martes, 15 de julio de 2014

Barenboim en Ibermúsica, 2014 (y II)

Sigo con Barenboim y la Staatskapelle de Berlín en el Auditorio Nacional cerrando el ciclo anual de la Fundación Ibermúsica. En la entrada anterior hablé del concierto de la tarde del sábado 5 con poemas sinfónicos de Richard Strauss. Ahora voy a por el del día siguiente: Sinfonía Inacabada de Schubert y Segunda de Elgar.


Schubert

La primera vez que le escuché a Barenboim la Inacabada fue en televisión: concierto de la Filarmónica de Berlín del 1 de mayo de 1992 en El Escorial. Cuatro días más tarde se la disfruté en directo a los mismos artistas en el Teatro de la Maestranza. Me gustó mucho, como me sigue gustando la filmación de la interpretación escurialense (disponible desde hace tiempo en DVD y a punto de aparecer en Blu-Ray). Años más tarde conocí su grabación con la misma orquesta realizada en 1984 para Sony, y esa no me pareció tan redonda. De ella he escrito en este blog lo siguiente:
“(…) poderosa y rebelde, descuida la parte lírica y evocadora. El primer movimiento, apremiante, resulta un tanto nervioso y no está muy paladeado, aunque el clímax central alcance una enorme garra. El Andante con moto es más bien atípico, poco contemplativo, y bastante más amargo de lo que suele.”
Ya en fechas más cercanas se la escuché en directo en el Teatro Real, esta vez frente a la Staatskapelle de Berlín: me decepcionó considerablemente para tratarse de quien se trataba. Así las cosas, llegué al Auditorio Nacional preguntándome si en esta nueva comparecencia con la misma formación iban a cambiar las cosas, habida cuenta de cómo se está enriqueciendo el arte de Barenboim en los últimos tiempos y de que acaba de estudiar y grabar para DG buena parte de las sonatas pianísticas schubertianas. La respuesta ha sido afirmativa.

Daniel Barenboim

Efectivamente, esta ha sido una Inacabada distinta de las anteriores: igual de amarga, eso desde luego, pero bastante menos nerviosa, mucho más espiritual y trascendida, equilibrando a la perfección drama con vuelo lírico y revistiendo la tragedia –ahora interior antes que exteriorizada– de un ropaje sonoro extremadamente sensual y cantable. O sea, puro Schubert. A destacar los originales reguladores con que Barenboim hace arrancar a la cuerda en el primer movimiento y los momentos de mágica elevación en el segundo, donde por cierto el maestro no acentuó los contrastes entre secciones sino más bien los difuminó, perdiendo quizá un poco de progresión dramática aunque dejando en todo momento muy claro que el canto schubertiano, bellísimo, está lleno de dolor.

A la excelencia de los resultados contribuyó la orquesta con una sonoridad aterciopelada –cuerda cálida, metales muy empastados, timbales contenidos–  y, sobre todo, con unos solistas de enorme aliento lírico que realizaron sus intervenciones con verdadera inspiración poética. Memorable.


Elgar

De la Segunda sinfonía de Elgar por Barenboim y su orquesta berlinesa grabada en 2013 para Decca he hablado aquí hace muy poco. La de Madrid, creo que aún más imaginativa y flexible, ha sido en cualquier caso muy parecida a aquella: en absoluto ampulosa, marcada por un ardor controlado pero también muy lírica, voluptuosa y con espacio para la hondura reflexiva y el aliento trágico.


Pero ahora he reparado en una circunstancia que antes no aprecié: la manera en la que Barenboim subraya las consabidas deudas de esta partitura con Anton Bruckner. Lo hace en dos sentidos. El primero, imprimiendo un apreciable al aliento espiritual que nos recuerda, entre otras cosas, que Elgar es el autor de El sueño de Geroncio, precisamente la obra que el de Buenos Aires dirigió hace poco a la Filarmónica de Berlín. El segundo, a través del sentido orgánico del desarrollo: tensiones y distensiones las construye con gran flexibilidad e imaginación, pero también con enorme lógica y sentido de la perspectiva global, consiguiendo que cada frase se vea como una consecuencia de la anterior y que se llegue a remansos líricos de enorme sensualidad con la misma naturalidad con que se alcanzan clímax de enorme garra dramática. Como en el disco, todo el final fue absolutamente mágico, aunque en Madrid una tos de increíble exactitud y escasa educación logró devolvernos a la realidad justo en el último compás de la obra.

En resumen, dos conciertos verdaderamente extraordinarios, sobre todo en el caso de Heldenleben y Elgar, a cargo de un director y una orquesta en su mejor momento. Lástima que, por las circunstancias que apunté en otra entrada, yo no los pudiera disfrutar en su plenitud.

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