Ya nos queda un día menos
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
sábado, 5 de julio de 2025
La Resurrezione de Häendel en la Basílica de Majencio
viernes, 4 de julio de 2025
Daniel Harding en Roma: La mer, Daphnis et Chloé y Réquiem de Verdi
En los días pasados he tenido la oportunidad de escuchar dos conciertos de Daniel Harding con la Orquesta y Coro de la Academia de Santa Cecilia de Roma, conjuntos de los que el aún relativamente joven maestro británico (Oxford, 1975) detenta la titularidad en sustitución de Antonio Pappano, que se ha llevado casi dos décadas con ellos. Ambos se celebraron en el Parco della Musica de Roma, un lugar alejado del centro y de complicado acceso para el turista que no conoce bien las líneas de autobús. El primero se ofreció en la sala Santa Cecilia y se centraba en el impresionismo francés: La mer de Debussy (aquí discografía comparada) y el ballet completo Daphnis y Chloé de Ravel (discografía). ¿Se les ocurre programa más hermoso? El segundo se hizo al aire libre, con amplificación bien gestionada: Réquiem de Verdi. Aunque en los dos casos los precios no superaban los treinta euros, ambos recintos se quedaron a menos de la mitad de los respectivos aforos. ¡En una ciudad como Roma! Mañana sábado se presenta en Granada el primero de los programas, el domingo el segundo: no hay billetes para ninguno. El lunes hacen el Réquiem verdiano en el Maestranza, y ahí sí que quedan entradas de todos los colores. No se lo pierdan, aunque sea por escucharle la parte de soprano a Federica Lombardi.
Primera cuestión: ¿cómo les sientan a los conjuntos romanos una batuta como la de Harding? Pues muy bien, oigan. Las diferencias con Pappano son obvias: el maestro londinense –de corazón italiano– hacía sonar a la orquesta con mayor músculo, más opulencia sinfónica, y ofrecía interpretaciones de superior voltaje expresivo, más inmediatas y emotivas. Harding no posee su temperamento ni su fuerza, pero le aventaja en refinamiento, detallismo y transparencia, como también en el tratamiento de las texturas. ¿Más exigente? Puede. ¿Les hace trabajar más duro? Parece probable, pero a tenor del enorme entusiasmo que los profesores mostraron hacia la batuta al finalizar cada uno de los conciertos, no parece haber conflicto alguno. Saben que suenan mejor, y eso les gusta. La nueva titularidad parece un acierto tan grande como haber llevado a su Pappano a la Sinfónica de Londres.
Segunda cuestión: las interpretaciones propiamente dichas. De La mer he comentado aquí dos filmaciones con Harding, una con la Orquesta de París de 2017 y otra con la Filarmónica de Berlín de 2023. En la discografía comparada les puse un ocho sobre diez: ya saben que eso de los puntitos me gusta cada vez menos, pero sirve para hacerse una idea rápida. Esta de Roma ha sido parecida, es decir, ágil, contrastada, con nervio y de excelente trazo, líquida en las texturas, pero no particularmente sensual ni poética. ¿Diferencias en la recreación romana? No muchas, pero sí importantes. Una hermosísima frase de los violonchelos en el primer movimiento que Harding hacía en exceso ligera –léase "históricamente informada", aunque aquí la etiqueta resulte incorrecta– ha ganado densidad. La sección clave de la calma antes de la tempestad dentro del tercer movimiento ha ido ganando concentración desde la citada filmación parisina. Y los muy excesivos timbalazos de los compases que cierran el tríptico ya no están. Total, que en pocos años el señor Harding ha conseguido dirigir la obra mejor que antes. Por otra parte, su técnica de batuta le permite sacar muy buen partido de una orquesta que, dicho sea de paso, se encuentra en muchísima mejor forma que en los tiempos en que grabó esta misma página bajo la dirección de Leonard Bernstein. Venga, un ocho y medio para la versión romana del británico.
Y un nueve, no sé si nueve y medio, para su Daphnis y Chloé. Entiéndanme, a las dos suites con coro de Celibidache y Múnich hay que ponerles un once como mínimo, pero lo de Harding, por seguir jugando a poner puntitos, ha quedado muy cerca del diez de esas referencias tan distintas entre sí que son Haitink en Boston y Chailly en Ámsterdam, aunque estilísticamente mucho más cerca de la agilidad y el sentido teatral del segundo que de las atmosféricas brumas del primero. Por decirlo de otra forma, la interpretación de Harding ha sido antes impresionista que simbolista, narrativa mucho más que evocadora, siempre de trazo fino y brillante en el mejor de los sentidos. El único reparo se lo pongo al breve segundo acto: ya sé que los piratas son brutales y todo eso, pero el maestro se excede un tanto. Por lo demás, excelente tratamiento de la orquesta –formidables las maderas en el Amanecer– impresionante gradación de las dinámicas –con todos los imposibles pianísimos y fortísimos demandados por Ravel– e irreprochable trabajo del coro bajo la dirección de Andrea Secchi. Las mil o mil doscientas personas que estábamos en la sala –2700 butacas– presenciamos un gran concierto.
No mucho más público al día siguiente en el patio del complejo para el Réquiem de Verdi. ¿Cómo es posible, señoras y señores, que esta obra se quede a mitad del aforo en el pleno corazón de Italia? ¿Qué demonios está pasando? ¿La gente se ha vuelto burra de golpe? Bueno, fascista sí que se ha vuelto por esas latitudes, y no crean que no se nota en el trato humano... Pero no nos desviemos.
Globalmente, gran versión de la obra verdiana. En Stage+ hay una versión a cargo de los mismos intérpretes del pasado mes de octubre en San Pablo Extramuros. Aquí dije algo, pero muy poco debido a la mala acústica del recinto. Ahora sí que me he enterado de cómo Harding dirige la obra, cosa que se resume con facilidad: magníficamente, con nervio, garra y brillantez, en los momentos más extrovertidos –tremendas las apariciones del Dies Irae–, y con cierta ausencia de atmósfera espiritual en los más recogidos. Qué quieren que les diga: a mí, que soy tan agnóstico como lo era el propio Verdi, lo que me interesa es una interpretación particularmente espiritual de estos pentagramas. En cualquier caso, y como el trabajo con orquesta y coros es formidable, el espectáculo está servido. Muy difícil no sentir escalofrío durante muchos momentos de la ejecución.
Cuarteto de nivel superior al de la interpretación en la basílica. Giorgi Manoshvili tiene una de esas voces de bajos de la Europa del este tan peculiares que, la verdad, a mí no me hacen mucha gracia en la ópera italiana, pero para esta página en concreto, que demanda un punto de oscuridad e incluso truculencia, vienen muy bien; por lo demás, el instrumento posee lozanía y el canto es notable. Misma calidad canora y técnica la de la mezzo Teresa Romano, no particularmente cálida pero irreprochable en sus intervenciones. Aunque Francesco Demuro tuvo algunos problemas en los cambios de registro, a mí me gustó mucho: la voz es muy hermosa, frasea con enorme cantabilidad, se fue con valentía al agudo –buen metal en la punta– y, sin ofrecer una de esas interpretaciones "desafiantes a la divinidad" que tanto gustan, supo evitar el peligro de la melifluidad que acecha en su parte.
Queda lo de Federica Lombardi. Voz de muchos quilates, aunque habrá quienes la prefieran más ancha y pesada para esta música; no es mi caso. Técnica impresionante en todo: emisión, homogeneidad, dicción, control del fiato, resolución de los saltos al agudo... Canto verdiano de verdad, con un legato para derretirse, enorme sensibilidad para construir frases y mucho arrojo. Expresión variada y a flor de piel, desde la devoción humilde hasta el terror pasando por la expectación, el fervor o la súplica más desgarrada. Recreó su parte como enorme cantante de ópera, pero no se pasó a la hora de teatralizar sus frases: sonó a lo que es, un réquiem con fuerte carga teatral. Ya les digo, canto bellísimo, perfecto en el estilo y tan sincero como emotivo. ¿Y el comprometidísimo Libera me? Pues magnífico. Recuerdo algunas sopranos sensacionales en esta obra, pero no logro identificar a ninguna que me guste mucho más de lo que me ha gustado en Roma la señora Lombardi. Por eso mismo quiero insistir: si tienen la oportunidad de acudir a la cita en el Maestranza, ni se les ocurra quedarse en casa.
jueves, 3 de julio de 2025
¿Están tontos estos romanos?
Esta noche he escuchado el Réquiem de Verdi a Daniel Harding y sus conjuntos de la Academia de Santa Cecilia. Ha sido en el gran complejo del Parco della Musica de Roma, aunque al aire libre. Precio de la entrada más cara, 30 euros. Vendida solo la mitad del aforo. ¡En una ciudad de 2'76 millones de habitantes!
Así las cosas, muchos melómanos romanos se han quedado sin escuchar una notabilísima versión de la magistral creación del de Busetto; recreación brillante y muy inspirada en los momentos más extrovertidos por parte del maestro británico, de técnica excepcional, y beneficiada de un cuarteto sólido y sin fisuras en el que la señora Federica Lombardi ha dado una inmensa, magistral lección de canto verdiano. En unos días se hace en Granada y Sevilla. ¡Ni se les ocurra perdérselo!
miércoles, 2 de julio de 2025
¿Cómo puede sonar tan bien un vídeo de Toscanini?
Por lo demás, un verdadero lujo ver al mítico maestro dirigiendo una obra de la que él había realizado el estreno estadounidense veintisiete años atrás y que debía de amar especialmente. Un lujo, y también una necesidad, porque hay que descubrir cómo la gestualidad que emana del podio, enérgica y precisa, obtiene inmediata respuesta por parte de una formación no muy allá. Otra cosa es la interpretación propiamente dicha, con todas las virtudes y defectos que ya le conocemos. A mí me parece globalmente notable, aunque creo que la marcha, que plantea no solo como un gran crescendo sino también acelerando, no está bien dirigida: en lugar de grandiosa o –como hacen los mejores intérpretes de esta página– opresiva, le suena machacona.
viernes, 27 de junio de 2025
Muti dirige Strauss y Bruckner con la Filarmónica de Viena

Adiós a Lalo Schifrin
Decimos adiós, a sus nada menos que 93 años, a Lalo Schifrin. Estudió con Enrique Barenboim –sí, el padre de Daniel– en su Buenos Aires natal, pero pronto se decantó por el jazz. Un vistazo a la Wikipedia nos permite comprobar que por su juventud pasaron nombres como los de Quincy Jones, Astor Piazzola y Xavier Cugat. Intercambié brevísimas palabras con él hace muchos años en Valencia, a raíz de unos encuentros de música de cine y de un concierto que protagonizó él a la batuta y al piano. Parecía un hombre simpático y nada presuntuoso.
Lo que más se aplaudió en aquel concierto fue su sintonía para Misión Imposible, sin duda su música más recordada, pero en mi caso le guardo un especialísimo cariño a lo que hizo para una serie de televisión de los años ochenta llamada Anno Domini. Descanse en paz.
Chiringuito Villamarta
Ahí va la noticia.
Yo lo vengo diciendo públicamente desde hace muchos años. El único en decirlo. A algunos les resultaba fácil acusarme de tenerle manía al Villamarta y tal. Pero claro, es que ellos compartían intereses comunes con ese chiringuito o, directamente, formaban parte de él. Mamoneo a punta pala. De verdad que espero que el nuevo director lo arregle.
Por cierto, la imagen la he hecho con Copilot.
La Resurrezione de Häendel en la Basílica de Majencio
Estuve hace unos días en la inauguración del Festival de Caracalla 2025, que no tuvo lugar en las termas del emperador sino en otras ruinas ...

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