miércoles, 14 de septiembre de 2016

Nézet-Séguin dirige Bartók y Shostakovich

Unos días antes de ofrecer el sensacional concierto en la Waldbühne comentado en la entrada anterior, concretamente el 23 de junio de este mismo año, Lisa Batiashvili, Yannick Nézet-Séguin y la Filarmónica de Berlín ofrecían un programa muy distinto en la Philharmonie de la capital alemana que puede disfrutarse a través de la Digital Concert Hall cuya suscripción tantas veces he recomendado, siempre y cuando dispongan ustedes de una buena conexión de la señal hasta su equipo de música de toda la vida. En mi caso, lo dije en su momento, lo hago a través de un reproductor de Blu-ray marca Sony.


El programa arranca con el Concierto para violín n º 1 de Belá Bartók. Como era de esperar, la violinista georgiana ofrece, armada de un sonido carnoso y de extraordinaria belleza –su registro grave es increíble– una interpretación lírica ante todo, fraseada con una cantabilidad fuera de serie y un elevadísimo perfume poético, dicha además con un gusto exquisito y mucha atención a los aspectos folclóricos de la página, pero no muy interesada por su vertiente más dramática y aristada. ¿Qué significa esto en la práctica? Pues que está maravillosa en el Andante sostenuto, emotivo y sincero a más no poder, mientras que en el Allegro giocoso se queda en un tanto corta en aristas, en tensión dramática y en sentido de lo burlesco, por mucho que en contrapartida haga volar sus melodías con una poesía inesperada.

Nézet-Séguin se pliega al enfoque de la solista y paladea con delectación el primer movimiento –sin dejar de ofrecer un clímax con apreciable fuerza– para en el segundo plantear la interpretación mucho antes desde la luminosidad y el cálido lirismo folclórico que desde el sarcasmo y la mala leche. En fin, es una opción como otra cualquiera y está impecablemente realizada. Hay propina, pero no he sido capaz de descifrar el nombre que pronuncia la violinista georgiana.

Sinfonía nº 13, Babi-Yar. Es decir, la única de las de Shostakovich que se ha mostrado dispuesto a dirigir Daniel Barenboim, aunque no existe testimonio sonoro de aquella ocasión. ¿Y cómo la hace Yannick? Pues aunque la imponente sonoridad de la orquesta berlinesa, tan grave y oscura, resulte la ideal para ofrecer una versión netamente opresiva y mussorgskiana, lo cierto es que el maestro canadiense decide no cargar las tintas en los aspectos atmosféricos, como tampoco en la corrosividad que destilan los pentagramas (¡imposible olvidar la virulenta interpretación de Rozhdestvensky!), decidiéndose más bien por una lectura directa al grano, sincera y muy expresiva, concentrada cuando debe, encrespada en los momentos clave y con un punto más que suficiente de ironía y sentido del humor al llegar el momento. Lo hace, además, demostrando una impresionante plasticidad en el manejo de las masas sonoras y paladeando las melodías con el lirismo nihilista, pero no por ello seco ni falto de humanismo, que es propio del autor.  

Mikhail Petrenko tampoco es la voz más negra posible, pero canta con absoluta suficiencia técnica y se muestra centrado en lo expresivo. Los hombres del Rundfunkchor Berlín, imponentes. A la postre, espléndida interpretación.

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