
Hace años encontré un ejemplar del LP, de la manera más inesperada, en una tienda de segunda mano de Ciudad Real. Desde el primer momento quedé encantado, pues pude reconocer en la interpretación muchas de los rasgos de la inconfundible personalidad de Herrmann como compositor, al que tanto admiro. Escuché una y otra vez el vinilo, hice comparaciones con otras lecturas e incluso escribí por ahí algún artículo del que ahora no estoy satisfecho. Y esperé hasta ayer mismo, cuando por fin he recibido el doble compacto que incluye, entre otras cosas, el tan deseado trasvase a CD. Vuelta a escuchar, no me cabe la menor duda: aunque hay interpretaciones claramente mejor ejecutadas e interpretadas de modo admirable, sobresaliendo entre ellas la digital de Karajan, esta de Bernard Herrmann es quizá la más personal, creativa y reveladora de cuantas conozco, además de un singular monumento a la interpretación musical.
Es esta una lectura con mucha retranca, tanto que en más de un momento podría uno pensar que esta es la versión que hubiera hecho Otto Klemperer si el de Breslau se hubiese querido acercar -circunstancia harto improbable- a la partitura de Holst. Los tempi son lentos, lentísimos -algo menos en Neptuno-, alcanzando la duración total el récord de los 57 minutos, lo que no impide que la tensión está perfectamente sostenida. El análisis del entramado orquestal es de auténtico cirujano, atendiendo de manera particular a las maderas, tratadas además con un colorido muy singular que -a diferencia de Klemperer, que insistía en la tímbrica incisiva- resalta las sonoridades más oscuras, justo como ocurre con la escritura orquestal del propio Herrmann. No hay interés alguno por la brillantez, ni por el espectáculo sonoro, al tiempo que los aspectos épicos de la obra quedan por completo relegado ante los más atmosféricos, misteriosos y turbulentos. El lirismo se administra con cuentagotas. Y el humor, por descontado, es de una negrura sin concesiones.
¿Una versión “gótica” de The Planets? Pues algo así. Puro Herrmann, en cualquier caso, aunque no se trata exactamente de una “apropiación”, toda vez que el compositor de Vertigo encontró en la música británica en general, y en esta creación en particular, una importante fuente de inspiración de su propia obra. La comunicación entre ambos universos expresivos es, por tanto, bidireccional, independientemente de que la manera en la que el propio Holst interpretaba su obra tenga bien poco que ver -particularmente en los tempi- con lo que hace Herrmann.

En esta recreación hay, sea como fuere, algunos altibajos. Marte resulta atmosférico, ominoso y agobiante, más que desgarrador, y tal vez defraude a los que vayan buscando brillantez sonora. En Venus nos encontramos con un punzante lirismo que por momentos nos traen a la mente pasajes de la más inspirada creación del propio Herrmann, su banda sonora para El fantasma y la señora Muir. Mercurio, no todo lo alado que debiera, revela detalles interesantísimos en el entramado de las maderas.
Lo menos logrado quizá sea Júpiter, emotivo pero algo hinchado en la “elgariana” sección central. Saturno se abre con una introducción escalofriante en la que los violines suspiran con doliente emoción; está claro que aquí es donde nuestro artista se encuentra más cómodo, ofreciendo una lectura particularmente desolada y, de nuevo, más siniestra que rebelde. Lo mejor llega con Urano: ni jovialidad, ni brillantez, ni leches, solo un marcadísimo humor negro que saca un partido insólito de las maderas -la relación con El aprendiz de brujo queda más clara que nunca- y conduce a un clímax de una rabia y desesperación abrumadoras. Tras tanta negrura, Neptuno resulta cálido y hasta consolador.
Total, una lectura personalísima y discutible que podrá entusiasmar o podrá disgustar, pero que todo amante de la música de Holst (¡y no digamos los fans de Herrmann!) deben escuchar. Las piezas que se incluyen en el otro CD que ofrece esta edición de Eloquence Australia no alcanzan semejante interés, pero son dignas de conocer.
La grabación realizada en 1961 por Sir Adrian Boult de la música de ballet de The perfect fool no posee el refinamiento ni la magia sonora de Previn (enlace), pero se encuentra dotada de una rusticidad sonora -algo socarrona- muy atractiva. Menos bien está la de Egdon Heath por el propio Boult: sincera, alejada de la flema y el distanciamiento británicos, pero sin mucha magia. A Moorside Suite es música menor pero muy bella que recibe una interpretación algo sosa por parte de Elgar Howarth y la Grimethorpe Colliery Band. Algo parecido puede decirse de las dos Suites para banda militar a cargo de Frederic Fenell y el Eastman Wind Ensemble, una añeja grabación que se remonta nada menos que a 1955. Y ya en fechas más recientes, concretamente en 1992, el sobrevalorado Christopher Hogwood dirige con frescura, agilidad y luminosidad, pero también cierta tendencia a lo pimpante, una marcada trivialidad y detalles de cursilería marca de la casa, la St Paul’s Suite y A Fugal Concerto frente a la excelente St Paul Chamber Orchestra.
El doble CD puede adquirirse (a mí han tardado tan solo seis días en enviármelo) en MDT (enlace). No sueñen con encontrarlo en las tiendas españolas, porque en Europa solo se vende, que yo sepa, a través de esta página. Insisto: no se lo pierdan.