Ayer lunes Peral Music lanzó al mercado la descarga digital del recital a cuatro manos de Martha Argerich y Daniel Barenboim que tuvo lugar en Berlín el pasado abril. Ya lo he escuchado, pero espero hablar de él en otra entrada. Porque ahora quiero dejar unas líneas acerca del concierto –obtuve en su momento copia de la transmisión radiofónica– que fue precedente de éste: el reencuentro de los dos artistas porteños después de muchos años sin actuar juntos, en un concierto sinfónico ofrecido por la Staatskapelle de Berlín en la Philharmonie de la capital alemana el 15 de septiembre de 2013. Concierto para piano nº 1 de Beethoven en los atriles. Daniel dirigiendo y Martha tocando, claro.
No hay choque de trenes: el encuentro entre dos personalidades musicales tan ponderosas y tan distintas se resuelve en un claro acercamiento de sus maneras de hacer. Lo curioso es que quien más se mueve es Barenboim, que resulta aquí menos reflexivo, esencial y trascendido que en sus interpretaciones beethovenianas recientes para optar por un acercamiento luminoso, extrovertido, vitalista, con mucha garra y comunicatividad, además de con el adecuado sentido del humor rústico que pide el autor, aunque sin renunciar a marcados claroscuros dramáticos en un segundo movimiento lleno de tensión. La Argerich, por su parte, enriquece su pianismo ágil, efervescente, contrastado, de sonido tan claro como acerado, con un mejor control de su habitual nerviosismo y con un apreciable sentido de la cantabilidad, aunque aún le queden algunas frases (por ejemplo, al arrancar el tercer movimiento) un tanto mecánicas. En cualquier caso, la solista también aporta desparpajo, sentido del humor y creatividad, dando como resultado una interpretación quizá no referencial pero sí de muy considerable nivel, galvanizada por una orquesta de admirable sonido beethoveniano que luce maderas sublimes en el Largo.
Los aplausos del respetable fueron agradecidos por Argerich con música de Robert Schumann: “Traumes-Wirren” de las Fantasiestücke op. 12, página ideal para que la Argerich hiciera gala de su pianismo ágil y efervescente, pero también flexible. Claro que lo mejor llegaría poco después, cuando solista y director decidieron tocar a cuatro manos el Rondó en La mayor D. 951 de Schubert: con la Argerich sentada en la parte derecha del teclado, los dos artistas ofrecieron una singular fusión de sus maneras de hacer, incluso en sus sonoridades –más cristalina e incisiva ella, más denso él–, ofreciendo una lectura de un clasicismo delicado y con encanto, fraseado con naturalidad y mucha ternura, pero sin asomo de blandura, de excesiva ensoñación ni de ligereza. Un prodigio, del que algún piratilla ha dejado testimonios de deficiente calidad técnica en YouTube (parte 1, parte 2).
Obviamente había más obras en el programa. La velada se había iniciado con un compositor genial que Barenboim ha explorado poco, Witold Lutoslawski, concretamente con su Mi-parti de 1975-75. Comparada con la grabación del propio autor para EMI, nuestro artista ofrece una dirección menos analítica y aristada, al tiempo que de mucha mayor plasticidad en el tratamiento orquestal, con colores más ricos y llenos de significación expresiva, texturas más sensuales y mayor sentido de la sugerencia; los clímax son con el de Buenos Aires menos viscerales, pero alcanzan mayor inmediatez expresiva y comunicatividad.
Las Quattro pezzi sacri de Verdi ocupaban la segunda parte del programa. Con el concurso del excepcional Coro de la Radio de Berlín, el maestro ofreció justamente la recreación que en él era de esperar, esto es, de una religiosidad amarga, dramática y lacerante, en absoluto confiada, aunque no precisamente exenta de concentración, de cantabilidad y de hondura humanística. Tampoco de belleza: asombrosas las dos piezas a capella, aunque le sonasen más apropiadas para la sala de conciertos que para la iglesia.
PD: en la web de Ángel Carrascosa tienen desde hace tiempo unos comentarios de este mismo evento.