concierto nº 25 recibe una muy desequilibrada lectura. Abbado abre la página de manera rotunda y poderosa, sabiendo mostrarse teatral sin perder elegancia, y luego sigue en una línea clásica paladeando con tempo amplio las melodías y sacando el mejor provecho de la orquesta. El Andante lo lleva como Adagio, respirando la partitura con enorme elevación poética y beneficiándose de unas maderas sublimes. A menor nivel el tercer movimiento, irreprochablemente expuesto pero sin toda la picardía posible. El problema, en cualquier caso, está en el señor Gulda, que aparenta moverse en un clasicismo distanciado cuando en realidad resulta monocorde, poco comprometido en la expresión: pulcro a más no poder y sin blanduras en el sonido, pero con poca sustancia.

La interpretación del Concierto para piano nº 27 la comenté en la discografía comparada que hice de esta partitura. Vuelta a escuchar, me parece válido lo entonces escrito 
En comparación con lo que la misma Wiener Philharmoniker –que vuelve a estar divina– hizo solo dos años antes con Böhm, esta lectura parece mucho más jovial y chispeante. No es exactamente así, pues la del joven y por entonces muy talentoso Abbado se caracteriza ante todo por su carácter lírico y efusivo, amén de por su naturalidad, su perfecta delineación de todos los planos sonoros y el espíritu camerístico con que hace sonar a las familias de la orquesta, faltándole en todo caso una pizca de sal y pimienta. La visión de Gulda responde a la tradición de la suavidad y la elegancia; su toque es fluido, bello y flexible –nada que ver con lo cuadriculado de un Backhaus, por ejemplo–, y ofrece muchas frases llenas de musicalidad, pero con frecuencia se acerca al tópico del “Mozart cajita de música”.
¿Saben ustedes que es, a la postre, lo mejor de este producto? Escuchar con espléndida toma a una Filarmónica de Viena en su mejor momento y en su repertorio más significativo, todo ello bajo una batuta que la trata con extraordinario refinamiento y que, por esas fechas, aborda a Mozart con muchísimo mayor acierto con el que lo hará años más tarde, cuando blanduras y amaneramientos se conviertan en su signo de identidad.

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