viernes, 6 de julio de 2012

Dutoit y la RPO en Granada, a la francesa

No encontré tiempo durante mi estancia en Granada para escribir sobre los espectáculos que presencié en el 61 Festival de Música y Danza. Lo hago ahora, de manera desordenada, comenzando por los que ofreció la Royal Philharmonic Orchestra con su titular Charles Duoit al frente: programas en torno a Debussy y el Impresionismo en general, con Tchaikovsky como invitado especial un tanto forzado. Desde el punto de vista técnico fueron algo decepcionantes. ¿Bolo veraniego? No creo, pues los problemas no estuvieron solo en los desajustes, sino también en la pobreza de los solos y en la falta de un sonido global de calidad. Mi impresión fue que la formación británica, que desde la época de Beecham hasta hoy mismo ha estado siempre por detrás de las cuatro grandes londinenses (Sinfónica, Filarmónica y Philharmonia), se encuentra en un momento poco feliz de su trayectoria. Por descontado que su visita al Carlos V se agradece, pero esperábamos otra cosa.

Como ya expusimos al hablar de su Debussy discográfico (enlace), el maestro suizo aborda este repertorio potenciando los ingredientes “puramente franceses” que lo integran, una opción que puede no ser la que más nos guste pero sí la que resulta más inatacable. En Granada las circunstancias discurrieron por el mismo camino, pero hay que hacer matices. El Preludio a la siesta de un fauno que abrió la velada del sábado 30 de junio parecía ser muy hermoso, pero quien esto suscribe no lo pudo disfrutar por culpa de un fotógrafo –el oficial del festival, creo- que machacó repetidamente los pasajes más en piano para disgusto de los melómanos de economía ajustada que habíamos sacado las baratas entradas del extremo izquierdo de la galería superior. Un cero a la organización en este sentido, y que conste que no es el primer año que sufrimos semejante molestia.

CONCIERTO DE LA ROYAL PHILHARMONIC ORCHESTRA DIRIGIDA POR CHARLES DUTOIT EN EL PALACIO DE CARLOS V. FOTO ALFREDO AGUILAR

La versión de La mer no me pareció tan lograda como la del disco, y quizá tampoco como alguna otra muy reciente del propio Dutoit que he conocido vía radiofónica. Quizá yo me encontraba aún desconcentrado por culpa del fotógrafo de marras. O quizá –bueno, eso seguro- es que la acústica del Carlos V no es precisamente la más adecuada para las sutilezas tímbricas de Debussy. Pero también me daba la impresión de que el maestro no se había currado las cosas como debía haberlo hecho: determinadas líneas instrumentales apenas se escuchaban. Buena recreación, en cualquier caso.

Buena Quinta de Tchaikovsky en la segunda parte del concierto del sábado: irreprochablemente trazada, dicha con apreciable control de la arquitectura, ajena a arrebatos y excesos, como también a la melifluidad a pesar de que el enfoque fue mayormente sentimental, para mi gusto en exceso. Lo que ocurre es que los que hemos tenido la enorme suerte de escucharle esta partitura a Celibidache en directo sabemos que es posible alcanzar resultados aplastantemente superiores a los de esta honesta, solvente y profesional pero poco inspirada realización de Dutoit.

Al día siguiente el triunfo de la selección española en no sé qué cosa futbolera parecía que iba a producir los mismos trastornos que la victoria en el Mundial causó en el Bruckner de Barenboim hace dos años. Por fortuna, los cohetes en esta ocasión fueron moderados y se pudo disfrutar de una extraordinaria recreación de Mi madre la oca, no solo bellísimamente sonada sino también dicha con muy sincera poesía, amén de perfecta en el estilo; creo que solo a Giulini le he escuchado interpretaciones abiertamente superiores. El nivel bajó de manera considerable con la Suite nº 2 de El sombrero de tres picos, música dicha desde la misma óptica francesa de la interesante grabación discográfica del propio Dutoit (la opción es tan válida como hacerlo mirando a Stravinsky, que de todo hay en esta maravilloso ballet), pero sin la vivacidad ni la frescura del registro de Decca, y viéndose además lastrada por una evidente falta de inspiración y hasta cierta desgana. La del corno inglés se inventó su solo de la farruca. No es de recibo hacer un Falla así en Granada, la verdad.

Dutoit volvió a dejar clara su sintonía con Ravel con una soberbia interpretación de La valse, quizá no tan referencial como su registro de 1981-perfecto gracia a su equilibrio entre brillantez, elegancia, decadentismo, sarcasmo y carácter siniestro- pero en cualquier caso fascinante en su tratamiento de las texturas, admirablemente matizada y de contagiosa comunicatividad. La única pega fue la acústica del palacio construido por Pedro Machuca, de nuevo problemática para el Impresionismo.

Fuentes de Roma y Pinos de Roma para cerrar –no hubo propinas- la velada del domingo 1 de julio. No hubo sorpresas, pues se nos ofrecieron recreaciones de solidísima ortodoxia estilística –mirando al Impresionismo- y muy tradicionales en el enfoque –más paisajístico que inquietante-, dichas con absoluta convicción e irreprochable gusto por parte de la batuta -muy inspirada en el Gianicolo- y tocadas de manera algo decepcionante por una orquesta cuyas trompas deberían haberse preparado más los fulgores imperiales de la Vía Apia. Resultados muy notables, en cualquier caso, pero aquí de nuevo hay que establecer comparaciones: lo que hicieron el año pasado en Valencia George Prêtre y la Orquesta de la Comunidad Valenciana en Les Arts fue aplastantemente superior (enlace), se mire por donde se mire. Claro que eso a lo mejor no lo sabía la mayor parte del público del Carlos V, que aplaudió a rabiar.

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