Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
Para mí, lo más significativo de la función del Otello verdiano que ofreció anoche el Villamarta fue percibir con claridad, por las reacciones –murmullos, interjecciones– ante las diferentes pericias narradas por Boito a partir del original de Shakespeare, que gran parte del público congregado se acercaba por primera vez a semejante obra maestra absoluta, impresión que corroboraban los comentarios que se escuchaban a la salida. Por eso mismo, a quienes se preguntan qué sentido tiene que un ayuntamiento por completo arruinado invierta dinero en algo como la ópera, habría que responderles que nada más y nada menos que dar a conocer las grandes creaciones del arte escénico a una ciudad que por mucho tiempo ha vivido alejada de la música clásica. Entre otras cosas.
Cuestión diferente es preguntarse si el apoyo de Ministerio de Cultura y Junta de Andalucía ha estado a la altura de las circunstancias, si las empresas privadas jerezanas han querido comprometerse, si el Ayuntamiento ha supervisado correctamente la gestión de sus menguantes aportaciones, o si desde la cúpula del teatro se han administrado con rigor los recursos disponibles: Hacienda acaba de disolver la Fundación Teatro Villamarta por el déficit acumulado. Lo cierto es que esta podría ser la penúltima propuesta operística –queda aún la nueva producción de Cavalleria/Pagliacci que dirige, faltaría más, Francisco López– que se ve en Jerez por mucho tiempo.
Los resultados han sido un modelo del nivel al que debe aspirar al Villamarta, nivel que a veces se supera con creces y a veces queda demasiado lejos, por mucho que los responsables del teatro –y algunos artistas– se crean con derecho a recibir críticas siempre positivas o, cuanto menos, piadosas. Pero esta vez, insisto, se ha alcanzado ese nivel: una función llena de dignidad, atendible en todo momento, de gran equilibrio global entre los diferentes aspectos artísticos, que permitió disfrutar con garantías y sin sobresaltos, a veces incluso con emoción, de la genial creación de Verdi y Boito. Aunque sin alardes.
El punto flaco del Villamarta está siempre en los "cuerpos estables", esto es, en su coro –que es fijo– y en las tres o cuatro orquestas que más frecuentan su foso, en esta ocasión una Filarmónica de Málaga de sonido pobretón y con algunos solistas –violonchelo– que han dejado que desear. Expresivamente, sin embargo, terminaron convenciendo gracias al buen trabajo de Joan Cabero con las voces y de Carlos Aragón a la batuta. Este último dirigió con convicción, buen pulso y desarrolladísimo sentido teatral, aunque también de manera algo metronómica, sin atender mucho a las atmósferas y cayendo a veces en el desmadre de cara a la galería: deficientes los finales de los actos segundo y tercero. Su atención a los cantantes fue plena.
Estos últimos, supongo, han debido de hacer un gran esfuerzo para sacar estas funciones adelante, y sospecho que han trabajado mucho antes por amor al arte y por solidaridad con el teatro que por otra cosa, lo que les hace merecedores de todo nuestro respeto. Dicho esto, tampoco vamos a ocultar sus limitaciones, en este caso la de un Albert Montserrat que, habiendo sido barítono en tiempos pasados, sufre tiranteces y estrangulamientos cuando se trata de llegar a la franja superior; pero su voz posee un peso muy adecuado para el moro, se beneficia de un fiato muy considerabe y su expresividad, poco desarrollada en los aspectos amorosos del personaje, sabe crecerse en un acto IV lleno de convicción y entrega. Ya es mucho en un rol como este.
Yolanda Auyanet no posee una voz que a mí me resulte particularmente atractiva, pese a su buen volumen y apreciable esmalte. Sin embargo, ofreció una Desdémona que fue de menos a más, un tanto anodina en el primer acto –el dúo resultó frío tanto por ella como por él–, y luego con la temperatura in crescendo hasta culminar en una Canción del sauce y un Ave María de mucha clase, por línea impecable –importa poco o nada algún sobreagudo tirante– y musicalidad exquisita. Una pena que los aplausos rompieran la magia del momento.
Excelente el barítono José Antonio López, Yago de voz muy sonora y homogénea que supo ser malvado y "echado para adelante" sin caer en las truculencias y excesos que a veces tenemos que soportar en el personaje. En alguna que otra frase pudo quizá haber matizado aún más, haber ofrecido más sutilezas y claroscuros, pero lo compensó con una actuación escénica francamente notable, de auténtico profesional. Leo que en el Liceo este papel lo está haciendo el horroroso Vratogna y se me abren las carnes: ¿cómo es que no han contado con este señor que es mil veces mejor cantante?
La Emilia de María Ogueta me pareció excelente. El siempre eficaz Emilio Sánchez, ya algo mermado, hizo un muy correcto Casio. Aceptable el Roderigo de Manuel de Diego y decepcionante mi siempre admirado Luiz Álvarez en el rol de Ludovico: su voz, aun de la nobleza adecuada para el personaje, me pareció cansada, y además su situación en el escenario no le favorecía en absoluto. También se quedó corto el Montano de Andrés Bey.
La producción escénica venía del Teatro Principal de Palma de Mallorca y corría a cargo de Alfonso Romero: tradicional en todos los sentidos, modesta en sus medios y en sus dimensiones, pero francamente sensata –pese a algún detalle ridículo, como el de visualizar la imaginaria infidelidad de Desdémona con Casio– y muy bien llevada a cabo, con correctísima dirección de actores y espléndida dirección de masas, sacando además un excelente partido teatral del barco giratorio diseñado por Miguel Massip que hacía las veces de escenografía. Convencía menos el vestuario de María Miró, que podía recordar a algunas producciones de zarzuela, pero el aspecto visual fue equilibrado por la buena luminotecnia de Lia Alves, que nos regaló unos preciosos efectos en la gran escena de Desdémona del acto IV.
Lo dicho: gran equilibrio escénico y musical en una obra complicadísima de llevar a buen puerto. Difícilmente se puede hacer más con menos. Este es, sin duda, el nivel al que debería aspirar siempre el Villamarta.
Los pocos lectores que me seguían en Facebook quizá hayan reparado en que en los últimos días he desaparecido del mapa. Efectivamente: he borrado el cien por cien de mis contactos, he dejado de publicar cosas en mi muro y ahora solo entro de tarde en tarde para ver las viñetas de El Jueves y Cabronazi, que me hacen reír bastante. ¿El motivo del abandono? El ambiente de intensa crispación política que cada vez hace más insoportable entrar en la aplicación. Sí, vale, yo también he realizado abundantes publicaciones sobre el tema, pero la mayoría de ellas no han sido sino caricaturas y fotomontajes que pueden servir al mismo tiempo para reflexionar sobre lo que está ocurriendo y para tomar distancia sobre ello. Creo que la denuncia es mucho más saludable si esta se realiza desde la ironía, el sarcasmo y el distanciamiento crítico hacia todo y hacia todos, sin que nada ni nadie se libre de la quema, pero sin caer tampoco en la trampa de la pasividad nihilista.
Por desgracia, lo que encuentro de manera creciente es una terrible visceralidad. Los míos son los buenos y los demás, malos malísimos. Quien critica a los míos lo hace por egoísmo, por intereses propios o incluso porque son unos vendidos. Mi verdad (la que sea: que el PP es el partido más corrupto, que lo es el PSOE, que los comunistas quieren destruir España, que la Transición fue una tomadura de pelo, que Podemos es Venezuela, que Podemos es la única alternativa que de verdad defiende a los trabajadores) es la única, y todas las demás son patrañas electoralistas. Y venga soltar bilis y más bilis en Facebook, venga a subir publicaciones no ya monocolor sino abiertamente sectarias, venga a añadir comentarios realizados mucho antes con el hígado que con la cabeza, manipulando la información y a veces destilando una agresividad muy dañina.
Me harté, claro. Porque aunque soy de izquierdas y espero seguir siéndolo, tengo claro que este país lo que necesita ahora es diálogo, tolerancia y moderación. Mucha moderación. Justo lo que no ha tenido el gobierno de Rajoy, gobernando a decretazo limpio, y lo que no parecen tener ciertas fuerzas que se autroproclaman progresistas, léase Podemos. Los resultados electorales, por mucho que el Partido Popular haya sido el más votado, evidencian un empate entre izquierda y derecha que nos obliga a todos, absolutamente a todos, a renunciar a muchos de nuestros objetivos y a buscar un entendimiento. Todos tenemos que ceder si creemos verdaderamente en la democracia, esto es, en la representatividad del voto popular. Y el pueblo ha votado lo que ha votado.
Sinceramente, no sé quién debe gobernar. Personalmente, el PP no me gusta lo más mínimo en ningún sentido, y del PSOE actual me fío poco por su red de corrupción –al menos en mi tierra– y su falta de definición ideológica. Ciudadanos sí me parece un partido honesto –de momento–, pero difícilmente podré estar de acuerdo con sus ideales neoliberales. En cuanto a Podemos, su tufo totalitario y antisistema me echa muy para atrás, por mucho que sintonice plenamente con su análisis de la realidad y con algunas –solo algunas– de sus propuestas. Lo que sí tengo claro es que las prioridades son la lucha feroz contra los corruptos –tremendo lo del PP en Valencia– y corregir la brecha social: el hecho de que las grandes fortunas españolas sigan incrementando sus beneficios mientras la clase media empobrece y muchas personas se encuentran en la calle, está pidiendo a gritos una política económica más justa. No hacerlo solo servirá para seguir radicalizando las posturas.
Confieso que lamento haber perdido la oportunidad de contactar con mucha gente a través de Facebook, gente que a veces –pienso ahora en el inteligente, humano y comprensivo Luis Cansino, por cierto barítono, cuyos comentarios sobre la actualidad me parecían ejemplares– mostraba gran sensatez o que sencillamente no se metía en política. Pero la verdad es que, después de algunos enfrentamientos con personas muy cercanas a mí, he preferido renunciar a esos contactos a cambio de conseguir un poco de "paz espiritual". Con esta entrada he dado explicaciones de por qué me fui, y también he dejado clara cuál es mi postura política. Ahora espero no tener que volver a hablar sobre el tema en mucho tiempo. En este blog escribiré solo de música, y en Instagram pondré fotos de edificios medievales y de gatos.
Aunque ya Ángel Carrascosa dio un toque en su blog, no quiero dejar de decir
algunas cosas sobre el enorme chollo que compré la semana pasada en Amazon por solo tres euros:
música de Frederic Mompou en interpretaciones del pianista ruso Arcadi Volodos registradas por Sony Classical entre el 25 y el 28 de octubre
y el 17 y 19 de diciembre de 2012 en los Estudios Teldex de Berlín,con toma de
sonora verdaderamente portentosa y presentación estupenda en un librito de 57
páginas con tapa dura embellecido con fotografías de obras de Gaudí.
El disco incluye obras representativas de la evolución musical del
compositor catalán: sus cinco Scénes d’enfants y otras dos piezas
tempranas, tres páginas de su periodo intermedio –ya posterior a la
Guerra Civil–, una selección de once números de su magistral Música callada
y dos obras más también del periodo tardío, hasta completar una duración de
63’16’’. Damunt de tus només les flors y Hoy la tierra y los
cielos me sonríen son canciones transcritas para la ocasión por Volodos.
El
propio intérprete nos define maravillosamente en el libretillo –hay traducción
al castellano, también para las excelentes notas de Adolf Pla– las
singularidades de este universo creador: “En todas sus obras, parece que Mompou
buscaba la máxima depuración y simplificación de los recursos musicales. Sus
piezas breves son instantes congelados en los que la sensación de tiempo se
confunde con la sensación de espacio. Aquí no hay ni contrastes ni oposiciones,
pero por medio de modestos recursos musicales se alcanzan tales estados de
elevación que nos da la impresión de vivir por un momento fuera del tiempo. (…)
El sonido es la prolongación del silencio, y el silencio es la fuente misma de
la música. Gracias a esta dualidad, a esta transfiguración del silencio por
medio de la música, el auditorio puede sentir la soledad de forma aguda, es
decir, no como un vacío sino como una plenitud de tensión espiritual”.
Interpretativamente es un prodigio, porque Volodos pone todo el enorme
virtuosismo que le ha dado prestigio al servicio no del lucimiento propio, sino
de la música. ¿Y qué significa virtuosismo en una música se caracteriza
precisamente por carecer de las exhibiciones de agilidad y fuerza
digital tan caras al artista? Pues en cosas tan fundamentales como la
concentración, es decir, la capacidad para sostener el pulso en tempi de
apreciable lentitud sin que la tensión se le venga abajo, y también para
otorgarle un peso muy especial a los silencios. En la habilidad para modelar el
sonido haciendo gala de una riqueza de colores y texturas asombrosa. Y en la
destreza para ofrecer una gama dinámica extrema, y muy especialmente de crear
unos pianísimos imposibles que no creo capaz de igualar por casi ningún otro
pianista del mundo, y que desde luego resultan ideales para el mundo sonoro
de Mompou.
Pero es que además el ruso, y dejando al margen su asombroso dominio del
instrumento, se muestra aquí –no tanto en otros repertorios– como un
artista de sensibilidad extrema, capaz de destilar auténtica magia poética desde
el teclado y de enriquecer la partitura con multitud de acentos expresivos. He
comparado, una a una, las piezas de la Música callada con la magnífica integral
que grabó Javier Perianes para Harmonia Mundi en 2006, y lo cierto es que en
absoluto le va a la zaga. Muy diferentes en la elección del tempo en alguna de
las piezas, bastante similares en otras, tengo la sensación de que el onubense
resulta más adusto, tenso y dramático, incluso más escarpado, mientras que Volodos mira
más hacia el impresionismo, resulta más variado en lo expresivo, también más
comunicativo, y es más rico en misterio, en atmósfera y en sugerencias. Los dos
me parecen imprescindibles.
Ah, quienes no puedan hacerse con el chollo –en el momento de publicar estas líneas aún quedan ejemplares– deberían saber que en
ciertas páginas se puede conseguir la descarga en HD de la grabación de Volodos,
aunque el precioso libro lo echarán de menos. Yo que ustedes, corría a la página de Amazón.
Las primera discografía comparada que hice de esta obra apareció en el blog
el 2 de enero de 2012. Llegué entonces a comentar treinta y dos referencias.
Ahora he incorporado comentarios sobre Bernstein 1958, Bernstein 1966, Abbado
1975, Dutoit 1984, Chailly 1985, Mehta 1985, Nagano 1990, Barenboim 1993,
Svetlanov, Tilson Thomas 1996, Boulez 1997 en Salzburgo, Maazel 1998, Jansons
2006, Rattle 2009, Rattle 2012, Nézet-Séguin, Currentzis y Rattle 2014. Dieciocho nuevas en total, hasta alcanzar un total de cincuenta.
Además, he vuelto a escuchar las de Stravinsky 1960 (esta vez en SACD), Ozawa 1968
(a ciegas, sin saber quién era el director), Boulez 1991 y Boulez 1997/LSO. Para
casi todas estas he escrito comentarios sustancialmente renovados. Además,
después de las nuevas audiciones he decidido rebajar la puntuación de las dos últimas
citadas a cargo de Boulez de 10 puntos a solo 9; ya en 2012 me lo estuve
pensando, y ahora veo con mucha más claridad que no se merecen tanta “nota”, por
mucho que la visión del maestro francés siga siendo un clásico.
Sea como fuere, son tantas las novedades que presenta esta nueva edición de
la discografía que en lugar de modificar la
entrada anterior, como he hecho en otras ocasiones, he dejado la antigua en su sitio y he realizado esta
nueva. Continúa siendo un work in progress, claro, pero estoy ahora más
satisfecho que antes.
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A estas alturas no les voy a descubrir a ustedes nada nuevo sobre el más
famoso ballet de Stravinsky, estrenado en medio de un enorme escándalo el 29 de
mayo de 1913 en el Teatro de los Campos Elíseos de París con coreografía de
Vaslav Nijinsky y bajo la dirección musical de Pierre Monteux. Lo que sí les
quiero proponer son estos apuntes que les pueden dar una idea de las tres
grandes líneas interpretativas –complementarias entre sí, eso por descontado– que ha conocido en disco Le Sacre du printemps: la dura, seca y violenta,
que es en cierto modo la “oficial” por ser la defendida por el propio autor, la
propuesta digamos intelectual de Pierre Boulez, atenta ante todo al análisis de
la portentosa escritura orquestal, y una tercera, en cierto modo inaugurada por Bernstein y Karajan, que descubre los numerosos lazos que vinculan la genial partitura con el pasado romántico e impresionista.
Como en otras
ocasiones, hemos puntuado del uno al diez. Verán ustedes
que, en la opinión de quien suscribe, el nivel medio de las grabaciones
discográficas es altísimo a pesar de la incuestionable dificultad que entraña la
interpretación de semejante obra maestra.
1. Markevitch/Philharmonia (Testament, 1951). La pobre toma
sonora no permite valorar del todo hasta qué punto el maestro ruso obtiene
claridad de la fabulosa orquesta en esta interpretación magníficamente trazada sin parecer en ningún momento calculada ni
intelectual, sino por el contrario ofreciendo altas dosis de frescura, calidez y emoción, hasta alcanzar una Danza del
sacrificio verdaderamente frenética. Ahora bien, da la impresión de que en su grabación en
estéreo –editada por Testament en el mismo compacto– Markevitch alcanzará cotas
aún superiores de salvajismo y tensión interna. (9)
2. Monteux/Sociedad de conciertos del Conservatorio de París (Decca,
1956). Sinceramente, no entiendo el enorme prestigio de esta grabación si
dejamos a un lado el valor, indiscutible, de que fue Monteux quien estrenó la
obra. Lo más interesante de su dirección me parece su tímbrica incisiva y
descarnada, a lo que aquí contribuye una toma sonora, en temprano estéreo, seca
y cortante. Su claridad es también admirable. El problema, aparte de la muy
discreta calidad de la orquesta, es que la arquitectura no está bien construida, y de hecho los momentos más conseguidos impresionan antes por la acumulación de
decibelios que por la tensión sonora alcanzada. (6)
3. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1958). Por aquellas fechas Lenny –que contaba treinta y nueve años y solo cinco meses atrás había estrenado en
Broadway West Side Story– no era aun un director completamente formado: la irregularidad presidía sus numerosas grabaciones para CBS. Pero lo
cierto es que en Le Sacre se sintió muy a gusto desatando a la fiera y
dando rienda suelta a una salvaje, feroz orgía de sonidos en la que la
espontaneidad e inmediatez expresiva de su batuta, su irresistible impulso
dionisíaco, su asombroso sentido del ritmo, su capacidad para planificar dando
la impresión de una total espontaneidad y su valentía a la hora de desafiar
nuestro oído con timbres desgarrados y violentas explosiones de la percusión,
pero también su fino olfato a la hora de rastrear las raíces impresionistas de
la introducción de la segunda parte, terminan ganando la partida por encima de
las serias limitaciones de su orquesta. La última remasterización y la audición
en HD permite disfrutar dignamente de un estéreo algo desequilibrado de planos
que, pese a las limitaciones de la época, logra ofrecer una apreciable gama
dinámica y una suficiente redondez en los sonidos graves. (9)
4. Markevitch/Philharmonia (Testament, 1959). Esta grabación sigue manteniendo con plena justificación su enorme fama, siendo todo un modelo
dentro de una línea dura, vitalista y salvaje, mucho antes espontánea que
cerebral. Más adelante se escucharán interpretaciones más claras, más
analíticas, desde luego más misteriosas y, en general, de mayor riqueza
conceptual, pero pocas veces tan electrizantes y poderosas como esta, que
culmina en una danza del sacrificio de un salvajismo inusitado. La excelencia de
la orquesta hace mucho por el resultado. La toma sonora es algo turbia, pero la
remasterización realizada por Testament del original de EMI recoge con fidelidad
su amplia gama dinámica. (10)
5. Stravinsky/Columbia (CBS-Sony, 1960). El compositor se reafirma a
sí mismo con una lectura decididamente no solo antirromántica, sino también
anti-impresionista, que procura borrar todo posible rastro de sensualidad –quizá
por eso los pasajes lentos van algo apresurados– para centrarse
en un discurso seco, tenso y violento, por momentos terrorífico, en el que
sobresale la agresividad implacable que se acumula en toda la Danza de la
elegida. Lástima que la orquesta deje mucho que desear y que, en parte por ello
mismo, la claridad diste de ser satisfactoria. También por la técnica de batuta de
Stravinsky, que además no consigue dotar a la interpretación de toda la
continuidad de tensiones deseable. La toma sonora original no es mala, pero sufre evidentes limitaciones. (8)
6. Monteux/Sinfónica de Londres (radio, 29 de
mayo de 1963). En principio el morbo de esta retransmisión radiofónica es
enorme, escuchar al casi nonagenario Pierre Monteux dirigiendo Le Sacre
cincuenta años justos después de que él mismo estrenara la obra en París. Por
desgracia, e independientemente de la precariedad de la toma, lo que nos
encontramos es una interpretación mediocre desde el punto de vista técnico, por
no decir chapucera, amén de muy desganada desde el expresivo. Particularmente grave es
toda la primera parte, aquejada de una terrible flacidez. La segunda mejora un
tanto gracias a la atmósfera nocturnal que el anciano maestro obtiene en su
introducción y a que en la Danza del sacrificio tanto él como la orquesta de la
que por entonces era titular le ponen más ganas al asunto. Aun así, el resultado
es tan pobre que se comprende que hasta la fecha no haya habido ninguna edición
oficial de este registro. El interesado en conocerlo lo puede encontrar
fácilmente en
la red. (2)
7. Ancerl/Filarmónica Checa (Supraphon,
1963). Hace tiempo que me pregunto por qué algunos aficionados tienen en
tanta estima a la Filarmónica Checa de los años sesenta. ¿Están sordos? Por lo
demás, nos encontramos ante una versión llena de fuerza telúrica, de brutalidad
y estridencia, que pierde un tanto por su tendencia al ruido y al descontrol.
Además, a la introducción de la segunda parte se le podía haber sacado más
partido. La remasterización es horrorosa, aunque al menos mantiene la gama
dinámica. (7)
8. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1963-64). Esta fue la grabación
que llevó al compositor a acusar a Karajan de ser un “bárbaro de salón”. Vista a
día de hoy, la afirmación no pasa de ser la típica boutade stravinskiana. No se
puede acusar precisamente a esta interpretación de carecer de fuerza o
brutalidad. Si acaso, de dejarse llevar por el exceso de nervio –en la primera
parte, sobre todo– y por caer puntualmente en el escándalo gratuito, así como
por no terminar de ofrecer la deseable continuidad en el trazo. Quizá lo que
molestase a Stravinsky fuese la manera en que el salzburgués, haciendo gala de
una plasticidad y un sentido del color portentoso, subraya los aspectos
atmosféricos y sensuales escondidos en la partitura, destacando en este sentido
la introducción de la segunda parte y el arranque de la Danza del sacrificio.
(7)
9. Bernstein/Sinfónica de Londres (DVD ica Classics, 1966). Siete años
después de su primera grabación oficial para el disco, Bernstein se pone al frente de
una orquesta bastante mejor que la que tuvo entonces para repetir su concepto en
el que priman la fogosidad, la teatralidad y los instintos primarios, sin
descuidar precisamente los aspectos sensuales de la página: impagable las caras
de orgasmo de Lenny en las exhalaciones con que se abre la segunda parte.
Quizá ahora, por aquello del directo, el maestro se precipita en algunos pasajes
y dirige un tanto de cara a la galería, pero su fuerza expresiva y sus
contagiosas ganas de hacer música terminan ganando la partida, y si el oyente
sentado en el sillón de su casa no termina de disfrutar se debe a que la toma sonora dista muchísimo de hacer justicia a una obra como
esta. Si que está bien la filmación televisiva, realizada por un Humfrey Burton
que se recrea indisimuladamente en los bailes de Bernstein sobre el podio.
Impagable, por cierto, la reveladora entrevista que le realiza al maestro, en la
que este se arriesga a decir cosas hoy comúnmente aceptadas como que la
partitura es mucho menos rupturista de lo que aparenta –llega a decir que en
gran medida es una obra del siglo XIX– o que sus lazos con el impresionismo son
evidentes. (9)
10. Ozawa/Sinfónica de Chicago (BMG, 1968). Interpretación
seca, afilada y angulosa, poco o nada interesada por lo que esta música debe al
pasado –las introducciones a cada una de las dos partes suenan tensas y
expectantes, más no atmosféricas–, que hace uno de timbres
incisivos y un excitante sentido del ritmo para resaltar la modernidad de la
escritura stravinskiana y acumular las tensiones de manera implacable sin
necesidad de caer en el efectismo ni en el decibelio, salvo en un final donde el
joven Ozawa se suelta la melena y, con unos timbales desatados que convierten a
esta música más que nunca en una danza tribal, abandona el rigor catersiano
que hasta entonces había presidido la lectura para entregarse a la catarsis.
(9)
11. Boulez/Cleveland (Sony, 1969). La propuesta de Boulez –existe una
grabación anterior de difusión más limitada– llegó en el momento oportuno para
demostrar que a la fiera no había que tenerle miedo. Pero lo hizo no
domesticándola, sino estudiándola a través de un minucioso análisis del
entramado tímbrico y rítmico en el que todas las líneas quedan al descubierto
sin que se pierda de vista la arquitectura general, trazada con tensión
implacable a pesar de la relativa lentitud, y adoptando ese punto de
distanciamiento expresivo tan caro a Stravinsky y al propio Boulez. Se puede
echar de menos el salvajismo de sus predecesores, como también esa sensualidad de otros maestros, pero es difícil entender la historia
interpretativa de Le sacre sin esta reveladora lectura. (9)
12. Bernstein/Sinfónica de Londres (CBS-Sony,
1972). De nuevo Lenny ofreciendo una interpretación espontánea, dionisíaca y muy comunicativa, llena de
fuerza, tensión y brutalidad, pero también cargada de misterio, de sensualidad y
hasta de erotismo, comprometida en todo momento y no poco imaginativa. Ahora bien, hay que reprochar la escasa claridad del entramado orquestal, lo que puede
deberse en gran medida a una grabación –en origen cuadrafónica– que en absoluto
está a la altura de las circunstancias. Lástima. (9)
13. Solti/Chicago (Decca, 1974). Como era de esperar, Solti ofrece una lectura realizada de un solo trazo, muy bien expuesta, intensa, comunicativa,
incisiva en la tímbrica, brillantísima sin caer en excesos y de un elevado
sentido teatral. Lástima que resulte algo precipitada en algunos pasajes a los
que se les podía haber sacado mayor partido, y que no sea no todo lo reflexiva y
misteriosa que debiera. Su grabación posterior quizá resulte un punto mejor.
(8)
14. Abbado/Sinfónica de Londres (DG, 1975). Una toma sonora seca, estrecha en
dinámica y algo turbia perjudica seriamente a esta interpretación en la que
Abbado da buena cuenta de su desarrollado sentido del color y de las texturas,
pero que no termina de resultar todo lo tensa, concentrada, clara, matizada y
virtuosística que debe. Una pena. (7)
15. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1975). Karajan no debió de
haber quedado muy contento de su primer registro cuando se dio tanta prisa en
volver a grabar la obra para el mismo sello. Aparte de beneficiarse de una toma
sonora más satisfactoria, el salzburgués ofrece ahora una lectura técnicamente
más depurada, mejor planificada y con menos excesos, pero por desgracia hacen su
aparición –ahora sí– algunos amaneramientos y narcicismos marca de la casa que
terminan lastrando el resultado. (7)
16. Colin Davis/Concertgebouw (Philips, 1976). Hay que elogiar la
atención de la batuta a los aspectos misteriosos y atmosféricos de la obra, así
como la soberbia ejecución por parte de la Concertgebuw, pero a Sir Colin le
cuesta trabajo mantener la tensión interna e intenta paliar semejante
insuficiencia con efectismos varios. El resultado es irregular, deslavazado. Muy
buena la toma. (6)
17. Mehta/Nueva York (CBS, 1977). Irreprochable idioma y elevado
entusiasmo logran una buena versión en la que se echa de menos virtuosismo por
parte de la orquesta y en la que hay que reprochar a la batuta algún pasaje
pesado en la primera parte y escasa claridad en el final, dicho con mucho empuje
pero algo tosco. Alucinante gama dinámica en la remasterización realizada de
modo casero por un aficionado en la red, que recupera una cuadrafonía demasiado
espectacular, con muchos instrumentos por detrás del espectador. (7)
18. Muti/Philadelphia (EMI, 1978). Sin mostrar interés alguno
por la sensualidad, la atmósfera ni la riqueza de colorido, pero sabiendo
remansarse de la manera adecuada cuando es necesario, el aun joven maestro
italiano hace uso de una orquesta impresionante y de una técnica de batuta no
menos admirable para ofrecer una lectura dentro de la más estricta ortodoxia de
lo brutal, de lo salvaje y de explosivo, aunque manteniendo todo siempre bajo el
más estricto control y logrando inyectar la tensión, indesmayable, a través de
la acumulación y no del exceso puntual. Falta, si acaso, un poco más de
imaginación para alcanzar lo excepcional, como también una toma sonora de mayor
claridad y definición tímbrica. (9)
19. Maazel/Cleveland (Telarc, 1980). Si no fuera por un par de
molestas excentricidades, podría decirse que se trata de una versión ortodoxa y
muy bien llevada, que sin llegar en ningún momento a la genialidad atiende a
tanto a lo sensual como a lo rítmico y sabe construir bien el edificio sonoro
hasta lograr un final impactante. La grabación, espléndida y pasada a SACD, es
la primera digital de la obra. (7)
20. Dorati/Sinfónica de
Detroit (Decca, 1981). Ya al final de su prolongada carrera discográfica, el
maestro húngaro nos ofrece una recreación sanguínea y vitalista, con mucho
nervio, quizá esto último en exceso, pues hay pasajes que podían estar
paladeados con mayor concentración y sentido del misterio. En cualquier caso el
excelente pulso de la batuta, el irreprochable rendimiento de la orquesta, el
buen estilo y la sinceridad que desprende la interpretación terminan impactando. (9)
21. Markevitch/Suisse Romande (Cascavelle, 1982). Aunque han pasado
nada menos que veintitrés años entre su última grabación oficial y este tardío
testimonio radiofónico, el anciano Markevitch sigue fiel a sí mismo y vuelve a
destapar la caja de los truenos para ofrecer una lectura impulsiva, vitalista y
salvaje que parece salir de las mismas entrañas de la tierra. Lástima que el
maestro no termine de aquilatar la arquitectura –por momentos está al borde de
precipitarse, mientras que la claridad dista de ser la esperable–, y que la
orquesta no es precisamente la Philharmonia. La toma sonora tampoco está
a la altura. (8)
22. Bernstein/Israel (DG, 1982). El
Bernstein de los años ochenta fue el más genial, pero también en más proclive a
la blandura. Aquí, por desgracia, dio la de arena. En realidad, la primera partele sale más o menos bien, aunque por momentos suene un punto deslavazada, sin toda la tensión
interna posible. Lo que falla es la segunda, donde Bernstein sucumbe a la
blandura –intenta ser sensual, pero le sale moroso– y el amaneramiento. Eso sí,
se revelan algunos detalles orquestales que dejan bien claro que nos encontramos ante un gran
director. (6)
23. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca-Newton Classics, 1984). Nunca ha sido
el maestro suizo un director genial, pero hay algunos autores con los que parece guardar especial afinidad. Stravinsky es uno de ellos, y bien que lo
demuestra esta Sacre admirablemente planteada y realizada desde la más estricta
ortodoxia, esto es, desde la incisividad y la violencia,
que aprovecha muy bien a la orquesta –los metales no son comparables a los de
una de primera–, posee muy buen sentido del ritmo y resulta siempre
comunicativa, aunque quizá pueda ser un tanto primaria a la hora de acumular
tensiones y decibelios. A destacar, por otra parte, algunos buenos apuntes de
corte impresionista –otro repertorio muy caro a Dutoit–, aunque más por el
tratamiento de las texturas que por la sensualidad, que es más bien escasa. El
propio Stravinsky no le hubiera puesto pegas en este sentido. (8)
24. Chailly/Orquesta de Cleveland (Decca, 1985). Aunque en su filmación de
2002 con la Orquesta del Concertgebouw el maestro milanés profundizará mucho más
en los aspectos misteriosos de la página, esta es ya una espléndida
realización que sobresale por la reveladora disección del entramado orquestal
–la batuta toma algunas decisiones muy personales para subrayar determinados
detalles, quizá desatendiendo algunos otros– y por la brutalidad nada aparatosa
ni de cara a la galería, sino magníficamente controlada y por ello más efectiva,
que se consigue inyectar a la magnífica orquesta. Defrauda un tanto, eso sí, la
planificación horizontal de la primera parte, no siempre del todo tensada y por
ende con algunos altibajos, sin la solidez de trazo deseable. Curiosamente
Chailly sí que alcanza una enorme electricidad donde pierden un poco de fuelle
la mayoría de los directores, esto es, en la dificilísima Danza del sacrificio.
La toma sonora, absolutamente portentosa (¡qué golpes los del bombo!),
probablemente fuese la mejor hasta esa fecha. (9)
25. Mehta/Filamónica de Viena (Orfeo, 1985). Al frente de una orquesta
obviamente mejor que su Filarmónica de Nueva York con la que realizó su
grabación para Sony, el maestro indio repite su visión robusta, vistosa,
enérgica y contundente, poco dada al detallismo y muy aficionada a la
acumulación de decibelios para epatar al personal, pero en cualquier caso
vistosa, bien llevada y, desde luego, muy idiomática. Lástima que alguna sección
de la primera parte siga resultando pesante. (8)
26. Rozhdestvensky/Sinfónica de Londres (Nimbus, 1987). Ya desde los
primeros compases se evidencia que el maestro ruso va a optar por ofrecer una
visión muy personal basada en un fraseo a ratos muy paladeado, una enorme
atención a detalles que generalmente pasan desapercibidos y, sobre
todo, una potenciación de los aspectos más misteriosos de la
página, lo que no le impide ofrecer en los clímax una buena dosis de brutalidad.
Por desgracia la lentitud con que aborda la primera parte le hace perder el
pulso seriamente desde la danza de las adolescentes hasta la aparición del
sabio, momento a partir del cual sí nos encontramos con la grandísima
interpretación esperable. La toma sonora, de volumen bajísimo, es algo difusa,
aunque ofrece a cambio una gama dinámica extraordinariamente amplia. (8)
27. Barenboim/Orquesta de París (Erato, 1987). Las ingenieros de
sonido lograron en este registro recoger toda la dinámica de la partitura,
pero lo hicieron –como ocurre en el de Rozhdestvensky– a costa de realizar la
grabación a un volumen extremadamente bajo. Como además la toma resultó bastante
desequilibrada en planos sonoros y un punto reverberante, muchos aficionados nos
formamos una idea negativa de la interpretación. Vuelta a escuchar, pero dándole
mucha caña al potenciómetro, creo que la opinión era equivocada: nos encontramos
ante una muy digna lectura de la obra en la que, a despecho de una planificación
horizontal no del todo lograda y echándose de menos una orquesta de mayor fuste,
Barenboim subraya acertadamente los aspectos “góticos” de la obra sin salirse de
tiesto en los estilístico y sin renunciar a la brutalidad cuando debe. En cualquier caso, el maestro lo hará muchísimo mejor más tarde.
(7)
28. Nagano/Sinfónica de Londres (Virgin, 1990). Interpretación de la línea
dura, violenta e incisiva, quizá algo más escandalosa de la cuenta, pero en
cualquier caso muy bien trazada y hasta reveladora de algún detalle nuevo, a la
que solo le falta una atmósfera más cargada, más sensual y turbulenta, así como
una orquesta más en plena forma, para ser excepcional. (9)
29. Boulez/Cleveland (DG, 1991). Boulez vuelve a la carga sin
novedad interpretativa en el frente, pero esta vez con una toma sonora portentosa por su claridad, naturalidad e increíble gama dinámica
que recoge a la perfección, digamos que de manera definitiva, la visión que
maestro francés tiene de esta página. Así pues, nos encontramos ante una lectura
de violencia bien puesta de manifiesto pero siempre controlada, nunca salvaje ni
arrebatada, que se queda algo parca en sensualidad y en sentido del misterio si
la comparamos con las propuestas de otros maestros, pero increíble en
construcción, claridad y capacidad para llegar a un punto de encuentro entre
análisis distanciado y carácter implacable. El hecho de aflojar un tanto la
tensiones en los minutos finales, durante la danza de la elegida, podría quizá
explicarse por su voluntad de mantener las distancias y evitar efectismos, pero
ahí no termina de convencer. Aun así, un disco a tener en las estanterías.
(9)
30. Solti/Concertgebouw (Decca, 1991). Traducción opuesta a las de
Boulez, nerviosa y sanguínea, muy vital, extrovertida y poderosa, de tímbrica
colorista y aristada, que no desdeña en absoluto la reflexión ni la sensualidad,
y que en contrapartida carece de una arquitectura redonda –como en su grabación
con Chicago, hay pasajes a los que se les podía haber sacado más partido– y de
una total claridad. A la toma sonora, muy extraña, le falta cuerpo. (9)
31. Jansons/Oslo (EMI, 1991?). El aun joven Jansons se esforzó por
ofrecer una interpretación sensata y ortodoxa, atenta a la claridad y reveladora
de algún detalle nuevo, pero no logró otorgar unidad a la partitura. El
resultado fue una interpretación un tanto deslavazada en la que se alternan
momentos muy conseguidos con otros más bien flácidos y desganados. (7)
32. Haitink/Filarmónica de Berlín (TDK DVD, 1 mayo 1993). En este
concierto europeo ofrecido en el Royal Albert Hall por la increíble orquesta
berlinesa, el maestro holandés entrega una versión extraordinariamente trazada y
soberbiamente tocada, tensa y violenta sin dejarse llevar por el descontrol ni
el exhibicionismo, siempre sobria y cortante, a la que sólo le falta algo más de
atención a la sensualidad y al misterio para ser perfecta. (9)
33. Barenboim/Sinfónica de Chicago (YouTube Colonia, 1993). Solo han pasado
unos años desde su grabación para Erato, pero lo cierto es que
aquí, al frente de una orquesta que no solo está a la altura de las
circunstancias, sino que toca la partitura como pocas o ninguna jamás lo ha
hecho (¡impresionantes las maderas, increíbles los metales, de escándalo la
cuerda grave!), Barenboim da la campanada con una interpretación que, sin ser la
más brutal de las posibles, tampoco la más sensual ni la más misteriosa, llega a
una admirable síntesis entre todos los aspectos de la obra –con preferencia por
los violentos: en este sentido se muestra muy ortodoxo– y la materializa con una
fuerza, una convicción, un control, una planificación de las tensiones, un
sentido del color y una claridad verdaderamente impresionantes, hasta el punto
de que se podría afirmar que esta es la mejor interpretación registrada hasta
esa ese momento. El problema es que esta filmación no está comercializada, y si se
encuentra disponible en YouTube es de manera temporal: tarde o temprano la
quitarán de en medio, como hicieron con la increíble Heldenleben que procedía
seguramente del mismo concierto. La imagen que deja que desear. La toma
sonora, aun con las limitaciones propias del medio, sí que es francamente buena,
sobre todo porque se beneficia de la insuperable acústica de la Philharmonie de
Colonia. (10)
34. Svetlanov/State Academic Symphony Orchestra (Classical Records). Interpretación –fecha desconocida– de corte agesivo y violento, de sonoridad áspera como pocas –en
gran medida por las características de la orquesta–, en la que el maestro
moscovita evidencia un desarrollado sentido del color y es capaz de ofrecer unos
momentos –Juego del rapto, con unas maderas tratadas de manera formidable– de
enorme electricidad, pero no logra organizar el conjunto, ni destilar el
apropiado sentido del misterio –introducción de la primera parte desaprovechada–, ni ofrecer variedad expresiva. Todo suena en exceso desaforado,
incluso un punto vulgar. La toma es buena, sin más. (7)
35. Tilson Thomas/San Francisco (RCA, 1996). Soberbia interpretación de la línea dura, violenta, incisiva y de
gran pujanza rítmica, donde se controla con firmeza a la notabilísima orquesta y no
se descuidan los aspectos más misteriosos de la página. A la primera parte le
falta quizá un punto más de imaginación, pero la segunda alcanza la
excepcionalidad tanto en su introducción como en la danza del sacrificio,
absolutamente implacable. Increíble la toma sonora. (10)
36. Boulez/Sinfónica de la BBC (Medici Arts, 1997). Lastrada
por una toma de sonido muy discreta –el sonido prácticamente es
monofónico–, esta retransmisión televisiva del 31 de enero de 1997 es la única
filmación comercializada de Boulez dirigiendo esta partitura en la que tanto
tuvo que decir a lo largo de su carrera. La interpretación responde a lo que en
él era de esperar: tensa, aristada, incisiva y magníficamente construida de
extraordinaria claridad y contagioso sentido del ritmo, siempre dentro de un
estilo tan ortodoxo como impecable. Con respecto a su modélica grabación de
estudio para DG, esta es quizá un poco más inmediata, pero también menos
depurada en lo sonido, toda vez que en directo la London Symphony, de cuyas
maderas graves el maestro saca un extraordinario partido, no posee el
virtuosismo de la Orquesta de Cleveland, y en los últimos minutos, como era de
esperar, la violencia afloja un poco. (9)
37. Boulez/Joven Orquesta Gustav Mahler (DG, 1997). En comparación con su
registro en estudio seis años anterior, esta toma –de sonido no muy allá–
procedente del Festival de Salzburgo nos trae a un Boulez menos analítico,
riguroso y clarificador, incluso por momentos un punto descuidado, pero también
más inmediato y visceral, más arrebatado si es que cabe tal adjetivo para un
músico como el autor de El martillo sin dueño. Los resultados son un tanto
irregulares, sobresaliendo toda la segunda parte de La adoración de la tierra,
de una fuerza abrumadora. Una vez más, la danza de la elegida sorprende por su
relativo apaciguamiento. (8)
38. Maazel/Sinfónica de la Radio Bávara (BR Klassik, 1998). Nada aporta en
especial el último testimonio comercializado de Lorin Maazel, excelente
concertador y batuta de trazo fino, atenta a la claridad y de desarrollado
sentido de las texturas, pero no muy en sintonía con una obra cuya violencia,
sensialidad, sentido del misterio y tensión interna se le terminan escapando.
Sobran, como en su grabación en Cleveland, un par de episodios amanerados de
esos “marca de la casa” para hacerse el interesante. Muy buena la toma en vivo.
(7)
39. Barenboim/Chicago (Teldec, 2000). Al frente de una orquesta que sí
está a la altura de las circunstancias y de una toma sonora de excelente
calidad, Barenboim logra por fin materializar en una gtrabación comercial su concepto de la partitura basado
en una admirable síntesis entre los aspectos románticos y modernos, los
sensuales y los aristados, los misteriosos y los electrizantes, sin que cada uno
de ellos esté desarrollado en su plenitud, ciertamente, pero con elevada
atención a todos. Por ello, por la gran claridad de batuta y por la pasmosa
intervención de la orquesta, nos encontramos ante una posible referencia.
(10)
40. Chailly/Concertgebouw (RCO Live DVD, 2002). Una
lástima que esta filmación solo se pueda obtener comprando una caja de compactos
de edición limitada, porque nos encontramos ante una versión muy personal que
destaca por su poderosísima e inigualable sensualidad, en tímbrica y fraseo,
mirando mucho a Rimsky pero sin perder el norte estilístico. El pulso es firme pero la planificación dosifica con mucho cuidado la violencia, que no es
especialmente brutal aunque sí muy efectiva en los momentos clave. Siendo la toma sonora de gran transparencia, la dinámica está comprimida. Pese a ello,
otra referencia. (10)
41. Rattle/Filarmónica de Berlín (DVD
“Esto es ritmo”, 2003). Aun en una línea claramente dura y tendente a
subrayar la brutalidad de la pieza, Rattle sabe extraer grandes dosis de
sensualidad y de misterio en pasajes como la introducción o toda la primera
mitad de la segunda parte, realizando algunos descubrimientos reveladores,
siempre de una línea antes extrovertida y espontánea que analítica o calculada.
El pulso se mantiene en todo momento y la coherencia interna es total.
Formidable la orquesta, con algunas intervenciones solistas llenas de intención.
La "edición normal" no incluye el ballet completo; la “edición del coleccionista” sí lo hace, y en dos versiones;
una la del ensayo general, con sonido estereofónico, y otra multicanal acompañando al
ballet, pero sin ruidos procedentes del escenario. La película, por si ustedes no lo sabían, es maravillosa. ¡No se lo
pierdan! (10)
42. Tilson Thomas/San Francisco (DVD, 2004). Acompañando un fabuloso
documental sobre la obra maestra de Stravinsky, el director norteamericano vuelve a ofrecernos una recreación impresionante por virtuosismo,
arquitectura, fuerza, colorido, ritmo y estilo. Un DVD a tener, sin duda. (10)
43. Salonen/Filarmónica de los Ángeles (DG, 2006). Versión bien
encaminada, llena de misterio como también de brutalidad, muy idiomática y llena
de tensión interna, pero que resulta algo tosca y muy tendente al ruido
gratuito. Falta claridad, en parte debido a una toma sonora espesa y exagerada
en las frecuencias graves. Un chasco. (7)
44. Jansons/Orquesta del Concertgebouw (RCO, 2006). La orquesta de Amsterdam
es, obviamente, muy superior a la de Oslo, y su último titular hace gala de
sensatez, buen gusto, más interés por el cuidado de las texturas que por el
golpe de efecto y un buen sentido del color digamos que “impresionista”, pero su
talento para trazar las tensiones sigue siendo muy limitado, como lo es también
–de hecho, es así en casi todo los repertorios que aborda– su capacidad para
ofrecer matices expresivos o decir cosas nuevas. El resultado, una lectura
ejecutada de manera portentosa pero aquejada de flacidez generalizada y muy
escasa en garra expresiva. Demasiada competencia en el mercado como para
prestarle atención. (7)
45. Gergiev/Mariinski (DVD Bel Air, 2008). Este DVD es una joya por
ofrecer la reconstrucción de la coreografía original de Vaslav Nijinsky, que aún
hoy sigue pareciendo extraña y desconcertante, con la escenografía y los
figurines correspondientes de Nicholas Roerich. Por desgracia, en el foso se
encuentran una orquesta en muy baja forma y un director no solo incapaz de
sostener las tensiones y de equilibrar los planos sonoros, sino entregado al
puro efectismo para disimular sus carencias. El resultado es una versión musical
deslavazada, confusa y bastante mal tocada que oscila entre lo canijo, lo
rutinario y lo chabacano. El cuerpo de baile del Mariinski tampoco parece gran cosa.
La toma sonora recoge por los canales traseros abundante ruido del público.
(3)
46. Rattle/Filarmónica de Berlín (Blu-ray y Digital Concert Hall, 2009). Bajo un
chaparrón, perfectamente audible a través de los altavoces, que mantuvo al
público del Waldbühne bastante agitado, el maestro británico ofrece una
interpretación que atiende tanto a los aspectos brutales de la página –sin
especial incisividad ni electricidad, pero con mucho empuje y descaro sonoro– como a
los más sensuales, sin complejos de mirar frente a frente tanto a Rimsky como al
impresionismo. Hay además detalles originales, como el arranque del fagot –mucho
más discutible que en el anterior registro de orquesta y director– o las
“exhalaciones” del arranque de la segunda parte, que estaban ya en Esto es
ritmo y quizá no se encuentran no tan conseguidas como lo harán en su filmación de 2012, que
desarrollará aún más la sensualidad. Desdichadamente la toma sonora tiene que
luchar contra la problemática acústica del aire libre y los resultados dejan que
desear, incluso en la edición en Blu-ray. Ni siquiera el sonido surround es
auténtico. (9)
47. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall,
2012). El maestro británico ofrece una buena dosis de incisividad, desasosiego y tensión dramática,
que llega a ser paroxística en los finales de cada una de las dos
partes, pero lo que llama la atención es la atmósfera embriagadora, cálida,
evanescente y por momentos muy erótica que su batuta consigue con su fraseo
lleno de naturalidad –nada aquí de sequedad o de intelectualidad stravinskiana– y
una batuta que sabe extraer mil colores, de los más suaves a los más ásperos, de
una orquesta que parece superarse a sí misma cada día. Cierto es que algunos
pasajes concretos podrían alcanzar mayor fiereza o, por el contrario, estar
mejor paladeados, pero en contrapartida Sir Simon nos desvela algunas líneas que
generalmente desapercibidas y realiza algún que otro considerable hallazgo
(impagables las “exhalaciones” de la orquesta al arrancar la segunda parte).
(10)
48. Nézet-Séguin/Orquesta de Filadelfia (DG, 2013). Como no podía ser menos en un disco dedicado a Stokowski, el sentido del color –desarrollado como en pocas grabaciones–, el impulso rítmico y la espectacularidad –bien entendida, no como con Don Leopoldo– son señas de identidad de una interpretación muy fresca y juvenil que deja bien claro el talento del joven nuevo titular de la mítica formación norteamericana, auque quizá su inspiración no sea de primerísima altura. Ciertamente un paso por detrás, por eso mismo, de Michael Tilson Thomas, por citar un ejemplo reciente dentro de la misma "línea dura". (9)
49. Currentzis/MusicAeterna (Sony, 2013). Lectura ante todo
esquizofrénica, en la que los pasajes introvertidos suenan particularmente
lentos y difuminados hasta el punto de rozar el disparate estilístico –la introducción es puro impresionismo–, y los
extrovertidos se aceleran y explotan con una brutalidad que tiene mucho más que
ver con la acumulación de decibelios y el regodeo en la percusión que con la
verdadera tensión interna bien planificada desde el arranque de cada una de las
dos mitades hasta los clímax finales. A la postre la arquitectura se resiente de
manera considerable y el resultado es un conjunto de pasajes yuxtapuestos en los
que la única lógica viene dada por la voluntad exhibicionista de extremar los
contrastes sonoros y expresivos, sin que la claridad orquesta, por su parte, sea
la mejor de las posibles. Entre todo ello, enormes hallazgos en las texturas y
en el diseño polifónico –sobre todo en la primera mitad de la segunda parte– y
momentos arrebatadores en el que uno no puede dejar de seguir la música con su
cuerpo. De hecho, la catarsis pretendida por Stravinsky queda por completo conseguida. La
toma sonora ofrece una amplia gama dinámica y gran relieve, pero no parece todo
lo limpia que debiera para estar a la altura de un sello como Sony Classical.
(7)
50. Rattle/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 20 de abril de 2014). Repetición de la jugada, esta vez en el Festival de Baden-Baden y con unos
cámaras que se evidencian ser mucho menos habilidosas que los habituales en la
Philharmonie berlinesa. Por lo demás, nueva explosión de color y sensualidad por
parte de Rattle y sus chicos en la que vuelve a sobrar algún detalle concreto
–innecesariamente prolongados el solo inicial de fagot y el silencio antes del
acorde final, por ejemplo–, pero el nivel global vuelve a ser formidable. (9)