No fue eso lo peor de la batuta, sino su constante tendencia al abuso decibélico, algo limitada en el segundo acto pero bastante molesta en el primero y en parte del tercero. El resultado de tales excesos no fue solo de mal gusto musical, sino también problemático en lo técnico, porque por momentos –incluido el decisivo y bellísimo arranque– al coro no se le escuchaba. Y no piensen que era por la ubicación de mi asiento, porque ahí me pongo siempre y no suele percibirse semejante desequilibrio de planos sonoros.
El Sansón de Gregory Kunde me empezó defraudando, no por tener hueco el centro de su tesitura sino por el carácter lineal de su aproximación, pero poco a poco se fue calentando –no solo en voz sino también en lo expresivo– y, ya en el tercer acto, ofreció una recreación vibrante, entregadísima y llena de sentido dramático. Cantar sin movilidad en las piernas –un accidente estuvo a punto de dejarle fuera de la producción– es un mérito enorme, y más a su avanzada edad. Bravo por él.
Probablemente la voz de Varduhi Abrahamyan no sea la ideal para su parte, que necesita mayor cuerpo y unos graves más consistentes. Pero es una voz bella, homogénea, muy bien emitida, en manos de una artista que frasea con gusto exquisito y mucha adecuación estilística, que dice sus embriagadoras arias con enorme belleza –ya que no toda la voluptuosidad posible– y que se mueve muy bien en escena. Hace, en cualquier caso, una Dalila más fina que de rompe y rasga, que necesita aún una vuelta de tuerca en lo expresivo para paliar sus relativas limitaciones vocales.
André Heyboer estuvo correctísimo como Sumo Sacerdote y Alejandro López cumplió como Abimélech, pero Jihoon Kim ofreció un Viejo hebreo más bien ululante. Magnífico el Coro de la Comunidad Valenciana, tan relevante en esta obra: gracias a ellos y a la orquesta, el nivel musical de la interpretación subió de manera apreciable.
Teatralmente no es esta una obra sencilla de hacer, en primer lugar por su evidente carácter oratorial, y en segundo lugar por lo fácil que resulta caer en el ridículo: hace poco me repasé la producción de la Ópera de San Francisco a cargo de Nicolas Joel –con Domingo y la Verret– y me partí de risa. Precisamente alejarse del kish y buscar nuevas lecturas era la gran baza con la que contaban los chicos de La Fura dels Baus, quienes además saben ofrecer recursos muy atractivos tanto desde el punto de vista puramente visual –espléndido el ballet del primer acto– como desde el dramático, y solucionar de manera satisfactoria problemas de última hora como el accidente de Kunde. Comparto además la idea que me ha parecido ver detrás de la realización coordinada por Carlus Padrissa: una sociedad que gira en torno a la religión –y que puede recurrir a la violencia para defender su teocracia– frente a otra entregada al hedonismo consumista y alienante que no duda en sacar las entrañas a la población –aquí literamente, aunque se trate de una metáfora– como sacrificio hacia el dios del dinero. Hasta ahí, perfecto.
El problema es que La Fura se repite mas que el ajo, y las buenísimas o no tan buenas ideas que van pasando por el escenario las hemos visto ya mil veces, desde las linternas que lleva el coro sobe la cabeza –las recuerdo hace ya muchos años en el Martirio de San Sebastián de la Zarzuela– hasta las insistentes creaciones videográficas, por no hablar de los señores dando vueltas en el aire. Además, por una vez y sin que sirva de precedente, la resolución de la Bacanal –sacan a presuntos miembros del público, los desnudan, abusan de ellos, los cuelgan del techo y los abren en canal– me ha parecido no solo muy desajustada con la música, sino efectismo barato de mal gusto. Por no hablar de la provocación gratuita de presentar al Viejo hebreo como un terrorista suicida. Que sí, que soy de los que opinan que a la ópera también se va a reflexionar sobre la actualidad: simplemente, este título no es la ocasión más apropiada para hacerlo.
En resumidas cuentas, una noche –hablo de la del pasado domingo 17– con cosas francamente buenas, pero en exceso desigual. A mí Abbado y Padrissa me molestaron lo suficiente como para no meterme en la obra. ¿Funcionará mejor mañana día 20 bajo la batuta de Plácido Domingo?
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