jueves, 7 de mayo de 2020

Amarillismo musical y orejas de burro

Una brevísima reflexión. ¿Qué clase de periodismo musical es ése que se dedica fundamentalmente al cotilleo? A pregonar a los cuatro vientos información recibida bien de modo confidencial, bien de manera interesada por parte del que la proporciona con fines no siempre claros –a veces más bien oscuros–. A airear trapos sucios de tal o cual figura famosa, que eso de que los divos también caen en vicios es algo que siempre vende. O a vanagloriarse de ser amigo de fulanito o menganito, cuando ese fulanito y ese menganito probablemente solo buscan utilizar al periodista para hacerse promoción a cambio, eso sí, de suministrar indiscreciones suculentas. Y no digamos si encima se utiliza el poder que otorga el tener la posibilidad de sacar a la luz determinadas informaciones a la hora de moverse entre bambalinas, entretejer relaciones personales o incluso realizar el intento de influir en las programaciones.


Muchos términos se pueden utilizar para describir ese periodismo. Quizá el de amarillismo sea el más exacto, aunque se me ocurren otros bastante más a la altura de las circunstancias. En cualquier caso, no se debe confundir esto con la crítica musical. Porque cuando esas personas emiten una opinión no lo hacen con los oídos de Hans Sachs, sino con las orejas de burro de todo un Beckmesser. Lo peor de todo es que después se creen por encima de los demás. Igualito que el personaje wagneriano.

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