Empiezo por la Sinfonía nº 1 de Brahms. Una introducción rápida, plana y poco expresiva ya nos pone sobre aviso de que el maestro danés no va a sintoniza con esta obra. Efectivamente, el primer movimiento se desarrolla de manera lineal, bien construido pero sin mucha garra, amén de por completo ajeno al lenguaje brahmsiano, tanto por el fraseo como por la sonoridad de la orquesta, espléndida pero sin la calidez oscura y aterciopelada que asociamos con el autor. Tampoco encontramos, por citar una versión de tempi rápidos que sí es magnífica, la incisividad, la fuerza y el sentido dramático de un Solti. El segundo movimiento pone igualmente en evidencia las carencias citadas, ayuno de la ternura y el sentido humanístico imprescindibles en el autor; al menos, la batuta se mantiene alejada del preciosismo y de lo excesivamente otoñal. Mejora algo el tercero y en el cuarto, finalmente, Dausgaard obtiene muy buenos resultados con una recreación extrovertida y brillante, aunque sin la grandeza bien entendida que sería necesaria para redondearlo.
De la Sinfonía del Nuevo Mundo nos ofrece una lectura sólida, honesta, ortodoxa y de irreprochable gusto, magníficamente realizada y de pulso muy bien llevado, pero un tanto alicorta en inspiración, incluso desaprovechada en las posibilidades expresivas de la partitura. Globalmente va de más a menos, pasando de un primer movimiento muy notable –ya que no muy poético ni efusivo– a un segundo muy correcto, un tercero dicho un tanto de pasada y un cuarto sin una idea clara detrás. O mejor, con una idea en exceso épica y un tanto de cara a la galería.
La Quinta de Sibelius recibe interpretación muy aseada y solvente, mucho antes lírica que dramática, expuesta de manera impecable y dicha con un gusto exquisito por un director que sabe lo que se hace y una orquesta que responde con un estupendo nivel, pero a la que le falta una muy buena dosis de tensión interna y fuerza expresiva para convencer. Todo suena un tanto neutro, e incluso plano, mientras que los aspectos más visionarios de esta música quedan relegados. Demasiada competencia discográfica como para destacar.
Queda el compositor danés por excelencia, y quizá lo más logrado precisamente de esta edición sea la Sinfonía Expansiva. Es el de Dausgaard un Nielsen que no necesita resultar tan rústico y escarpado como el de Ole Schmidt, ni tampoco apuntar al clasicismo intemporal de un Colin Davis, sino que alcanza un punto intermedio entre ambos polos que atiende a todas las vertientes de la página. Por descontado, se puede pedir un poco más de incisividad y sentido del humor en el primer movimiento, también de poesía en el segundo –muy bien los dos solistas vocales–, pero lo cierto es que los resultados son bastante apreciables.
En fin, que por mucho que en los cuarenta minutos de entrevistas Dausgaard diga cosas muy sensatas sobre las partituras que interpreta, lo cierto es que como directo de este repertorio solo parece estimulante en la obra de su compatriota. Por otra parte, en su discografía abundan interpretaciones del primer romanticismo en una línea abiertamente historicista –mientras estoy al teclado escucho una desafortunada Novena de Beethoven a través de Spotify– que sería necesario conocer bien para tener una idea de la verdadera categoría de este director. Sea como fuere, de momento no puedo mostrarme muy entusiasta sobre sus maneras de hacer. Veremos qué tal se le da el concierto de Valencia.
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