martes, 31 de julio de 2012

Buena música, mala música

Mi viaje de las vacaciones veraniegas del 2011 fue a Colonia; mis objetivos eran hincharme de ver románico y escuchar la integral de las sinfonías de Beethoven por Daniel Barenboim y la WEDO. Ahora acabo de volver del de este año: ruta por el Midi francés -vuelo desde Sevilla hasta Toulouse- para hartarme de nuevo de ver románico, y además participar en las celebraciones anuales que el Ensemble Organum realiza por la fiesta de Santiago en Saint-Pierre de Moissac, especiales en esta ocasión por celebrarse las tres décadas de la fundación del grupo por Marcel Pérès. Alguien se extrañará por la aparente contradicción en quien esto suscribe: muy "carca” para algunas cuestiones musicales, muy “moderno” para otras. Y quien más o menos conozca mis gustos sabrá que tengo otras presuntas contradicciones también en materia de interpretación.

Yo Moissac

Pues bien, confieso que me emocionan profundamente Beethoven y Wagner, pero al mismo tiempo me fascinan el canto viejo romano, la Escuela de Notre-Dame y el Ars Subtilior; que Verdi me parece el más genial compositor de óperas de todos los tiempos sin menoscabo de disfrutar a tope las creaciones líricas de Mozart o de la Segunda Escuela de Viena; que sigo adorando a Tchaikovsky y a Rachmaninov mientras escucho subyugado a Lutoslaswki, Xenakis y Boulez; que mis versiones favoritas de los Conciertos de Brandemburgo son por igual las "tradicionales" de Leppard y las "rompedoras" de Goebel, que el Bach de Barenboim me parece genial y que el Schubert al fortepiano de Andreas Staier me gusta mucho. Y que ciertas óperas de Donizetti me transmiten tanto sopor como las páginas de Arvo Pärt, o como algunas recuperaciones de barrocos olvidados a cargo de la orquesta barroca de turno; y que el sonrojo que me producen las creaciones de Tomás Marco me viene también con las zarzuelas de Jacinto Guerrero sin que pueda evitarlo.

A veces nos olvidamos de que la música no debería dividirse entre "la rancia” o “la progre”, o la de los "burgueses" y la de los "modernitos", sino sencillamente entre la “buena” y la “mala”, es decir, entre la que le gusta a cada uno de nosotros y no nos gusta… ¡después de haberlas escuchado y de pensar un poquito sobre ellas, claro! Cosas tan evidentes es necesario recordarlas en ciertos momentos. Por ejemplo ahora, cuando algunos hacen el ridículo atacando al Beethoven de Barenboim solo para aparentar desdén hacia interpretaciones presuntamente obsoletas, aburguesadas o -lo que para ellos es peor- del gusto del gran público. Y tiempos también en los que los melómanos que van de "defensores del arte verdadero" frente a estos últimos montan bochornosas campañas en contra de que se ofrezca en el Teatro Real el acojonante Moisés y Aarón de Schoenberg aludiendo a cuestiones económicas, cuando éstas no intentan sino enmascarar una peligrosa mezcla de estrechez mental (escuchar semejante partitura exige un esfuerzo: el mismo que el Beethoven de Barenboim) y de prejuicios ideológicos propios de la caverna más reaccionaria.

Hoy día no resulta muy difícil convencer al personal de que con un buen portal románico, como este de Moissac que tantos lustros me había llevado deseando ver en directo, se puede disfrutar tanto como ante un lienzo de Velázquez -para mí, el mejor pintor de la historia- o ante uno de Kandinsky, por mucho que al neófito puedan chocar las "manchas" de este último. Y que un templo gótico mediocre será siempre eso, mediocre, por mucho “encanto medieval” que albergue, y que por ende podrá resultar igual de desdeñable que no poca de la pintura académica del XIX o alguna de la basura que se pinta hoy día. Aplicar parecido razonamiento para la música resulta sin embargo demasiado complicado para algunos, cuando en realidad solo hay que abrir un poco la mente, olvidar apriorismos sectarios y dejarse llevar. Lástima.

martes, 24 de julio de 2012

Nézet-Séguin vuelve a Berlín: talento por madurar

El concierto del 16 de junio de 2012 de la Filarmónica de Berlín empezó, como otros de la misma temporada, dando paso a uno de los solistas de la excepcional formación alemana. En esta ocasión, Walter Seyfarth se encargaba de ofrecer la Sequenza IX para clarinete solo de Luciano Berio, realizando el artista una demostración no solo de técnica, lo que ya se daba por supuesto, sino también de musicalidad en el más alto grado; ahora bien, el que la línea resultase más sensual que aristada puede que no fuera la única opción posible, aunque quizá sí la más directa para llegar al público de la Philharmonie.


En cualquier caso, el protagonista de la velada fue Yannick Nézet-Séguin, quien a mi modo de ver volvió a demostrar dos cosas: que su talento es enorme… y que aún le queda un recorrido para madurar. De hecho, no me terminó de convencer el Tchaikovsky que ofreció en la primera parte. De Romeo y Julieta el maestro construyó una versión de amplio calado sinfónico; dicha en un solo trazo, perfectamente delineada en sus tensiones hacia la segunda escena de amor, brillante en su punto justo y por completo ajena tanto a la blandura como a cualquier clase de devaneo sonoro, siempre dentro de un enfoque más sombrío que sensual, es decir, más en la línea de la primera grabación de Barenboim que de la última de Bernstein, ambas en DG, por citar dos interpretaciones de referencia. Desdichadamente el resultado, siempre dentro de un nivel notable al que no es ajeno la excelencia de la orquesta, se vio lastrado por una extraña sensación de frialdad, de distanciamiento expresivo, incluso de falta de ideas, que puso en evidencia la falta de madurez a la que antes me refería.

Las cosas funcionaron mejor en Daphnis et Chloè de Ravel, del que en esta ocasión no ofreció la suite nº 2, como hizo en su disco para EMI, sino el ballet completo. Allí el director canadiense demostró no solo su perfecto dominio de colores y texturas, sino también una perfecta comprensión del idioma raveliano con una interpretación que supo ser al mismo tiempo extrovertida y lírica, teatral y refinada, no particularmente sensual pero tampoco brumosa en exceso, y en cualquier caso dicha con evidente entusiasmo sin menoscabo de un perfecto control de los medios a su disposición.

Sobraron, eso sí, algunos detalles en exceso decadentes, y se echó en falta un plus de creatividad, circunstancias compensadas con los solos llenos de musicalidad de los profesores de la orquesta. Espléndid el Coro de la Radio de Berlín. Merece la pena, pues, pasarse por la Digital Concert Hall para ver el concierto, aunque a mi modo de ver la recreación de Riccardo Chailly aquí comentada es aún superior a ésta a pesar de contar con fuerzas orquestales bastante menos suntuosas que las berlinesas.

domingo, 22 de julio de 2012

La Escocesa de Dudamel… ¡en vinilo!

Deutsche Grammophon ha sorprendido a todos con un lanzamiento que, destinado a fines benéficos, se ha realizado exclusivamente en disco de vinilo: la Tercera de Mendelssohn que Gustavo Dudamel ofreció en su debut al frente de la Filarmónica de Viena en diciembre 2011. No sabemos qué motivos han llevado al sello amarillo a tomar esta decisión, ni si “el sistema” de orquestas venezolano se va a llevar mucho dinero del asunto toda vez que el personal -quitando a unos cuantos nostálgicos- no parece estar muy dispuesto a desempolvar su tocadiscos; en cualquier caso, es una pena que quienes estén interesados en ver qué hace nuestro artista con la Escocesa no puedan adquirir el correspondiente compacto.


Yo también tengo apartado desde hace tiempo mi giradiscos, pero he podido escuchar la interpretación gracias a la correspondiente toma radiofónica. ¿Resultados? Notables con reparos. Es esta una interpretación abiertamente juvenil, muy animada y extrovertida mas no por ello exenta de control, porque el pulso es firme y excelente el trazo. Logra además Dudamel que la recreación suene a Mendelssohn, acertando en el punto junto de equilibrio entre densidad y ligereza que demanda esta música. Y acierta sin duda a la hora de no relegar los aspectos dramáticos de la partitura frente a los luminosos, por muy atractivos que estos sean.

El problema es que la increíble belleza sonora de la Filarmónica de Viena se convierte para Dudamel en un verdadero canto de sirenas: fascinado por ella, el venezolano deja entrar más dulzura de la cuenta en determinadas frases, sobre todo en los movimientos pares, circunstancia que por cierto también se daba en el Don Juan de Strauss que abría la velada y que no ha sido editado comercialmente. Habrá a quien le guste la Escocesa así, pero a mí me parece un error: escúchese a Klemperer (enlace) para comprobar cómo desde la mayor adustez sonora se pueden alcanzar unos resultados conmovedores.

La citada recreación, más aún que la de Solti en DVD (enlace) y la antigua de Peter Maag (Decca), es la que más me gusta de cuantas he escuchado, excepción hecha de la del propio Klemperer con la Radio Bávara (EMI, 1969) en la que el final de Mendelssohn es sustituido por otro de carácter amargo escrito por el de Breslau. En cuanto a Dudamel, quede claro que su aportación no es desdeñable. Es de esperar que con el tiempo vaya madurando su concepto.

viernes, 20 de julio de 2012

Barenboim y la WEDO en Sevilla, 2012: Beethoven de síntesis

PS. Aprovecho para colocar un clip de YouTube con un fragmento del final de la Segunda ofrecido el viernes 20 de julio en los Proms. De este modo el lector que no pudo asistir al concierto de Sevilla se puede hacer una idea por sí mismo de los resultados.
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Tres sinfonías de Beethoven en la más reciente comparecencia de Barenboim y la West-Eastern Divan en el Maestranza: la Primera -que ya interpretó aquí el pasado año- y la Segunda en la primera parte, con la orquesta relativamente reducida en tamaño, y Octava en la segunda con fuerzas considerablemente más nutridas, como ya imaginábamos quienes estuvimos el año pasado en Colonia asistiendo a la ejecución de la integral que fue grabada paralelamente por Decca. No hubo grandes diferencias con respecto a la edición discográfica aquí comentada, así que tengo que repetirme y explicar que el escuchado el pasado miércoles 18 de julio en el teatro sevillano fue un Beethoven de síntesis; menos combativo, vibrante y encendido que el que el propio Barenboim ofrecía en tiempos pasados, y más atento al vuelo lírico, la sensualidad, el encanto y la belleza apolínea. Alcanzó pues, y sin renunciar a la tradición interpretativa centroeuropea, un punto de equilibrio entre ambos polos ante el que difícilmente se pueden poner reparos.


La sonoridad fue cálida y redonda, mostrando una gran atención a las voces intermedias y evitando esa delgadez de la cuerda y esa agresividad de los metales que gustan a los oídos acostumbrados a las lecturas historicistas. El fraseo resultó siempre muy elegante y natural, basado en el legato y en la cantabilidad de las frases largas, y aplicando una gran cantidad de matices agógicos -Barenboim cada día se muestra más imaginativo- que en absoluto rompieron la unidad del discurso y que, al contrario que ocurre con otros grandes directores, nunca estuvieron pensados en aras del preciosismo. Las dinámicas estuvieron trabajadas de manera admirable, con mucha sutileza en las gradaciones y atendiendo a la claridad en los crescendos planificándolos de manera particular para cada familia instrumental (ahí Barenboim imita al Mahler director, él mismo lo ha reconocido). Y se otorgó, finalmente, una enorme importancia a la relación entre los solistas, por momentos con un espíritu en cierto modo camerístico, como si el maestro quisiera aplicar a su orquesta multicultural no solo el espíritu de diálogo reivindicado en el conflicto palestino-israelí, sino también los planteamientos que le servían de base cuando trabajaba junto a la English Chamber Orchestra.

De Primera sinfonía puedo repetir sin problemas lo que escribí sobre la interpretación del pasado año en el Maestranza: “la Primera Sinfonía no es obra de juventud sino de madurez, y como tal fue interpretada (…). En comparación con su recreación para el sello Teldec, esta interpretación ha girado de lo dionisíaco a lo apolíneo: se ha perdido -desdichadamente- parte de la fogosidad, la incisividad y el nervio que convertían a aquel registro en uno de los mejores de la discografía, pero se ha ganado en elegancia, en poesía, en hondura humanística y en calidez, además de seguir manteniendo su imaginativa flexibilidad”. Aprovecho ahora para añadir que los primeros violines ofrecieron por momentos un sonido en exceso metálico, mientras que las maderas estuvieron excelsas; el granadino Ramón Ortega, primer oboe de la Radio Bávara, tuvo las mejores oportunidades para demostrar una musicalidad exquisita.

La Segunda fue quizá un poco menos fogosa que la de Colonia, pero aun así estuvo llena de fuerza y músculo, que no de pesadez. La diferencia vino con el Larghetto, más lento y paladeado, un poco menos coqueto -no obstante estuvo lleno de encanto, de gracia y de ternura-, más reflexivo; en cualquier caso, resultó increíblemente hermoso, cálido y comunicativo. El resto, magnífico. ¿Hay algún director en el mundo capaz de ofrecer hoy una Segunda de este nivel? Después de haber hecho un amplio repaso de la discografía, lo dudo muchísimo.


La Octava fue rotunda, sanguínea, poderosa, desmintiendo esa enorme tontería que se lee a veces sobre el supuesto retorno al clasicismo por parte del autor, pero Barenboim supo aportar también mucho de elegancia, de delicadeza y de sentido del humor no poco gamberro y sarcástico. Y supo destacar, sobre todo, el vuelo lírico que a muchos directores se les escapa de las manos entre tanto frenesí. El fundamental crescendo del primer movimiento fue impresionante, aunque me quedo con lo que el maestro consiguió en el Allegro vivace conclusivo. La orquesta, por su parte, funcionó de maravilla no solo en los aspectos virtuosísticos, sino también en los expresivos.

Tras este enorme, sensacional concierto, el público reaccionó con el entusiasmo merecido. No hubo bis, pero Barenboim aprovechó los diez años del Diván en Andalucía para agradecer los esfuerzos realizados, para dar cuenta de la manera en que los músicos andaluces se han integrado en la orquesta mucho mejor que los alemanes y los norteamericanos lo hicieron en los primeros años de la WEDO, y para señalar que “independientemente de que gobierne un partido u otro, de que nos quieran aquí o no, este proyecto siempre será de todos ustedes y les recordaremos cada vez que toquemos por ahí”. Me emocionaron sus palabras, pero quien esto suscribe -y probablemente muchos otros melómanos- hubiéramos deseado que su agradecimiento se hubiera materializado en un mayor número de conciertos en nuestra comunidad autónoma.

jueves, 19 de julio de 2012

La pedantería del ignorante

Todos los que escribimos valoraciones sobre arte podemos ser bastante peligrosos según las circunstancias, pero hay un espécimen de crítico bastante sombrío sobre el que me gustaría alertar. Me refiero al pedante que intenta distinguirse de la mayoría intentando demostrar que sus gustos van por otro camino al de las presuntamente adocenadas e incultas masas de aficionados. Si a la mayoría del personal le gusta esto o lo otro, a mí me gusta aquello porque es más minoritario, más para paladares exquisitos, más presuntamente difícil de apreciar y, por ende, muestra un gusto mucho más evolucionado y una sensibilidad más desarrollada.

En el mundo de la crítica musical se podrían poner muchos ejemplos. Tal cantante famosísimo o tal director estrella nunca serán bien recibidos por estas firmas, al tiempo que éstas reivindican nombres más o menos oscuros -preferiblemente del pasado remoto- que demuestren la amplitud de su erudición y la exquisitez de su paladar. En el mundo de la escena lírica los ejemplos resultan más evidentes: los títulos de siempre son en general desdeñables salvo que venga un regista modernísimo” que lo convierta en una caricatura del original. Y si a la mayoría del público le gustan determinados compositores, yo les hago asco salvo cuando un intérprete -generalmente de la escuela historicista- les quite densidad intelectual hasta desfigurarlos: ahí sí me que me pueden gustar, y lucharé con uñas y dientes para demostrar que “los míos” son los buenos y los que aplaude todo el mundo los malos, así me reafirmo en mi -en el fondo- débil, insegura y acomplejada personalidad.

Quien sepa un poquito de interpretación musical puede pillar en seguida a semejante tipo de plumífero. Desgraciadamente hay algo que les hace muy peligrosos: que muchas personas que están empezando a iniciarse en esto de la interpretación, o que no han estado en la ópera o el concierto reseñado pero se interesan por los resultados, cuando leen la reseña por ellos escrita pueden llevarse una impresión completamente equivocada del espectáculo pensando que el crítico no solo es más o menos honesto, sino que tiene un verdadero dominio de la materia sobre la que escribe. Incluso hay por ahí casos (pienso en “los tenores calaron bien las notas graves”, afirmación escrita por un crítico sevillano que fue impuesto a dedo por un político en una revista con la intención de apoyar a cierto músico colocado por él igualmente a dedo) en los que el uso tan petulante como equivocado de una terminología más o menos técnica podría dar una impresión de erudición ante quienes no dominan el tema. El resultado, una enorme burla al lector y una total falta de respeto a los músicos. Cuidado con ellos. Muerden.

miércoles, 18 de julio de 2012

Segunda integral de las sinfonías de Beethoven por Brüggen

Cuando el pasado mes de mayo escuché en Úbeda a la Orquesta del siglo XVIII me sorprendió ver en el stand dispuesto por los propios músicos, entre muchos discos del sello Glossa, una grabación de la que no tenía noticia: nueva integral de las sinfonías de Beethoven a cargo de la formación holandesa y de su titular Frans Brüggen, registrada en directo en Rotterdam en octubre de 2011 y editada por ellos mismos bajo el sello The Grand Tour. Como me ofrecían un buen precio decidí comprarla, toda vez que -me aseguraban y es verdad: ni en la página web hay rastro- la cajita sólo se puede adquirir en Holanda. Dejando al margen la parquedad de la presentación y una toma sonora que resulta algo reverberante y no del todo clara, no me arrepiento lo más mínimo: se trata de la mejor integral con instrumentos originales, superando los artistas incluso la que ellos mismos había registrado -también en vivo- para Philips entre 1984 y 1992, que aun siendo de interés evidenciaba importantes limitaciones.


La gran virtud de esta nueva integral, como en la de Philips, radica en ofrecer una sonoridad completamente nueva para Beethoven -la historicista, por la utilización de instrumentos originales y el tratamiento de los mismos con una articulación particular- respetando la expresividad tradicional, con todo lo ésta que tiene de densidad, empuje y carácter dionisíaco. A Brüggen y sus músicos no les hace falta frasear a saltitos (Norrington), ni resultar más ásperos que el papel de lija (Gardiner), ni mostrarse abiertamente vulgares (Hogwood), ni condenar al personal al bostezo perpetuo (Van Immerseel). El holandés supo señalar, en fechas relativamente tempranas, que renovar al genial sordo en su sonido no significa trivializar -y menos aún ridiculizar- la carga expresiva de su música. Lo que ocurre es que ahora, en 2011, Brüggen dirige bastante mejor que antes, con mayor musicalidad e inspiración, y aunque vuelve a haber importantes puntos flacos -Sexta, Novena-, los resultados son ahora en la mayoría de las sinfonías superiores a los de antes.

Hay que hacer notar, en cualquier caso, que la propia personalidad de Brüggen va a marcar una dirección expresiva muy concreta, pues los aspectos más combativos, escarpados y rebeldes de la música de Beethoven van a esta en clara ventaja frente a los que tienen que ver con la cantabilidad, con el humanismo  o con la distensión contemplativa; el sentido del humor, finalmente, es en Brüggen más bien sarcástico, y en cierto sentido recuerda -salvando las distancias- al de Klemperer, por lo que no hay nada aquí del encanto, del carácter juguetón o de la coquetería que tanto gusta poner en primer término al citado Norrington o al Abbado más reciente, entre otros. Por eso mismo no se comprende cómo algunos, alegremente, ponen este Beethoven al lado de los otros historicistas y enfrentado a los tradicionales, cuando en el fondo el holandés se encuentra más cerca de algunos de estos últimos que de la mayoría de los primeros.

Concretemos. En cuanto a la Primera, ya escribí en mi comparativa que Brüggen ofrece una lectura “en la misma línea que su interpretación anterior, amplia, con densidad no sonora pero sí conceptual, poderosa y con sentido dramático, añadiendo además una rusticidad propiamente historicista. Al segundo movimiento sigue faltándole un punto de emotividad, pero el tercero parece más conseguido. Los extremos, algo más lentos ahora y maravillosamente expuestos, son todavía mejores que antes”.

En su correspondiente comparativa, ya dije que en la Segunda “el maestro holandés repite y mejora su acercamiento de veintitrés años atrás haciendo uso de unos tempi más amplios que le permiten paladear mejor la música y, sobre todo, añadir la poesía que entonces le faltaba a un segundo movimiento que ahora sí que está bastante conseguido”.

La Heroica ya ofrecía antes un buen nivel. Ahora Brüggen vuelve a acertar al no caer en liviandades, en agresividades innecesarias, en rigideces y en otras señas propias de una mala interpretación de los planteamientos filológicos, pero por desgracia no solo no logra inyectar la calidez y el vuelo lírico que debe, sino que tampoco logra tensar la arquitectura con la solidez adecuada. El primer movimiento sería magnífico si no fuera por determinados altibajos que rompen la continuidad del discurso; al segundo le faltan densidad y fuerza visionaria; el tercero está bastante bien y en el cuarto las variaciones están tratadas con éxito desigual, siendo de apreciar el sentido del humor un tanto socarrón del director.

Nuestro artista corrige sustancialmente en la Cuarta las insuficiencias de su registro veintiún años anterior y ofrece una lectura en la misma línea rústica, áspera y con elevado sentido de lo dramático, pero paladeada ahora con mayor hondura, elocuencia y lenguaje beethoveniano. Aun sobran quizá algunos momentos de violencia que Brüggen suprimirá en su filmación del año siguiente con la Filarmónica de Cámara de la Radio de Holanda comentada en este mismo blog, si bien aquí en Rotterdam sí está la electricidad que más adelante se echará en falta. En cualquier caso, notabilísima interpretación en la que la falta de claridad de algunas líneas puede achacarse quizá a la toma sonora.

Siempre interesado por los aspectos combativos de la música beethoveniana, el maestro holandés mejora su antigua lectura de la Quinta eliminando violencia gratuita y atendiendo más a la naturalidad del fraseo, pero aun así no logra redondear su interpretación, resultando particularmente descafeinado el primer movimiento. En el segundo hay detalles poco convincentes. Tercero y cuarto son francamente buenos, aunque la transición entre ambos sigue sin estar bien resuelta. Aquí tienen, completita, una lectura ofrecida en Japón en 2002 que va por la misma línea que la comentada.


En la Pastoral, la gran ventaja de este registro frente al de Philips es la toma sonora, antes muy plana y sin graves, ahora con todo el relieve que se necesita para apreciar la plasticidad con la que el maestro holandés maneja a su espléndida orquesta. Interpretativamente los movimientos que más siguen convenciendo son la danza de los pastores -ahora más natural y sin los tirones de tempo algo agresivos en la sección que imita a la zanfoña- y la muy bien realizada tormenta. Los demás se desarrollan con fluidez y concentración, pero las dificultades del maestro holandés para ofrecer poesía se vuelven a poner en evidencia. Tampoco la delgadez de la cuerda y su falta de vibrato parecen lo más adecuado para esta partitura.

La Séptima vuelve a poner en evidencia las maneras de Brüggen: cuerda ácida, timbales secos, fraseo incisivo mas no pimpante, tempi moderados, sobriedad, tensión dramática y adecuado empuje, mejorando quizá el desequilibrio de planos sonoros que se daba en su registro anterior. De admirar de nuevo el interés por ofrecer un Beethoven en absoluto trivializado, aunque sigue echándose de menos la ausencia de calor humano; incluso puede hablarse de una relativa frialdad.

En la Octava nuestro artista ya no cae en la tosquedad ni en la violencia gratuita de su grabación de antaño, aunque de nuevo le falta una dosis de elegancia, refinamiento y vuelo lírico. También hay que censurar que el gran crescendo del primer movimiento no está del todo conseguido y que los timbales suenan un tanto excesivos, aunque esto último puede deberse en parte a la toma. En cualquier caso, una interesante lectura en una línea enérgica y poderosa, con garra, desde luego mucho antes dramática que distendida.

En la Novena Brüggen vuelve a fracasar con una lectura precipitada, cuadriculada, escasa en matices, desinteresada por el peso los silencios y sin rastro de poesía. También es cierto que patina fundamentalmente en los movimientos pares, bastante mediocres. El segundo, algo descafeinado, es en cualquier caso sensato y muy correcto, mientras que el cuarto hubiera funcionado de manera satisfactoria de no ser por la marcialidad de los primeros “freude” del coro -que no estaba en la grabación de 1992- y por la intervención del bajo Michael Tews, buena voz con serios problemas técnico. Blandorro Marcel Beekman, bien Rebecca Nash y Wilke te Brummelstroete. Notables los coros, Laurens Collegium y Laurens Cantorij de Rotterdam. Seguimos pues sin una Novena con instrumentos originales digna de escuchar, aunque al menos ésta no es para partirse de risa, como sí lo eran la de Norrington para EMI, la de Herreweghe para Harmonia Mundi y, sobre todo, la de Hogwood en Decca.

En cualquier caso, e independientemente de las irregularidades señaladas, nos encontramos ante una integral de mucho interés cuyo conocimiento sería casi inexcusable -esto es más que un experimento- si no fuera por la imposibilidad de comprarla fuera de las fronteras holandesas. Lo ideal sería que Glossa la editara en condiciones y le diera distribución mundial. Si alguno de sus responsables leyera por casualidad estas líneas, rogamos escuche nuestras súplicas.

martes, 17 de julio de 2012

Segunda sinfonía de Beethoven: discografía comparada

Actualizaciones.

9-08-2011. Esta entrada se publicó originalmente el 21 de julio de 2011. Añado ahora un comentario sobre la grabación de Kurt Sanderling, grave omisión en el post original.

17-07-2012. Se incluyen comentarios sobre las interpretaciones de Cluytens, Chailly, Barenboim'11 y Brüggen'11. 
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Aunque diste de alcanzar la fama de otras de las de su autor, la Segunda Sinfonía en re mayor op. 36 de Ludwig van Beethoven no es precisamente una página sin interés: se trata sin duda de una verdadera obra maestra que rebosa inspiración, belleza, hondura y comunicatividad. No me extiendo sobre ella porque ya he escrito sobre la misma en otro lugar (enlace). Lo que sí quiero advertir es que esta comparativa va a ser despreciada por gente que conozco. Por unos, porque los directores más valorados son Karl Böhm y Daniel Barenboim. Por otros, por las elevadas puntuaciones que he concedido a gente como Norrington o Herreweghe. Obviamente tengo claro que esta obra maravillosa, con un pie en el pasado y otro en el futuro, admite interpretaciones de enfoque ya no diferente, sino opuesto, según se mire hacia detrás o hacia adelante, sin que vacilen los resultados, cosa que desde luego no podría pasar en sinfonías como la Heroica, la Quinta o la Pastoral.

En cualquier caso, me parece necesario subrayar que las puntuaciones se refieren única y exclusivamente a la Segunda Sinfonía, y no a las integrales sinfónicas completas a cargo de los referidos maestros. Y me permito sugerir a los interesados en las grabaciones que se encuentran descatalogadas que busquen bien en Internet: algunas se pueden conseguir, ustedes ya me entienden, con suma facilidad. Me hubiera gustado añadir algunas interpretaciones adicionales, como las de Cluytens o Sanderling, pero de momento no ha podido ser (se ha añadido la grabación de Sanderling el 9 de agosto de 2011).




1. Toscanini/NBC (1939, varios sellos). Soy de los que piensan que Toscanini fue un maestro sobrevalorado, pero de ahí a negarle su importancia media un abismo. Así, tras una introducción atractiva, densa y con plasticidad, el veterano maestro nos ofreció en su primera grabación de estudio una interpretación que ilustra perfectamente sus virtudes e insuficiencias. Por un lado tenemos su energía, vitalidad, entusiasmo y electricidad, aportando un adecuado toque de jovialidad y también mucha incisividad. Por otro, su fraseo en exceso cuadriculado y rígido, que no deja respirar a la música, carente de cantabilidad, poco matizado y algo machacón. Lo más flojo es el segundo movimiento, poco emotivo, aunque no hay blandura y sí cierta elegancia distanciada. En suma, una versión muy vistosa pero superficial. La orquesta no es precisamente gran cosa. (7)


2. Furtwaengler/Filarmónica de Viena (EMI, octubre 1948, Royal Albert Hall). El genial maestro alemán nunca grabó la Segunda en estudio, pero por fortuna conservamos esta toma radiofónica correspondientes a unos conciertos ofrecidos por la Filarmónica de Viena en el Royal Albert Hall londinense. Ya desde la grave introducción se adivina que nos encontramos ante el Beethoven denso de la gran tradición centroeuropea, ofreciéndonos un dinámico Allegro con brio para decepcionar un tanto después con un Larghetto no del todo emocionante, no muy cálido ni desde luego con mucho encanto, aunque por descontado su clímax adquiera un carácter encrespado y rebelde de gran interés. El scherzo es más bien serio, mientras que en el Allegro molto final la batuta se toma las cosas con calma y paladea con extraordinaria cantabilidad el segundo tema de la forma sonata, lo que no le impide conseguir momentos arrebatadores. La conocida flexibilidad furtwaengleriana, por lo demás, es mucho más sutil que en otras ocasiones. Lástima que la toma sonora deje que desear. (8)


3. Toscanini/NBC (RCA, 1949 y 1951). En la misma línea del registro del mismo director comentado anteriormente, nos encontramos una interpretación directa, enérgica, viril, incisiva, también algo tosca y cuadriculada, más preocupada del brío y la electricidad de la poesía. A destacar un tercer movimiento rápido, nada pesado, con adecuada rusticidad. De nuevo la orquesta se queda algo corta, llamando la atención por el protagonismo que cobran sus incisivas maderas. (7)


4. Karajan/Philharmonia (EMI, 1953). Suele decirse que el Beethoven del primer Karajan era muy deudor del de Toscanini, y lo cierto es que hay algo toscaniniano en la contundencia y la objetividad, si bien el fraseo de Karajan es más cantábile y hermoso, ofreciendo un legato muy superior. Por lo demás tenemos una recreación objetiva, rotunda, musculosa, sin devaneos ni narcisismos sonoros, admirablemente expuesta, y de una energía que llega a acumular en el final una fuerza demoledora. Falta, eso sí, una mayor inspiración poética, aunque en contrapartida nos encontramos con una fabulosa ejecución por parte de la orquesta. (8) 


5. Beecham/Royal Philharmonic (EMI, 1957). Como era de esperar, el espíritu de esta sinfonía encaja muy bien con las maneras de hacer del Baronet, pero por desgracia la enorme y muy jubilosa energía que despliega no está acompañada precisamente de la elegancia, la transparencia, la planificación de las dinámicas y la atención al detalle necesarias. El resultado termina siendo excesivamente masivo en la sonoridad, atropellado en el fraseo, carente de todo lirismo y, a la postre, un tanto vulgar. (7)


6. Klemperer/Philharmonia (EMI, 1957). Aunque sea un tópico infinitamente repetido, este es un Beethoven de granito. Rocoso, solidísimo, austero. Las líneas están perfectamente definidas. La planificación es milimétrica. No hay el menor interés por la belleza sonora. Solo arquitectura, fuerza, tensión y lógica cartesiana, todo ello servido por una orquesta en estado de gracia. El resultado es de una lógica musical aplastante, aunque no estoy seguro de que semejante rigurosidad case muy bien con el espíritu de la obra. (9)



7. Cluytens/Filarmónica de Berlín (EMI, 1959). Aunque la orquesta de Karajan aporta una sonoridad robusta y musculada, Cluytens se aleja de toda pesadez y ofrece una lectura luminosa, vibrante y entusiasta, llena de fuerza -siempre controlada- y comunicatividad sin dejar por ello de paladear adecuadamente las melodías y de ofrecer la emotividad lírica necesaria. Podría pedirse algo más de flexibilidad e imaginación, una mayor atención a los pliegues expresivos de la partitura, pero la fogosidad de la batuta y la musicalidad de los solistas de la formación alemana terminan venciendo nuestros reparos. El sonido es francamente bueno para la época. (9) 


8. Walter/Sinfónica de Columbia (Sony, 1959). Haciendo gala de un fraseo muy cantable y de un amplio legato, Walter construye una Segunda serena, efusiva, noble y elocuente, mucho antes otoñal que juvenil, en la que sobresale un Larghetto muy lento, un tanto ensoñado, paladeado con delectación. Eso sí, se puede echar de menos un tratamiento sonoro más incisivo y un poco más de garra dramática. Admirable, por otra parte, el trabajo de análisis orquestal, realzado por una magnífica toma sonora. (9)


9. Leibowitz/Royal Philharmonic (Chesky, 1961). Interesantísima aportación que se aparta del Beethoven denso y centroeuropeo para aligerar tanto texturas como tempi, ofreciendo una visión con nervio, incisiva y transparente que mira en buena medida a Haydn y cuida mucho la elegancia, la chispa y el encanto. Aun así sabe atender a los aspectos épicos y dramáticos de la partitura, ofreciendo en este sentido un Larghetto sin mucho encanto y no todo lo sensual que debería, pero con un cierto regusto amargo, así como dos movimientos extremos llenos de tensión. Impecable la disección orquestal, y soberbia la toma sonora supervisada por el inolvidable productor Charles Gerhardt. (9)


10. Ormandy/Philadelphia (CBS, 1962). Pese al sonido redondo y corpulento de la maravillosa Orquesta de Filadelfia, el eterno titular de la formación norteamericana ofreció, en su único registro de la partitura, una lectura presidida por la agilidad, la chispa y el encanto, lo que por fortuna no significa caer en la trivialidad ni renunciar a los acentos dramáticos. En cualquier caso, un poco más de vuelo lírico no le hubiera sentado nada mal a esta recreación que, siendo espléndida en su línea, Sony no se ha dignado en pasar aún a CD. (9)



11. Szell/Cleveland (Sony, 1964). Una magnífica muestra de estilo de Szell, sobrio y no particularmente poético pero lleno de fuerza, ofreciéndonos una lectura realizada de un solo trazo, de sonoridad un tanto rústica -pero no tosca, sino de extraordinaria limpieza- en la que las tensiones están magníficamente planificadas. Sobresalen en este sentido el primer movimiento y la coda final, el mejor ejemplo de cómo el mayor de los arrebatos no está en absoluto reñido con el rigor de la arquitectura. (9)



12. Jochum/Concertgebouw (Philips, 1967). Magnífico trazo, excelente disección, irreprochable idioma, atención a todos los aspectos expresivos y admirable entusiasmo benefician a esta versión que triunfa sobre todo en los dos primeros movimientos, llenos de vida pero no exentos de garra dramática en el clímax del segundo. El cuarto ofrece una admirable cantabilidad, pero faltan quizá un poco de ligereza y chispa "rossinianas". La musicalidad de la orquesta contribuye a la excelencia de los resultados. (9)


13. Kubelik/Concertgebouw (DVD DG, 1969). Sin ser una lectura personal ni mucho menos visionaria, resultan por completo admirables su belleza apolínea, su elocuencia y la elegancia de su fraseo, en absoluto reñidos con el pathos ni con la intensidad emocional. Impresionante los dos primeros movimientos, mientras que el último adquiere un sabor muy mozartiano. (9)


14. Böhm/Filarmónica de Viena (DG, 1972). Una lectura honda y clásica en el mejor sentido que alcanza un perfecto equilibrio entre tensión y control, entre lo frívolo y lo épico, entre alegría y drama, entre belleza sonora y análisis del entramado orquestal. El vuelo poético del Larghetto es de una serena, profunda y acongojante belleza. Como es habitual en Böhm, el humor es más sarcástico que chispeante, sin llegar a los extremos de un Klemperer. Impresionante. (10)



15. Kempe/Filarmónica de Munich (EMI, 1972). Un Larghetto maravillosamente paladeado y no ajeno a los acentos dramáticos es el gran triunfo de esta lectura noble, cálida y elocuente, a la que se le podrían pedir algo más de nervio y claridad en el primer movimiento y le sobra contundencia en el Scherzo. (9)



16. Karajan/Filarmónica de Berlín (DVD DG, 1972). Ya en los primeros compases queda uno impresionado por la suntuosa y bellísima sonoridad que Karajan extrae de su orquesta, refinada al mismo tiempo que robusta, empastada con absoluta perfección sin desatender a la claridad, pero también se advierte que el maestro va a atender más al sonido que al contenido expresivo de los pentagramas. Con todo, esa tendencia de la batuta a buscar la espectacularidad mediantes contrastes dinámicos y a caer en la excesiva opulencia o en la dulzonería, indistintamente, solo en contadas ocasiones hace acto de presencia en esta lectura llena de fuerza y admirablemente comunicativa. (9)


17. Kubelik/Concertgebouw (DG, 1974). Pocos años después de su registro en audio y al frente de la misma orquesta, de tan sensual sonoridad, el maestro checo nos vuelve a ofrecer una elegante y luminosa recreación que mira más a Mozart que a Haydn, lo que quiere decir que no hay mucha incisividad, rusticidad ni humor irónico, y sí un equilibrio apolíneo nada frío, sino cálido y comunicativo. La grabación realizada por Kubelik de las sinfonías de Beethoven, editada en su integridad tan solo en Italia y Japón, resulta hoy por hoy ilocalizable, pero por fortuna algún alma caritativa la ha dejado en algunos espacios de Internet . (9)


18. Bernstein/Filarmónica de Viena (DG, 1978). Quizá no se trate de la interpretación ideal, porque el segundo movimiento está tratado con una parsimonia que por momentos roza lo amanerado, pero es difícil imaginar un ejemplo más elocuente de la increíble combinación entre la sonoridad de la Filarmónica de Viena y la técnica de batuta de un Bernstein que es capaz de extraer la mayor belleza sonora de la formación austríaca para ofrecernos una lectura apolínea en el mejor sentido del término, transparente, refinadísima, sedosa en la tímbrica, sutilmente coloreada, llena de fuerza cuando debe -sin ser particularmente electrizante- pero también -y sobre todo- de una cantabilidad fuera de lo común. Para derretirse el comienzo del segundo movimiento. Su registro en audio para DG es el mismo que el de esta filmación. (9)


19. Böhm/Filarmónica de Viena (DVD NHK, 1980). Siguiendo la misma línea que en su registro oficial de audio, el de Graz nos ofrece una aún más asombrosa interpretación que aúna el más sereno, apolíneo y equilibrado clasicismo, de hondísimo vuelo lírico en el Larghetto, de un recogimiento casi mozartiano, con una fuerza expresiva poderosa e implacable que mira claramente al futuro. No deja de ser curioso que los resultados recuerden de nuevo a Klemperer, aunque con menos mala leche y mayor belleza sonora. A destacar la portentosa disección del entramado orquestal y, pese a algún gazapo puntual propio del directo, el estupendo rendimiento de la Filarmónica de Viena. Impagable el rostro de Böhm al escuchar las estruendosas toses que irrumpen en el segundo movimiento. Lástima que este DVD, de notable calidad de imagen y buen sonido estereofónico, solo se pueda adquirir en Japón. (10)

20. Sanderling/Philharmonia (EMI, 1981). Sorprende que sea un director de tan sereno y hondo humanismo, quien haciendo gala de tempi muy amplios, sonoridades graníticas y un fraseo de tensión interna tan intensa como controlada, nos ofrezca una de las versiones más amargas, rotundas y dramáticas de la Segunda Sinfonía, obteniendo unos resultados muy cercanos a los que obtuvo años atrás Klemperer con la misma orquesta. La diferencia es que mientras el de Breslau se mantiene siempre dentro de un analítico distanciamiento, Sanderling sí hace gala de esa cantabilidad, esa elegancia y esa calidez imprescindibles en la música beethoveniana. Lástima que la toma sonora deje que desear para la época. (10)

21. Norrington/London Classical Players (EMI, 1986). La integral beethoveniana de ese músico atrevido, renovador y de gustos a veces abominables que es Roger Norrington resultó extremadamente irregular, pero esta Segunda pertenece al grupo de interpretaciones muy estimables. En el primer movimiento tenemos la sensación de encontrarnos ante un descubrimiento merced a la sonoridad incisiva y rústica de los instrumentos originales, que nos revela un colorido completamente nuevo en el mundo sinfónico beethoveniano, a un equilibrio de planos que concede mucha más importancia a metales y percusión, y al tratamiento ágil, contrastado, vivaz, travieso y muy chispeante -cercana por momentos a las peripecias de un dibujo animado- de una batuta que en esta ocasión sabe no caer en la tosquedad sonora, si bien la transición podría estar aún mejor resuelta. En el segundo la cosa cambia, porque se echan mucho de menos el vuelo lírico y la emoción humanista de las grandes versiones tradicionales. El tercero acierta a descubrirnos -todos los historicistas seguirán este camino- una rusticidad de lo más adecuada y el cuarto vuelve a ser muy bueno, aunque un punto más nervioso de la cuenta. La toma sonora resulta admirable. La reciente nueva integral de Norrington, ya con instrumentos modernos, no la conozco. (8)


22. Hogwood/Academy of Ancient Music (Decca). Hogwood es un músico bastante más sensato en el campo de los instrumentos originales que su colega Norrington, pero también más soso. Su interpretación se encuentra bien planteada desde el punto de vista expresivo, con el empuje y el carácter dionisíaco apropiados, y además está dicha con ganas, pero necesita un trabajo mucho más atento a la disección de la orquesta y, sobre todo, un vuelo lírico mucho mayor, sobre todo en el segundo movimiento. Los otros tres no están mal, pero ahí queda la cosa. Interesante la incorporación de un fortepiano el continuo. (5)


23. Abbado/Filarmónica de Viena (DG,1987). Los años ochenta fueron una época de transición entre el enorme director que era el joven Abbado con el amanerado y superficial sucesor de Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín. En esta interpretación perteneciente a su primera integral, el milanés ofrecido una Segunda muy bien puesta en sonidos, de buen trazo y muy centrada en lo expresivo, que no termina de convencer por centrarse más en la búsqueda del refinamiento -incomparable de nuevo la Filarmónica de Viena- y de los grandes contrastes sonoros que en la exploración del contenido expresivo. El espíritu de Karajan, del peor Karajan, empezaba a dejar su huella. (7)



24. Dohnányi/Cleveland (Telarc, 1988). Tenemos aquí una versión de magnífica ortodoxia, sensata y musical, con una orquesta de peso suficiente pero nada pesante, cálida y bien fraseada, ajena a devaneos sonoros, a la que le faltan un poco de personalidad, imaginación y compromiso expresivo. A destacar, con todo, la fuerza del último movimiento. La grabación, algo turbia, podría ser mejor. (8)


25. Brüggen/Orquesta del Siglo XVIII (Philips, 1988). El holandés supo demostrar en su espléndida integral (solo pincha la Novena) que se puede compatibilizar la utilización de instrumentos originales y el seguimiento de parámetros sonoros históricamente informados con el mantenimiento de toda la riqueza y profundidad expresivas que hacen que estas sinfonías sean lo que son, es decir, piedras miliares en la evolución de la Historia de la Música, y no un mero divertimento. Convence por mirar no atrás sino adelante, renunciando a la coquetería y al encanto para ofrecer un Beethoven dramático, áspero, con unos metales estridentes que resultan más dramáticos que épicos y un carácter sombrio que sobrevuela por toda la interpretación. Lástima que el segundo movimiento no posea toda la efusividad que debiera, aunque desde luego evita la frivolidad y es coherente con el resultado global. (8)


26. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1990). En una línea toscaniniana pero más flexible, chispeante y cantable, el inolvidable Solti ofreció en su segundo registro una rutilante realización que deslumbra por su fuerza, tensión indesmayable, sentido del color, claridad, equilibrio de los planos sonoros y vuelo poético, aunque alejada tanto del sarcasmo y como del dramatismo. En este sentido se puede echar de menos algo de profundidad, como también pueden resultar discutibles ciertas figuras en los violines, algo nerviosas, que no dejan de recordar a Rossini. Asombrosa la toma de sonido. (9)


27. Harnoncourt/Orquesta de Cámara de Europa (Teldec, 1990-91). Siempre empeñado en luchar contra cualquier dogmatismo, el fundador del Concentus Musicus Wien se decidió a mezclar una orquesta mayormente moderna con metales y percusión de la época napoleónica para ofrecer interpretaciones de línea claramente historicista -pese a los instrumentos- en la que ese sentido del claroscuro, esa incisividad y esos ataques violentos propios del maestro dejan su huella. Por desgracia no acertó en la Segunda, una interpretación tramposa que puede enganchar por su electricidad, pero que resulta algo precipitada y escasa de vuelo lírico, y a la que además le sobra brutalidad gratuita. Muy flojo, por aséptico y cuadriculado, el tercer movimiento. (6)


28. Gardiner/Orquesta Revolucionaria y Romántica (DG, 1991). Deutsche Grammophon-Archiv tardó en subirse al carro del Beethoven con instrumentos originales, y lo hizo con una integral en la que hay de todo. De la Segunda Sinfonía ofrece Gardiner una recreación sanguínea, vitalista y teatral, dotada de un buen sentido del humor británico y de una sana rusticidad, aunque también un tanto precipitada, cuadriculada y contundente, sin el suficiente vuelo lírico. ¿Toscanini con cuerdas de tripa? Algo así. (7)


29. Giulini/La Scala (Sony, 1991). Cuando abordó su casi-integral milanesa (faltó la Novena), el genial maestro se encontraba ya en su fase de apacible espiritualidad. Nos ofrece así una Segunda efusiva, cálida y llena de cantabilidad, comunicativa y con sentido del humor, mucho antes que dramática o visionaria, en la que sólo se puede reprochar una articulación algo blanda y cierta falta de vivacidad en el último movimiento, insuficiencias compensadas con el maravilloso lirismo que desprende la batuta. (9)


30. Colin Davis/Staatskapelle de Dresde (Philips-Newton Classics, 1992). En plena renovación de la interpretación beethoveniana, Davis ofreció la versión en él esperable, noble y apolínea, elegantísima siempre, muy atenta al equilibro expresivo y a la belleza sonora, quizá en exceso otoñal y con algún detalle aislado un punto narcisista. Lo menos conseguido es el tercer movimiento, algo soso, mientras que al segundo le vendría bien un poco más de desparpajo. Admirable por lo demás la sensualísima sonoridad de la orquesta, aunque la claridad no está del todo conseguida. (7)


31.Celibidache/Múnich (EMI, 1996). La fecha de grabación nos indica que nos encontramos ante el Celibidache tardío, es decir, el de los tempi amplios y una profunda carga espiritual. Por fortuna lo que se nos ofrece no es un Beethoven heterodoxo, sino una Segunda muy de anciano maestro, tradicional, despaciosa, cálida y muy comunicativa, admirablemente diseccionada -la polifonía era uno de los puntos fuertes del rumano- y de portentosa poesía en un segundo movimiento fraseado con mano maestra. Decepciona el cuarto, algo pesadote y sin mucha energía. Los dos extremos son espléndidos, aunque este enfoque quizá no haga justicia a la vitalidad que deberían desplegar. (9)


32. Zinman/Tonhalle de Zurich (Arte Nova, 1998). Si los datos no me fallan, la de David Zinman fue la primera integral que grabó la nueva y muy elogiada edición de las partituras a cargo de Jonathan del Mar (aunque el musicólogo al parecer ya había prestado su colaboración en la integral de Gardiner). Lo hizo siguiendo los pasos de Harnoncourt, añadiendo a una orquesta de instrumentos digamos convencionales, en este caso la antiquísima Tonhalle de Zurich, metales y percusión de carácter histórico. Fraseo y articulación deben también mucho al músico berlinés, aunque sin caer en su excesiva agresividad ni en su sequedad característica. La tímbrica resultante es atractiva y el maestro neoyorquino le inyecta una buena dosis de energía a la partitura. ¿Donde está el problema, entonces? Pues en que Zinman dirige con brocha gorda, va deprisa y corriendo sin dejar respirar a la música y pasa de largo ante el vuelo lírico y la emotividad del Larghetto, en el que por cierto las maderas ornamentan a placer. Los dos últimos movimientos están quizá más logrados, pero el resultado se termina pareciendo al de Beecham más de la cuenta. (7)



33. Barenboim/Staatskapelle de Berlín (Teldec, 1999). Al frente de una orquesta que ofrece una sonoridad oscura, densa y empastada muy distinta de la de la emblemática Filarmónica de Viena, pero en cualquier caso inmejorable para realizar una lectura de estas sinfonías desde la óptica de la gran tradición centroeuropea, el de Buenos Aires ofrece una Segunda enérgica, sanguínea, muy épica, llena de pasión, pero sin nunca perder el control, que mira sin complejos hacia el Beethoven maduro. Increíble en este sentido el primer movimiento, todo fuerza y robustez. El segundo no alcanza la hondura contemplativa de Böhm, pero su clímax es aún más hiriente. En los otros dos el empuje dionisíaco termina de imponerse frente a los aspectos más dieciochescos de la escritura. (10)



34. Abbado/Filarmónica de Berlín (DVD TDK, 2001). El Beethoven que al frente de la Filarmónica de Berlín registró en el cambio de siglo Claudio Abbado, primero en audio para DG y poco después en vídeo para TDK (registro este último que ha sido pasado a CD por el propio sello amarillo) marcó uno de los puntos más bajos de la trayectoria del director milanés. Con todo, en la Segunda es quizá donde sale mejor parado, ofreciendo una interpretación muy ágil, magníficamente sonada, dentro de una línea de Beethoven “revisado”, esto es, mucho antes grácil, chispeante y aéreo que denso y/o dramático, una opción que en realidad no sería censurable de no ser porque -y aquí está el problema de la integral- Abbado no sólo matiza poco en lo expresivo, sino que se limita a ofrecer espectáculo sonoro y de vez en cuando se le escapan esas insoportables sonoridades ingrávidas y relamidas marca de la casa. (7) 



35. Rattle/Filarmónica de Viena (EMI, 2002). El británico tuvo la osadía de registrar el frente de la mismísima Filarmónica de Viena una integral que, basándose en la edición de Jonathan del Mar, se aunasen las aportaciones el mundo historicista con la gran tradición centroeuropea. Los resultados fueron calificados sabiamente por José Luis Pérez de Arteaga como un “quiero y no quiero”, oscilando entre una Sexta y Novena poco menos que impresentables hasta una Primera, una Cuarta o una Segunda espléndidas. Esta última recibe una lectura fresca, luminosa, juvenil, llena de vida, alegría y entusiasmo, que pasa un tanto de largo ante la profundidad y el pathos propiamente beethovenianos para mirar descaradamente a Haydn, resultando fresca, luminosa y chispeante, también muy ágil y transparente, aunque un tanto pimpante. Existe una filmación del mismo año realizada en Japón, con los mismos resultados artísticos, que se encuentra disponible en formato DivX en los lugares habituales de la red. (9)

 

36. Haitink/Sinfónica de Londres (LSO, 2005). Nunca ha alcanzado reconocimiento el ya anciano maestro holandés como intérprete de Beethoven. En esta integral registrada en vivo (tenía otra anterior con la Concertgebouw) confirma su falta de afinidad con el autor de Fidelio con una Segunda correctamente expuesta, con todo en su sitio, pero parca en lo que a la tensión sonora se refiere, escasa de idioma y más bien indiferente -cuando no tímida- en lo expresivo. Faltan nervio, elocuencia, emotividad... El resultado es muy aburrido. (5)


37. Van Immerseel/Anima Eterna (Zig-zag, 2006). Haciendo uso de instrumentos originales y planteamientos tanto estilísticos como expresivos muy sensatos, el artista flamenco construye una versión irreprochablemente sonada y presidida por la objetividad, el equilibrio y el buen gusto, pero por desgracia los matices, la creatividad y el compromiso expresivo no aparecen por ningún lado, así que el resultado termina siendo aburrido. Nada nuevo en Van Immerseel. (5)


38. Mackerras/Royal Scottish (Hyperion, 2006). El maestro australiano fue un músico ambivalente y desconcertante en lo que respecta a los planteamientos historicistas. En su segunda integral beethoveniana, la registrada en el Festival de Edimburgo, se quedó en un extraño medio camino entre la tradición y la renovación, tanto en lo que a las fórmulas interpretativas se refiere como en el uso solo parcial de la edición de Jonathan del Mar. Esta Segunda, que recibe sabia fresca del mundo “históricamente informado” en lo que a la agilidad de la articulación se refiere, está presidida por la vivacidad, el entusiasmo, el carácter risueño y una coquetería que miran mucho antes al mundo del más luminoso clasicismo que a las densidades del Beethoven más maduro. Le sobra un poco de tosquedad en general y le falta calidez en el Larghetto. (7)


39. Paavo Järvi/Deutsche Kammerphilharmonie (RCA, 2007). En su sobrevalorada integral, el hijo de Neeme ofrece de las sinfonías de Beethoven una visión muy deudora de Harnoncourt, no solo por la combinación de instrumentos antiguos y modernos, sino también por su sonoridad rústica, su incisividad y su reivindicación de los valores de los metales y la percusión. En lo que a la Segunda se refiere, toda la versión tiene fuerza, está dicha con entusiasmo, pero desprende superficialidad. Faltan el contenido, el espíritu beethoveniano, la dimensión poética… Hay incluso cierto mecanicismo. Pincha sobre todo en el sublime Larghetto, donde el clímax pasa sin pena ni gloria. La toma sonora podría ser mejor. (7)


40. Vänskä/Minnesota (BIS, 2008). Una estimable interpretación en la que la orquesta norteamericana realiza un correcto trabajo y la batuta dirige con visible entusiasmo. Haría falta, en cualquier caso, una planificación más cuidadosa, un poco más de imaginación, perfilar mejor los timbres (sobre todo en lo que al tratamiento de las maderas se refiere) y evitar alguna frase suelta algo más liviana de la cuenta. (7)



41. Herreweghe/Royal Flemish (Pentathone, 2009). Incorporando la atractiva sonoridad de las trompetas naturales y los timbales históricos a su orquesta flamenca, el belga construye una interpretación de trazo firme y clarificador de texturas en la que los aspectos más agresivos de la opción pseudohistoricista escogida, como la relevancia de los metales y la percusión o la incisividad del fraseo, logran no resultar forzados e integrarse en una visión que también logra ofrecer elegancia y densidad dramática, todo ello con la sal y pimienta en su dosis justa. Ahora bien, sería necesario un trabajo más minucioso y creativo tanto en lo técnico -la transición del primer movimiento no está bien resuelta- como en lo expresivo -el segundo movimiento es poco sensual y desprende trivialidad- para alcanzar lo excepcional. (8)



42. Chailly/Gewandhaus de Leipzig (Decca, 2009). Pese a la rapidez de los tempi, la agilidad generalizada y el un tanto epidérmico entusiasmo que parece desprender la batuta, la interpretación aburre por su carácter cuadriculado, superficial y a menudo atropellado, escaso de refinamiento y nulo en cantabilidad, todo ello dentro de un concepto que mezcla churras y merinas evidenciando el monumental lío mental del maestro milanés en su intento por ser hacer algo distinto sin tener claro qué. Lo peor, un trivial segundo movimiento. Lo menos malo, un cuatro bastante correcto. Que la orquesta esté espléndida sirve de poco ante este híbrido imposible entre lo tradicional y lo presuntamente renovador. (6)



43. Antonini/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2010). Esta filmación disponible a través de Internet previo pago es de auténtico morbo: el enfant terrible del barroco de los noventa haciendo Beethoven con la Filarmónica de Berlín, realizando una lectura de corte bastante historicista que destaca por su altísimo sentido de la teatralidad y de los contrastes, un tanto en la línea de Harnoncourt pero sin su agresividad ni aspereza. Por desgracia Antonini resulta un tanto cuadriculado, incluso algo tosco, no atendiendo todo lo debido a la claridad y confundiendo, en un segundo movimiento sin el vuelo lírico debido, la elegancia con la coquetería. En conjunto, una lectura muy vistosa y encendida pero superficial, con más ruido que nueces, sin el poso humanista debido y de una teatralidad más bien insincera. La altísima musicalidad y el virtuosismo de los músicos de la orquesta realizan aportaciones positivas al resultado. (7) 



 44. Barenboim/WEDO (Decca, 2011). Obteniendo de la orquesta multicultural un sonido tan maravillosamente beethoveniano como el de la Staatskapelle de Berlín y ofreciendo un fraseo quizá ahora más flexible y lleno de matices, Barenboim realiza una lectura en la misma línea a la de su acercamiento doce años anterior, pero con la gran diferencia de un Larghetto considerablemente más rápido que, arrancando con un inesperado portamento, resulta bastante menos adusto, ofrece menor hondura dramática y no alcanza semejante rebeldía en sus clímax, al tiempo que alcanza un encanto, una cantabilidad y una efusividad humanística muy superiores. (10)



45. Brüggen/Orquesta del siglo XVIII (The Grand Tour, 2011). El maestro holandés repite y mejora su acercamiento de veintitrés años atrás haciendo uso de unos tempi más amplios que le permiten paladear mejor la música y, sobre todo, añadir la poesía que entonces le faltaba a un segundo movimiento que ahora sí que está bastante conseguido. El resultado, una admirable fusión entre la sonoridad historicista y la expresividad tradicional que demuestra que los instrumentos originales pueden resultar óptimos para esta música si el maestro de turno sabe realmente lo que se trae entre manos. (9)


El Trío de Tchaikovsky, entre colegas: Capuçon, Soltani y Shani

Si todo ha salido bien, cuando se publique esta entrada seguiré en Budapest y estaré escuchando el Trío con piano op. 50.  Completada en ene...