viernes, 6 de julio de 2012

De cuando me venció Morfeo en los Arrayanes

Muchos años me ha llevado materializar mi ilusión de asistir a un concierto en el Patio de los Arrayanes. Tenía por fin entrada, en este 61 Festival de Granada, para escuchar en el Palacio de Yusuf I nada menos que a la viola excepcional de Tabea Zimmermann. Desdichadamente, por complejas circunstancias que ahora no hacen al caso, llegué la noche del martes 3 de julio extremadamente cansado a la Alhambra. Tanto, que no solo perdí la concentración para escuchar música, sino que además no tuve más remedio que cerrar los ojos en más de una ocasión en medio de terribles esfuerzos para mantenerme despierto. No disfruté en absoluto, claro está, y eso que mi asiento tenía buena visibilidad, que la climatología acompañaba y que la acústica -me llevé toda una sorpresa- resultó ser excelente. Sea como fuere, intentaré dejar unos apuntes de lo que intuí pudo ser el recital.

Tabea Zimmermann Festival Granada

Creo que fueron muy convincentes las Märchenbilder o Imágenes de cuentos de Robert Schumann, pues tanto Tabea Zimerrmann como su notable acompañante Silke Avenhaus acertaron en ese dificilísimo punto de equilibrio entre ligereza sonora y densidad dramática que exige el compositor; lo hicieron, además, derrochando belleza y sensibilidad a raudales. La Sonata op. 11 nº 4 de Paul Hindemith estuvo interpretada con la apropiada mezcla de equilibrio neoclásico y tensión interna, pero aquí la música -que servidor no conocía- me interesó poca cosa. Posiblemente mi apatía fuera fruto del cansancio, aunque también debo reconocer que las únicas obras que me entusiasman del autor son las Metamorfosis Sinfónicas y la Sinfonía Matías el pintor.

La transcripción de las Siete canciones de juventud de Alban Berg resultaron cuanto menos peculiares, porque al perder la fascinante orquestación original la atención se concentraba, por una vez, en la línea melódica inicialmente pensada para la voz. El resultado, un Berg más lírico y menos expresionista que nunca. Las interpretaciones, beneficiadas por el sonido carnoso de la violista alemana, parecían apuntar en esa misma dirección, pero aquí no me atrevo a decir más porque mis fuerzas estaban en su peor momento. No, no llegué a quedarme dormido.

Mucho más despejado tras el intermedio, sí que pude atender sin problemas a las breves piezas para viola sola de György Kurtág que se interpretaron, entre ellas …una flor para Tabea…, dedicada a la inmensa artista. Me gustaron mucho en su sugestiva mezcla de folclore y modernidad a través de pinceladas ora largas y sensuales, ora espontáneas y agresivas, admirablemente recreadas por quien domina los más recónditos colores de su instrumento.

Obviamente el plato fuerte estaba en la transcripción de una de las obras maestras absolutas de la literatura de cámara, la Sonata en La mayor para violín y piano de César Franck. Fue la de Zimmermann y Avenhaus una interpretación de asombrosa belleza formal, impregnada de una delicadeza por completo ajena al amaneramiento, una sensualidad nada narcisista y una emotividad contemplativa de altísimo vuelo poético. Para muchos, ideal. No para mí: esta página esconde una carga dramática sobre la que las dos artistas quisieron pasar de largo. Las dos propinas, que no pude reconocer, prolongaron el embriagador perfume destilado en esta noche veraniega sin mucha intención de aportar algo de variedad expresiva.

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