martes, 12 de enero de 2016

Vivaldi en el Villamarta: un concierto desigual pero necesario

De nuevo en la Sierra de Segura y ya con tiempo para escribir algo sobre el concierto que presencié el pasado viernes 8 de enero en el Teatro Villamarta de mi tierra: Joven Coro de Andalucía y Joven Orquesta Barroca de Andalucía,  todos bajo la dirección de Lluis Vilamajó, para interpretar un programa íntegramente dedicado a Vivaldi: Beatus Vir RV 598, Magníficat RV 610, Concierto para cuerdas RV 113 y, finalmente, su conocido Gloria en Re mayor RV 589, primero y más famoso de los dos que compuso el cura veneciano. Una preciosidad.

Los resultados fueron desiguales. Entiendo que en un evento de este tipo lo más importante no es que los melómanos que pagan su entrada escuche un buen concierto, sino que los jóvenes músicos tengan la oportunidad de presentarse ante el público y tocar bajo los múltiples condicionamientos que eso supone. Contar con tal oportunidad es total y absolutamente necesario para el buen desarrollo de nuestros artistas, y por ende la iniciativa hay que aplaudirla sin reservas. Ahora bien, de ahí a decir que todo fue maravilloso hay un buen trecho; no me parece que el “café para todos” sea positivo, porque más que animar al personal lo que se consigue es crear falsas expectativas y prolongar en los chavales la creencia, demasiado extendida (¡ay!) en la Enseñanza Secundaria, de que por el mero hecho de trabajar con cierta constancia ya uno se merece una alta calificación. Pues no. Porque hay gente a las que las cosas les salen mejor y otra a las que les sale bastante menos bien. Gente que ya ha desarrollado buena parte de sus capacidades y gente a la que le falta aún mucho camino por recorrer.


Realizo este prolegómeno para señalar que, a mi modo de ver, se apreció la pasada noche un fuerte desequilibrio entre las dos agrupaciones: el Joven Coro de Andalucía funcionó bien, muy bien incluso, e hizo cosas notables desde el punto de vista técnico –reguladores, por ejemplo– bajo la batuta de un señor que ha sido y es tenor y que parece dominar estupendamente el mundo de la dirección coral, pero la Joven Orquesta se movió a un nivel mucho menos satisfactorio. Tienen que trabajar más veces juntos y aprender a sonar mejor. Por la misma sala han pasado, no hace muchos años, agrupaciones corales e instrumentales especializadas en el barroco como las lideradas por Philippe Herreweghe, Robert King, Frans Brüggen, Harry Christophers, Thomas Hengelbrock o Paul McCreesh. No podemos comparar a nuestros chicos con todos estos campeones, pero tampoco podemos dejar de desear que este nivel, el máximo posible, sea su meta. Ni lanzarles los mismos elogios que los que estos se merecieron –y no siempre recibieron– en su momento por parte de un público, el jerezano, que no sabía muy bien quiénes eran esos señores.

Sobre los solistas vocales, que salían del propio coro, solo puedo decir que intentaron hacerlo lo mejor posible, a veces con resultados dignos y a veces sin conseguirlo, pero no debo dejar de añadir que hubo una mezzo que mostró buenísimas maneras sin que hubiera modo en el programa de mano de adivinar su nombre. Lástima.

Dicho esto, creo que desde el punto de vista interpretativo (¡no hablo ahora de nivel técnico, ojo!) se alcanzaron resultados muy satisfactorios gracias a la dirección del señor Vilamajó. No tenía idea de que el tenor de Jordi Savall “de toda la vida” dirigiera con regularidad. Pues sí, lo hace. Y como recreador de la música de Vivaldi, qué quieren que les diga, me parece superior a algunos de los más famosos intérpretes de la actualidad, empezando por Antonini y sus chicos –con Onofri como insufrible líder de la banda– y terminando por Ottavio Dantone. Que sí, que toda esta nueva –bueno, ya no tan nueva– oleada historicista ha aportado cosas no ya positivas sino imprescindibles para la comprensión de la figura del pretre rosso –sentido del contraste, de la teatralidad, del exceso incluso–, pero también es cierto que hemos llegado a un punto en el que se quiere ver en la música del veneciano solamente una montaña rusa de sonoridades en la que aspectos como el vuelo lírico, la sensualidad, el equilibrio, el aliento espiritual y la hondura dramática se han relegado, o al menos se han adornados de innumerables preciosismos y amaneramientos, por considerárseles, de manera un tanto estúpida, como resabios románticos. Y no es eso.

Vilamajó ha entendido plenamente este problema y lo ha abordado de la manera más sensata posible: sin renunciar al historicismo (¡faltaría más!), pero dejando a un lado locuras varias para por el contrario frasear con amplitud –nada de caer en lo pimpante– y con una cantabilidad absolutamente italiana, evitar que los imprescindibles claroscuros desequilibren el edificio musical y añadiendo pathos (sí, pathos, que no romanticismo) a manos llenas, todo ellos con un gusto exquisito y una comunicatividad contagiosa. Días antes me escuché las versiones del Gloria a cargo de Vittorio Negri y Rinaldo Alessandrini y, saben qué, el tenor catalán me ha recordado mucho antes al primero –no historicista, claro- que al segundo. Y me ha gustado tanto como él. Es decir, muchísimo.

Ah, en los dos bises –que fueron eso, bises y no propinas– los muchachos tocaron y cantaron apreciablemente mejor que antes, buena prueba de que parte de las insuficiencias técnicas apreciadas se debían sencilla y llanamente a los nervios. Y prueba también de que, por eso mismo y como dijimos antes, conciertos como éste son imprescindibles. Espero que el proyecto siga adelante cada vez con un nivel más satisfactorio.

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