viernes, 30 de septiembre de 2016

Jansen con Paavo Järvi: medio disco genial

Janine Jansen y Paavo Järvi grabaron en el verano de 2009 para Decca un disco a medias genial: flojo el Concierto para violín de Beethoven con la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, absolutamente sensacional el Concierto para violín de Britten.


En la obra del de Bonn, y como era de esperar, nos encontramos con una dirección muy influida por el historicismo, es decir, seca, incisiva, con un interesante tratamiento de las maderas y de la percusión –estupendos los timbales de época–, pero muy fría, carente de humanismo y de pliegues filosóficos; a la postre, muy superficial. La violinista holandesa luce un sonido de increíble belleza y homogeneidad, mostrándose en todo momento sensata y musical, pero no conecta con el espíritu de la pieza y por momentos parece recrearse en exceso en la belleza sonora. A olvidar.


En la segunda parte del compacto nos topamos con una obra acongojante, de lo mejor escrito por Britten, recreada por un violín intenso a más no poder, doliente hasta lo insoportable, pero también rebosante de belleza sonora y de lirismo de altos vuelos, siempre con la complicidad de una batuta muy sincera, adecuadamente expresionista –sin perder la indispensable elegancia británica–, que se mueve como pez en el agua en la escritura angulosa e incisiva de la página, especialmente en ese segundo movimiento un punto diabólico que recuerda no poco a Prokofiev.

He comparado con la espléndida grabación de la página de Britten que junto a la misma London Symphony realizaron en 2002 Vengerov y Rostropovich: aquellos atendieron mejor al lirismo de la página, también a los aspectos atmosféricos de la misma, pero esta de Jansen y Järvi es mucho más implacable, más intensa y más tremenda. Una auténtica experiencia emocional servida, además, con una toma sonora portentosa.

Por cierto, existe una filmación de la página del compositor británico con Jansen, Harding y la Filarmónica de Berlín, registrada tan solo tres meses después de la comentada. Se encuentra disponible en la Digital Concert Hall. En su momento me impresionó; ahora he vuelto a verla y me ha dejado aún más huella. A los que no estén suscritos a la referida plataforma, les dejo un vídeo con Jansen y Järvi haciendo esta obra en los Proms.

martes, 27 de septiembre de 2016

Imprescindible Shostakovich de Rostropovich y Ozawa

Interrumpo las entradas programadas con antelación –con bastante antelación, porque la mayoría las escribí este verano, cuando tenía más tiempo libre– para dejar unas notas sobre un verdadero clásico de la Deutsche Grammophon que me conozco de memoria desde hace tiempo, y al que hoy he podido volver en una edición japonesa en SACD –circula por la red en cierto sitio ruso– con la que la portentosa toma sonora, increíble para el año 1975, alcanza aún mayor esplendor: Chant du ménestrel de Glazunov y Concierto para violonchelo nº 2 de Dmitri Shostakovich a cargo de Mstislav Rostropovich, Seiji Ozawa y la soberbia Sinfónica de Boston. La primera de las piezas, tan breve como deliciosa, recibe una interpretación inmejorable a cargo de una batuta elegante y sensible y de un solista dueño de un hermosísimo de sonido y emotivo a más no poder en su fraseo, pero es en la segunda de ellas, escrita precisamente para el violonchelista de Baku allá por 1966, donde este disco alcanza la categoría de imprescindible.


Y es que los dos artistas, aun con personalidades bien distintas entre sí, coinciden en ofrecer una lectura que, sin renunciar a los aspectos corrosivos de la obra pero sin hacer tampoco hincapié en ellos, se consigue una asombrosa fusión entre los dos facetas de la partitura. Por un lado, toda su componente ambigua, inquietante, sombría y en más de una ocasión ominosa, teñida de un considerable humor negro. Por otro, la profunda reflexión humanística, trágica y por momentos rebelde, pero también de resignada aceptación del irremediable destino final: no hace falta decir que, como tantas obras del autor, esta es una partitura sobre la muerte.

Por destacar algo, podríamos señalar la increíble manera de cantar del violonchelo, con enorme vuelo poético, un fraseo muy flexible y ofreciendo una amplia gama de colores y de matices expresivos. Tampoco es que nos sorprenda: hablamos del mejor violonchelista del siglo XX. La batuta aporta su consabido dominio del color acentuando los ocres de las maderas –siniestras, no incisivas– y sabe ofrecer su habitual elegancia y refinamiento sin estar fuera de tiesto; por el contrario, aporta un fraseo tan amplio y pausado como bien sostenido –no es fácil mantener la tensión interna en una obra tan desmaterializada– y poniendo su olfato para la atmósfera, que tan bien le viene en las interpretaciones del impresionismo, al servicio de esta recreación más ambigua que visceral, más misteriosa que rebelde, un poco en la línea de lo que Rostropovich hará con la batuta, en la década siguiente, dirigiendo las sinfonías del compositor.

Lo dicho, un clásico verdaderamente imprescindible. Si no lo han hecho ya, escúchenlo cuanto antes, y si es posible disfruten asimismo del registro de 1967 del propio Rostropovich con Svetlanov (Russian Disc), menos misterioso y más virulento que este dirigido por Ozawa. Ah, permítanme presumir: tengo la edición en CD de la serie Galleria dedicada por Rostropovich himself.

viernes, 23 de septiembre de 2016

San Silvestre 2015 con Rattle y la Mutter

Sir Simon Rattle decidió dedicar el concierto de San Silvestre –31 de diciembre– de 2015 al repertorio francés. Inapropiado en principio para su personalidad, a la postre el resultado sería artísticamente de lo más satisfactorio. Se abrió el programa con la obertura de L'Étoile de Emmanuel Chabrier, página dedicidamente menor pero simpática en la que Rattle ya demuestra saber compatibilizar la alegría y el desparpajo con la voluptuosidad lírica (¡qué violonchelos!) y el refinamiento en el color.


Aparece a continuación nada menos que Anne-Sophie Mutter para recrear Introduction et Rondo Capriccioso de Camille Saint-Säens. Como era de temer, la violinista alemana encuentra en la introducción la ocasión propicia para desplegar todo un catálogo de sus más insufribles amaneramientos, pero cuando llega el Rondó propiamente dicho, y a pesar de alguna que otra frase en exceso preciosista, demuestra que sabe poner su increíble virtuosismo, tal vez el más grande conocido en semejante instrumento, al servicio de la expresión sincera, fraseando con una garra, una inmediatez y una fuerza expresiva que nos hacen olvidar de inmediato todos los reparos referidos. Rattle acompaña de manera impecable, con convicción y con su habitual entusiasmo y frescura digamos que juveniles, pese a que hace ya tiempo que peina canas.

Las danzas de la ópera Le Cid, de Massenet, las recrea el maestro de manera verdaderamente prodigiosa, ofreciéndonos chispa, salero, color y un muy logrado ambiente festivo –sin duda uno de los puntos fuertes del arte directorial de Rattle–, pero también elegancia, sensualidad, refinamiento bien entendido y ese especial perfume de lo francés imitando a lo presuntamente español que debe evitar tanto la excesiva levedad que a veces asociamos tópicamente con lo primero como el desmelene de la percusión que todavía hoy algunos entienden como propio de lo segundo. Lógicamente, con la excelencia de los resultados tiene mucho que ver la musicalidad de los profesores de la orquesta, que tocan francamente motivados. Nunca imaginé que de esta música se lograra sacar semejante partido.

Vuelve la Mutter para ofrecer Tzigane, pero aquí la partitura le ofrece menos espacio para sus veleidades sonoras. Antes al contrario, demanda al solista sonar con rusticidad zíngara, con temperamento ardiente y con una agilidad arrolladora. Anne-Sophie sabe hacer perfectamente lo primero (¡qué manera de modelar su violín para obtener todo tipo de colores y de texturas!), pone toda la carne en el asador en lo que a lo segundo se refiere y en cuanto a lo tercero, a los dedos, ofrece un espectáculo como pocas veces se ha escuchado. Rattle trabaja con los pinceles finos que demanda Ravel, demuestra enorme sensiblidad para el color y acompaña a la solista con enorme fuerza expresiva, redondeando así una interpretación magistral.


Continua la velada con la suite de Les Biches, infravalorada pero deliciosa página de Francis Poulenc. La sintonía de la personalidad de Sir Simon con ella, justamente esa misma que le convierte en formidable intérprete de Haydn, es total y absoluta. Hay aquí frescura, chispa, desparpajo, jovialidad y muchísimo sentido del humor, este último con su conveniente toque de sorna y rusticidad bien entendida; también hay elegancia, delectación melódica, refinamiento –todo se encuentra minuciosamente expuesto– y una perfecta comprensión del lenguaje del neoclasicismo. Todo ello, por descontado, con la complicidad de una orquesta cuyos miembros se lo pasan en grande. El resultado es sensacional, con permiso de la soberbia grabación del ballet completo que realizara Georges Prêtre allá por 1980.

Finaliza el programa oficial con La Valse. Como era de esperar, el maestro británico lleva la obra a su terreno y en lugar de decantarse por resaltar los aspectos más atmosféricos y turbulentos de la página raveliana, ofrece una recreación extrovertida, luminosa, cálida y entusiasta, también poética y siempre comunicativa, riquísima en el sentido del color y muy sensatamente matizada, con su punto justo de decadentismo –se pasa quizá en alguna frase aislada–, pero sin perder de vista el trazo global. Solo en la recta final de la obra se pueden echar de menos algunos matices en el fraseo y juegos agógicos por los que optan otros directores y de los que Rattle, con la mirada puesta en el empuje y la decisión, decide prescindir. La orquesta, trabajada una minuciosidad que permite discernir todos y cada uno de los trazos de la escritura, rinde de manera impresionante.

Una fogosa Danza húngara nº 1 de Brahms ofrecida como propina cierra este programa editado en Blu-ray por Euroarts con excelente calidad de imagen y sonido, este último en una resolución superior a la de la mayoría de los BR con imágenes.

martes, 20 de septiembre de 2016

El Dvorák lírico y luminoso de Marin Alsop

Muy interesante la grabación de las cuatro últimas sinfonías de Antonín Dvorák a cargo de Marin Alsop y la Sinfónica de Baltimore, registradas por el sello Naxos entre 2007 y 2009 y editadas en Blu-ray Pure Audio. Muy interesante pero no referencial. Y es que la directora norteamericana ofrece lecturas de gran belleza sonora, fraseadas con una naturalidad, una fluidez y una elegancia pasmosas, aunque quizá no del todo bien diseccionadas en lo que al entramado orquestal se refiere, en las que se hace una apuesta por la vertiente más lírica y luminosa de este autor. La distensión bien entendida, la efusividad y lo contemplativo –e incluso la ensoñación, sin llegar en modo alguno a lo otoñal– alcanzan aquí, por ende, mucha más presencia que la rusticidad, el empuje y el carácter escarpado que también demanda estas partituras.


Así las cosas, el grado de satisfacción del oyente tendrá mucho que ver con el tipo de Dvorák que uno esté esperando oír. También con las características particulares de cada una de las sinfonías. La Sexta es quizá la que mejor funciona. Frescura, espontaneidad y un fraseo muy cantable son sus mejores armas, sobresaliendo un Finale lleno de fuerza y de garra. En la Séptima, al tratarse de la sinfonía más dramática de las cuatro, las cosas no funcionan igual de bien. La Octava es espléndida, aunque personalmente echo de menos tensión y rusticidad en el movimiento conclusivo. La Novena finalmente, conoce una interpretación eminentemente juvenil, es decir, rápida en los tempi, fresca y de gran fuerza comunicativa, que apuesta por los aspectos más épicos de la partitura, aunque en contrapartida no termine de atender a los numerosos pliegues expresivos que alberga en sus pentagramas.

La cuestión de la toma sonora me deja muy confuso. Octava y Novena suenan de manera muy satisfactoria, con gran naturalidad aunque también con los metales algo lejanos. Las otras dos sinfonías, por el contrario, presentan una sonoridad algo difusa, evidencian un zumbido en el fondo y al reproducirse en DTS-HD Master Audio resaltan en exceso los sonidos graves. Tras comprobar que no existe correspondencia entre las fechas de grabación, no he encontrado explicación para semejante problema.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Debussy por Van Immerseel: levedad

No hay que extrañarse: si Jos Van Immerseel y sus chicos de Anima Eterna ya han grabado a Falla y a Gershwin, ¿por qué no van a llevar al disco la música de Debussy? A mi entender, la arriesgada propuesta de interpretar este repertorio con instrumentos de época –de época del compositor francés, se entiende– y con una articulación históricamente informada, en combinación con la extraordinaria sensibilidad tímbrica que demuestra el director y al enorme refinamiento de su trazo, se salda con unas lecturas de sensualísimo colorido y relevadoras texturas, fraseadas con un carácter curvilíneo y elegante de lo más adecuado, pero también en exceso aéreas, por momentos erróneamente ingrávidas, adordanas con algunos detalles discutibles –los portamentos chirrían al oyente actual– y un tanto faltas de garra, de carácter, de variedad expresiva.


Esto ya queda bien de manifiesto en el Preludio a la siesta de un fauno: la flauta resulta asombrosamente aérea, y toda la lectura alcanza una levedad tan extrema que, pese a la extrema belleza formal de la recreación, se echan de menos más carne sonora y más sustancia expresiva. Nada que ver con el milagro de Haitink aquí comentado.

En el caso de La mer, el principal problema radica en las serias dificultades que muestra el maestro belga –en este y en todos los repertorios que aborda– a la hora de administrar tensiones y, por tanto, de darle continuidad a la interpretación y conducirla de manera apropiada a los clímax: al final del primer movimiento le falta fuerza, mientras que la tormenta resulta por completo deslavazada. En contrapartida, el carácter irisado de la superficie del mar agitada por la brisa resulta fascinante, además de tímbricamente reveladora.


Queda el tríptico Images. Es Iberia –la pieza central del mismo, aquí colocada en último lugar– la página que sale mejor parada: sin ser precisamente el colmo de la chispa y el desparpajo, el fino trazo de la batuta termina triunfando dentro de la levedad generalizada. En Gigues y Rondes de printemps, por desgracia, los tempi escogidos hacen que la tensión se venga abajo.

¿Merece la pena escuchar el disco, pues? Pese a los importantes reparos señalados, yo creo que sí. Se escuchan demasiadas cosas interesantes aquí como para desdeñarlo. Les voy a añadir un aliciente: la toma sonora realizada por los ingenieros de Zig Zag Territories es la mejor que nunca he escuchado en este repertorio. Un prodigio.

jueves, 15 de septiembre de 2016

El principito según Osborne, una obra maestra

Aproveché ayer mi última tarde libre –hoy arranca mi horario docente nocturno– para ir al cine a ver El principito/The Little Prince. Permítanme que les recomiende la película con entusiasmo. Me ha parecido bellísima en lo visual, fascinante incluso en la mayor parte del metraje, además de altamente emotiva. Su director, Mark Osborne, no solo demuestra gran inteligencia a la hora de diferenciar los dos planos de narración usando la animación digital para la historia principal y el stop-motion (es decir, filmación real de muñecos animados, a la manera de las antiguas películas de Ray Harryhausen) para los flashbacks con la historia escrita en los años cuarenta por Saint-Exupéry; también hace gala una enorme habilidad para realizar una narración puramente cinematográfica, esto es, la que no pone en primer plano los diálogos y deja que hablen por sí mismos el encuadre, el montaje, el color, las texturas y el propio tempo del relato.


Demuestra Osborne, asimismo, gran sabiduría a la hora de omitir todo aquello que resulta prescindible y de recurrir a la elipsis en el momento en que la lágrima está a punto de desbordarse, mientras que cuando llega la hora de ofrecer, en el último tercio de la cinta, una cierta dosis de acción y de espectacularidad para contentar a la mayor cantidad de público posible –esta no es una obra para niños, aunque serán muchos los que acudan acompañados por sus padres–, sabe no caer en la trampa de la montaña rusa, esto es, del montaje aceleradísimo y de la yuxtaposición de una persecución tras otra. Antes al contrario, demuestra una gran habilidad para convertir esos momentos trepidantes en una parte sustancial de una historia a la postre muy profunda y delicada que no es otra que la aceptación de la muerte, la de los demás y la de nosotros mismos, como parte de nuestra propia existencia. Y de la necesidad de llenar nuestra vida de belleza, de sensibilidad, de fantasía y de cariño frente a la cada vez más extendida creencia (¡terribles tiempos neoliberales estos que estamos viviendo!) de que hay que centrarse en "lo esencial", es decir, en generar riqueza y hacer que funcione el sistema, y dejar a un lado todo lo que sea "prescindible", precisamente todo aquello que nos convierte en verdaderos seres humanos.

Una original y muy hermosa banda sonora compuesta al alimón por Hans Zimmer –nada que ver con sus bodrios para Gladiator o Piratas del Caribe– y Richard Harvey, a la que quizá le sobren las canciones interpretadas por Camille, redondea una película que no solo engancha la vista de principio a fin, sino que ofrece además una intensidad poética que logra emocionarnos profundamente. En fin, una de las más bellas y emotivas películas que he disfrutado en los últimos años. Estoy deseando volver a verla, pero esta vez en inglés.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Nézet-Séguin dirige Bartók y Shostakovich

Unos días antes de ofrecer el sensacional concierto en la Waldbühne comentado en la entrada anterior, concretamente el 23 de junio de este mismo año, Lisa Batiashvili, Yannick Nézet-Séguin y la Filarmónica de Berlín ofrecían un programa muy distinto en la Philharmonie de la capital alemana que puede disfrutarse a través de la Digital Concert Hall cuya suscripción tantas veces he recomendado, siempre y cuando dispongan ustedes de una buena conexión de la señal hasta su equipo de música de toda la vida. En mi caso, lo dije en su momento, lo hago a través de un reproductor de Blu-ray marca Sony.


El programa arranca con el Concierto para violín n º 1 de Belá Bartók. Como era de esperar, la violinista georgiana ofrece, armada de un sonido carnoso y de extraordinaria belleza –su registro grave es increíble– una interpretación lírica ante todo, fraseada con una cantabilidad fuera de serie y un elevadísimo perfume poético, dicha además con un gusto exquisito y mucha atención a los aspectos folclóricos de la página, pero no muy interesada por su vertiente más dramática y aristada. ¿Qué significa esto en la práctica? Pues que está maravillosa en el Andante sostenuto, emotivo y sincero a más no poder, mientras que en el Allegro giocoso se queda en un tanto corta en aristas, en tensión dramática y en sentido de lo burlesco, por mucho que en contrapartida haga volar sus melodías con una poesía inesperada.

Nézet-Séguin se pliega al enfoque de la solista y paladea con delectación el primer movimiento –sin dejar de ofrecer un clímax con apreciable fuerza– para en el segundo plantear la interpretación mucho antes desde la luminosidad y el cálido lirismo folclórico que desde el sarcasmo y la mala leche. En fin, es una opción como otra cualquiera y está impecablemente realizada. Hay propina, pero no he sido capaz de descifrar el nombre que pronuncia la violinista georgiana.

Sinfonía nº 13, Babi-Yar. Es decir, la única de las de Shostakovich que se ha mostrado dispuesto a dirigir Daniel Barenboim, aunque no existe testimonio sonoro de aquella ocasión. ¿Y cómo la hace Yannick? Pues aunque la imponente sonoridad de la orquesta berlinesa, tan grave y oscura, resulte la ideal para ofrecer una versión netamente opresiva y mussorgskiana, lo cierto es que el maestro canadiense decide no cargar las tintas en los aspectos atmosféricos, como tampoco en la corrosividad que destilan los pentagramas (¡imposible olvidar la virulenta interpretación de Rozhdestvensky!), decidiéndose más bien por una lectura directa al grano, sincera y muy expresiva, concentrada cuando debe, encrespada en los momentos clave y con un punto más que suficiente de ironía y sentido del humor al llegar el momento. Lo hace, además, demostrando una impresionante plasticidad en el manejo de las masas sonoras y paladeando las melodías con el lirismo nihilista, pero no por ello seco ni falto de humanismo, que es propio del autor.  

Mikhail Petrenko tampoco es la voz más negra posible, pero canta con absoluta suficiencia técnica y se muestra centrado en lo expresivo. Los hombres del Rundfunkchor Berlín, imponentes. A la postre, espléndida interpretación.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Waldbühne 2016 con Nézet-Séguin y Batiashvili: tres referencias

Una pena que todo el arranque de este concierto de la Filarmónica de Berlín ofrecido el pasado 26 de junio en la Waldbühne se encuentre boicoteado por el molesto canto de una chicharra, porque la interpretación que de la obra más famosa de Smetana ofrece el aún joven pero muy ascendente Yannick Nézet-Séguin es un prodigio de cantabilidad, de refinamiento bien entendido, de dominio de las texturas –verdaderamente mágicas– y de vuelo poético, siempre en una línea antes lírica que tempestuosa o rústica que va a ser la que marque toda la velada. En cierto modo, esta lectura de El Moldava recuerda al mejor Karajan, es decir, al menos exhibicionista y al más sincero, concretamente al de 1983 con la misma orquesta (DVD Sony) y al de 1985 con la Filarmónica de Viena (DG). Como aquellas, la presente se sitúa al máximo nivel posible: no las conozco igual de extraordinarias.



El grueso del programa lo integran obras de Antonin Dvorák. Aunque no se desdeñen las sonoridades escarpadas ni los acentos dramáticos, esta versión de su Concierto para violín resulta ante todo lírica, cálida y sensual, impregnada de esa ternura, de ese amor por la naturaleza, por la vida y por el ser humano que, entre otras características, define la música del autor. Y esto viene dado no solo por la excelente dirección de Yannick, que frasea de manera flexible y natural, sino también por el violín de sonoridad carnosa de una Lisa Batiashvili que canta las melodías con una emotividad y una convicción fuera de serie, derrochando belleza sin rozar siquiera el amaneramiento y sabiendo llenar de tensión los clímax de la página. La orquesta, imponente, redondea una interpretación de referencia.



En la Sexta sinfonía del autor checo el maestro vuelve a apostar por el lirismo, la sensualidad y la evocación paisajística, incluso por la ensoñación bien entendida –ni rastro de blandura, nada de decadentismo, ni una sola caída de pulso–, haciendo gala de un excepcional dominio de la agógica que le permite moldear el fraseo de la orquesta, bellísima en su sonoridad, para ofrecer numerosas inflexiones tan sensatas como llenas de sensibilidad poética, llegando incluso a descubrir las posibilidades de algunos pasajes –memorable el trío del Scherzo– sin dejar de ser vibrante, entusiasta y luminoso en un Finale tan ardiente como bien controlado. Otra referencia.



De propina, una formidable Danza eslava nº 8 del mismo autor y el acostumbrado Berliner Luft, este último con mega-rubato muy conseguido y sorpresa en el atuendo del maestro: esta pieza la tienen completa en YouTube. El concierto íntegro pueden disfrutarlo en la Digital Concert Hall de la formación alemana.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Berg por Zukerman y Boulez: un monumento del sonido grabado

Interrumpo las entradas automatizadas –seguirán saliendo desde la nevera cada tres días, más o menos, porque ahora mismo sigo muy ocupado– para traer una música que lleva una semana viniéndome a la cabeza una y otra vez: el Concierto para la memoria de un ángel de Alban Berg. No sé si el mejor concierto para violín de la historia de la música, pero sí uno de los que más me gustan. Y una pieza clave para entender la verdadera esencia de la Segunda Escuela de Viena, dicho sea de paso.


Traigo esta música en la lectura –que vuelvo a escuchar mientras escribo– registrada por Pinchas Zukerman, Pierre Boulez y la London Symphony en 1984 para CBS, una escalofriante recreación que alcanza una intensidad, una rebeldía y un desgarro sobrecogedores sin merma ninguna de la perfección arquitectónica, del análisis del entramado orquestal ni de la belleza sonora. Podría quizá ser aún más sensual y atmosférica, pero desde luego no más tensa ni emocionante. Su audición resulta toda una experiencia. La verdad, no me extraña que fuera ninguneada desde las páginas de Scherzo por el mismo crítico que más palos le ha dado a Daniel Barenboim desde la referida revista: hay gente que se resiste para reconocer la genialidad cuando la tiene delante de sus narices. Procuren no hacerles mucho caso y escuchen esta grabación si aún no la conocen, porque se trata de uno de los monumentos de la historia del sonido grabado.


jueves, 8 de septiembre de 2016

Con menos música... aún

Cuando en el pasado mes de mayo supe de mi traslado definitivo a Jerez, avisé por aquí que el cambio en mi vida iba a ser a mejor pero con algunas desventajas, entre ellas que iba a disfrutar de menos música en directo. Pues bien, voy a tener todavía menos de la prevista: por circunstancias que ahora no hacen al caso, me incorporo al horario nocturno de mi centro educativo, lo que significa que voy a tener que renunciar a todos los espectáculos de Jerez y de Sevilla que se celebren de lunes a viernes. No es que haya muchas cosas interesantes de música en el Villamarta –de teatro sí, lástima–, pero por lo pronto me va a resultar imposible asistir a un solo concierto de la ROSS. A ver cómo me las apaño para escuchar lo que más me gusta: música sinfónica en vivo. De momento, a pan y agua.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Schumann renovado de Paavo Järvi

Muy interesante el Blu-ray editado por CMajor que recoge las filmaciones realizadas en 2011 de las cuatro sinfonías de Schumann a cargo de Paavo Järvi y la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, una edición a la mayor gloria –en ningún momento se oculta la intención promocional– de la estupenda orquesta alemana y de su director titular. Interesante por el larguísimo documental de hora y media, e interesante también por la propuesta interpretativa del maestro estonio, aunque sus planteamientos teóricos sean, para mi gusto personal, mucho más interesantes que los resultados expresivos propiamente dichos.


Afirma Järvi en el referido documental que la tradición interpretativa yerra a la hora de plantear un Schumann más denso y empastado de lo que realmente es; un Schumann que mira en exceso a Brahms y que no deja a la vista todas las singularidades de su tantas veces discutida escritura sinfónica, singularidades que son fruto tanto del particular temperamento del compositor como de su talento creativo. Por eso mismo decide apartarse un tanto de esa tradición y apostar por un enfoque en el que primen las aristas sonoras y se haga patente el carácter “neurótico” y contrastado de la personalidad del creador.

El maestro materializa la idea en lo sonoro ofreciendo un Schumann renovado en la articulación, ágil e incisivo, limitado en el vibrato, atento más al staccato que al legato y dotado de un nuevo equilibrio de planos que resta peso a la cuerda para otorgar relieve a los vientos y la percusión. Es decir, un Schumann parecido a su Beethoven con la misma orquesta, en buena medida deudor de las experiencias historicistas pero sin la necesidad de recurrir a los instrumentos originales ni de forzar las cosas: Järvi se aleja tanto de los excesos como de la machaconería, y busca una apropiada síntesis entre ímpetu, elegancia y sentido teatral. No nos movemos aquí en el terreno de un Gardiner ni de un Harnoncourt, por mucho que esta propuesta esté claramente en deuda con las de ellos.

Ahora bien, sea por estar nuestros oídos acostumbrados a un tratamiento sonoro muy distinto, sea por la habitualmente limitada inspiración del hijo de Neeme, lo cierto es que el resultado no destila la particular poesía schumanniana, todo lo elegante y aérea que se quiera, desde luego, pero también sensual, cantable y emotiva. Así ocurre ya desde la Sinfonía nº 1: la obra adquiere una vitalidad y electricidad que encajan muy bien con el sobrenombre de Primavera, pero la sequedad, el escaso vuelo poético y la ausencia de contrastes expresivos terminan produciendo un resultado monocorde e incluso aburrido, pese a la enorme vitalidad aparente de la recreación.

En la Sinfonía nº 2 flojea el sublime tercer movimiento, frío e insustancial a más no poder. El cuarto, aunque también carente de calor lírico, sí que está bastante bien. La Renana, por el contrario, recibe una globalmente notable interpretación que cojea por un tercer movimiento más bien insípido y por un quinto que arranca de manera un tanto trivial; el primero ofrece la brillantez y el impulso que necesita, mientras que el ambiente catedralicio del cuarto está conseguido de manera satisfactoria.

En la Sinfonía nº 4 lo más flojo es el segundo movimiento, aunque además se evidencia cierta rigidez generalizada y se echa de menos carácter visionario tanto en la introducción de la obra como en la transición al último movimiento. Lo dicho: los resultados son más interesantes en la teoría que en la práctica.

La calidad de imagen es soberbia. La toma sonora está francamente bien, pero aquí hay que advertir que el surround no parece auténtico y que en la Sinfonía nº 2 molesta un zumbido que parece proceder de los aparatos eléctricos del muelle –sí, un muelle– donde está realizada la filmación. Hay subtítulos en castellano. En fin, si lo pueden conseguir por bajo precio, un producto recomendable.

¿Mis versiones favoritas? Les recomiendo que echen un vistazo al listado de Ángel Carrascosa: aunque no he escuchado tantas grabaciones como él y discrepo en algún caso concreto, estoy bastante de acuerdo con sus puntuaciones. También pueden leer lo que escribí aquí sobre las integrales de Szell y Klemperer.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Fin de un ciclo

Esta es la última noche que paso en la Sierra de Segura. Han sido siete años –llegué hace ocho, pero durante el curso 2014/15 me desplacé temporalmente a Jerez– viviendo en la Sierra de Segura para ejercer la docencia en un Instituto de Enseñanza Secundaria, concretamente el IES Doctor Francisco Marín de Siles. Al margen de la dureza de la climatología –al menos para mí, que soporto mal el frío– y de la considerable distancia a mi tierra, han sido los años más felices de mi vida desde el punto de vista laboral. He trabajado con placer y me he sentido realizado como docente. Para mí eso ha sido importantísimo: lo que más me gusta hacer en esta vida, más que investigar sobre historia del arte, más que escuchar música y escribir sobre ella, es dar clases. Ha sido una experiencia en general muy positiva, y por ello quiero dejar constancia en este blog que la sierra segureña ya va a ser para siempre una parte importante de mi vida. Un ciclo con personalidad propia.


Musicalmente, ya lo dije en otra ocasión, estos han sido los años del Teatro Real de López Cobos, Moral y Mortier; de la OCNE de Josep Pons; del Les Arts de Maazel y Mehta; de la Orquesta de Valencia de Yaron Traub. Todo eso ya se acabó. También se acaban los interminables –y peligrosos– viajes en coche. Vuelvo al Maestranza y al Villamarta, con todo lo que eso supone. Y paso a formar parte del Instituto de Secundaria donde yo mismo estudié. Pero eso, a partir de este miércoles. De momento, todo mi cariño para la localidad de Siles, su centro educativo, todos mis compañeros, los alumnos de estos años y la comarca segureña. Les deseo lo mejor.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Las sinfonías de Shostakovich por Kitajeko: no pierdan el tiempo

Este album de 12 SACD, editado por el sello Capriccio, conteniendo las sinfonías de Shostakovich a cargo de Dmitri Kitajenko y la Gürzenich-Orchester Köln, lo compré a precio de ganga en un viaje que hice a París allá por el verano de 2008. Empecé a escucharlo y lo he ido haciendo muy lentamente, por lo general comparando con otras interpretaciones de cada una de las partituras. Hasta ahora no he terminado: imagínense lo poco que me ha venido entusiasmado su contenido.


En realidad, no puede decirse que sea este un mal ciclo: el maestro nacido en Leningrado demuestra no solo un buen oficio a la hora de levantar la arquitectura –cosa nada fácil en estas sinfonías– y de hacer que su orquesta, una digna formación de segunda fila, esté a la altura del enorme reto. También sabe de qué va la cosa en lo expresivo –no "oficializa" las sinfonías, como a veces le pasaba al mismísimo Mravinski– y hace gala de un gusto irreprochable. Lo que ocurre es que con la competencia discográfica que hay por ahí, desde el expresionismo visceral de Rozhdestvensky hasta el humanismo de Rostropovich, pasando por los logros de un Previn, un Sanderling, un Haitink o un Bernstein, nuestro artista se queda corto en inspiración, en garra y en compromiso expresivo. Se detectan, además, algunas irregularidades a lo largo de la integral.

En la discografía comparada de la Sinfonía nº 1 escribí que "el ya veterano maestro ofrece una lectura de muy buen pulso e irreprochable idioma, equilibrada entre lo burlón y lo dramático, a la que sólo le falta un punto de creatividad y le sobra algo de tosquedad para ser excepcional". Muy bien, pues.

Todo el arranque de la Sinfonía nº 2 resulta particularmente brumoso, incluso impresionista, aunque también un punto emborronado. Luego sigue con corrección, para ir alcanzando poco a poco la tensión interna y la brillantez que la obra necesita. El colorido es algo parco y carece de la incisividad requerida; se echa de menos una más clara disección de las texturas. A la postre no suena la obra todo lo “moderna” que debiera, sin esa frescura y descaro juveniles que la caracterizan

La Sinfonía nº 3, por el contrario, recibe una interpretación de muy alto nivel, pero cuyo colorido oscuro y hermoso, unido a un fraseo lírico y sin muchas aristas, resulta mucho antes romántico que atento a la modernidad de la pieza. La sección anterior al coro pierde un poco de pulso.

En la poliédrica y fascinante Sinfonía nº 4 el idioma, la arquitectura, la variedad expresiva y la ejecución son muy notables, pero en todos estos aspectos hace falta un poco más de compromiso para que la interpretación, algo plana y aburrida, llegue a convencer. El final resulta plácido antes que inquietante

Notable la Quinta, que sobresale por un Largo concentrado y muy hermoso, ya que no particularmente desazonador. El primer movimiento está bien planteado, perdiendo por una sección final en exceso nerviosa. El segundo es espléndido, siempre que aceptemos una comicidad ajena a lo corrosivo. Flojea el cuarto, ayuno de fuerza y rabia.

Aunque el arranque de la Sexta carece de toda la la inmediatez y el carácter doliente que necesita –un punto apagado, tristón incluso–, hay que reconocer que el maestro consigue la adecuada atmósfera ominosa en el primer movimiento. Magnífico el segundo, no particularmente incisivo pero lleno de fuerza y convicción. El tercero está muy bien, pero aquí necesita un punto más de desenfado y –al mismo tiempo, en Shostakovich los dos conceptos no son antagónicos– de mala leche.


El arranque de la Leningrado resulta muy extraño. Da la impresión de que el maestro intenta quitarle exceso de pompa, pero el resultado es que le falta grandeza. Tampoco le sale bien la marcha, banal cuando no lúdica en la primera parte, y un tanto descafeinada en la segunda. A partir de ahí las cosas mejoran de manera considerable, y Kitajenko acierta a la hora de mantener el pulso, de ofrecer una dosis suficiente de sarcasmo y, sobre todo, de desplegar un intenso aliento lírico, cantable y lleno de humanismo, pero no por ello complaciente.

Flojea seriamente la Octava. El primer movimiento resulta lento, flácido e insincero. El segundo y el tercero son correctos sin más, echándose de menos fuerza y rebeldía. La passagaglia es más tristona que doliente. El quinto empieza bien, pero tras llegar al clímax –no muy rebelde– se va deshilachando, en parte porque las intervenciones solistas tampoco son muy allá.

Lástima que el segundo movimiento de la Sinfonía nº 9 sea más rápido de la cuenta y no del todo inquietante, como también que al último le falte un poco de tensión, porque el enfoque global es muy certero, antes amargo que lúdico, y las intervenciones solistas –esta vez sí– son de gran sinceridad expresiva.

En la Décima el lenguaje es el apropiado y todo está en su sitio, pero el resultado es algo rutinario. Necesita una mayor implicación emocional en la partitura y un trabajo más intencionado del fraseo.

En la Sinfonía nº 11 el director ruso apuesta por una interpretación antes “romántica” que expresionista, atmosférica y descriptiva antes que visceral. Alcanza sus mejores momentos en el segundo movimiento, sobre todo en una escena de la matanza descrita de manera adecuadamente convulsa. Al tercero le falta un punto más de tensión interna y grandeza, mientras que el final, que le suena un poco a Star Wars, podría ser más opresivo.

El año 1917 es una sinfonía de menor inspiración que la que le precede en el catálogo, no necesitando por parte del intérprete la hondura humanística ni la carga trágica de aquella. Aquí lo que hace falta es frescura, sentido narrativo, solidez en la construcción sinfónica y vehemencia bien controlada. Kitajenko las ofrece y por ello alcanza en ella la cota más alta de su integral.

Volvemos al nivel medio con la Babi Yar: dirección muy centrada en lo estilístico y en lo expresivo, con maderas de adecuado tratamiento, pero no del todo rica en el color, ni matizada, ni tensa, por lo que termina aburriendo en los pasajes más débiles de la partitura. Arutjun Kotchinian está muy bien de voz y canta con propiedad, aunque en el primer número suene más suplicante que rebelde y sin mucha ironía.

En la Sinfonía nº 14 Kitakenjo ofrece una dirección lenta y con sentido de la atmósfera, pero (¡otra vez!) escasa de pulso y fuerza. El canto de Marina Shaguch es intenso y desgarrado, también algo agrio y poco atento a sutilezas. De nuevo Kotchinian luce una espléndida voz de bajo, pero como intérprete se muestra algo plano.

En la Décimoquinta el enfoque es admirable, acertando la batuta en el carácter siniestro de la obra sin caer en superficialidades y sin precipitarse en el último movimiento. Aun así, una vez más se echan de menos variedad expresiva y tensión interna.

La toma sonora se realizó entre 2003 y 2004 en dos recintos diferentes, unas en un estudio y otras en vivo en la Philharmonie de Colonia. Ni unas ni otras están especialmente bien grabadas. Ahora bien, el formato SACD ofrece un relieve y una carnosidad que compensan las insuficiencias de los ingenieros de sonido.

Muy en resumidas cuentas: un ciclo correcto, con su punto más alto en la Sinfonía nº 12 y el más bajo en la Octava, que resulta globalmente prescindible. No pierdan el tiempo.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Liszt y Chopin por Argerich y Abbado: ardor y nerviosismo

Ya desde los primeros acorde del Concierto para piano nº 1 de Liszt, verdaderamente apabullantes, queda claro que a sus veintiséis años de edad la pianista de Buenos Aires tenía su estilo por completo definido. Toque percutivo, agilidad felina en el fraseo, absoluta limpieza digital, asombrosa capacidad para regular el sonido desde fortes atronadores hasta pianísimos cristalinos –los contrastes son marcados– y un temperamento ardiente siempre interesado por resaltar los aspectos más tempestuosos de las partituras que interpreta, pero también una dosis excesiva de nerviosismo y una clara tendencia a dejarse llevar por el mero virtuosismo. Así las cosas, este Liszt se convirte en una desconcertante sucesión de pasajes de una frescura y una electricidad de veras atrayentes con otros
muy exhibicionistas, dichos de cara a la galería, trufados todos ellos con frases de una elegancia y una sensibilidad supremas. En plena sintonía con la artista, la dirección del joven Abbado –treinta y cuatro años– resulta vibrante y extrovertida, atendiendo a subrayar los rasgos mefistolélicos de la partitura pero sabiendo también descender al preciosismo bien entendido. La Orquesta Sinfónica de Londres suena con adecuada rusticidad.


Este registro, que cuenta con una buena toma de sonido –mejor aún en la descarga HD, que es como yo la he escuchado– realizada por los ingenieros de Deutsche Grammophon en marzo de 1968, incluye asimismo el Concierto para piano nº 1 de Frédéric Chopin. Aunque a priori dicha página resulta menos adecuada a la exhibición de temperamento por parte de Argerich, lo cierto es que aquí los resultados son tanto o más convincentes que en Liszt, toda vez que, tras un Allegro maestoso con muchas cosas bellas pero también con más de una frase donde se echa a correr sin detenerse en matices, la artista despliega las mejores esencias chopinianas en un Larghetto desgranado no solo con exquisitez y concentración en el fraseo, sino también con verdadero vuelo poético. El movimiento conclusivo está recreado de manera angulosa y vibrante, pero de nuevo la tendencia al virtuosismo más mecanicista empaña los resultados. La dirección puede que no sea la mejor de las posibles –Andris Nelsons, con Barenboim al piano–, pero ofrece esa mezcla entre temperamento, flexibilidad e imaginación propia del primer Abbado.

El Trío de Tchaikovsky, entre colegas: Capuçon, Soltani y Shani

Si todo ha salido bien, cuando se publique esta entrada seguiré en Budapest y estaré escuchando el Trío con piano op. 50.  Completada en ene...